Cogida por ancianos en el centro comercial.
“Zorra”, pensó Norma mientras con su dedo iba recorriendo el Instagram de una de sus archienemigas en la pantalla de su móvil. Hacía 15 minutos que, cansada de la caminata con sus padres y hermano pequeño a la búsqueda de vestuario para cierto evento familiar venidero, se había declarado en rebeldía y sentado en el banco en el que ahora mismo se hallaba. Tras una pequeña discusión con su madre, finalmente había quedado en encontrarse con su familia a las puertas de los cines en hora y media. Norma odiaba aquel centro comercial cercano a su casa: era pequeño, cutre, sin ninguna tienda que valiera la pena. Los cines eran lo peor (tres salas y con las pelis más rancias de la cartelera) y de los sitios para comer, mejor no hablar. Por no haber, ni si quiera había un triste Macdonald´s. Allí solo podías encontrarte viejos en sus rutinas de paseo eterno y familias horribles con sus niños aún más horribles saliendo del hiper cargados con mastodónticas compras mensuales de ofertas y marcas blancas. Un centro comercial de mierda para un barrio de mierda.
-Hola guapa.
Una curiosa voz a la vez ronca y aflautada sacó a Norma de su ensimismamiento en las redes sociales ajenas. Giró la cabeza a su izquierda y vio a un vejete de setenta y muchos años sentado a un metro escaso de ella que le observaba a través de los cristales sorprendentemente gruesos de unas gafas que, a juzgar por su diseño, habían vivido los años de la Transición. Una gorra a cuadros cubría algo que solo podía ser una calva y sus manos jugueteaban con el puño de un bastón que sujetaba entre sus piernas. “Viejo de los cojones, anda que no hay sitios para sentarse…” pensó Norma mientras volvía a enfrascarse en la pantalla de su móvil ignorando el saludo de su nuevo vecino de banco.
Transcurridos apenas un par de minutos, Norma percibió ciertas vibraciones en el banco. Dirigió su vista de nuevo a la derecha y pudo comprobar como la distancia entre ella y el abuelo se había reducido a menos de medio metro. “Genial, es un puto viejo verde. Me largo de aquí” masculló entre dientes mientras se guardaba el móvil en el bolsillo de su chaqueta de cremallera con capucha dispuesta a levantarse y salir pitando del lado de ese fósil.
-Te llamas Norma, ¿verdad?
Las palabras le dejaron congelada. ¿Cómo coño sabía su nombre ese abuelo? No le había visto en su puta vida. Norma dirigió una mirada perpleja al carcamal, que se sonreía satisfecho con la jugada con la que había descolocado a su compañera de banco.
-Es que estaba sentado justo en ese banco de detrás de esa planta cuando has discutido con tus padres y lo he oído todo. Porque, eran tus padres, ¿verdad?.
Norma asintió débilmente con la cabeza.
-Es un nombre muy bonito, casi tan bonito como tú.-dijo el anciano mientras escurría sus posaderas sobre el asiento y se situaba prácticamente pegado pierna con pierna a quien había convertido en su objetivo.
-Gra… gracias-contestó Norma sin saber por qué.
En ese momento, Norma notó algo en pierna derecha. Bajó la vista y vio la mano huesuda de aquel anciano posada sobre su muslo, justo encima del tatuaje que representaba un cupcake de colores y que le había costado una buena parte de sus ganancias como camarera el último verano (además de una pelea tremenda con su madre). Un relámpago de terror recorrió a Norma de la cabeza a los pies. ¿Debía gritar? ¿Levantarse y salir corriendo? ¿Cruzarle la cara a ese viejo de un bofetón? No hizo nada, sin embargo, tan solo mirar petrificada la cara lasciva de aquel anciano. Ante tal inacción, la sonrisa se amplió en aquel ajado rostro y la mano empezó a acariciar el muslo de Norma de arriba a abajo.
-¿Qué edad tienes, Norma?-preguntó el abuelo con sus miopes ojos clavados en ella.
-Di.. diecinueve-mintió Norma. En realidad había cumplido los 18 apenas hacía un mes ¿Por qué mintió? Ni ella misma lo sabía.
-Mira, cielo-dijo el anciano mientras con la mano derecha se sacaba una abultada cartera del bolsillo interior de su desgastada americana (la izquierda seguía sin despegarse del muslo de Norma)-llevo 5 minutos metiéndote mano y no has salido corriendo, así que deduzco que eres una chica valiente jajaja. Voy a hacerte una oferta. 300 euros por que me la chupes en los baños con esa preciosa boquita que tienes. Solo eso, 5 minutos y te habrás embolsado 300 euros. ¿Qué me dices?
El abuelo abrió la cartera ante los ojos de Norma y esta pudo ver un buen montón de billetes verdes en su interior. Norma estaba tan descolocada por el miedo y lo surrealista de la situación que no sabía cómo reaccionar. Lo normal habría sido ir a buscar a su padre para que le partiera los morros a ese viejo salido. En lugar de ello, siguió petrificada mientras la mano del anciano seguía disfrutando con su muslo.
-Vamos a hacer una cosa, guapa.-arrancó el viejo ante la inacción de su presa-Al fondo a la derecha están los baños de esta planta. Voy a meterme en el último retrete del de caballeros. Si te animas, allí te espero. No irás a decepcionar a tus mayores, ¿verdad, guapísima?
Dicho esto, el viejo apretó fuertemente durante unos segundos el muslo de Norma y se levantó. Caminó renqueante apoyado en su bastón hasta el fondo de la planta, donde giró a la derecha y desapareció.
Norma tardó unos minutos en volver a la realidad. Pudo ver las marcas de dedos en su muslo fruto del apretón al que se había visto sometido, lo que le hizo convencerse de que no había tenido una alucinación, todo había ocurrido de verdad. Un nervio incontrolable la dominaba, tenía ganas de vomitar. Apoyó la cara en sus manos y trató de tranquilizarse. “Vete a buscar a papá y mamá y lárgate de aquí” era el mantra que resonaba en su cabeza. Su cuerpo, por algún misterio que no conseguía resolver, se negaba a obedecer a tales órdenes y seguía clavado en el banco.
Pasaron 5 minutos. La respiración de Norma se calmó. Vio los ascensores al fondo. “Sal corriendo de aquí”, se dijo. Se levantó y se dirigió a ellos a paso rápido. Apretó el botón y esperó. Justo en ese punto, el pasillo se desviaba en diagonal a la derecha y al fondo se veían las puertas de los aseos. La de caballeros a la derecha y la de señoras a la izquierda. El ascensor llegó y abrió sus puertas. Norma se quedó parada, sin entrar. Pasaron unos veinte segundos. Las puertas se cerraron y el ascensor inició su viaje sin nadie en su interior. Norma giró la cabeza y miró a las puertas de los aseos. Lentamente, giró y empezó a caminar hacia ellos. Una voz que gritaba “¿¿¿qué coño estás haciendo???” atronó en su cabeza. “Cállate”, dijo Norma.
La puerta del aseo de hombres estaba entreabierta. Norma echó un vistazo de reojo a través de la obertura y comprobó que no había nadie. Entró y se quedó parada, con el corazón a 1000 por hora. El olor a orines era potente, señal de que hacía horas que no pasaban a limpiarlo. Siete urinarios recorrían la pared izquierda, mientras la derecha quedaba ocupado por cuatro retretes privados. La pared del fondo la ocupaban dos lavamanos con sendos espejos sobre ellos. Norma se dirigió cautamente al último de los retretes. Se quitó la chaqueta, ya que los nervios la habían sumergido en un calor insoportable. Llegó a la puerta y la empujó con un dedo. El pestillo no estaba echado, así que se abrió y ante sus ojos apareció el anciano sentado sobre el retrete. Se había quitado la gorra y su refulgente cráneo reflejaba la luz de los fluorescentes del techo.
-Creía que ya no venías-dijo sonriente.-Entra.
Norma entró. El espacio era mínimo, lo justo para mantener una mínima distancia con las rodillas del viejo. Una sensación de irrealidad total invadió a Norma. Pensó en salir corriendo, aún estaba a tiempo. Pero la curiosidad kamikaze propia de la adolescencia tardía le conminó a continuar.
-Cierra la puerta y echa el pestillo.
Norma se giró y la cerró. Titubeó unos segundos para echar el pestillo, pero finalmente lo hizo. Volvió a situarse frente al anciano, que sonreía felizmente mientras su mano derecha se frotaba la entrepierna.
-Madre mía que buena estás, chiquilla. Menudas tetas tienes sin esa chaqueta.
Era cierto. Los pechos de Norma eran legendarios en su escuela desde que habían empezado a crecerle. El top de tirantes ajustado que llevaba los realzaba aún más en contraste con su perfecta cinturita, convirtiendo al conjunto en un paisaje maravilloso.
-300.. 300 euros por chupársela. Eso es todo-dijo Norma con voz temblorosa.
-Así es cielo, solo eso-contestó el anciano alegremete.
El corazón de Norma se desbocó. Solo había chupado un par de pollas en su vida. Pero a tíos de su edad. Y borracha como una cuba. Aquello era demasiado.
-Arrodíllate, cielo-dijo el anciano en tono dulce.
Norma obedeció. Noto una sensación viscosa al contacto del suelo con sus rodillas, fruto de las salpicaduras de orina allí acumulada durante horas. El asco recorrió todo su cuerpo. Las lágrimas parecían querer acudir a su ojos. Solo 5 minutos y ganaría 300 euros. Una fortuna para una estudiante de clase obrera como ella. Esta era la única idea que le hacía seguir adelante. O eso quería pensar ella.
La bragueta del viejo quedó a la altura de sus ojos. El pantalón de pana marrón no era capaz de ocultar la erección que estaba pidiendo a gritos ser liberada. Norma se sorprendió de que alguien de esa edad pudiera tener tal facilidad para empalmarse. Las manos de Norma se lanzaron a desabrochar el pantalón, quería acabar cuanto antes.
-Caray, ya ni hace falta que te diga nada jajaja. Buena chica..
Norma hizo oídos sordos y deslizó los pantalones del viejo hasta los tobillos. Unas piernas esqueléticas más propias de un zombi que de un ser humano quedaron al descubierto. Un calzoncillo blanco con manchas amarillentas era lo único que ahora mismo cubría la entrepierna de aquel despojo antediluviano. Las manos temblorosas de Norma deslizaron aquel calzoncillo y una enorme polla venosa rodeada de unos matojos de pelos grises emergió triunfante. Un olor acre invadió las fosas nasales de Norma. Unos pegotes blancos cubrían el glande de aquello. ¿Cuántos días hacía que no se duchaba aquel tipo? Imposible calcularlo. Una naúsea se apoderó de Norma y se echó hacia atrás.
-Hemos hecho un trato, cariño. No vale rajarse ahora…
Norma volvió a acercar su cara a aquel falo mugriento. La voz del viejo parecía tener un algo que obligaba al cumplimiento de un contrato que ningún abogado habría dado por válido. “Hazlo y lárgate”, pensó, y hundió su cabeza en esa entrepierna prehistórica. El primer contacto de su lengua con aquel capullo llenó su boca de un sabor salado y ácido ante el que tuvo que aguantar una arcada. Era una locura. ¿Qué coño estaba haciendo?
-Oh, sí. Muy bien, cariño…-Dijo el viejo empezando a disfrutar de su transacción.
Norma cogió con la mano derecha la base de la polla y empezó a masturbarla. Su intención era que su boca no pasara del glande y acabar cuanto antes sacudiéndosela. No pensaba dejar que aquello profanara completamente su boca.
-Eso no está bien, cielo. Me estás haciendo una paja y habíamos acordado una felación. No te pagaré por eso…
Una rabia descomunal se apoderó de Norma. Un viejo la estaba chuleando como a una puta barata e, inexplicablemente, ella se estaba dejando. “¿Quieres mamada? Pues toma mamada. En dos minutos te vas a correr y tendrás que soltar 300 euros”. Liberó la polla de su mano y su boca empezó a recorrerla de la base hasta la punta. Haría que ese carcamal se corriera en un santiamén y todo habría acabado. Toda su boca se impregnó del sabor a falta de higiene que emitía ese rabo, pero pensó que podría aguantarlo durante ese escaso tiempo.
-Ahhhh… así. Muy bien, mi niña…-gimió el anciano con su aguda voz.
Norma movía frenéticamente la cabeza arriba y abajo. Unas cuantas sacudidas más y todo habría acabado. De repente, Norma notó su cabeza atascada. Su cara se quedó estrujada contra aquel matorral blanco de pelos púbicos. Todos los esfuerzos de su cuello por alzar la cabeza eran vanos. ¡La manos de aquel puto viejo estaban apretando su cabeza contra la base de la polla! Norma entró en pánico. Sentía aquel glande atascado en el fondo de su garganta. Se ahogaba. La naúseas empezaron a invadirle sin salida alguna que las liberara. Unas luces blancas empezaron a centellear ante sus ojos, de los que empezaron a brotar lágrimas. Los segundos se convirtieron en horas. Norma empezó a temer que moriría en los mugrientos baños de un centro comercial ahogada por la polla de un viejo. No podía existir muerte más humillante que esa. Finalmente, notó que la mano dejaba de presionar su cogote y su cabeza salió como un resorte de la entrepierna del anciano. Norma se derrumbó de espaldas contra la puerta, tosiendo, intentando capturar todo el aire posible. Chorretones enromes de babas caían de su boca mientras las lágrimas arrasaban sus mejillas.
-¡¡Hijo de puta!!-Gritó Norma con una voz aún entrecortada por la asfixia.
-Jajaja. Era una broma, cielo. No te enfades.
-¡Cabronazo! ¡Casi me asfixio!
-Venga no te enfades. Además, no parece que te haya disgustado tanto-dijo el viejo señalando sus pechos.
Norma bajó la vista y vio como, a pesar del sujetador, sus dos pezones se dibujaban claramente bajo el top. Se le habían puesto duros como dos bala de gran calibre. Una vergüenza indescriptible se dibujó en su rostro. No era posible que se hubiera excitado con lo que acababa de ocurrir.
-Te has puesto cachonda, cariño. No pasa nada, está bien..
-No, no es verdad… -contestó Norma llorosa.
-¿No? ¿Seguro?Veamos…
El abuelo se arrodilló torpemente entre el mínimo espacio que quedaba entre Norma y el retrete. Su mano derecha se sumergió bajo la minifalda de Norma y con un rápido gesto apartó la comisura de las bragas y tocó con sus dedos la rajita de su vágina.
-¿¿Qué coño haces??-gritó Norma apretándose contra la puerta, buscando un espacio que no existía.
La mano del anciano surgió de entre las piernas de Norma con los dedos totalmente húmedos. Norma no quería creer lo que estaba viendo. No era posible.
-¿Aún me vas a decir que no estás cachonda, putita?
-Pero…
Antes de que pudiera decir nada más, la mano del anciano volvió a desaparecer entre sus piernas y Norma sintió como dos dedos irrumpían en el interior de su vágina. Quiso pedir auxilio, simplemente gritar. Pero lo único que salió de su boca fue un gemido de algo demasiado parecido al placer. La respiración de Norma se acompasó al ritmo de los movimientos de aquellos dedos. Pequeñas corrientes de placer recorrían su espalda. De repente, el dedo pulgar se puso a jugar con su clítoris aprovechando toda aquella humedad que invadía su coño.
-Joder…-Susurró Norma entre jadeos.
-Ya eres mía. Sabía que tarde o temprano me encontraría con una zorrita como tú…-dijo el viejo con una expresión de victoria rotunda en sus ojos.
La cabeza de Norma era un hervidero de ideas cruzadas. “Es una puta locura. No puede ser que esté dejando que un viejo 60 años mayor me hurgue el coño. Pero aún peor es que esté disfrutando. Y mis padres no deben estar demasiado lejos. ¿He perdido la puta cabez… Aaaaaaah”. Un orgasmo como nunca había sentido la sacó de todo proceso de intentar ordenar sus ideas. Cerró los ojos mientras pequeños temblores recorrían sus piernas. Cuando volvió a abrir sus parpados, se encontró con la sonriente cara del anciano sosteniendo ante sus narices una mano chorreante de lo que debían ser sus jugos vaginales.
-Impresionante, cariño jajaja…-se vanaglorió el viejo mientras volvía a sentarse en el retrete.
Norma siguió sentada en el suelo. Notaba que sus bragas se pegaban al suelo, totalmente empapadas. Miró al anciano con ojos todavía llorosos.
-Sabes que esto aún no se ha acabado, ¿verdad, mi niña?
Norma asintió tímidamente con la cabeza, como una niña que asiente ante la autoridad de su padre.
-Ven siéntate en mis rodillas.
Norma se levantó y se sentó sobre aquellas esqueléticas rodillas, igual que se había sentado sobre las de aquellos falsos Papá Noeles a los que pedía sus regalos no hacía tantos años. Una vez en tan navideña posición, las huesudas manos del viejo empezaron a recorrer las tetas de Norma por encima del top.
-¿No me vas a dejar ver lo que hay aquí debajo, cariño?
Norma dejó caer los tirantes del top por sus brazos. Ya no se sentía dueña de sí, se había transformado en una autómata programada para obedecer las órdenes de aquel anciano. Se quitó el sujetador y sus tetas quedaron al descubierto.
-La hostia, qué maravilla…-dijo admirado el viejo.
La verdad es que eran preciosas. Grandes pero redondas como dos gigantescos melocotones, con una caída lateral perfecta y unos pequeños pezones sonrosados perfectamente circulares. Aquellas manos como garras de buitre empezaron a cogerlas y sopesarlas como quien escoge melones en la frutería. Los dedos empezaron a jugar con sus pezones, apretándolos entre los dedos. Norma volvió a sentir como los jugos inundaban de nuevo su coño. “Joder, no…”, pensó. Lo de antes no había sido un accidente. Estaba disfrutando como una perra con todo aquello de verdad. Se sintió sucia y avergonzada, pero el morbo y el placer ya eran más importantes que cualquier otra cosa. La lengua del viejo empezó a pasearse por su pecho izquierdo. Aquel contacto húmedo provocó una latigazo de placer en Norma que recorrió toda su espalda. La lengua empezó a jugar con el pezón, hasta que sintió el mordisco de una desdentada mandíbula hacer presa en él. Norma se giró y se sentó a horcajadas sobre aquella pelvis de casi 80 años. Quería facilitarle el acceso a sus tetas. El anciano respondió abalanzándose sobre ellas, chupando y mordiendo a diestro y siniestro.
-¿No le vas a dar un beso al abuelo, cariño?-Dijo el viejo alzando la vista y dando una tregua a ese maravilloso campo de melocotones.
Norma introdujo la lengua sin pensarlo en aquel orificio decrépito. Un sabor a tabaco barato, que le recordaba al olor que imperaba en el pequeño piso de su difunto abuelo, golpeó las paredes de su boca. No había apenas dientes allí, su lengua bailaba básicamente sobre encías desnudas. La lengua del anciano empezó a dominar a la suya y una transferencia de saliva rancia inundó su boca adolescente. La tragó sin pensarlo, disfrutando de cada gota. La mano del anciano volvió a echar a un lado las bragas de Norma y tres dedos irrumpieron en su vágina a través del mar que la inundaba. Sus jadeos quedaban amortiguados por aquella lengua anciana que conocía mil trucos para dejar la suya a total merced. Norma empezó a sentir que no era dueña de sí, era como si estuviera en una especie de paraíso mientras dejaba a aquel viejo ultrajar su cuerpo a merced. Solo había follado dos veces antes y fueron decepcionantes. Nunca habría imaginado que se pudiera disfrutar tanto siendo una cerda…
Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando notó las manos del viejo agarrarse a su cintura. Las DOS manos. ¿Qué era entonces los que entraba y salía de su coño? Norma abrió los ojos y miró confundida a la cara del anciano. Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de éste.
-Hace tres minutos que te he metido la polla y ni te has enterado, zorrita mía. Jajaja.
Un escalofrío de horror recorrió las espina dorsal de Norma. Vinieron a su memoria la charlas sobre embarazos no deseados y horribles enfermedades de transmisión sexual que había ecuchado aburrida mil veces en clase de educación sexual.
-¡No me jodas! ¡No, esto no!-gritó Norma intentando revolverse sobre la pelvis del anciano.
El viejo la aferró fuertemente con sus zarpas cadavéricas y bastaron dos sacudidas para que el cuerpo de Norma volviera a retorcerse de un placer involuntario. Cualquier resistencia de la joven quedó desactivada y su cuerpo se derrumbó sobre el anciano.
-N.. no, por favor… – susurró Norma con una ausencia total de convencimiento.
-Chssss tranquila. Así es mucho más bonito, princesa ¿No te gusta sentirme dentro de ti?
Norma no dijo nada, pero su cuerpo en peso muerto y su total entrega a un destino que ya apenas se esforzaba en evitar hablaban por sí solos. El anciano empezó a meter y sacar su poya a placer de aquel cuerpo que había perdido toda voluntad.
-Tranquila cielo, la sacaré antes de correrme-susurró dulcemente al oído de Norma.
Norma se abrazó a él, como la nieta que demuestra su cariño ante una promesa de su abuelo. Acompasó el ritmo de su cintura a las sacudidas de su compañero. Sentía pequeñas descargas de placer. Se combó hacia atrás. Dirigiendo su mirada al techo y dejando sus tetas a total merced de la boca del viejo. Este correspondíó chupándolas con avaricia mientras seguía taladrando aquel maravilloso coño. Norma cerró los ojos y se dejó llevar, el contacto carne con carne de aquel pene con las paredes de su coño empezaron a parecerle alguna forma de unión mística, una calma total la invadió y se abandonó al suave balanceo de las sacudidas… hasta que notó que la polla sufría un espasmo y se endurecía hasta límites insospechados en su interior. Abrió los ojos asustada.
-¡No, espera! ¡Me has dicho que…!
Antes de acabar la frase, Norma notó estallar un géiser en su interior. Cantidades bestiales de semen acumaladas a saber desde cuándo en las pelotas del viejo inundaron cada rincón de su coño. Norma gritó aterrorizada, pero otro orgasmo indescriptible que sacudió su cuerpo con la última embestida con la que el viejo acabó de vaciar sus huevos en la entrañas de esa cría, acabó convirtiendo el grito en un gemido que se fue apagando entre convulsiones. Norma se derribó como una muñeca de trapo sobre el abuelo, sintiendo como el semen empezaba a resbalar por sus piernas.
Pasaron tres minutos de silencio sepulcral. Finalmente el viejo echó a un lado el cuerpo de Norma, que se derrumbó en el hueco que quedaba entre la pared y el retrete. Se quedó sentada apoyada en la pared, con la vista fija en el suelo. Notó cómo las lagrimas empezaban a inundar sus ojos. El abuelo se levantó, cogió la chaqueta que Norma había dejado colgada en pomo de la puerta, se limpió la polla con ella y se subió los pantalones. Lanzó la chaqueta pringosa de semen en el regazo de Norma. Esta levantó la cabeza y, borrosamente a través de las lágrimas, vio al anciano mirándola sonrientemente.
-Sabes que no voy a pagarte una mierda, ¿no?
-¿Qu… qué?-preguntó Norma mientras una bola como un balón de fútbol se le formaba en la garganta.
El abuelo se acuclilló ante Norma a la escasa velocidad que le permitían sus maltrechas articulaciones.
-Mira esto-le dijo con una sonrisa malévola en el rostro.
Volvió a meter la mano entre las piernas de Norma, quien no hizo esfuerzo alguno por evitarlo. Tres dedos se introdujeron en su coño a través de la enorme cantidad de semen que aún lo inundaba. Bastaron un par de chapoteantes sacudidas para que un nuevo orgasmo tensara el cuerpo de Norma.
El viejo, con una expresión triunfante, sacó los dedos impregnados en semen y los metió en la jadeante boca entreabierta de Norma. Ésta los limpió con su lengua, chupándolos encarecidamente mientras entraban y salían. Finalmente, el viejo sacó los dedos y se limpió los restos en el pelo de Norma, que había vuelto a bajar la cabeza entre lágrimas. El semen que salía a borbotones de su coño y los miles de meados acumulados en el suelo hacía que sus bragas se le adhirieran al suelo por el culo.
-Eres una putilla que ha disfrutado aún más que yo. Casi que me tendrías que pagar tú jajaja.
El anciano se levantó, dio la vuelta y descorrió el pestillo.
-Ya sabes dónde estoy. Hasta la vista… Norma.
Abrió la puerta y salió apoyándose en el bastón con sus renqueantes andares.
-¿Norma?
Una voz demasiado familiar sacó a Norma de su abatido ensimismamiento. Alzó los ojos y vio a través de la puerta abierta a su padre secándose las manos.
-¿PE… PERO QUÉ COÑO HA PASADO?
La imagen de su hija tirada en el suelo de un váter con los pechos al aire, abierta de piernas con semen resbalando por ellas y despeinada con unos chorros de origen sospechoso recorriendo sus cabellos le provocó algo muy próximo al shock.
Norma agachó la cabeza mientras escuchaba la respiración nerviosa de su padre.
Quería morirse.
Quería que la tierra se la tragara.
Quería que aquel viejo volviera a joderla viva.
Norma cerró los ojos mientras escuchaba el canto de los gorriones. La clase que tocaba después de la media hora del almuerzo se había suspendido por enfermedad del profesor, así que una larga hora y media se extendía entre ella y el inicio de la siguiente hora lectiva. La mayoría de sus compañeros de aula había aprovechado para salir del centro (más de uno ya ni volvería) o estaban en la cafetería. Ella se había refugiado en un estrecho pasillo de cemento que quedaba entre la verja del instituto y el salón de actos y por el que nunca pasaba nadie. Sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared de aquel vetusto edificio salpicado de desconchones, intentaba no pensar en nada. Ya hacía días que trataba de rehuir al máximo posible el contacto con sus compañeros y amigos, y allí había dado con el lugar ideal en el que pasar la media hora del almuerzo y los ratos muertos que dejaban las clases. Pegaba el sol, corría un aire agradable y podía estar a solas con sus problemas.
Ya habían pasado 15 días desde el encuentro con aquel viejo en el centro comercial. No entraremos en detalles de cómo de insoportable se había vuelto la vida en casa de sus padres desde ese momento, simplemente anotaremos que los ojos llorosos que su madre le dedicaba acompañados de sepulcrales silencios y la mirada asqueada de su padre cada vez que se cruzaba con una hija a la que ahora consideraba una puta habían minado sobremanera el estado anímico de Norma. Se movía por casa como un alma en pena, intentando pasar el mayor tiempo posible en su habitación y únicamente saliendo para las comidas y para hacer sus necesidades. En la intimidad de su cuarto, se había masturbado docenas de veces rememorando lo acontecido en aquel retrete, pero había conseguido resistir la tentación de volver al centro comercial a la búsqueda de aquel anciano. Fue duro los primeros días, pero ahora ya todo se había convertido en un recuerdo difuso, como de un sueño, que ya no aguijoneaba de manera tan brutal los instintos de Norma. Nunca volvería. Solo quería que su vida recuperara la normalidad anterior a ese fatídico día. Por mucho que ese fatalismo hubiera venido acompañado de un placer sin igual.
-¿Qué haces aquí, Norma?
Una voz la sacó de su ensimismamiento. Levantó a la vista y descubrió a don German dedicándole una sonrisa bonachona. Don German era el profesor de Historia, un tipo grandote, orondo, y con una barba blanca que amarilleaba por años y años de la nicotina de los cigarrillos. Era un hombre simpático y que se esforzaba por enseñar a sus alumnos. A sus 73 años, debería llevar ya jubilado desde hacía tiempo, pero allí seguía por razones que solo él conocía.
-Nada. No tengo clase ahora y simplemente estoy matando aquí el rato – contestó Norma con una voz algo tímida.
-¿No estarías mejor en la cafetería charlando con tus compañeros?
-Tenía ganas de estar sola…
Pasaron un par de minutos de silencio. Norma seguía mirando a Don German desde su posición más baja. No sabía qué más decirle. ¿Por qué no se iba y le dejaba en paz?
– Norma, he notado que últimamente estás como distraída en clase. Estás ausente, como sumida en algún típo de preocupación. ¿Te pasa algo? – preguntó finalmente Don German en tono dulce y conciliador.
-Nada… cosas mías, Don German – contestó Norma bajando la vista al suelo con una vocecilla apenas audible entre los trinos de los gorriones.
– Norma, me preocupas. Estamos a un par de semanas de que finalice el curso. Eres una buena chica y eres lista, pero esta actitud desganada podría afectar a tus nota finales y tus posibilidades universitarias. Estás jugándote ahora tu futuro, hija mía. ¿Tienes problemas en casa o algo?
Las palabras de aquel viejo profesor tocaron una fibra en Norma que ya llevaba días a punto de romperse. Levantó la vista y las lágrimas acudieron a sus ojos mientras un ligero temblor se adueñaba de sus labios.
– Norma, ¿pero qué te pasa? – dijo el profesor agachándose junto a ella y poniéndole su peluda manaza en el hombro.
Norma inclinó la cabeza hacia delante y empezó a sollozar en el hombro de aquel anciano benevolente. La rabia y tristeza acumuladas en las últimas dos semanas salieron como la corriente incontenible que rompe el dique de una presa tras días de furiosas lluvias.
-Tchsssss… tranquila, mi niña, tranquila – intentó consolarla Don German mientras le acariciaba el pelo.
Tras un par de minutos, Norma consiguió serenarse un poco. Levantó la cara de aquel hombro y descubrió el bonachón semblante de su profesor mirándole con cara de preocupación. Una mano seguía acariciándole suavemente el pelo.
-Mira, llevo encima las llaves del salón de actos. Aquí no va a venir nadie. ¿Quieres que entremos, nos sentemos y hablemos tranquilamente? Saca lo que lleves dentro y verás cómo te sientes mucho mejor…
Norma asintió con la cabeza. Respiró profundamente y se levantó. Hablar con aquel hombre bueno le haría bien, eso era indudable..
-Vamos entonces – dijo Don German con su perenne sonrisa de druida protector.
Dieron la vuelta al edificio. La puerta del salón estaba oxidada y no había sido pintada en lustros. Era una edificio en forma de teatro con varias filas de butacas y un escenario en el que supuestamente se debían desarrollar actos culturales que estimularan a los estudiantes. En los 6 años que Norma llevaba en ese centro, solo había entrado allí dos veces, y las dos para que el director del centro les metiera unos discursos moralizantes que se desarrollaban entre las burlas del alumnado.
Don German sacó la llave y abrió la puerta. Un olor a polvo y espacio cerrado les golpeó en la cara.
-Pasa, anda – dijo Don German dedicándole un guiño y cediéndole el paso.
Norma entró. La oscuridad era prácticamente total. El olor a cerrado invadió sus fosas nasales. Aquello olía como el sótano de la vieja casa del pueblo de sus abuelos.
-Cuidado no te choques con algo. Es por aquí – dijo Don German colocando sus manos en la cintura de Norma.
El contacto de esas manos en su cintura sobresaltó a Norma, pero se dejó coger y guiar por ellas sin emitir queja alguna. Pensó que era la simple preocupación de un profesor por la seguridad de su alumna. Sí, simplemente debía ser eso.
Los ojos de Norma empezaron a acostumbrarse a aquella penumbra. Caminaban por el pasillo central, con las filas de butacas ordenadamente dispuestas a ambos lados.
-Vamos al fondo, a la primera fila. Allí estaremos mejor – dijo susrrante la voz de Don Manuel.
Norma no entendió por qué no podían sentarse en cualquiera de las butacas que ya tenían a sus lados, pero se dejó seguir guiando por aquellas manos que parecían asir cada vez con más fuerza su cintura.
Conforme se acercaban al escenario, algo que parecía una figura humana empezó a tomar forma. Norma tomó el fenómeno en un principio por un especie de espejismo provocado por la escasa adaptación de sus ojos a aquella penumbra, pero la figura se hacía cada vez más perceptible a medida que se aproximaban.
-Oiga, Don Manuel, creo que allí hay alguien – dijo Norma con un pequeño dejo de temor en su entonación.
-Tranquila, solo es un amigo – le susurró el viejo profesor mientras su manos incrementaban aún más la presión en la cintura de Norma y su cara frotaba aquel pelo juvenil de frutal aroma.
¿Un amigo? ¿Qué coño era aquello? ¿No se suponía que simplemente iban a tener una charla profesor-alumna? Un sentimiento de terror empezó a formarse en el estómago de Norma. La incredulidad ante el hecho de que el profesor más querido del centro pudiera estar jugándole algún tipo de mala pasada fue lo único que impidió que intentara soltarse de aquellas manos que la apresaban y salir corriendo.
-Don Manuel, pero… – masculló Norma con las palabras atascándose en su garganta por algo que empezaba a parecerse a una aterrada sospecha.
-Solo quiero presentarte a un amigo, solo eso…
Norma empezó a intentar detenerse, pero el corpachón de Don German la empujaba hacia delante. La figura empezó a tomar forma definida: encorvado y flaco, una gorra a cuadros sobre la cabeza, un traje de pana marrón desgastadísimo, el brillo de los enormes cristales de unas gafas, el bastón entre las manos. Un escalofrío demoledor recorrió a Norma de arriba a abajo.
-Hola, Norma. ¿Te acuerdas de mí?
Aquella voz cascada y aguda retumbó en los oídos de Norma como una explosión nuclear. Un mareo volteó su cabeza, y probablemente se hubiera desplomado sobre el suelo de no ser por las manos del profesor que la asían fuertemente. “No puede ser, no puede ser….” se repetía Norma una y otra vez. No quería mirar al frente. No era posible. Se había quedado dormida arrullada por el canto de los pájaros y estaba teniendo una pesadilla. Tenía que ser eso.
Norma cerró los ojos con fuerza y los abrió violentamente en un vano intento por despertar de aquel supuesto sueño. Sus ojos se encontraron con el sucio suelo del salón de actos. Aquellas manos seguían agarrándola mientras notaba un bulto haciendo movimientos circulares en torno a su culo.
-Es una pesadilla, es una pesadilla, es una pesadilla… – susurraba Norma en un estado casi catatónico.
Unos pasos empezaron a resonar frente a ella. Tras unos segundos, unos desgastados mocasines se situaron en el campo de visión que le brindaba su cabeza gacha. Noto como una garra de ave rapaz le cogía suavemente la barbilla y le levantaba la cabeza. La vetusta cara de sádica sonrisa del viejo del centro comercial apareció con todo su esplendor ante sus ojos.
-Eres aún más guapa de lo que recordaba, cariño…
La perfecta carita ovalada de Norma era el marco perfecto para una boquita pequeña pero de labios carnosos, una naricita graciosamente respingona y unos ojazos color miel que en ese momento se empezaban a inundar de lágrimas. Una melena rizada de color castaño era el remate perfecto de aquel conjunto. Norma era una auténtica preciosidad, ciertamente.
-Llevaba días esperándote en el centro comercial, cielo. Me tenías preocupado… – Dijo el anciano con toda la melosidad que le permitían sus ajadas cuerdas vocales.
-¿Qué… qué esto? – dijo Norma con un hilo de voz apenas audible.
– Bernardo y yo somos amigos desde hace más de 40 años, Norma, y el otro día me contó algo muy interesante… – irrumpió Don German apretando más el cuerpo de Norma contra su entrepierna – Al principio creía que se lo estaba inventando y simplemente me estaba tomando el pelo, pero cuando dijo el nombre y escuché la detallada descripción física, supe que esa zorrita que la que estaba hablando era una de mis alumnas: tú.
La mirada del viejo seguía clavada en los ojos llorosos de Norma mientras su pulgar acariciaba aquel divino mentón. Bernardo, ese era su nombre. Un nombre de viejo depravado para un viejo depravado. Norma seguía inmersa en su remota fantasía de que todo fuera una pesadilla.
-¿Te parece bonito haberme dado plantón todos estos días? ¿Así me agradeces todo el placer que te di, putita desagradecida? – dijo el viejo aumentando la presión sobre los mofletes de Norma.
-Pog favog… me quiego ig… – dijo Norma intentando hablar a través las lágirmas y la presión de aquella huesuda mano de momia.
Norma notó como las manos de Don German levantaban su top y dejaban su sujetador al descubierto. Un fuerte tirón en las copas fue suficiente para romper los tirantes. El viejo profesor empezó a amasar aquellas tetas ya liberadas de su prisión mientras seguía restregando la polla en el culo de su alumna. Norma quería gritar, pero la presión del viejo en los laterales de su cara hizo que lo único que saliera de su boca fuera una especie de trino.
-La hostia – dijo Don German maravillado ante la textura de aquellos preciosos frutos que recorría con sus manos.
-Te lo dije. Las más bonitas que he visto en mis 87 años – replicó el anciano.
La cifra de 87 años rebotó en el cerebro de Norma. Rompió aquella idea de “setenta y tantos”que se había formado en su cabeza durante el primer encuentro con aquella especie de vampiro sexual. Un tipo casi centenario se la había follado. Aquello lo hacía todo aún más grotesco.
-Siempre en clase con esos tops y esas camisetas ajustadas apretándote las tetas – empezó a susurrar Don German con la cara enterrada en el pelo de Norma – y seguro que eras consciente de lo cachondo que me ponías. ¿Sabes cuántas veces me la he cascado pensando en ti?
Las manos de Don German pellizcaron los rosados pezones de Norma. Ésta cerró los ojos y tensó el cuerpo ante el chispazo eléctrico que recorrió su cuerpo.
-Joder, si se te han puesto durísimos con solo tocarlos – dijo Don German mientras seguía retorciendo aquellos pezones que habían adquirido la consistencia de dos pequeñas tuercas de metal.
-Y eso no es nada, German. Mira esto…
El viejo introdujo su mano derecha bajo la minifalda de Norma mientras con la izquierda seguía sujetándole firmemente la cara.
-No… pog favog… – imploró Norma totalmente rota en sollozos.
La sonrisa de Bernardo se amplió hasta límites insospechados, parecía apunto de salirse de los límites laterales de esa cara. La mano apartó a un lado con un movimiento brusco las bragas de Norma y el dedo índice empezó a acariciar unos labios vaginales totalmente húmedos. Norma emitió un gemido involuntario. Dos dedos irrumpieron en el interior de su coño y comenzaron un baile entre todos aquellos jugos. Apenas 4 sacudidas bastaron para que un orgasmo recorriera la espalda de Norma y sus sollozos se convirtieran en jadeos de placer.
-Increíble, ¿eh? Jajaja – dijo el anciano mientras enseñaba su mano totalmente mojada a su amigo profesor, cuyos cara asomaba por encima del pelo de Norma.
Las piernas de Norma se doblaron hacia dentro mientras pequeños temblores aún las recorrían. Solo el hecho de que las manos de Don German la sujetaran por las tetas impedíeron que hubiera caído derrumbada como un saco de patatas en el suelo. Sus ojos estaban perdidos en un vacío de vergüenza y lujuria.
El viejo se sentó lentamente en una de las butacas y cruzó las piernas.
-Ahora voy a dedicarme a mirar un rato – dijo alegremente.
Don German giró el cuerpo sin voluntad de Norma y la puso cara a él. Sus manos agarraron con avaricia aquel tierno culo de 18 años. Empezó a lamer la cara de Norma, que parecía no haber vuelto aún en sí. La lengua del viejo comenzó a recorrer aquellos labios frescos como rosas. No parecía haber reacción alguna en ellos, hasta que la vida pareció volver de nuevo al cuerpo de Norma y su pequeña boca empezó a abrirse. La lengua de Don German irrumpió en ella como un toro en el ruedo y empezó a saborear todo el frescor de aquella boca juvenil. Norma notó como un sabor a tabaco picado y brandy barato saturaba sus papilas. Pelos de la amarillenta barba de Don German también se colaban en la fiesta. Casi inconscientemente, la lengua de Norma empezó a moverse y a bailar con aquella decrépita invasora. Su cuerpo recuperó la tensión y sus manos cogieron la cabeza de su viejo profesor para disfrutar de todo aquel trasvase da saliva.
-Ahora sí que se ha puesto en marcha, German. Empieza haciéndose la estrecha, pero es más puta que las gallinas jajaja – estalló el viejo Bernardo en carcajadas.
Don German sacó la lengua de aquella maravillosa boca que sabía a fruta veraniega. Un grueso hilo de babas quedó como un puente colgante comunicando los labios de ambos. El pulgar del viejo profesor empezó a acariciar los labios de Norma, cuyos ojos aún no parecían haber recuperado el sentido de la realidad. La sonrisa bonachona seguía presente en la cara de Don Manuel. Era increíble cómo algunas personas podían conservar su beatífico aspecto aún cometiendo las más profundas depravaciones.
-¿Vas dejar que te folle esta carita preciosa? – dijo Don German acariciando aún los labios de Norma con su pulgar.
Norma, derrotada sin remedio, empezó a lamer aquel pulgar acariciante. El “sí” más atronador no hubiera sido mejor respuesta que esa. Casi inconscientemente, se arrodilló y se encontró con la bragueta de unos pantalones de pinzas ante sus ojos. Maquinalmente, casi como una zombie, desabrochó aquellos pantalones, que cayeron a los tobillos del viejo profesor víctimas de la gravedad. Acto seguido, retiró los calzoncillos y una enorme polla de ceniciento capullo surgió ante sus ojos. Un matorral de espeso pelo blanco rodeaba aquel vetusto falo como una corona real. La prominente barriga caía sobre buena parte de la base de la polla. Lo decadente del panorama hundió el ánimo de Norma, pero antes de que cualquier duda pudiera tomar forma, la manaza de Don German se posó sobre la cabeza de Norma y el profesor empezó a a restregar aquel macilento glande en la cara de ésta. Un olor acre a orina rancia invadió la nariz de Norma, pero el asco, en lugar de hundirla definitivamente, tuvo el efecto de reactivar el deseo. Tímidamente, empezó a recorrer con su lengua aquella polla de sabor contundente. Los jadeos del profesor le confirmaron que estaba haciendo un buen trabajo. Rodeó varias veces el glande con su lengua para, finalmente, meterse aquel rabo en la boca. Levantó la vista y vio el rostro extasiado de su maestro de historia. Las manos del viejo profesor asieron con fuerza los lados de la cabeza de Norma y empezó a dar vigorosos golpes de pelvis. Norma notaba como aquella polla golpeaba con fuerza el fondo de su garganta y se retiraba, solo para coger fuerzas de cara a un embate mayor. Su cara chocaba con aquella barriga flácida cada que Don German metía su polla hasta el fondo de aquella maravillosa boca. Norma intentaba reprimir las naúseas. El aire empezaba a faltarle. Una sensación de mareo comenzó a invadirle. Pero sus bragas, totalmente empapadas, parecían querer decirle que todo era maravilloso. Tras un par de minutos de frenéticas embestidas contra aquella preciosa cara, la polla de Don German se quedó detenida en el fondo de la garganta de Norma, adquirió una dureza increíble y un chorro infinito de semen surgió de él. Norma sintió como su garganta se inundaba. Empezó a sentir una angustia terrible. El semen tomó el camino de sus fosas nasales. Se ahogaba. Finalmente, Don German sacó la polla y Norma se apoyó con las manos en el suelo entre toses y arcadas. Montones de babas y semen empezaron a caer de su boca sobre el suelo. Le salía semen de la nariz como si de mocos se tratase.
Don German se derrumbó exhausto sobre una de las butacas con los pantalones aún bajados y su rabo brillante de fluidos al aire.
-Me cago en la puta… – dijo entre jadeos.
-Creía que tenías más aguante, German jajajaja – dijo el viejo, divertidísimo ante el espectáculo de que acababa de disfrutar.
Norma continuaba a cuatro patas en el suelo, tosiendo, vomitando e intentando atrapar un aire que parecía negarse a penetrar en sus pulmones. El viejo Bernardo se levantó de su butaca, se arodilló torpemente frente a ella y le levantó la cara. Llena de babas y semen, con leche saliéndole por la nariz y los ojos anegados en lágrimas, al viejo le pareció que estaba más guapa que nunca.
-Eres una criatura perfecta, es imposible estropearte… – dijo dulcemente mientras acariciaba la mejilla de Norma.
El viejo introdujo tres dedos en aquella boquita jadeante. Norma empezó a rodearlos con su lengua.
-Quieres más, ¿eh, cielo? – dijo el viejo con su desdentada sonrisa desbocada.
Norma asintió débilmente con la cabeza mientras seguía saboreando el sabor rancio de aquellos cadavéricos dedos Cualquier resto de cordura e instinto de supervivencia habían desparecido de su cerebro. Solo quería que se la follaran de la forma más sucia posible.
– German, follátela a cuatro patas – dijo el viejo con un tono de autoridad impresionante.
-No me jodas Bernardo. Que me va a dar un infarto. Déjame descansar un poco…
-Te estás follando a esta maravilla gracias a mí y vas a hacer lo que te pida. Así que empieza a follártela ya.
-Joder…
Don German se levantó tambaleante. Bastó la visión de la cara de Norma en éxtasis chupando los dedos de su amigo para que una nueva erección se apoderara de su polla. Aquello no iba a ser tan difícil como había pensado. Se colocó detrás de Norma, le subió la minifalda y un culo perfectamente redondo y respingón apareció ante sus ojos.
-Madre mía. Esta cría los tiene todo como si lo hubiera cincelado un Bernini salido… – dijo el viejo profesor ante la nueva maravilla que había descubierto.
Arrancó las bragas y sumergió su barbuda barba entre aquellos maravillosos glúteos. Empezó a recorrer con su lengua todo el camino que iba del coño al ano de su alumna. El cuerpo de Norma se estremeció y sus ojos se pusieron en blanco.
-Esta putilla acaba de tener otro orgasmo, German – se regocijó el Bernardo mientras seguía follando la boca de Norma con sus dedos.
La barba de Don German emergió del culo de Norma totalmente empapada de jugos vaginales. Sin pensarlos dos veces, introdujo su polla en el coño, que resbaló al interior con toda la comodidad que proporcionaba aquella maravillosa lubricación. Empezó a embestir salvajemente. Norma sentía los impactos de aquella polla en sus entrañas y cómo la tripa del viejo profesor golpeaban sus nalgas en cada embate. Sus maravillosas tetas se balanceaban como el más bello columpio que había visto la Creación. El cuerpo de Norma volvió a tensarse y el viejo sacó los dedos de su boca para que pudieran escuchar aquel gemido de placer en todo su esplendor. Un orgasmo brutal recorrió la espalda de Norma y un “aaaaaah” repleto de lujuria rebotó por las paredes de ese teatro. Aprovechando ese grito, Bernardo se sacó la polla y la introdujo de un golpe seco en la boca de Norma y empezóa embestir contra su garganta. Norma pareció recobrar algo la conciencia ante este hecho inesperado e intentó revolverse, pero por delante y por detrás la asían fuertemente dos carcamales que no la dejarían escapar. Dos pollas que sumaban 160 años estaban profanando hasta el límite aquel cuerpo de 18.
Asfixiándose por aquella polla que golpeaba su garganta, Norma sintió como Don German aceleraba el ritmo de sus embestidas para, finalmente, notar como su semen inundaba sus entrañas. Dos embestidas más que chapotearon en se mar de semen y jugos vaginales garantizaron que no se desperdiciara ni una gota. Mientras Don German le sacaba la polla al borde de un infarto, el viejo Bernardo sacó la suya de la boca de Norma. Ésta volvió a sumergirse en una vorágine de arcadas y toses. Creyó que todo había acabado, pero entonces notó algo intentando penetrar su ano.
-¡No, eso no, por favor! – gritó aterrorizada mientras giraba la cabeza.
Pudo ver al viejo con la expresión más sádica que había mostrado hasta el momento (que ya era mucho decir) detrás de su culo, y antes de que pudiera volver a implorar clemencia, un dolor descomunal pareció rajarle desde el coxis hasta la nuca. Notó como aquella polla entraba y salía de su recto mientras la sensación de dolor aumentaba. Empezó a llorar como nunca lo había hecho desde pequeña. Hundió su cabeza entre los brazos mientras el viejo del centro comercial reventaba aquel culo maravilloso. Un chispa eléctrica empezó a recorrer a columna vertebral de Norma a la par que el dolor. Conocía esa sensación, y empezó a odiarse a sí misma. Era el placer de sentirse sodomizada por un viejo de 87 años. Los sollozos de Norma se redoblaron ante tal certeza. El viejo se corrió en su interior con un último embate prodigioso. Cogió a Norma por el pelo y levantó la cabeza para ver su expresión ante el orgasmo anal que sabía le acababa de propocionar. Norma tenía los ojos en blanco y gemido jadeante escapaba de sus labios. Soltó la cabeza de Norma, que se derrumbó sobre sus brazos en el suelo, sacó la polla llena de semen y mierda de aquel culo inmaculado hasta ese momento y se la limpió con la falda que caía sobre las caderas de Norma.
El viejo se levantó a la escasa velocidad que le permitían sus rodillas, se subió los pantalones y se apoyó en su bastón. Echó a una mirada al cuerpo jadeante que aún temblaba entre espasmos en el suelo.
-Bueno, Norma. Espero que seas obediente y no tenga que volver a buscarte.- dijo con su voz de cuervo antropomórfico. Enfiló el pasillo hacia la salida y desapareció tras la puerta.
Norma se quedó tirada en el suelo, con la minifalda levantada sobre las caderas y el top subido hasta el cuello con las tetas al aire. Cantidades ingentes de semen no dejaban de brotar de su culo y coño. Su cara yacía de lado en el suelo, con el pelo alborotado y pegado en distintas partes de su cara por el semen y las babas.
– Norma, si dices algo de esto, nos vamos a ver metidos en un buen lío los dos.
Don German estaba sentado en una butaca, intentando recuperar el aliento. Seguía con los pantalones bajados y la polla, esta vez ya flácida, al aire. Su voz salía entrecortada entre jadeos. Tenía la sensación de estar a punto de sufrir un infarto.
-Joder. En qué líos me meto por pensar con la polla – dijo finalmente hundiendo su cara entre las manos.
Norma yacía todavía en el suelo. Las lágrimas seguían saliendo de sus ojos. Pequeñas descargas aún recorrían su cuerpo. Se sentía sucia. Se sentía humillada.
Tenía la esperanza de despertar y que todo hubiera sido un sueño.
Tenía la esperanza de morir en ese mismo momento.
Tenía la esperanza de que Don German decidiera follarse de nuevo su cuerpo sin voluntad antes de marcharse.
Tenía la certeza de que volvería a ese centro comercial.




