Cogida por extraño de gran verga que conocí en el autobús

Cogida por extraño de gran verga que conocí en el autobús

Cogida por extraño de gran verga

Hola, me llamo Sandra, tengo 18 años, soy delgadita, mido 1.58 m de altura, tez clara, tengo el cabello negro, ondulado y largo.

Como vivo en una colonia de difícil acceso en las afueras de la ciudad de México, los pocos camiones que llegan a mi colonia, suelen venir bien llenos y muy apretados.

Desde hace tiempo cada vez que regresaba de la escuela a la hora pico, solía coincidir en el camión con un tipo como de unos 35 años, cuerpo regular, ni feo ni guapo y como de 1.70 m de altura. Era muy incomodo para mí porque desde que entré al bachillerato y empecé a coincidir con él, podía sentir su mirada lujuriosa sobre mí y cada que podía pegaba su cuerpo con el mío, aprovechando lo apretado del camión.

Hace dos meses cumplí los 18 años, y una semana después, en un día de esos soleados, muy raros para la época del año, me fui a la escuela vestida con una faldita roja y corta, con mucho vuelo que parecía de porrista, también me puse una playera muy pegada que resaltaba mi delgada figura y sobretodo mis casi pequeños pechos, además para sentirme más fresca me puse una tanguita amarilla muy sexy. Mi verdadera intención era la de demostrarle a mi ex, quien recién me había cambiado por otra, que yo era más bonita y sexy que su actual novia.

Ese día los hombres no dejaron de mirarme y de chulearme tanto en la calle como en la escuela, en eso también incluyo a mi ex novio y a su novia quienes no dejaron de verme durante el día y al parecer ella tuvo un arranque de celos al ver a su novio babeando cada vez que volteaba a verme.

Yo salí de la escuela muy contenta al lograr mi propósito, era un gran triunfo sobre esa tonta, roba novios. Me sentía tan bien que incluso el tener que subir al camión lleno y apretado no me bajó el ánimo.

El camión como siempre se llenó, así que me tuve que venir parada y apretada. Había tres filas de los pasajeros parados, las dos filas pegadas a los asientos y una tercera fila por medio. Yo me quedé en la fila pegada a los asientos del lado de las puertas.

Es normal que la gente de en medio te pase a tocar, a rosar o incluso a empujar de forma accidental, pero ese día en particular sentí que el contacto hacia mí era más intenso de lo acostumbrado, incluso sentí el toqueteo de las manos sobre la parte posterior de mis piernas cuando se recorrían los hombres que iban en medio, y claro que no faltó el tipo que al recorrerse pasara a restregarme su paquete en mi trasero.

Era claro que eso me estaba pasando por venir vestida con una faldita muy corta y sexy, pero por ésta vez decidí aguantarme y no enojarme, incluso me entró la curiosidad por saber hasta donde los hombres son capaces de llegar al encontrarse con una chica vestida muy coqueta.

De pronto sentí como el hombre que estaba detrás de mí pegó tanto su cuerpo en mi trasero que pude sentir su miembro viril. Pensé que se quitaría en un ratito pero como ya estábamos bien apretados, el hombre aprovechó y se quedó pegado en mi trasero. Por un momento quise moverme o voltearme para reclamarle pero la verdad es que el camión estaba tan lleno que no había chance ni de moverse.

Poco a poco empecé a notar que el miembro viril de aquel hombre se ponía duro y erecto, lo sentía tan claro que hasta pude notar que era grueso y muy grande. Lo que pasó es que aquel hombre venía vestido con una bermuda de tela delgada y creo que no se puso calzón, y con eso de que mi faldita también era de tela delgada, no hubo mucha barrera entre él y yo, que pude sentir claramente la forma de su pene, supongo que igual él habrá sentido la de mis nalguitas pues se sentía como si no estuvieramos vestidos, incluso llegué a pensar que tal vez yo tenía la falda levantada y más por el calorcito que se generaba entre su cuerpo y el mío.

Como todavía yo conservaba la alegría por mi logro sobre mi ex y su novia, y por la excitación que empezaba a provocarme al sentir un enorme pene en mi trasero, decidí no hacer nada y dejarlo pegado a mí, total, nada más podría pasar.

Yo creo que el hombre se dio cuenta porque como pudo, metió su mano en su bermuda y se acomodó su pene, al principio lo tenía de lado y cuando volvió a pegármelo ya lo tenía mirando hacia arriba. Eso hizo que su tronco se hundiera en la línea de entre mis nalgas. Por un momento quise moverme y quitarme, pero lo cierto es que ya me tenía arrinconada contra el asiento y como se sentía bien rico dejé que siguiera.

Al ver que yo no hacía nada por impedir su acoso, el hombre empezó a moverse discretamente para frotar su pene en mi trasero y masturbarse conmigo, incluso poco después me tomó con sus manos en mi cadera, y al ver mi pasividad, bajó su mano derecha para acariciar la parte frontal de mi pierna, poco a poco la fue subiendo por debajo de mi falda hasta donde pudo, pues como yo estaba recargada de frente sobre el asiento no tuvo forma de llegar más adentro.

Luego su mano desvió su camino hacia mi cadera pero ya por debajo de mi faldita, intentó subir pero su propio cuerpo pegado al mío y el de la chava que estaba a mi derecha le impidieron seguir, entonces optó por volver a bajar y meter su mano por atrás de mí, justo debajo de mi entre pierna, llegando directamente a la entrada de mi vagina. En ese momento, al sentir su mano hurgándome, solté un suspiro que traté de disimular e inconscientemente abrí un poco mis piernas para facilitarle las cosas.

Yo estaba ya muy excitada y mojada que me costaba trabajo callar mis gemido cada vez que él me sobaba mi vagina y me abría mis nalgas con el tronco de su pene erecto. Realmente su pene parecía estallar de lo grande que estaba y yo a punto de tener un orgasmo, y más cuando aquel hombre hizo a un lado mi tanga y recorrió mi rajita tratando de encontrar la entrada de mi vagina para meterme su dedo.

No tardó mucho en localizar mi entradita y meter una parte de su dedo, yo creo como una tercera parte, luego lo sacó y lo volvió a meter. Eso lo hizo como unas cinco veces, pero afortunadamente o desafortunadamente, el camión llegó a una estacón en donde se baja mucha gente y aquel hombre tuvo que moverse para dejar pasar a los que querían bajar, al mismo tiempo la chica de a lado se movió, y por el temor que yo sentía de que aquel hombre se me volviera a acercar ahora que ya no había mucha gente, decidí bajarme aunque faltaba todavía mucho para llegar a mi destino.

Cuando logré bajarme, lo primero que hice fue buscar un taxi, pero en esa zona hay muy poco transporte que los taxis que pasaban iban todos lleno. Además me asusté porque de reojo pude ver que aquel hombre también se había bajado del camión y caminaba hacia mí, yo por el miedo empecé a caminar con paso apurado para dejarlo atrás.

Ese fue mi error porque entre más me alejaba de la estación de autobús, más solitarias se volvían las calles, hasta que solo quedamos él y yo y alguno que otro carro que pasaba. Casi corriendo él me dio alcance y me dijo:

­- ¡Ey espera, no tengas miedo!

Yo traté de ignorarlo pero él se puso en frente de mí impidiéndome el paso, entonces me dijo:

– Espera, no te voy a hacer nada… sé que aquí no es donde siempre te bajas del camión y que te bajaste por lo que estábamos haciendo, pero no era necesario, además yo sé que lo estabas disfrutando tanto como yo.

Al mirarlo me di cuenta que se trataba del hombre que frecuentemente coincidía conmigo en el camión. Entonces traté de despistarlo y le dije:

– Es que aquí vive una tía y voy a visitarla.

– ¿En serio? ¡Vamos! yo sé que no es cierto… mira, yo me llamo Eduardo y lo único que quiero es conocerte… ¿Cómo te llamas?

– Sandra  pero ya tengo que irme.

– Es peligroso que andes solita por aquí, así que déjame acompañarte y así sirve que nos conocemos mejor.

En ese momento caí en cuenta de lo solitario de las calles y me empezó a dar miedo y más por la forma en que yo iba vestida, por esa razón dejé que me acompañara.

Calladitos, nos dirigíamos hacia la siguiente estación de autobús para tomar de nuevo el camión pero pasamos por una calle cerrada, entonces él me tomó de la mano y me dijo que platicáramos un ratito en unos escalones de una tienda cerrada, pensé en negarme pero me daba miedo que por enojo me dejara solita en esa zona, así que accedí.

Yo me senté pensando que él también lo haría pero se quedó parado en frente de mí. No pude evitar que aquel hombre tuviera una buena vista de mi cuerpo, a pesar de que yo intentaba cerrar las piernas, pero mi faldita era tan corta que no lograba taparme bien, entonces Eduardo con voz excitada me dijo:

– Qué rica te ves con esa faldita roja y esa tanguita amarilla… siempre te he visto muy sexy cuando te encontraba en el camión pero hoy estás más sabrosa que nunca.

– Mmmmm… Gracias- le contesté con algo de vergüenza.

– ¡Es en serio! A pesar de que estás muy delgadita, tienes unas nalguitas bien paraditas y sabrosas… yo estaba a punto de venirme en el camión cuando me apretabas mi verga con tus nalgas.

– Mmmmm… ¡Por favor, no quiero hablar de eso!

– ¿Por qué no? Sí lo estábamos pasando muy rico… incluso ahorita que te miro muy bonita y con esas piernas delgadas y esa tanguita amarilla, haces que se me vuelva a parar la verga… ¡Mira!

Sin ningún pudor se llevó las manos hacia su bermuda e hizo que se le marcara su pene. Era cierto, ya lo tenía muy erecto, y no sé por qué pero eso me hizo olvidarme del miedo por estar con él en un lugar muy solitario y empecé a excitarme.

Entonces me tomó de las manos, haciendo que me parara y me llevó más adentro de la calle en donde había una caja de camión de volteo abandonada, ahí nos fuimos detrás de la caja en donde nadie nos veía y me dijo:

– Quiero que veas que tan parada tengo mi verga por tu culpa.

Sin titubear, se bajó su bermuda, ahí comprobé que no traía calzón y además pude ver su enorme pene casi totalmente erecto, grueso y amenazante para mí, yo creo le medía como unos 23 cm de largo y era casi tan grueso como mi brazo. Literalmente quedé con la boca abierta, un escalofrío recorrió mi cuerpo y un nerviosismo me hizo perder el control de mí misma.

Sin decir nada, él se abalanzó hacia mí, me abrazó, me recargó en la caja abandonada y con lujuria me empezó a besar en la boca. Sutilmente él se agachaba un poco para que yo sintiera su pene tocar mis piernas y meterse entre ellas, e incluso levantó mi falda para que su enorme verga lograra sobar por encima de mi tanga, mi concha y mi muy estrecha vagina. El sentir su liquido pre seminal embarrarse en mis piernas y la dureza y longitud de su pene invadir mi intimidad hicieron que me pusiera a mil.

Mientras tanto yo le correspondía sus besos y cada vez que podía, yo misma apretaba mis piernas para atrapar su pene entre ellas y sentirlo mejor, lo cual era muy fácil ya que por lo flaquita que soy y lo grande de su verga, yo creo que fácilmente él podría tocar con la punta de su pene la caja que estaba tras de mí.

Yo estaba ya muy caliente pues él se dedicaba a besarme, agarrarme los pechos y me abría las nalgas con sus manos, y la sensación de tener su enorme pene entre mis piernas y mi rajita me excitaba como nunca. De pronto se detuvo y me dijo:

– Mámame la verga.

Yo sin dudar y sin decir nada lo obedecí, me agaché y la tomé con mis dos manos y me la llevé a la boca, en verdad que era muy grande para mí pues me dolía la mandibula al abrir tanto la boca, y me decía a mí misma que era imposible que esa verga lograra entrar en cualquiera de mis hoyitos, por eso traté de masturbarlo lo mejor que pude para que se viniera y no tratara de penetrarme, sobretodo porque antes de ese día yo solo había sido penetrada por un tío mío que me cogió tres veces, ni siquiera mi novio pudo hacerlo ya que por mis complejos, no lo dejé, y esa fue la causa por la que me terminó. Bueno, regresando a aquel día…

– ¡Uy putita, lo haces muy bien! -me decía Eduardo entre gemidos.

Cuando pensé que ya se vendría, él se apartó y me dijo:

– Ya quiero cogerte mi amor.

Yo me asusté mucho, solo de imaginar esa enorme verga tratando de penetrar mi estrecha vagina y además yo tan inexperta, me dio mucho miedo. Entonces le dije con voz nerviosa:

– Si quieres te la sigo mamando hasta que te vengas, pero no me penetres, es que ni siquiera te conozco y además la tienes muy grande que no me va a entrar.

– No te preocupes, ahorita la hago entrar… Y para coger no es necesario que nos conozcamos muy bien.

– Lo siento, pero mejor me voy.

Hice el intento por irme pero él me atrapó dejándome entre sus brazos recargados en la caja y con tono amenazador me dijo:

– Mira putita, solo tienes dos opciones, o te dejas por las buenas y cooperas o te la meto a la fuerza y ahí sí que te va a doler mucho… Aquí estamos solos y no hay nadie que te ayude, ni donde puedas escapar… Entonces, ¿quieres que te la meta a la fuerza?

Resignada, con miedo y todavía algo excitada, le dije con voz nerviosa que no, que por la fuerza no.

Con todo el control ya sobre mí, primero me dio un beso y su lengua se metió casi hasta mi garganta y antes de separarse me mordió el labio inferior, luego sujetándome de la cadera, me dio vuelta, haciendo que las palmas de mis manos se recargaran en la caja, hizo que yo inclinara mucho mi cintura para que mis nalguitas quedaran bien paraditas. Separó un poco mis delgadas piernas, levantó mi faldita y me bajó la tanga, mientras hacía eso me decía lo rica que yo estaba y que desde hace tiempo me traía ganas y que por fin hoy se le iba a hacer meterme la verga.

Con sus manos abrió mi rajita y buscó mi entradita, luego le escupió tres veces, lo mismo hizo con una de sus manos para después embarrar su saliva en su pene. Yo estaba temblando de miedo, de nerviosismo y a la vez ansiosa por ya ser penetrada. Era una sensación increíble, me sentía como una presa condenada a ser fusilada, pero en lugar de balas, era una enorme verga la que perforaría mi frágil cuerpo.

A la vez estaba muy ansiosa, porque después de lo de mi tío, yo me había negado a tener sexo con otros hombres, pero ese día, uno había logrado acorralarme y evitar que yo me negara.

Cuando sentí la cabezota de su pene en mi entradita, solo cerré los ojos y apreté mis manos para aguantar el dolor que me esperaba. Eduardo hizo el primer intento por meterme su cabeza pero no pudo, entonces volvió a escupirme la entradita e hizo un nuevo intento. Yo sentí abrirse un poco más mi vagina pero no lo suficiente para penetrarme.

Nuevamente me echó más saliva y me volvió a poner su cabeza en mi entrada, otra vez sentí que logró abrirme un poco más, entonces y sin quitarme su verga de mi entradita, me tomó con sus manos de la cadera y me empujó con fuerza su verga hacia dentro. Yo pegué un grito de «Ay» al sentir algo de dolor y sentirme muy abierta pues ya había logrado meterme su cabeza.

Trató de penetrarme más pero yo estaba muy apretada y su pene no avanzaba más, yo gemía de dolor tras cada intento pero eso a él no le importó y siguió, parecía obsesionado por penetrarme y nada lo detendría.

Al darse cuenta que no lograba clavármela más a dentro, sacó su verga y le embarró más saliva y volvió a insertarme su cabeza, eso lo repitió tres veces más hasta que la cabeza me entró con cierta facilidad, tanto que lo empezaba a disfrutar y una descarga de mis jugos hicieron que me lubricara mejor.

Al hacer otro intento por penetrarme más a fondo, empujó con fuerza y yo pegué un grito de dolor y empecé a llorar, es que había logrado meterme más su pene y me dolía demasiado, entonces me dijo:

– Ya viste putita, ya pude meterte una tercera parte de mi verga, ¿y sabes qué? me la aprietas bien rico.

Realmente coincidí con su comentario porque me sentía tan abierta y tan apretada que imaginé que incluso para sacarme la verga de dentro de mí sería muy difícil, me sentía como una perrita que se queda pegada a su macho al atorarse la verga dentro de ella. Esa sensación y esos pensamientos hicieron que a pesar del dolor que sentía, tuviera otra descarga de mis jugos vaginales, lo cual le permitieron a mi macho penetrarme un poco más.

– ¡Uy putita! ¿no que no? ya tienes un poco más de la mitad de mi verga dentro de ti. -me dijo de una forma burlona.

Yo seguía llorando pero dentro de mi vagina tenía espasmos involuntarios como si quisiera succionar aún más adentro esa vergota que me penetraba con un dolor que cada vez crecía más y más y sobre todo al sentir el mete y saca que Eduardo me empezaba a dar. Con cada metida yo pegaba un grito que parecía excitarlo más pues más duro me daba.

A pesar del dolor yo sentía cierto placer masoquista que me hizo tener un primer orgasmo.

– Eso putita, disfruta mi verga, demuéstrame que a pesar de tu cuerpecito que parece de niña, eres tan mujer para aguantar mi verga. -me dijo al darse cuenta de mi orgasmo.

Poco a poco la excitación le fue ganando al dolor que empecé a gemir fuertemente de placer al tener otro orgasmo.

Al poco ratito, sentí dentro de mí los espasmos de la enorme verga invasora cuando descargaba su semen en mi interior, acompañado por gemidos del hombre que me hacía suya en aquella solitaria calle.

Por un momento nos quedamos sin movernos, tratando de recuperarnos y con su verga todavía insertada en mí. Después de un minuto me sacó su pene y se puso la bermuda, mientras tanto yo bien abierta y adolorida busqué un pañuelo para limpiar los jugos y el semen que salía de mi vagina y recorría mis piernas.

Muy satisfecho y contento, Eduardo me dijo:

– No puedes decirme que no te gusto pues yo sentí como lo disfrutaste, ¿verdad que sí te gustó?

– Sí pero… eyaculaste dentro de mí. -le dije muy preocupada.

– Es que estás tan sabrosa que me ganó la emoción, pero no te preocupes, ahorita pasamos a la farmacia para comprar unas pastillas que eviten el embarazo.

– Esta bien, ojalá y funcionen.

En eso busqué mi tanga para ponérmela pero estaba en el suelo ya bien sucia pues la habíamos pisado mientras cogíamos, solo la levanté y la guardé en mi bolso.

Yo me sentía muy insegura al no tener mi tanga puesta, sobre todo cuando subimos las escaleras del camión pues con la faldita corta que tenía puesta, era posible que los chicos que estaban detrás de mí y de Eduardo pudieran verme, además de que yo sentía que seguían escurriendo líquidos de mi vagina y el olor a sexo era muy fuerte.

Aunque el camión ya no venía tan lleno, no alcanzamos asientos y Eduardo me abrazaba y me besaba como si fuéramos novios. Se bajó conmigo para acompañarme a la farmacia y comprar las pastillas, luego se fue caminando porque su casa esta como a cinco cuadras de la mía.

Antes de despedirse me invitó a su casa, me dijo que vivía solo porque hace un año se había divorciado, y que cuando yo tuviera ganas de volver a coger y pasarla bien, fuera a su casa, que él me recibiría muy bien y que la pasaríamos excelente en un lugar más íntimo.

Tardó casi dos semanas en desaparecer el dolor de mi vagina, en ese tiempo nos encontramos tres veces en el camión. Por supuesto que Eduardo me pidió coger en su casa pero le pedí tiempo para recuperarme, y cuando ya no sentí más dolor, me entraron muchas ganas de volver a sentir esa enorme verga penetrándome con fuerza, de hecho yo contaba los día para volver a estar con él.

Por fin un día me decidí y fui a su casa, realmente me dio lo que yo buscaba pues me dio una buena cogida, ahora en su propia cama. Nuevamente me penetró por la vagina, y por más intentos que hicimos no me entró más que un poco más de la mitad de su verga.

Después de eso tuvimos otro encuentro más, de hecho fue hace una semana y fue por mi culito, aunque solo me entró un poco más de su cabezota. Una vez que se calme el dolor que todavía tengo, quedamos en volver a intentar penetrarme más, haber como me va; pero esa será otra historia.

Ahora que en estos días ha hecho más calor aquí en la ciudad, me ha dado por vestirme muy sexy, con minifaldas y blusas muy escotadas para provocar a los hombres, no sé por qué pero me ha entrado unas ganas de ser cogida por otros hombres, incluso estoy tentada a buscar a mi tío para que me vuelva a coger, o hasta coquetearle a un profesor de mi escuela que me gusta mucho para ver si se anima a darme lo que quiero y de paso ponerme una buena nota, en verdad que parezco una perra en celo.

Hoy les quiero contar lo que me ha sucedido después de ser cogida por Eduardo cuando me sedujo en el autobús.

Después de esa intensa experiencia, nos encontramos casi a diario en el camión y Eduardo me acompañaba hasta muy cerca de mi casa. Realmente nos tratábamos como novios pues nos gustaba abrazarnos, besarnos, manosearnos y decirnos palabras cariñosas o sucias.

En todas las veces, él me hacía la invitación para acompañarlo a su casa y cogerme por segunda ocasión, pero como yo seguía adolorida por la primera vez, le dije que esperara hasta que se me quitara el dolor. Por otra parte también estaba preocupada porque él había eyaculado dentro de mí, y aunque tomé pastillas para evitar el embarazo, yo estaba muy insegura.

Aún así, me gustaba vestirme con falditas muy cortas, mis tanguitas y mis blusas pegadas o muy escotadas, solamente para excitarlo y que tuviera muchas ganas de cogerme. Me gustaba verlo arder de deseo por hacerme de nuevo suya, y de sentir cómo me restrega en mi pequeño cuerpo su enorme verga a punto de reventar.

Varias veces sentí pena por él, era evidente que yo lograba excitarlo demasiado que siempre me insistía y buscaba la forma de calentarme para llevarme a su casa, y aunque estuve tentada a aceptar, el dolor en mi vagina me lo impedía.

Después de varios días tuve mi periodo y el temor al embarazo desapareció al mismo tiempo que mi dolor. Entonces las ganas por probar nuevamente esa rica y enorme verga se incrementó en mí, tanto que me excitaba solo de pensar en eso, incluso me masturbaba a cada rato, ahora sé cómo se siente mi perrita cuando anda en celo.

Un domingo desperté muy caliente, es que tuve un sueño en donde Eduardo me cogía en pleno camión y todos los pasajeros nos miraban muy excitados, y algunos hombres hasta se jalaban la verga y esperaban su turno para cogerme mientras manoseaban todo mi cuerpo.

Cuando desperté, agarré un desodorante alargado, con la tapadera ovalada y estaba dispuesta a clavármela para masturbarme, pero me arrepentí porque una idea más atrevida pasó por mi mente.

Entonces me vestí lo más sexy y lo más bonita posible y salí directo a la casa de Eduardo. A mi mamá le dije que iba a ir con una amiga al cine para que me diera permiso, y salí casi a escondidas para que no me viera cómo me había vestido.

Como saben, yo soy una chica muy indecisa, y sabía muy bien que si me masturbaba en mi casa, después ya no estaría tan dispuesta a ir a la casa de Eduardo, por esa razón no me masturbé.

Me puse una faldita blanca muy parecida a la que traía cuando me cogió por primera vez, pero como estaba yo bien caliente, me la subí un poco más, prácticamente apenas y me cubría mis partes intimas y dejaba ver completamente mis delgadas piernas con un poco de mis nalguitas.

Me sentía como una verdadera puta caminando por las calles, pero yo estaba tan caliente que se me olvidó que por esa zona hay mucha gente que me conocía y que podía delatarme con mi familia. A veces, cuando nos llega la calentura, las chicas hacemos cosas sin pensar en las consecuencias, bueno, al menos eso me pasó a mí.

Tardé como quince minutos en llegar a la casa de Eduardo caminando, y mientras más me acercaba, el nerviosismo y la excitación crecían en mí, incluso sentí mariposas en el estómago y por un momento llegué a titubear, pero fueron más fuertes mis ganas de ser cogida por Lalo que seguí sin detenerme.

Tuve que tocar varias veces la puerta pues Eduardo no abría. Las ansias, el nerviosismo, la desesperación y la desilusión crecían en mí, por un momento pensé que no estaba en casa y que me tendría que regresar toda frustrada. Entonces la puerta se abrió, era Eduardo que tenía un aspecto de que se acababa de despertar, o mejor dicho, que yo lo acababa de despertar.

– ¡Wow! Esta sí que es una linda sorpresa. -me dijo con una sonrisa y sus ojos casi cerrados por la luz del día.

– ¿Te acabas de despertar? Flojo, ya casi son las diez. -le dije en tonó de broma.

– Hola mi amor, pásale. Es que es domingo y estaba descansando de trabajar toda la semana. Pero ya que estás aquí, se me quitaron las ganas de descansar y me entraron ganas de hacer otra cosa.

Entonces me abrazó, me besó, metió su mano por debajo de mi falda y me apretó con fuerza una nalga.

– ¡Ay! No seas brusco, eso sí me dolió.

– Y eso que apenas estoy comenzando.

Como si fuera yo una pluma, me cargó, cerrando la puerta con un pie, me llevó directamente a su recamara y me dejó caer en su cama, yo reboté como tres veces y le volví a decir que no fuera brusco. Pero él me miró y me dijo muy firme:

– Soy yo el que decide como te tengo que tratar y hoy amanecí con ganas de cogerte salvajemente.

– ¿Y quién te dijo que vine a coger?

– ¡Ay mi amor! Basta con mirarte como vienes vestida, vienes enseñando todo y muy agitada. Además la que prueba mi verga se vuelve adicta. Por eso te estaba esperando para cogerte como yo quiera.

– Si ni siquiera sabías que yo iba a venir.

– Es que todos los días siempre despierto con ganas de cogerte, y con eso de que me has tenido en ayunas y muy prendido, hoy hasta me dan ganas de violarte.

– ¡Ajá! -le dije sarcásticamente – Hablas mucho y poca acción, ¿no crees?

– ¡Ah, sí!

Sin perder tiempo se subió a la cama y me cayó encima, me sujetó de las manos e intentó besarme. Yo hice como que me resistía y le cerraba la boca apretando fuertemente mis labios, él trataba de abrirlos con su lengua pero no pudo, entonces me dio una fuerte cachetada que me hizo quejarme y abrir la boca por el dolor, inmediatamente aprovechó y me besó con todo y su lengua hasta mi garganta.

Conforme yo le correspondía, él se alocaba más y más, y me mordía la lengua y mis labios. Luego se siguió por mi mejilla y mi cuello. Me gustaba tanto que no pensé en los moretones que me dejaba y que serían muy visibles.

Mientras tanto, la excitación crecía en mí al sentir en mis piernas cómo iba creciendo su verga, esa que me causara mucho dolor pero que no dejé de desear en varios días.

Cuando él dejó de sujetarme las manos para levantarme la blusa ahora de color roja y quitármela, lo primero que hice fue meter mi  mano en su bermuda, sí, otra vez llevaba bermuda, y agarré su verga para jalársela.

– Así mi amor, veo que hoy vienes con muchas ganas. -me dijo Eduardo al sentir mi mano apretando y jalando de su verga.

Ahí comenzó una especie de guerra porque cada vez que él me mordía mis pequeños pechitos, yo le jalaba y apretaba con fuerza se pene.

Estaba ya tan excitada que le pedí, o más bien, le rogué…

– ¡Ya, ya méteme la verga!

– Ahorita mi amor, pero primero hay que lubricarte bien… hoy quiero que te la comas completita.

Después de decir eso, se separó de mí quedando hincado en la cama, jaló mi falda para bajármela y quitármela, luego siguió con mi tanguita, la cual ya estaba bien mojada.

– ¡Mmmm! Me gusta este olor a niña caliente y bien putita. -me dijo al tomar mi tanguita roja y colocarla en su nariz.

Inmediatamente se despojó de toda su ropa, o sea de su bermuda y su playera. Luego se volvió a subir a la cama pero ahora cerca de mi cabeza para que yo pudiera mamar su verga y él mi conchita, o sea, para hacer el 69.

Para mí era muy fácil alcanzar toda su verga, pero él tenía un poco de problemas por la diferencia de estaturas, pues tuvo que doblar mucho su cuerpo para alcanzar mi rajita.

Para empezar, tomé con mi boca el largo tronco de su pene y lo recorrí varias veces hasta llegar a su cabeza, abrí lo más que pude mi boca y me la comí hasta el fondo. Por un momento me espanté porque sentí que me ahogaba por no poder sacármela de la boca, la fuerza que provocaba el peso de su cuerpo me lo empujaba muy fuerte.

Con más fuerza, traté de levantar con mis manos el cuerpo de Lalo, hasta que sentí que ya pude respirar sin problemas. Se la seguí mamando pero teniendo cuidado de no tragármela más de la cuenta. Parecía un bebé mamando el pezón de un pecho y succionando la leche, claro que en lugar de un pecho era una enorme verga y en lugar de leche era su rico semen que podía salir en cualquier momento.

Por otro lado, Eduardo chupaba mi clítoris, me echaba mucha saliva y me metía sus dedos, tratando de lubricarme y abrir mi vagina.

Incluso ahí sentía dolor por lo estrecha que todavía estaba. Pero ese dolor en lugar de bajar mi ímpetu, hizo que más deseosa de ser penetrada estuviera. Creo que de algún modo relacioné el dolor que sentía en esa zona con el placer de su verga penetrándome.

Cuando sentí que ya venía el orgasmo, Eduardo se dio cuenta y me dijo:

– Ahorita que ya estás bien lubricada y bien excitada es el momento de clavarte mi verga.

Se levantó y se bajó de la cama para ponerse en frente de mí, luego me abrió las piernas y colocó su pene en mi rajita, la cual recorrió varias veces con su cabeza, mientras yo le empujaba mi cuerpo para que ya me penetrara, y con la respiración acelerada le decía una y otra vez:

– ¡Ya, ya, ya métemela!

Hasta que sentí el dolor de mi vagina al abrirse de golpe. Esta vez logró insertarme su cabeza a la primera, y en un segundo empujón sentí como me la clavó un poco más a dentro. Hasta ese momento era un dolor soportable, así que le pedí más y él  me contestó:

– ¡Ay mi amor! Me he cogido a muchas mujeres pero ninguna aprieta como tú, contigo se siente más rico.

– Entonces, métemela más, ¿qué esperas? -le dije con gemidos y muy ansiosa de sentir ese dolor masoquista que sigo sin entender pero que me provocaba descargas de mis jugos.

Entonces empezó con su mete y saca, y sin avisar me dio un fuerte empujón que me penetró como tres cuartas partes de su verga.

A pesar de que traté de aguantar, no pude evitar gritar y llorar, pero inmediatamente busqué el consuelo en los besos de Eduardo, quien sin esperar que se me calmara el dolor continuó con su embestida, bombeándome sin parar.

Esta vez no duró mucho pues casi al minuto se vino dentro de mí. Esto me dio un respiro en la vagina porque después de eso, ya no se sentía tan apretado ahí dentro, aunque continuamos con los besos pasionales.

Con su verga todavía en mi interior, los besos hicieron que su pene recuperara su firmeza y que Eduardo reiniciara su mete y saca.

Yo ya había logrado controlar el llanto, pero no así el dolor, incluso llegué a pensar que me había lastimado, pero la verdad es que aún así no estaba dispuesta a terminar con este maravilloso momento en donde me sentía toda una mujer.

Después de unos minutos, Eduardo me sacó su verga y me puso de perrita, yo le pregunté si había sangre y me dijo que no, entonces me volvió a penetrar, me sentía muy rosada por dentro  pero cada vez me acostumbraba al dolor y llegué a disfrutarlo al punto del orgasmo.

Es que esa sensación de sentirse toda llena, adolorida, apretada, penetrada por una enorme verga y los espasmos involuntarios que parecieran querer succionar más a fondo a su invasor, me fascinaba.

Nuevamente me cambió de posición, ahora me había acostado en la cama boca arriba y él parado afuera de la cama, colocó mis piernas en sus hombros y siguió bombeándome con fuerza.

Minutos después, yo tenía sensaciones encontradas, sentía cada vez más lo rozado de mi vagina pero a la vez era muy rico su mete y saca. Luego, y sin sacar su verga de mi interior, bajó mis piernas de sus hombros, me acercó sus labios para besarme mientras yo seguía acostadita en la cama, al sentir sus besos lo abracé y él tomándome de las nalgas me levantó.

Sentí que no solo me estaba cogiendo, sino que también me demostraba su cariño, tanto que lo abracé muy fuerte con los brazos y las piernas. Supongo que él sintió lo mismo porque inmediatamente sentí su verga hincharse dentro de mí y soltar otra descarga de semen, que le provocaron gemidos que yo apagué con mis besos.

Yo estaba muy prendida a él, ya muy cansada, adolorida y muy contenta. Era como un dolor de muela, dolía mucho pero no quería que me la sacara.

Así, Eduardo caminó conmigo hasta la regadera de su baño, abrió la llave y con agua un poco fría nos bañamos, yo lo seguía besando y su verga se resistía a salirse de mí a pesar de que ya había perdido su firmeza, de hecho fue el propio Eduardo quien tuvo que sacarla para enjabonarme y bañarnos bien.

Yo me revisé para ver si no tenía sangre, descubrí que sí pero me acordé que recién había tenido mi periodo y que tal vez esa sangre era a causa de eso, así que ya no me preocupé. Tampoco por quedar embarazada pues era difícil que quedara embarazada teniendo mi periodo, pero de todas maneras me tomé las pastillas por si a caso.

Ese día me quedé hasta muy tarde en su casa, vimos películas, platicamos y nos besamos mucho. Éramos como un par de enamorados, de hecho Eduardo me dio a entender que más adelante quizá podríamos intentar algo más serio y formal porque según él, ninguna mujer lo hacía sentir y gozar como yo.

Después me llevó cerca de mi casa, yo entré a escondidas  para que no me vieran mis papás que yo tenía algunos moretones que después disfrazaría con maquillaje, además de que mi caminar no era muy normal, ya que sentía más dolor al andar, y que mi forma de vestir no era muy decente que digamos.

Después de ese día he tenido ya varios encuentros con Lalo, y aunque todavía me duele, poco a poco aguanto más su verga por mi vagina. También lo hemos intentado por mi colita pero simplemente no doy el ancho y solo me ha entrado la cabeza de su verga. Pero lo seguiremos intentando hasta lograrlo.