Cogiendo a mi ahijada en un viaje
Cogiendo a mi ahijada en un viaje
Cogiendo a mi ahijada en un viaje
German y yo somos amigos desde toda la vida. Su esposa, que era una encantadora persona, se murió hace diez años. Ambos tuvieron una hija, Sandra, a la que quiero como si fuese mi propia hija. La he visto crecer desde pequeña, soy su padrino de bautismo y casi conozco toda su vida porque su padre, ella y yo nunca hemos tenido secretos. Como digo, como si fuese hija mía.
Sandra ya tiene veinticinco años y, después de haber terminado la carrera de forma brillante (es muy buena con los estudios), por fin parece ser que ha encontrado su sitio. La pena es que es lejos. Le han ofrecido un contrato de trabajo en París. Por lo pronto será algo de pruebas, pero creo que merece la pena y a ella le hace mucha ilusión. No tanto a su padre, que se quedará solo, aunque él reconoce que ella tiene que buscarse la vida.
Había estado mucho tiempo sacrificada con los estudios y el máster, por lo que el padre y yo decidimos hacerle un buen regalo, que estábamos seguro que le gustaría. La llevaríamos en coche hasta París, cruzando toda España y Francia, quedándonos en hoteles buenos, comiendo en sitios distintos y tomándolo un poco como turismo. Sin desviarnos de la ruta, podríamos ver cosas interesantes y también disfrutar. No íbamos a todo lujo, pero tampoco escatimaríamos nada. A los tres nos gustaba cuidarnos y ella lo merecía. De todas formas, el padre no podía dejar de trabajar y tendría que estar pendiente del móvil durante todo el viaje e incluso tener alguna videoconferencia. No nos venimos abajo y tiramos para adelante.
Desde el sur de España hasta París calculamos que tardaríamos unos 1800 kilómetros y nos ocuparía seis días y cinco noches. Nos quedaríamos en hoteles ya buscados en Madrid, San Sebastián, Burdeos, Poitiers y Tours. La cosa pintaba muy bien. Comeríamos en sitios buenos y nos lo pasaríamos bien. Ella dormiría en una habitación con su padre y yo en otra solo.
El día de la salida, por la mañana temprano, estábamos arreglando las maletas en el maletero, sobre todo ella, que era la que las estaba ordenando. No pude evitar echarle una mirada a su culo. Iba cómoda con unos leggins y ¡vaya culazo que se le había puesto a mi querida Sandra! De verdad que era para estar todo el día amasándolo. Cuando se incorporó le miré las tetas. ¡Joder, qué apetecibles! No sé si aquello estaba bien o no (¡era la niña que había visto crecer!), pero no lo pude evitar. En ese momento algo cambió en mi cerebro que comencé a verla con ojos de deseo. Joder, me estaba empezando a dar miedo de mí mismo…
—¡Ven aquí! —le dije dándole un abrazo con cariño—. Sabes que te vamos a echar mucho de menos, ¿verdad?
—Lo sé, y yo a vosotros, me dijo llena de ternura.
Me detuve algo más en el abrazo porque quería sentir esas tetas pegadas a mi cuerpo. Cuando mi polla empezó a reaccionar me separé, no sea que notara que me la estaba poniendo morcillona.
Salimos. El padre conducía, yo de copiloto y ella atrás. Tiramos hacia la primera parada: Madrid. Ella se quedó pronto dormida y yo no paraba de mirar por el espejo de la tapa. Algunas posturas me estaban poniendo realmente malo. Era mi chiquita y debía contenerme.
Paramos en un área de servicio a mitad de camino. Fue rápido porque teníamos prisa por llegar ya que estábamos cansados. Llegamos al hotel de Madrid, que no estaba nada mal y muy céntrico. Decidimos dar un paseo. Yo aprovechaba para hacerme fotos con ella, selfis y demás (procurando que saliesen sus tetitas). Incluso, cuando ella se adelantaba, aprovechaba para hacerle una foto por detrás y que saliese su culo. Se había cambiado las mallas y ahora llevaba un vaquero ajustado que le marcaba el culazo de tal forma que me entraban darle unos azotes.
Lo que tenía claro es que esa noche me caerían varias buenas pajas en la habitación mientras veía ese cuerpo. Los hoteles me ponen especialmente cachondo y con ese espectáculo no podría contenerme. ¡Iba a dejar mi leche por todos los rincones!
Pasó algo que le dio un gran morbo a la situación. Estábamos cenando en un restaurante y ya estábamos en los postres. Ella se comía algo que llevaba nata. Al llevarse una cucharada a la boca se le cayó una gota de esa nata en una teta y empezó a resbalar por el canalillo. Ella, con toda la tranquilidad del mundo, la cogió con un dedito y se lo chupó con un claro gesto de morbo. Me puso a mil, la verdad. Yo no se la habría limpiado con un dedo, sino que me habría lanzado sobre ella y hubiera empezado a lamerle las tetas. Seguro que German ni se daba cuenta porque estaba pendiente del móvil con cosas de trabajo. Ella me sonrió cuando lo hizo, con naturalidad, pero creo que ahí había algo.
La verdad es que no cabía en mi cabeza que yo pudiese clavársela duramente (que era lo que me pedía el cuerpo). Cuando llegué a la habitación casi no pude desnudarme. Se había despedido de mí dándome un beso algo más largo de lo habitual y de nuevo sus tetas estaban en mi pecho (¿era mi mente calenturienta o los pezones los tenía algo duritos? ¡qué ricura!) y directamente me empalmé. Seguro que lo notó; me dio igual. Tras cerrar la puerta solo me dio tiempo a bajarme un poco los pantalones y el bóxer y tumbarme en la cama para hacerme una paja. Me toqué las pelotas pensando que era su mano y, cuando me corría no paraba de repetir: “Sandra, tengo que follarte. Sandra, tengo que follarte”.
Nos volvimos a levantar temprano y salimos, esta vez con destino a San Sebastián. Sin embargo, a mitad de camino paramos en un área de servicio para almorzar, mas o menos a la altura de Miranda de Ebro.
Nada más tomar asiento, Sandra dijo que tenía que ir al servicio. Yo también quería y decidí acompañarla, también para que no fuera sola. Estaban en la parte de atrás, algo apartados y parecía que no había nadie. All acercarnos, escuchamos unos gemidos que venían del servicio de mujeres. No había nadie más. Ella entró y yo me quedé en la puerta. En uno de los cubículos había una pareja que estaban follando como posesos. Se escuchaba cosas como “¡Sí, dame duro!”, “Me encanta tu polla”, “Ohhh, te voy a partir por la mitad”. Joder, mi polla reaccionó y se me puso como una piedra, obviamente. Ella hizo un gesto sonriendo lascivamente como queriendo decir que qué bien se lo estaban pasando. Yo hice uno como de estar follando queriéndole decir que la follada era tremenda. Sonrió mucho más y se metió en otro cubículo a mear. Yo me fui al servicio de hombres, no sé si a mear o a hacerme una paja.
—Joder, me ha costado mear —me dijo cuando nos íbamos y nos alejábamos.
—¡No veas el polvo que estaban echando, joder! —-le dije yo.
—Solo cuando le ha llenado las tetas de leche he podido mear un poco —me dijo traviesa.
—Ufff, ¿en las tetas? ¿cómo lo sabes? ¿Los has espiado? —le pregunté yo entre curioso y extrañado.
—¡Qué va! Solo que cuando el chico dijo que se iba a correr ella le dijo: “¡Échamela en las tetas! ¡Lléname mis tetazas de leche!”. No veas lo que jadeaban —me explicó disfrutando de la escena.
—Joder, ¡me hubiera encantado verlo! —le dije dando morbo al asunto.
—Jajaja —se limitó a responder.
Antes de entrar otra vez en el restaurante le djie:
—¿Sabes? Yo no he podido mear, de como iba.
—¿Te has tenido que hacer una paja? —me respondió de una forma que no me esperaba.
—No, pero me hubiera encantado hacerlo, estaba a tope —le respondí sonriendo.
—Jajaja —me respondió y creéme que la hubiera llevado a los servicios y le hubiese llenado las tetas de leche con esa paja.
Al llegar se lo contó al padre con todo lujo de detalles. Aunque este estaba pendiente del móvil, no se perdió detalle. Menos mal que empezábamos a comer porque me empalmé como un caballo. Hubiera dado algo por sacarme la polla y los huevos porque me dolían. Se me pasó por la mente ir a los servicios, localizar el servicio donde el chico se había follado a la chica y correrme como un poseso. Seguro que mi lefa se juntaría con parte de la de él al rebosar de las tetas. Pensé en otra cosa y me lo guardaría para las pajas de esas noche. Las corridas serían de campeonato.
Llegamos a San Sebastián y nos alojamos para descansar un poco y cambiarnos para salir a tomar algo. Cuando estábamos los tres en la puerta del hotel ya para salir German dijo que se le había olvidado el móvil con las prisas, y el sin el móvil no se iba. Casualidades de la vida: a mí se me había olvidado el mío también. Me ofrecí a subir para coger los dos. Primero fui a la habitación de ellos. Cogí el móvil. Antes de salir, me di cuenta de que en el baño mi Sandra se había dejado unas braguitas en el suelo. ¡Joder! Ni lo dudé. La cogí y me la guardé en el bolsillo. Fui a mi habitación, cogí mi móvil y dejé las bragas no sin antes olerlas un poquito. Inmediatamente me empalmé como un loco. Entre eso y la escenita del área de servicio tenía que correrme urgentemente, pero no lo hice y bajé.
Cuando llegué ella me sonrió de nuevo y yo creo que traía el bulto cargadito.
—Jajaja —volvió a decir con esa sonrisa que ya me ponía abiertamente cachondísimo.
—No te rías de mí, niña —le dije siguiéndole el juego.
—Jajaja —seguía.
Yo esperaba que se riera así cuando le metiese la polla en su coñito, si finalmente era posible, aunque algo me hacía intuir que sí.
Dimos un paseo por La Concha y de nuevo llegaron las fotos. Yo ya casi se las hacía con descaro y a ella no parecía importarle. Tenía algunos planos de sus tetas que iban a acompañarme toda la vida.
Por la noche, ya desnudo en la cama empecé a hacerme una paja de campeonato. Me venian a la mente sus fotos y la escena del área de servicio. Con una mano le daba duro a mi polla y con la otra me restregaba sus braguitas por la nariz. La corrida fue tan intensa que el orgasmo casi me dolía. Los chorros de leche casi me llegan a la cara (menos mal que no porque no quería llegar esas deliciosas braguitas para conservar su olor). Cuando me corría, jadeaba como un poseso y solo decía: “¡Sandra, cariño, tengo que llenarte el coñito de leche!”, “¡Sandra, cielo, necesito follarte!”, “¡Te voy a follar como si no hubiera un mañana¡”.
Al día siguiente seguimos ruta para cruzar a Francia. Ya íbamos algo más tranquilos y nos encaminábamos a la siguiente parada, que sería en Burdeos. El padre seguía conduciendo y esta vez le pegó al coche. Nos dijo que teníamos que llegar pronto porque tenía que conectarse a una reunión urgente.
Paramos en otra área de servicio y también fue ella al servicio. Esta vez no la acompañé porque sabía que si lo hacía no iba a dudar en cabalgarla (creo que ella ya lo intuía). Al volver le pregunté:
—¿Ha habido esta vez alguna escenita?
—No, todo tranquilo. Se ve que la acción se quedó en España —me respondió.
—¡Qué pena! —le dije desilusionado.
—¡Ni que lo digas! —me dijo igual de desilusionada.
—No dejáis de hablar del tema, ¿eh? —dijo German riéndose.
—Papá, si tú hubieras escuchado a la chica pidiéndole más y él diciéndole que le iba a dar por todos los agujeros a ti tampoco se te quitaría de la cabeza —respondió con esa sonrisa morbosa que me ponía a mil.
—Soy testigo de que estaban echando un polvo de película porno —dije cómplice.
—A lo mejor se estaban grabando para luego venderlo en alguna página porno —dijo el padre.
Sandra me miró con una sonrisa como queriéndome decir que su padre era un experto en páginas porno. Yo le sonreí mientras me echaba mano de la polla y los huevos por encima del pantalón para colocármelos bien porque iban a hacerle un agujero.
Cuando nos instalamos en el hotel, Sandra y yo decidimos salir a dar una vuelta. Teníamos toda la tarde y German tenía para tiempo con su videoconferencia de trabajo. Nuestro hotel estaba muy cerca del río Garona y decidimos dar una vuelta por su ribera, disfrutando de las vistas y la ciudad.
—No paro de acordarme de la escenita del área de servicio —le dije de pronto,
—Me pasa lo mismo. Y no quiero ni recordarte que yo estaba allí intentando mear —me respondió con una sonrisa.
—Debió de ser duro —le dije casi con lo primero que se me ocurrió.
—¡Dura la debía de tener él! —me respondió. Yo arqueé las cejas ante esa expresión— ¿Tú piensas que no? —me preguntó picarona.
—¡Joder! ¡Si hasta la tenía yo! —le respondí echándome al ruedo.
—Jajaja —se limitó a responder.
—¡Otra vez riéndote! —le dije como con cara de ofendido.
—Es que imagino en el servicio todo palote intentando mear y me hace gracia —me respondió con esa sonrisa que tanto me gustaba. Se hizo un pequeño silencio. Fui yo el que di el paso.
—¿Solo te hace gracia? —le pregunté.
—¿Cómo? —me respondió sin entender el juego.
—Que si cuando imaginas con el rabo duro sientes algo más —le dije con un lenguaje algo brusco, pero buscando una confesión por su parte.
—Bueno, y algo más —respondió llenísima de morbo, mordiéndose el labio y llevándose la mano muy sutilmente a la parte del coño. Yo me di cuenta y ya supe que me la iba a follar a base de bien,
—O sea que te pones cachonda también —le pregunté para asegurarme.
—¡Claro y quién no! -—me dijo con naturalidad.
—Sabes que desde que hemos salido te deseo, ¿verdad? —le dije abiertamente—.
—Es evidente, si mi padre no estuviera tan pendiente del trabajo se habría dado cuenta también —me dijo.
—¿Sabes con qué llevo literalmente soñando desde hace un par de días? —la pregunta estaba clara.
—¿Con follarme como la pareja del área de servicio? —me preguntó mordiéndose el labio de nuevo.
—Ufff. Yo creo que sería capaz de darte más duro —le dije ya fuera de mí—. Créeme que por mí te bajaba ahora las braguitas y te la metía aquí mismo hasta que grites. No es plan de dar un escándalo público.
Me tocó descaradamente el paquete, que lo tenía a reventar y me dolía otra vez.
—Vaya, pues sí que estás cachondo —me dijo.
—Así llevo varios días —le dije jadeando tímidamente.
—Y te has matado a pajas, ¿no? ¡Pobrecito! —me dijo también susurrando,
—¡Los huevos los tengo secos! —le dije apretándole la mano contra mi polla.
—¡Qué desperdicio de leche! —me dijo ya jadeando también.
—¡Vamos al hotel porque si no te follo me voy a volver loco!
La cogí de la mano, casi como si fuéramos dos novios y nos apresuramos al hotel. Nos habíamos alejado y a mí el camino se estaba haciendo eterno. ¿Y si buscaba algún portal solitario y le daba ahí el primer pollazo? Mejor que no…
—¿Crees que es buena idea? —le pregunté con algo de problema de conciencia mientras caminábamos.
—¿El qué? ¿Follar? —me preguntó casi extrañada.
—Sí, verás. Te conozco de pequeña y te quiero como si fueras hija mía —le respondí casi arrepentido.ñ
—¿Y qué? Ni por eso vas a dejar de quererme ni yo a ti, ¿verdad? —no me dio tiempo a responder—. ¿No somos adultos? No me vas a violar. Sencillamente voy a dejar que mi padrino me folle el coñito, ¿no te da morbo? —me respondió sonriendo.
—¡Eres el morbo con piernas! —-le respondí—. Espera le dije. Le aparté un poco el pelo de la cara y le di un beso, que empezó normal pero a los pocos segundos estábamos comiéndonos las lenguas como animales.
Llegamos al hotel y en la puerta de mi habitación no me pude contener y le metí la mano por debajo del vestido para tocarle el coñito. Estaba mojadísima.
—¡Espera joder que nos van a ver! —me dijo entre jadeos.
Nada más entrar en la habitación le dije.
—He visto que tienes el coñito encharcado. Ufff, me vas a permitir que me salte los preliminares —y le eché mano al culo—. ¡Espera que cojo un condón! —le dije atropelladamente porque estaba como loco.
—¡Dejáte de mariconadas! —me respondió tocándome la polla—. Fóllame a pelo.
Se sucedió rápidamente. La puse a cuatro en la cama, Le subí el vestido y le bajé las bragas hasta las rodillas (me encanta follar con las bragas puestas). A la vez que le tocaba el culo me bajaba el pantalón y el bóxer. Una vez que liberé mi polla solo tuve que cogerla con una mano y se la ensarté con toda la lujuria contenida que llevaba.
—¡Ah! ¡Joder! ¡Ah! —solo podía decir eso.
—Por fin te puedo follar. Pensé que no iba a poder meterte la polla —-le dije jadeando.
—¡Ah! ¡Qué rico! ¡Qué ganas tenía yo también! ¡Dame duro! -—esto entre jadeos que me ponían a mil.
—¡Ah! ¡Joder! ¡Qué coñito tan estrechito! ¡Cuánto deseaba clavártela! ¡Ah! ¡Qué gustazo! —ya casi gritábamos.
Seguí dándole a cuatro. La cogí por los brazos y le empujaba aún más fuerte.
—No te creías que te iba a dar más duro que los de la gasolinera, ¿verdad cielo? —le pregunté entre esos jadeos furiosos.
—¡Dame tu polla! ¡No dejes de follarme! ¡Qué bien lo haces! —me dijo como loca.
Y seguí dándole más duro. Le solté los brazos y le puse mis manos en el culo y la empujaba con fuerza. También le daba algunos azotes.
—¡Dame fuerte! ¡Fóllame el coñito! —me decía desatada.
—¡Ahí tienes mi polla, preciosa! —le decía yo jadeando con fuerza.
—¡Me corro! ¡Me corro! —dije sin poder contenerme.
—¡Dame tu leche! ¡Córrete en el coño! —casi me rogó.
—Ahhh, ahí la llevas. ¡Joder, me corro! ¡Me corro! —le dije con un orgasmo increíble.
La lujuria me tenía tan poseído que me corrí abundantemente, le eché varios chorros de semen en su interior, los primeros con fuerza.
—¡Joder! ¡Me has dejado llena! ¡Me has rellenado! —me dijo ya poco a poco tranquilizándose.
Seguía a cuatro y empezó a salirle la leche por el coño. Me puso burrísimo, y se lo abrí un poco con los dedos para que le saliera más fácilmente. Ella, sin cambiar de postura, se llevó una mano al coñito y recogió el semen para llevárselo a la boca. Se lo tragaba como una glotona.
—Me recuerdas a cuando se te cayó la gota del postre en las tetas, ¿te acuerdas? —le pregunté.
—Claro que sí. Me mojé un poquito cuando me la comí —me dijo.
—En ese momento te habría roto la ropa y te hubiera comido las tetas —le dije.
—Por eso me mojé, también se me ocurrió algo así —me respondió.
—¡Va a resultar que eres un poco guarrilla! —le respondí dándole un azote en el culazo.
—Jajaja -—se rio.
—Esa risa me pone cachondísimo —le dije—. Quiero follarte otra vez.
—Mejor no, no sea que mi padre nos eche de menos —dejándome algo desilusionado—. Ya tendremos ocasión.
—¿Significa eso que esto lo vamos a repetir? —le pregunté juntando las manos rogándole.
—Me ha encantado tu follada y todavía queda viaje —me dijo con una preciosa sonrisa en sus labios.
—Te quiero lamer las tetas hasta que nos cansemos. Te quiero comer el coñito hasta que te corras y me corra yo también solo lamiéndote, te quiero…
—Tranquilo —me dijo. Yo estoy tan deseando que me lo hagas como tú —me dijo—. Además, tendremos que hacer nosotros la escenita de la gasolinera, ¿no? —me preguntó mordiéndose el labio.
—Joder, darte duro en un sitio como eso me pone a mil. Mira —y le llevé la mano a la polla—. La tengo a punto para clavártela hasta el fondo.
—Venga, lo dejamos… Mañana seguimos —me dijo. Se puso en pie, le di otro azote en el culo, se vistió y se fue




