Hermanastra putita parte 2 la sigo dominando y cogiendo

Hermanastra putita parte 2 la sigo dominando y cogiendo

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Hermanastra putita parte 2 la sigo dominando y cogiendo

Cuando entre en el baño me miré en el espejo y tenía una cara de satisfacción que no podía con ella. Pero era normal, acababa de echar mi segundo polvo y este sí que fue un buen polvo, no la metida rápida de la primera vez en la ducha. Dándome una ducha empecé a recordar todas las locuras que pasaron en la habitación de Helena y como la niñata perdió el control, mostrando su lado vicioso que tenía oculto. La sumisión cuando le daba los azotes no me lo esperaba y me estaba poniendo la polla otra vez dura solo de recordarlo. Abrí el grifo del agua fría para relajarme y recuperar el norte. Con calma recordé la ultima mamada que me hizo y me di cuenta que no tuve casi ni que decirle que lo hiciese, más bien como si me sobornase para que no le castigase su enrojecido coñito. Podía ser que Helena descubriese que ofreciéndome sexo podría controlar los castigos, aparte de gozar como una perra. No era muy lista para los estudios, pero controlando a la gente era una experta. No podía permitir eso, sino perdería el control sobre ella. Tenerla de putita sería una pasada, pero lo que yo quería era tenerla a mis pies y castigarla bien por cómo se portó conmigo. Ya había conseguido que aprendiese lo que pasa cuando es obediente, ahora tocaba recordarle lo que pasa cuando mi perrita no hace lo que yo quiero.

Terminé de vestirme para salir de fiesta y baje al salón. Ya eran casi las nueve y media y la niñata de Helena aun no había bajado, por lo que me senté en el sofá a esperar. Al cabo de un rato apareció bajando las escaleras con un vestido amarillo muy ajustado que le quedaba espectacular. Había cumplido con creces mi orden de que se vistiese muy sexy y con unos labios pintados de rojo que ya me estaba imaginando chupando mi polla. Pero tenía que mostrar que no me iba a poder manipular con ese cuerpazo.

– ¡Coge tu móvil! – le dije muy serio levantándome del sofá. – ¿Qué hora pone?

– Las nueve y cincuenta y dos.

– ¿A qué hora te dije que estuvieses lista?

– Lo siento, me estaba poniendo guapa como querías. – me contestó acercando su boca a la mía con una vocecita de picara. – ¿Me vas a castigar?

– Veo que sigues haciendo lo que te da la gana. – le dije manteniéndome firme mientras la agarraba del brazo. – Te voy a recordar lo que pasa cuando desobedeces. – Me senté en el sofá y la coloqué sobre mis rodillas.

– No por favor, haré lo que quieras, pero no me azotes. – me suplicó cuando vio que esta vez el castigo no sería tan placentero.

Empecé a dejar caer los azotes sobre el culo de Helena que aun estaba cubierto por el corto vestido amarillo. La niñata empezó a quejarse y a intentar escaparse. La cara de Helena había pasado de traviesa con ganas de polla a rabia, ya que se había quedado sin placer y le estaba empezando a arder el culo. No hice ni caso a sus quejas que empezaron a aumentar de nivel, hasta que a mi perrita se le escapó un insulto y eso no lo podía permitir. Le subí el vestido y dejé su culito únicamente protegido por el fino tanga y las dos tiras del liguero. Reanudé los azotes sobre el culo de la niñata y esta empezó a amansar su rabia, con suplicas y promesas de no volver a hacerlo. Cuando ya tenía el culo bien rojo, la solté y la dejé caer a mis pies sobre la alfombra.

– Al final vas a salir de fiesta con el culo caliente y dame las gracias de que no nos quedemos y me pase toda la noche castigándotelo con el cinturón.

– Perdón. – me contestó sin atreverse a mirarme a la cara, mientras se frotaba el culo intentando sofocar el escozor.

– Sube al baño, ponte crema en el culo y arréglate ese maquillaje. En diez minutos te quiero aquí para llamar a un taxi y marcharnos.

Helena se levantó y se fue corriendo escaleras arriba con el vestido aun subido. Tenía la palma de la mano ardiendo y aun notaba un cosquilleo por los azotes que le di. Estaba encantado, había puesto en su sitio a mi perrita que empezaba a venirse arriba. Así es como la quería, humillada y a mis pies. A los pocos minutos volvió Helena lista para irnos, aunque aun tenía un poco rojo los ojos.

– Estate atenta al móvil, que cuando me vuelva de fiesta te vienes conmigo y espero que no llegues tarde.

– No volveré a llegar tarde. – me contestó rápidamente bajando su cara avergonzada.

– Más te vale. ¿Qué tal el culo?

– Me duele, no me voy a poder sentar para cenar. – contestó mientras se acariciaba el culo.

– Pobrecita. Bueno, así te acordaras de no desobedecer. Vamos que el taxi ya está en la puerta.

Durante el trayecto me fije que al cruzar las piernas Helena se le veía el encaje de las medias nuevas, lo que me puso a mil y aproveché para sacarle una foto. Helena se dio cuenta y se puso toda roja mientras intentaba bajarse la falda. Se me ocurrió humillarla un poco, para lo que le mandé un whatsapp: “quiero ver cómo juegas con tu entrepierna”. Helena no se podía creer lo que estaba leyendo y me decía que no con la cabeza. Le escribí otro mensaje: “si no lo haces, lo haré yo”. Helena estaba roja mirándome y haciendo gestos de suplica. Cuando me vio acercarme a ella, me dijo que vale y se colocó el abrigo sobre las piernas de tal manera que yo pudiese verla pero el taxista no. Se subió la falda dejando a la vista su tanga y el liguero a juego. Sin dejar de mirarme como esperando piedad por mi parte, empezó a acariciarse su rajita por encima del tanga. Desde nuestra casa hasta el centro de la ciudad solemos tardar menos de quince minutos en taxi, pero esta vez a Helena le estaba pareciendo un viaje larguísimo. Su cara empezó relajarse y a gozar del momento. Sus movimientos ya no eran simples caricias sino que buscaba el goce, metiendo el fino tanga dentro de su rajita. Su respiración empezó a acelerar y me mordió un dedo para disimular que necesitaba que algo le tapase la boca para que no se le escapase ningún gemido. La escena me estaba poniendo la polla muy dura. Con la mano que no tenía ocupada Helena empezó a escribir un mensaje en el que me ponía: “por favor déjame parar”. Me salió una carcajada al leer el mensaje y ver la cara toda roja de Helena. Le escribi un mensaje diciéndole que no, pero en el momento justo de que iba a dar al botón de enviar el taxi se para. Con la emoción de la situación no me había dado cuenta que ya habíamos llegado. Helena se colocó la falda y salió rápidamente, mientras yo pagaba el taxi.

– ¿Qué te gustó el viaje? – le pregunte entre risas.

– Eres un cabrón, que vergüenza, seguro que el taxista se imaginaba lo que estaba haciendo. – me dijo toda acelerada.

– Supiste controlarte muy bien. No degastes escapar ninguno de tus gemidos y eso que te encanta chillar cuando te estás poniendo cachonda.

– Por favor, no me vuelvas a hacer esto en la calle. En casa castígame todo lo que quieras, por favor. – me suplicaba mientras miraba para todos lados a ver si alguien nos podía oír.

– Tú preocúpate por obedecerme y no de lo que piense la gente. – le conteste mientras Helena seguía bajándose la falda. – ¿Qué pasa muy corta?

– Si me muevo un poco se me ve todo el encaje de las medias, que vergüenza. Además ahora llevo las bragas mojadas y no me gusta.

– Venga no me seas cría, te queda muy sexy ese vestido. Además seguro que la gente te mirara más al escote que llevas. – le dije con una sonrisa a la vez que Helena intentaba cerrarse la chaqueta. – Y si no te gusta llevarlas mojadas, ve sin ellas.

– No por favor, sin ellas otra vez no. – Me suplicó la perrita asustada por si se lo ordenaba.

– Hoy puedes ir con ellas. – mis palabras hicieron que Helena se relajase. – Bueno marcho, recuerda estar atenta al móvil.

Pasé la noche tomando unas copas con mis amigos, pero sin dejar de pensar en cómo disfrutaría de mi perrita al llegar a casa. Con cada hora que pasaba mis ganas de escribir a Helena y decirle que nos íbamos para casa aumentaban. Helena y yo teníamos grupos de amigos distintos al ir a colegios diferentes, pero la ciudad es pequeña y la gente de nuestra edad suele ir a los mismos locales. En uno de los locales que entré a tomar unos chupitos vi a Helena al fondo con sus amigas y rápidamente mi perrita al verme se puso tensa. Decidí escribirle para que se tranquilizase, ya que no quería que hiciese una escenita saludándome o algo que estuviese fuera de lo normal, que era ignorarme siempre que me veía. “Tranquila, actúa como siempre, aquí no te mandaré nada” le escribí por el whatsapp, lo que hizo que Helena se relajase al leer el mensaje y me contestase con un gracias. Cuando se marcharon pasaron a nuestro lado y Helena me hizo un gesto con la cabeza como de costumbre, pero algunas de sus amigas se pararon a saludarnos, cosa que siempre cabreaba a Helena, ya que se creía mejor que nosotros.

Después de unas rondas de chupitos nos fuimos a una de las discotecas que estaba más de moda y en la que sabía perfectamente que me encontraría con mi perrita bailando con las amigas. Nada más entrar ya vi a Helena con su vestido amarillo bailando con su amiga Marta en la pista. Nosotros nos fuimos hacía la parte de arriba donde estaba la barra, ya que somos más de cubata en mano que de bailar. Helena parecía que también había disfrutado de los cubatas, ya que todas sus preocupaciones por que se le viese el encaje de las medias habían desaparecido. Viéndola bailar así con su amiga me la estaba poniendo muy dura y mirando el reloj que ya me marcaban las cuatro pasadas, decidí que ya era hora de irnos para casa. Le escribí un mensaje: “Nos vamos, te espero en la puerta. No tardes”. Me fijé que Helena seguía bailando y me acordé que ella siempre deja el bolso en el ropero y con ese mini vestido no tenía sitio para guardar su iphon nuevo. Ya tenía una excusa para disfrutar castigando a la niñata cuando legásemos a casa.

Al cabo de un rato de acercaron Marta y Helena a la barra donde estábamos y me acerqué a felicitar a Marta por su cumpleaños. Cuando Marta  se puso a hablar con uno de mis amigos me acerqué a mi perrita.

– Ya veo que no le haces ni caso al móvil. – la cara de Helena mostraba que mis palabras la habían hecho bajar de una nube.

– Perdón, lo deje en el bolso. ¿Me escribiste? – me pregunto imaginándose la respuesta.

– Ve a mirar. – le contesté en un tono seco mientras me terminaba la copa.

Helena se fue rápidamente al ropero para coger su bolso. Al cabo de poco me llego un mensaje de la niñata: “Perdón no lo pude leer”. Le contesté: “Te doy 5 minutos para despedirte. Te espero en la puerta. No me enfades más”. Rápidamente Helena se fue a despedir de sus amigas mientras yo iba caminando hacia la puerta del local. Cuando la vi viniendo hacia la puerta decidí ponerla un poco más tensa escribiéndole un mensaje en el que ponía: “te recuerdo q hoy no me has mandado ninguna foto. Prepárate”. Helena se quedó congelada en medio del pasillo hacia la salida al leer el mensaje y me buscó rápidamente.

– Perdón…

– No quiero oír ni una palabra de tu boquita hasta que lleguemos a casa. – le interrumpí con un tono muy serio.

– Pero…

– No empeores las cosas que ya te espera un buen castigo al llegar.

Helena bajo la cabeza y empezó a caminar delante de mí hacia la parada de taxis. Durante el viaje en taxi Helena no dejó de mirarme como un cervatillo, en busca de mi piedad. Mi silencio la estaba matando, ya que no se podía dejar de imaginar castigos que le podía tener preparados al llegar a casa. Cuando salimos del taxi Helena se apresuró en entrar en casa y se giró suplicándome.

– Lo siento, me olvidé el móvil en… – la interrumpí con una bofetada, sin pasarme en su cara.

– ¿Acaso te he dicho que hables? – Helena me miró asustada mientras le indicaba que fuese para el salón.

Me senté en el sofá y le señalé que se colocase delante de mí. Mi perita obedeció con la cabeza agachada y con los ojos un poco llorosos.

– ¿Qué ordenes tenías que cumplir hoy?

– Tenía que estar atenta al móvil… para saber cuándo nos iríamos. –me contestó entre sollozos.

– ¿Y qué más?

– Mandarte las fotos.

– Y sobre todo no hacerme esperar a que la niñata terminase de divertirse con sus amiguitas.

– Lo siento. – contestó Helena viendo que mi cabreo estaba aumentando.

– ¡Quítate el vestido!

– Si. – Helena empezó a quitarse, quedando solo con su conjunto de lencería y sus tacones de aguja.

– Tienes un cuerpazo increíble guarrilla. Me pasaría toda la noche jugando y gozando de él. – le dije muy despacio mientras me colocaba detrás de ella. – Pero como siempre la cagas y me obligas a tener que castigarte. – le dije mientras le daba un tirón en el pelo hacia atrás.

– Perdón, haré cualquier cosa que me pidas, pero no me castigues. – suplicaba la perrita.

– Estoy seguro que te encantaría que te follase en vez de castigarte. – le dije mientras metía los dedos dentro de sus bragas para tocar su rajita. – Lo que imaginaba estás toda mojada.

– No lo puedo controlar.

– Tranquila yo te enseñaré a controlar ese coñito de guarrilla que tienes. Trae las esposas y uno de tus pañuelos. – Le ordene dándole un azote en el culo que hizo que se pusiese a caminar.

Mientras Helena subía a por las cosas, fui a coger una de las anchas sillas del jardín que tenían reposa brazos y la coloqué en medio del salón. Mi perita volvió con todo lo que le pedí y se quedó mirando la silla que coloqué, intentando averiguar qué haría con ella. Le ordené que se quitase el tanga y los tacones, mientras del brazo la iba guiando hasta la silla. La senté y le abrí las piernas, colocando cada una por encima de los apoyabrazos. Le espose los tobillos a las patas de las sillas, lo que si le impedía poder cerrar las piernas. Con el pañuelo le até las manos a la base del respaldo de la pesada silla, mientras Helena me miraba con asombro, ya que no era capaz de imaginarse cómo sería el castigo.

– Bueno ya estás lista niñata. ¿Cómoda?

– Esta posición es muy incómoda y me da vergüenza estar así sin poder cerrar las piernas. – me contesto mostrándome que no era capaz de cerrarlas.

– Esa es la idea, que no puedas cerrarlas, porque créeme lo desearás. – le dije mientras empezaba a masturbarla.

Helena se revolvía en la silla con cada una de mis caricias, pero estaba bien atada. Su coño estaba mojándose muy rápido y la cara de Helena empezaba a delatarla de que lo estaba gozando.

– Bueno, ya estás lista para empezar el castigo, bien mojadita. – le dije mientras apartaba mis dedos de su coño.

– ¿Qué? – la perrita no entendía lo que estaba pasando.

– ¿Qué pensabas que el castigo iba a ser hacer que te corrieses como una loca? Estás muy equivocada. – le decía mientras me estaba sacando el cinturón.

– ¿Qué vas a hacer con el cinturón? ¡Suéltame! – intentaba soltarse mientras recordando lo que le sucedía cada vez que me sacaba el cinturón.

– Ahora que lo pienso, tenemos un juguete aun mejor para este castigo.

Empecé a caminar hacia la habitación de Helena mientras escuchaba las suplicas de mi perrita. Entré en su habitación y rápidamente encontré lo que buscaba. En cuanto me vio Helena bajando por las escaleras con el objeto de su castigo en mis manos, empezó a lloriquear.

– No, la fusta no, por favor. – me suplicaba entre lagrimas. – Prefiero el cinturón.

– ¿Cómo lo vas a preferir, si aun no sabes cómo será el castigo? – le dije entre risas que hacían que le congelase la sangre a la niñata.

– Me vas a azotar con ella.

– Muy lista. ¿Pero dónde? – le pregunté mientras acariciaba su rajita con la lengüeta de cuero de la fusta.

– ¿En mi coño? No por favor, eso me dolerá mucho. – suplicaba mientras las lagrimas hacían que se le corriese el maquillaje.

Sin previo aviso de apliqué el primer azote sobre su tierno coño, que hizo dar un chillido a Helena.

– Ya sabes que no me gusta que chilles.

– Me duele… duele mucho. – me contestó entre llantos.

– Si quieres que te duela menos, deja de chillar.

– No puedo, me duele mucho y no me puedo tapar la boca.

Sin hacer caso de sus suplicas continué azotando su coño, el cual se ponía más enrojecido con cada contacto con la lengüeta de la fusta. Helena no dejaba de suplicar y llorar, viendo como no me apiadaba de ella.

– ¡Por favor, para! Me duele mucho. ¡No me azotes más!

– Créeme perrita, acabamos de empezar. – le dije mientras le frotaba la lengüeta de cuero por su coño.

– ¿Por qué… me haces esto? ¿Por qué no se lo haces… a Rebeca? – me decía entre llantos.

– Porque Rebeca es una buena chica y no la tengo en video masturbándose como a la guarrilla de su hermana.

– No es una santa como hace creer. – la cara de Helena revelaba que había dicho algo que no debía.

– Con que Rebeca tiene sus secretos. ¿Cuéntamelos? – le ordene a la vez que le daba un azote en su dolorido coño.

– No sé nada. – me dijo apartando la mirada.

– No me mientas perrita. –  le di varios azotes seguidos, lo que hizo dar un chillido a Helena. – ¿Qué sabes?

– Si te lo cuento dejarás de castigarme.

– Los castigos seguirán, pero si me gusta lo que oigo, no te dolerán tanto. Además repartirías los castigos con tu hermanita. – le dije mientras preparaba la fusta para otro azote.

– Vale te lo contaré pero no me azotes, ya no aguato más. – me suplicó. – A Rebeca… – las dudas de contármelo aun continuaban, pero cuando me vio preparar la fusta otra vez. – a Rebeca le gustan las chicas.

– Vaya con la niña buena y tú, ¿cómo sabes eso? – dejé la fusta y le metí dos dedos en su enrojecido coño.

– No… para que me… escuece. – me suplicó cuando empecé a masturbarla.

– Cuéntamelo todo. – aceleré mis dedos jugando dentro de su coño.

– La pillé… con su amiga… Melisa.

– Sabes que me gustan los detalles. – le dije mientras continuaba masturbándola.

– Un día que se quedó… Melisa en casa… las pille en la ducha. – la masturbación estaba siendo como un suero de la verdad.

– ¿Y qué? Tu seguro que también te has duchado con alguna amiga, guarrilla.

– Rebeca… – la respiración acelerada no le dejaba hablar. – Rebeca estaba de rodillas… comiéndole el coño.

– Vaya, vaya, ¿con que con eso la chantajeas para que haga tus tareas en casa?

– ¡Sí! Ella sabe que… si se entra… nuestro padre la manda a un internado… de monjas.

– ¿Qué pasa, es muy estricto vuestro padre? – le pregunté mientras veía como Helena estaba perdiendo el control.

– Es muy… religioso… y no… no lo aceptará.

– Pues muy interesante lo que me estas contando perrita. – premié a Helena acelerando la masturbación que le estaba haciendo.

– Gracias. – me dijo entre gemidos.

– Bueno te acabas de ganar algo de placer en este castigo. Ahora te voy a hacer unas preguntas y dependiendo de tus respuestas, veremos como sigue este castigo. ¿Estás lista?

– ¿Preguntas? Si. – contestó un poco desconcertada.

– ¿Qué eres? – Helena se puso toda roja imaginando la respuesta que quería oír. – Responde rápido o te caerá otro azote en el coñito. – le dije preparando la fusta.

– Soy… soy tu… – las palabras se le trababan por la vergüenza. – tu perrita.

– Muy bien perrita, ¿y te mereces este castigo? – le pregunté mientras le metía y sacaba los dedos de su coñito.

– Ahhh, siiii. – mis dedos jugueteando en su coño hicieron que soltase un gemido.

– ¿Qué hiciste para merecértelo? – mi pregunta fue acompañada con un azote en su coñito, mientras mis dedos seguían masturbándola.

– Te… deso… desobedecí… – lo que antes eran chillidos por cada azote se habían convertido en gemidos descontrolados.

– ¿Y ya te olvidas de las fotos? – le dije dejando caer dos azotes seguidos en su mojado coño.

– Perdón… y las… – aceleré mis dedos. – Joder… y las fotos… que… no te… mandé… – Helena se revolvía de placer en la silla.

Continué masturbándola mientras le daba azotes muy seguidos en su coño que estaba ardiendo. Helena estaba a punto de correrse con que paré y empecé a soltarla de la silla. Mi perrita estaba toda caliente y tenía ganas de más. Le quité el sujetador y empecé a mordisquear sus pezones, que estaban muy duros. Con lo cachonda que estaba, la más mínima caricia era respondida con gemidos por mi perrita y yo tenía unas ganas de volver a fallármela que no me podía resistir más. Le esposé las manos a la espalda y la arrodillé delante de mí. La cara de Helena era puro vicio, ya que se imaginaba lo que le tocaba ahora. Me apoyé en la mesa mientras me quitaba los pantalones y le empuje la cabeza contra mi polla para que empezase a chupármela. Obediente empezó a chupármela, mientras yo jugueteaba con sus suaves tetas. Cada poco le empujaba la cabeza para que se la tragase entera, lo que aun le producía arcadas a la niñata.

– ¿Tienes un condón? – le pregunté soltando su cabeza para que me pudiese contestar.

– En mi habitación. –me miró sabiendo que la respuesta no me iba a gustar.

La levanté del suelo y la coloqué boca abajo en la mesa, separándole las piernas. Le di dos fuertes azotes con la mano en su culo desnudo.

– ¿Qué te dije que te pasaría si no tenías condones?

– Que me castigarías. – me dijo un poco asustada.

– Correcto niñata. Como ahora lo que me apetece es metértela y no tienes condón, te la tendré que meter por otro agujerito. – le dije mientras le acariciaba la entrada de su culito con el dedo.

– ¿Por el culo? No por favor. – empezó a suplicarme.

– Reza, que tenga uno en la cartera, porque si no te voy a desvirgarte el culito. – le dije al oído mientras le frotaba con la polla la estrecha entrada de su culito.

Me acerqué hasta mis pantalones para buscar en mi cartera, mientras Helena no dejaba de mirar, teniendo esperanza que hubiese un condón. Cuando lo saqué de la cartera la cara de Helena se relajo, viendo que hoy no le iba a romper el culo.

– Que suerte has tenido perrita. –  le dije mientras me colocaba el condón. – No lo olvides, la próxima vez que no tengas condones, te la meteré por el culo y no te gustará.

De un empujón se la metí entera lo que hizo que Helena se arquease y diese un grito. Esta vez no buscaba que ella gozase como hice esta tarde en su cuarto, lo único que quería era gozar metiéndose sin piedad. La agarré por la cadera y empecé a metérsela una y otra vez. Con cada envestida hacía que Helena se pusiese de puntillas y soltase un gemido que mezclaba placer y algo de dolor. La perrita lo estaba gozando como una loca y ya no era capaz de entenderla entre tanto gemido y el ruido de los azotes que le daba de vez en cuando. La giré y la senté en la mesa, abriéndole las piernas para volver a metérsela. Helena me besaba totalmente extasiada y me susurraba al oído que no parase, lo cual me encendía cada vez más. La agarré y la tumbé sobre la alfombra del salón. La agarre de la cintura, colocándole con el culo en pompa y empecé a follarle otra vez el coño. Estaba a punto de correrme con que aceleré mi follada, mientas mi perrita parecía que se estaba empezando a correr. Como la otra vez con su orgasmo apretó mi polla e hizo que me corriese, cayéndome extasiado sobre ella.

– Joder perrita… cada vez lo haces mejor. – le dije intentando recuperar el aire.

– Dios… me tiemblan… las piernas – dijo entre jadeos. – Suéltame… por favor.

Ya me había olvidado de las esposas. Se las quité y rápidamente mi perrita se echo las manos a su coñito.

– Pufff… me arde. Necesito una ducha.

– Normal con todo lo que te has corrido guarrilla, te encanta que te dé caña. – le dije mientras me levantaba del suelo.

– Pierdo el control y en el momento no me duele, pero ahora lo tengo todo dolorido.

– Te está bien por chivata, que solo has tardado un día en unir a tu hermana a la fiesta. – le dije burlonamente.

– ¿Qué le vas a hacer? – me pregunto Helena con remordimiento de conciencia por haberme contado el secreto de Rebeca.

– Ahora te preocupas por ella. – le dije entre risas. – Tranquila, ella no necesita que la eduquen como tú.

– ¿Y ahora? – me preguntó mi perrita.

– Ahora te vas a ir para la cama, bueno mejor date una ducha primero que te hace falta.

– Gracias. – me dijo levantándose del suelo.

– Pero mañana quiero que me despiertes a las dos. – le dije acariciándole la carita. – Quiero que vengas a mi habitación desnuda y que me despiertes con una mamada.

– Como mandes. – me dijo sumisamente.

– Y no te olvides esta vez de un condón, si no ya sabes lo que te pasará.

– No me lo olvidaré, lo prometo. – me aseguro mientras recogía su ropa del suelo.

Me desperté cuando mi perrita entró en mi habitación totalmente desnuda y con ganas de que empezase la fiesta. Gateó desde los pies de la cama por encima de mí hasta ponerse a mi altura y comenzó a besarme.

– Buenos días. Ya son las dos como me ordenaste. – me dijo muy juguetona al oído.

– Buenos días perrita. Veo que te has levantado juguetona.

Me sonrió y empezó a bajar hacia mi entrepierna. Subí un poco la pierna para frotarla contra su coñito mientras iba bajando y como suponía estaba toda mojada. Me acomodé y dejé a mi perrita jugar, que parecía haber aprendido que complaciéndome le irían mejor las cosas.

– ¿Te gusta cómo lo estoy haciendo? – me preguntó sin dejar de juguetear con su lengua en mi polla.

– Muy bien zorrita, pero esta vez no te diré nada, que ya te enseñe ayer como me gusta que lo hagas. – le dije mientras me colocaba la almohada para estar más cómodo. – Te voy a evaluar a ver cuánto aprendiste.

– ¿Cómo un examen? – me contestó con sonrisa picara.

– Si mi perrita, con nota. Espero que se te dé mejor que los exámenes del colegio, porque los puntos que te falten para llegar al diez serán azotes, para que aprendas a esforzarte.

Helena me miró un poco alucinada, pero rápidamente se puso otra vez a chuparme la polla. La zorrita se lo estaba currando, seguramente porque no le apetecía que le volviese a calentar el culo. Para complacerme intentaba una y otra vez tragársela entera, pero aun le costaba, produciéndole arcadas de vez en cuando.

– La tienes muy dura ya, ¿me la puedo meter, por favor? – me preguntó con la respiración acelerada y cara de suplica.

– Serás viciosa guarrilla. ¿Tienes un condón?

-¡Sí! – Me contestó con una sonrisa mientras lo cogía de la mesita de noche.

– Venga diviértete viciosa.

Como si fuese la señal para poder ir a abrir los regalos de navidad, la cara de Helena se lleno de felicidad y lujuria. La niñata se curró un gran polvo sin tener que darle ninguna orden, aunque le faltaba el morbo de forzarla y humillarla que tanto me ponía. Pero bueno, como despertador fue increíble, ya me gustaría que me despertasen así todos los días y sin duda eso intentaría.

– Muy bien zorrita, así me gusta que me despiertes por las mañanas.

– ¿Te ha gustado? – me contestó extasiado sobre la cama, recuperándose del orgasmo que acababa de tener.

– No ha estado mal, pero aun tienes que mejorar perrita. – Helena se sorprendió al oír estas palabras sabiendo que eso quería decir que no tendría un diez.

– ¿Que hice mal? – se puso rápidamente de rodillas en la cama.

– Aun te falta práctica tragándote mi polla, si no te empujo yo la cabeza, sigues sin chupármela entera.

– Perdón, es que la tienes…

– ¡No me interrumpas! – mi perrita agacho la cabeza rápidamente. – ¿Hoy no te apetecía pedirme algún azote? Y para terminar que es esto de que me tenga que sacar yo el condón. – le dije mientras me lo quitaba y se lo tiraba a la cara.

– Perdón, no lo volveré a hacer. – Helena empezó a suplicarme sabiendo que ahora vendría su castigo.

– ¡Límpiame bien la polla! – casi antes de terminar la frase mi perrita ya tenía mi polla en su pequeña boquita. – Bien, así me gusta. Ahora ponte sobre mis rodillas.

Me senté en la esquina de la cama y mi perrita obedientemente se colocó en mis rodillas.

– ¿Qué nota crees que has sacado?

– Un… un siete? – me contestó dubitativa.

– Ya te gustaría sacar un siete zorrita. Un seis y siendo generoso. – le conteste entre risas. – ¿Cuántos puntos te faltan para el diez niñata?

– Cuatro. – me contestó temblorosa.

– Bien. Serán cinco azotes por cada punto que te faltaba, con que veinte azotes en total. ¿Estás lista?

Helena se agarró a la colcha de mi cama mientras asentía con la cabeza. Los azotes fueron cayendo en su desnudo culo, lo que hacía que Helena apretase su cara contra la cama para ahogar los gritos.

– Muy bien zorrita. Has aguantado muy bien los azotes sin hacer tonterías. – Helena estaba frotándose su enrojecido culo que le estaba ardiendo. – Ahora ve a ponerte crema y los leggins nuevos que te compraste con una camiseta de tirantes. ¡Nada más!

– ¿Los nuevos? Me arde mucho, por favor, déjame ir sin ellos un rato.

– ¿A caso te he preguntado? – dije muy serio.

– No. Ahora me los pongo.

Helena se marchó a su cuarto y yo bajé a la cocina. Se me había ocurrido una idea para premiarla por el despertar que me dio, pero haciéndola sufrir un poco. Cogí las bolsas de hielo que usé el día anterior y las escondí. Cuando escuché a Helena bajando las escaleras cogí una de las cucharas de palo de la cocina.

– ¡Perrita, ven aquí! – Helena se acercó a la cocina y en cuanto me vio con la cuchara de madera en la mano se quedó congelada. – Apóyate sobre la encimera y no te gires.

– Pero…

– ¡No me hagas perder el tiempo! – del grito Helena reaccionó y se colocó como le dije. – Mira al frente y no te gires o será peor.

– Por favor… – me empezó a suplicar.

Me coloqué detrás de ella y empecé a acariciar su redondo culito con la cuchara muy despacio. Se le notaba como le recorría la espalda un estremecimiento con cada caricia de la cuchara. Muy despacio me guarde la cuchara en el bolsillo y tiré de la cintura de los leggins. Mi perrita apretó el culo esperando el primer azote, pero en vez de eso sintió el frio de las bolsas de hielo que metí dentro de sus leggins. La sorpresa recorrió todo el cuerpo de Helena terminado en un suspiro de placer.

– ¿Qué tal se siente? – le susurre al oído.

– Joder… – se giró y empezó a besarme. – Pensé que me ibas a azotar con la cuchara.

– Pobrecita – le dije mientras me reía. – Déjate las bolsas dentro de los leggins mientras limpias la casa. Dentro de un rato llega Rebeca y no quiero se encuentre así la casa, que se nota que te has estado corriendo como una loca.

Mi perrita empezó a recoger la casa mientras yo me fui a dar una buena ducha y a pensar que haría con Rebeca. La estrategia que había usado con Helena no me parecía apropiada, ya que no tenía ninguna prueba sólida con la que presionarla, además las ganas de venganza que me impulsaron para someter a Helena, no existían con Rebeca. Tenía que buscar otra manera para tener a las dos hermanitas a mis pies y disfrutar de sus cuerpazos a mi voluntad.

Cuando salí de la ducha mi perrita me estaba esperando en la puerta de mi habitación, luciendo sus leggins ajustados que le marcaba perfectamente su rajita.

– Ya recogí todo y limpié todo. – me dijo buscando mi aprobación.

– Muy bien perrita. Enséñame como tienes el culo.

Helena se giró y se bajo los leggins con las bolsas de hielo, mostrándome su tierno culito aun un poco magullado por los azotes.

– Aun lo tienes un poco magullado. – le dije mientras se lo acariciaba con suavidad. – Ve a darte una ducha y luego quiero que te vayas a tomar el sol. ¿Recuerdas como tienes que hacerlo?

– Tengo que hacer topless para que se me vallan las marcas del bikini. ¿Y cuando venga Raquel que hago?

– Seguirás tomando el sol. No entraras en casa hasta que yo te lo mande. ¿Te quedó claro?

Helena asintió con la cabeza y se subió los leggins para irse para la ducha. Yo mientras me fui para el sofá a esperar a que llegase Rebeca, que solía llegar sobre esa hora cuando se iba a casa de Melisa. Al cabo de un rato me sonó el móvil y me sorprendía al ver que eran dos fotos de mi perrita. La primera foto era en la ducha, con todo su cuerpo mojado mientras se masturbaba, mordiéndose el labio inferior de la boca. Tengo que reconocer que se me puso dura con el primer vistazo que le di a la foto, la guarrilla estaba impresionante. La segunda foto era delante del espejo de su habitación con la toalla cayéndose y dejando ver todos sus encantos. Lo que más me puso de esta foto era la cara de niña buena que tenía, como si la caída de la toalla fuese un accidente. La perrita aprendió la lección anoche. Pocos minutos apareció Helena con el pelo recogido y únicamente vistiendo la braga del bikini.

– ¿Te gustaron las fotos?

– Ya te diré mi veredicto por la noche. Ahora vete para la piscina. – le dije indiferente señalando la puerta del jardín.

Mi perrita obedeció y se marcho contoneando su precioso culo mientras se alejaba. Voy a reconocer que las ganas que me entraron de fallármela en ese momento fueron brutales, pero Rebeca estaba a punto de llegar y no podía estropear la oportunidad de tener a las dos hermanas a mis pies.

Rebeca entró por la puerta de casa tan alegre como siempre saludando y preguntando qué tal el fin de semana. Le conté que un poco aburrido y que andaba cansado de salir ayer, ya que esta versión me parecía mejor que la original, donde me pasaba todo el fin de semana fallándome a la malcriada de su hermana. Rebeca al igual que su hermana era una preciosidad, pero con un toque más delicado y con una carita de niña buena que nunca ha roto un plato. El físico de Rebeca también estaba cuidado por todo el ejercicio que hacía y a diferencia de los ojos marrones de su hermana, Rebeca los tenía azules y muy grandes. Ahora que conocía su secreto ya no la veía como una niña dulce, sino que solo me la podía imaginar revolcándose con Melisa, la cual tampoco está nada mal.

Rebeca subió a su cuarto para deshacer su maleta y a los pocos minutos yo también subí a su cuarto.

– ¿Qué tal en casa de Melisa? ¿Eran las fiestas de su zona?

– Si, bajamos un rato a la feria y a bailar a la orquesta. Me lo pasé muy bien. – me contestó toda ilusionada.

– Ya veo lo bien que te lo pasas cuando duermes en casa de tu amiga. – le dije bromeando. – y yo pensando que nos echarías de menos.

– Un poquito, no te celes. – me contesto riéndose. – ¿Y mi hermana que está recuperándose de ayer o ya se levantó?

– Más o menos. Está tomando el sol como siempre en la piscina. – Le contesté, mientras pensaba todo lo que hizo Helena anoche. – ¿Qué esperabas que estuviese fregando la cocina?

– Eso ya sé seguro que no lo hizo. – dijo en un tono contrariado. – Luego me tocará a mí.

– Eso es porque quieres. – le dije esperando algún gesto por su parte.

– Bueno… alguien tiene que hacerlo, sino esto sería una pocilga. – intento convencerme.

– Eso es porque no le plantas caras y la pones en su sitio. – seguí pinchándola con el tema, lo que parecía que no le hacía mucha gracia a Rebeca.

– Bueno no pasa nada, no me importa.

– Parece que te tienes como su sirvienta. ¿Qué pasa, te paga por serlo? – era el momento de soltar la bomba a ver si no me quemaba las manos. – ¿O te chantajea con el secretito que tienes con Melisa? – mis palabras fueron como una ducha de agua fría para Rebeca, estaba paralizada.

– No… no sé de qué hablas. – me dijo toda acelerada, mirándome asustada.

– De lo que seguramente hicisteis las dos en la cama de Melisa durante el fin de semana. – Rebeca empezó a ponerse toda roja y muy nerviosa.

– De que hablas… vete de mi habitación. – me empezó a gritar mientras me echaba de la habitación.

– Tranquila princesita, tu secreto seguirá a salvo, pero dependerá de ti y a lo mejor sacas algo beneficioso de que yo sepa tu secreto. – le dije tranquilamente. – Te espero en mi habitación, pero date prisa, esta oferta tiene caducidad.

Rebeca cerró la puerta y empecé a oír como lloriqueaba. Me fui para mi habitación y me senté a esperar que mi apuesta saliese ganadora. Los minutos pasaban y dudaba de la eficacia de mi plan, lo cual solo me dejaría una alternativa más agresiva para dominar a Rebeca. De pronto escuché la puerta de la habitación de Rebeca y pasos dirigiéndose hacia la mía. Rebeca tenía sus ojos azules todos enrojecidos de las lágrimas y se colocó delante de mí con cara de rabia.

– ¿Qué quieres? – me pregunto toda cabreada.

– Lo primero cambia tu tonito, si no seré yo el que se enfade y esta conversación se terminará muy mal para ti.

– ¿También me quieres tener de sirvienta? – me preguntó con más calma. – ¿Te lo dijo Helena?

– No me interesa una sirvienta. Pero no pienses esto como un chantaje. El chantaje es mi plan B, por si no me funciona este plan. – le dije en plan burlón.

– ¿De qué estás hablando?

– ¿Qué me dirías si te ofrezco la oportunidad de vengarte de tu hermanita, que se chivo de tu secreto?

– ¿A cambio de qué? – me pregunto Rebeca a la defensiva.

– De disfrutar de ese cuerpecito tan rico que tienes. – le contesté sin cortarme un pelo, lo que produjo una cara de incrédula en Rebeca.

– ¡Estás loco, eres un pervertido, nunca! – me contestó con rabia.

– Tranquila niñata y si te ofrezco algo que seguramente estás deseando.

– Olvídate eres un enfermo. – me grito yéndose de mi habitación.

– Te ofrezco un sitio para estar con Melisas sin miedo a que os pillen mientras os lo montáis. – esas palabras hicieron frenarse a Rebeca en la puerta de mi habitación. – Sino paso al plan B. Chantaje sin que ganes nada y también a Melisa.

– No te atreverías a hacerme eso.

– Créeme, tu hermanita aprendió por las malas que no bromeo y te aseguro una cosa, hoy me voy a divertir con tu cuerpo, por A o por B.

– ¿Cumplirás lo que dices si acepto?

– Tienes mi palabra, pero decídete pronto.

– ¿Qué es eso de que nos ofreces un sitio…?

– Para princesita, primero quítate la ropa. – le dije interrumpiéndola. – No te voy a contar mis secretos, sin ver primero los tuyos.

– No me fastidies. – me dijo alucinando por mis palabras.

– Date prisa por obedecer o pasaré al plan B y te aseguro que no te va a gustar y a Melisa tampoco.

Rebeca miraba para todos lados como si estuviese en un programa de cámara oculta, ya que no se lo podía creer. Muy despacio empezó a quitarse la ropa, dejando ver su sencilla y un poco sosa ropa interior. Para el cuerpazo que tiene Rebeca, no lo aprovecha nada, siempre viste con ropas nada sexys. Le hice un gesto para que también se quitase la ropa interior, lo cual hizo a regañadientes.

– Joder, menudo cuerpazo que tienes. ¡Aparta las manos, que quiero ver bien esas tetas! – le ordene mientras me acercaba a ella.

– ¡Me da vergüenza! Déjame vestirme por favor.

– Seguro que con Melisa no te da vergüenza que te vea este cuerpazo. Vaya par de tetas redonditas y suaves como tu hermana. – le dije a la vez que le acariciaba un pecho, lo cual hizo estremecerse a Rebeca.

– ¿Qué dijiste de poder estar con Melisa? – me preguntó toda ruborizada.

– Pues que os ofrezco un sitio donde dar rienda suelta a vuestros calentones. Relajadas en tu cama, recorriendo su suave cuello con tus labios. – le comencé a susurrar al oído, lo que hizo que se relajase. – O poder bañaros en la piscina acariciando sus pechos mientras la besas.

Rebeca se estaba imaginando las situaciones ya que su cuerpo se empezó a relajar y la rabia de su cara empezó a desvanecerse.

– Podrás disfrutar de Melisa mientras te hace llegar al orgasmo con sus dedos, como te hizo llegar este fin de semana en su casa. – le dije suavemente colocándome a su espalda.

– Ya me hubiese gustado. – me dijo dando un resoplido de frustración. – Nos interrumpieron sus padres que volvían de la orquesta.

– Pobrecita. – sin previo aviso cole mis dedos en su entrepierna y empecé a acariciársela.

– ¿Qué haces? – preguntó sorprendida.

– Cuéntame con detalle cómo fue antes de que llegasen sus padres. – le susurre al oído mientras con la otra mano acariciaba uno de sus pezones.

– Nos fuimos antes de la orquesta… – empecé a besar su suave cuello. – Pufff… Melisa dijo que estaba cansada…

– ¿Y aguantaste el calentón hasta llegar a casa? – le pregunté mientras aceleraba mis dedos que estaban jugando con su clítoris.

– Para… nos puede ver Helena. – me decía intentando poner algo de seriedad en sus palabras.

– Tu tranquila que tu hermanita no nos va a molestar. Continua.

– Cuando entramos en su casa… nos empezamos a besar… estaba encendidísima. Subimos a su cuarto… y le… le quité el vestido. – la respiración de Rebeca empezó a acelerarse. – No puedo… Helena me arruinaría la vida. – me dijo mientras me apartaba.

La agarré de los brazos y la apoye sobre la mesa de mi escritorio, delante de la pantalla del ordenador. Volví a meter mis dedos entre sus piernas y con la otra mano encendí la pantalla, donde estaba listo el video de Helena masturbándose.

– Tu hermanita no nos molestará, porque la perrita hace lo que yo le digo. – Rebeca estaba alucinada con lo que veía.

– ¿Es ella? ¿Masturbándose? – me pregunto mientras le arrancaba un gemido al meterle mis dedos dentro de su rajita.

– Si. Ves como puedo cumplir lo que digo. – la giré y empecé a besarla sin dejar de masturbarla con mis dedos.

– Te… te creo. – casi no era capaz de hablar. – Joder… me voy a correr.

– Y yo que pensaba que solo te gustaban las tías. Estás disfrutando como una loca. – le dije entre risas.

– Me gusta… Melisa, pero… también… – Rebeca estaba arqueando la espalda y los gemidos no le dejaban hablar. Estaba a punto de correrse.

– ¿Vas a ser mi gatita obediente y viciosa? – aceleré la masturbación para hacer que se corriese.

– Siiiiiii. – chillo mientras se corría descontroladamente, mojando toda su entre pierna.

– Joder, si que te dejaron con ganas anoche, viciosa. – le decía mientras Rebeca se  echaba sobre mi cama para recuperar el aliento.

– Pufff… no puedo ni hablar… Si que… tenía ganas de correrme así. – me contestó con una sonrisa de viciosilla satisfecha.

– Pues si te portas bien, esto será lo que recibas a cambio.

Rebeca se acariciaba las tetas mostrando que aun quedaban ganas de vicio en ese increíble cuerpo. La mezcla de carita de niña buena y viciosa que estaba poniendo me la estaba poniendo tan dura que pensaba que me estallaría dentro de los pantalones.

– Ahora te toca darme las gracias por el orgasmo gatita. – le dije acercándome a ella y desabrochándome los botones del pantalón.

– Nunca he chupado una. – me dijo con curiosidad.

– Ya verás cómo te gusta jugar con ella gatita.

Rebeca empezó a acariciar mi polla por encima del calzoncillo, un poco distraída, como sin saber qué hacer con ella. Me quitó el calzoncillo y Rebeca expresó una sonrisa al agarrar mi polla.

– ¡Está durísima! – me dijo mientras acariciaba con sus dedos toda mi polla. – Me da cosa meterme eso en la boca.

– ¿Te da cosa? – empecé a acercarle la cabeza contra mi polla. – Seguro que el coño de Melisa no te da cosa. ¡Venga chúpamela!

Empezó a chupármela lentamente, sin dejar de mirarme buscando mi aprobación. No la hacía nada mal pero aun le quedaba para llegar al nivel de la guarrilla de Helena. Le empuje la cabeza contra mi polla para ver cuanta se podía tragar mi nueva gatita, pero rápidamente le vinieron arcadas al tocar su campanilla.

– No puedo… – me dijo tosiendo. – No me entra.

– Tranquila, tu hermana decía lo mismo y ya se la traga enterita. – le dije volviéndole a empujar la cabeza. – Práctica.

La gatita se estaba divirtiendo con mi polla y yo estaba que no me aguantaba, quería disfrutar de ese tierno coñito. La eche sobre la cama y le metí un par de dedos en su rajita a ver qué tal estaba lubricada. Se retorció al sentir mis dedos jugando dentro de ella y al verme coger un condón del cajón se quedo un poco paralizada.

– Me la vas… a meter.

– Si gatita, quiero disfrutar de ese coñito tan tierno que tienes. – Rebeca cerró las piernas.

– No por favor, me va a doler. Sigamos jugando como estamos. – me suplico mientras miraba como me ponía el condón.

– ¿Dolerte? ¿Qué pasa, Melisa no te mete ningún juguete en ese coñito para que te corras? – le pregunté acercándome a ella mientras le acariciaba las piernas.

– Sólo me metió el mango de su cepillo del pelo, una vez que estábamos muy cachondas.

– ¿Y no te gustó? Yo ahora te veo muy cachonda. – empecé a acariciar otra vez su coño con mis dedos.

– Si, pero… la tienes más… grande. – En su voz notaba lujuria al verme como acercaba mi polla a la entrada de su coñito.

– Lo haré despacio, pero ya verás cómo me pides que no pare.

Acerque a Rebeca al borde de la cama, abriéndole las piernas y comencé a introducir la punta de mi polla en su depilado coño. Rebeca arqueaba la espalda mientras mi polla se abría camino por su estrecho coño. Le metí la mitad de mi polla despacito, pero ya no aguantaba más ser bueno y de un golpe de cadera le metí el resto de mi polla. Rebeca abrió los ojos como platos y me empezó a suplicar que fuese despacio. Yo ya no me podía controlar y empecé a bombear mi polla, mientras le separaba las piernas para poder entrar el máximo en esa tierna rajita. Rebeca estaba gimiendo y chillando de placer sin cortarse un pelo. Esta cría era puro vicio comparada con su hermana, sin duda ofreciéndole polla iba a hacer todo lo que yo quisiese.

La coloqué a cuatro patas y empecé a envestirla salvajemente. La gatita había cambiado las suplicas de que fuese despacio, por gemidos y chillidos de placer. Le di un fuerte azote que hizo que se arquease.

– No… no me azotes… que me… me quedarán… marcas. – me suplico entre gemidos. – Por… por favor.

– Las viciosillas como tu se merecen unos azotes. – le contesté a la vez que le daba otro azote.

Rebeca mordió la almohada mientras le seguían cayendo azotes en su rico culo. Tenía razón la gatita, ya solo con las envestidas que le estaba dando su culito empezó a ponerse rojo, lo que me encendió aun más. La agarre del pelo e hice que arquease la espalda para empezar a jugar con sus tetas.

– No me… tires del… pelo, por… por favor.

– Si no te gusta que te tire del pelo princesita. – le di un tirón para acercar su cara a la mía. – ¡Pídeme que pare de follarte! – acelere mis envestidas

– No… por favor… no pares. – me miraba suplicándome que no parase.

Agarre uno de sus tiernos pezones y empecé a pellizcarlo, lo que le hizo dar un chillido, pero también apretó mi polla dentro de su rajita, casi consiguiendo que me corriese. La suspendí en mis brazos y la apoye sobre la mesa sin dejar de follar. Se agarro a mi cuello y me empezó a besar como una loca, intentando ahogar sus gemidos, que ya eran lo único que podía salir de su boca.

– ¿Vas a ser… ser mi gatita? – le pregunte fallándola sin control.

– Siiiiiiii.

Mi gatita se corrió apretando su coñito como su hermana, lo que hizo que no aguantase más. Menuda corrida me saco la niñata, me dejo exhausto y nos tiramos los dos sobre la cama.

– ¿Qué gatita recuperas el aliento?

– Pufff… no me puedo… ni mover. – me decía con una sonrisa picara. – Me he corrido unas cuantas veces.

– Menudo vicio tienes y que bien te lo vas a pasar si eres buena. – le dije acariciándole la cara.

– Ha sido salvaje… estoy un poco dolorida. – me dijo enseñándome su culito marcado por los azotes.

– Ya te dije, que si no querías azotes, solo me tenías que decir que parase de follarte.

– Estaba tan salida que no era capaz de pensar en esa opción. – me dijo tapándose la cara con las sabanas con vergüenza.

– Lo que decía, menudo vicio tienes gatita. – le dije dándole un azote. – ahora ve a darte una ducha rápida y ven aquí que te tengo algo preparado.

– ¿Qué es… – la interrumpí con un azote.

– ¡Obedece o te llevo a la ducha dándote unos azotes!

Rebeca asintió con la cabeza y se fue para su habitación. Me tiré en la cama para descansar un poco mientras me daba cuenta lo bien que me había salido la jugada y la grata sorpresa de descubrir el vicio que tenía Rebeca. Necesitaba una ducha para despejarme y centrarme en lo que venía ahora, ya que se me acababa de ocurrir una idea, que hizo que se me pusiese dura otra vez.

Cuando salí de la ducha Rebeca me estaba esperando en mi habitación con una pantaloncito corto y una camiseta de tirante, que mostraba perfectamente que la gatita no llevaba sujetador. No dejaba de mirarme la polla mientras me secaba, esperando que le dijese algo para volver a empezar a jugar. Cuando terminé de vestirme podía ver en la cara de Rebeca que la estaba matando que la ignorase. Me acerqué a ella agarrándola del brazo y le di dos fuertes azotes en su redondo culito. Rebeca no se lo esperaba y los azotes le hicieron saltar como un resorte.

– Te dije que te fueses a duchar, no que te vistieses. – le recriminé mientras le daba otros dos azotes.

– ¡Para que duele! – me dijo intentando soltarse.

– Esto es lo que te pasará cada vez que no me obedezcas princesita. – le dije seriamente dándole un tirón del pelo.

– Perdón, no lo volveré a hacer. – me suplicó.

– Desnúdate rápido. – Rebeca obedeció enseguida quedándose desnuda delante de mí.

– Ya está. – me dijo insinuándose y acercándose juguetona.

– Muy bien ahora vamos a bajar al salón que la perrita de tu hermana te va a explicar las reglas que tienes que tienes que seguir.

– ¿Con Helena? – como un chorro de agua fría le sentaron mis palabras.

– Si, tu hermanita que va explicar lo que aprendió este fin de semana y lo que pasa si no obedeces.

– ¡Pero estoy desnuda! No quiero que Helena se entere de esto, por favor. – me empezó a suplicar.

– Tranquila que tu hermanita también lo estará, que quiero disfrutar viendo vuestros cuerpos. – agarre a rebeca para ir saliendo de la habitación. – Ve a buscarla y dile que venga rápido al salón.

Rebeca dudó si obedecerme pero un azote la hizo entrar en razón y bajo corriendo las escaleras. Bajé y me senté en el sofá, desde donde podía ver a Rebeca desnuda paseando por el jardín. Al poco rato aparecieron las dos hermanitas en el salón.

– Colocaros delante del sofá. – les ordené mientras me levantaba de este. – Helena quítate el bikini, que te quiero desnuda como tu hermana.

Las dos se colocaron como los ordene sin mirarse una a la otra por vergüenza. Viéndolas a las dos desnudas me costaba decir cual estaba más buena. Helena era un poco más alta con unas piernas increíbles, pero Rebeca tenía las tetas un poco más grandes.

– ¿Qué pasa, os da vergüenza veros desnudas? – les dije riéndome mientras les daba un cache a cada una en el culo. – Relajaros. Helena cuéntale las reglas a tu hermana.

– ¿Las reglas? Si, la primera…

– Espera, antes ve a buscar todos los objetos que usé ayer para azotarte. – le interrumpí. – Y tu gatita trae tu cepillo del pelo.

Las hermanitas subieron a sus cuartos a buscar lo que les había mandado y rápidamente bajaron de nuevo al salón. Rebeca no dejaba de mirar la fusta y el cinturón que traía su hermana. Pusieron todo sobre la mesita al lado donde estaban de pie.

– Helena gírate para que tu hermana pueda ver bien tu culo. – mi perrita obedeció y Rebeca se quedo alucinada al ver las marcas que coloreaban el culo de su hermana. – Explícale por qué y cómo fuiste castigada.

– Desobedecí y me azotó. – dijo avergonzada sin mirar a su hermana.

– Explícaselo bien. – le di un azote en su culito desnudo. – O le hago una demostración con tu culito.

– ¡Perdón! Primero me azotó con la mano… sobre sus rodillas. – obligue a mi perrita a que mirase a su hermana mientras hablaba. – Ayer le mentí y me puse unas bragas cuando no podía.

– ¿Y con qué te castigué, por intentar encañarme? – cogí la fusta y acaricié con la lengüeta sus pezones que estaban muy duros.

– Con la fusta y me dolió mucho. – dijo sin dejar de vigilar la fusta como esperando un azote.

– Me parece que se te óvida algún castigo. – bajé la lengüeta por su espalda hasta su culo, lo que hizo que Helena se pusiese muy tensa.

– No, no, lo iba a decir ahora. – me dijo medio suplicando. – El viernes también con el cinturón.

– ¡Muy bien perrita! ¿Has escuchado bien Rebeca? – me acerque a ella y empecé a acariciar sus tetas con la lengüeta, lo que hizo que mi gatita también se pusiese tensa.

– Si. – me contesto acelerada sin dejar de mirar la fusta.

– Pues es así de sencillo, si desobedeces no te podrás sentar en una temporada. – le dije mientras le daba golpecitos con la fusta en su culito.

– ¡Obedeceré, lo prometo! – me contestó esperando que no la azotase.

– Bien, Rebeca siéntate en el sofá y ábrete de piernas. – la gatita muy despacio se fue colocando como le dije. – ¡Sepáralas bien! Quiero ver ese coñito tierno que tienes.

Rebeca estaba totalmente roja de vergüenza, pero visto lo que le pasó a su hermana por desobedecer abrió las piernas como le ordene. Agarré a Helena y la puse delante de su hermana. Me coloqué a su espalda y empecé a acariciar su cuerpo.

– Perrita explícame por qué chantajeabas a tu hermana. – empecé a acariciar su entrepierna con la lengüeta de la fusta.

– Porque… – las dos hermanas estaban tan avergonzadas que no se querían mirar la una a la otra a la cara.

– ¿Qué pasa ahora tenéis vergüenza? Miraros y contesta a la pregunta.

– La pille en la ducha con Melisa… – cogió aire. – Estaba de rodillas comiéndole el coño.

– ¿Y quién te dio permiso para chantajearla? – Helena me miró alucinada por la pregunta. – Vosotras solo hacéis lo que yo os digo.

– Pero… pero eso fue hace tiempo.

– Y por eso eres una malcriada, que se cree la dueña de esta casa. – agarré uno de los pezones de mi perrita y se lo pellizqué.

– Ahhh… Perdón.

– Ahora va a ser Rebeca la que disfrute un rato. – la agarre de la coleta y la coloqué de rodillas delante de su hermana. – ¡Cómeselo!

– ¿Qué? – Helena se intentó poner de pie. – ¡Ni de coña le voy a comer el coño! – Rebeca cerró las piernas nada más escuchar mis palabras.

– Perrita, ¿crees que es inteligente hacerme enfadar cuando tengo la fusta en la mano? – hice silbar la fusta en el aire y Helena se quedo congelada. – ¡Tu abre las piernas o serás tú quien pruebe la fusta!

Rebeca abrió las piernas muy despacio mientras su hermana se colocaba entre sus piernas. Helena me miraba esperando que fuese una broma. Recorrí su espalda con la lengüeta de la fusta lo que hizo que le recorriese un escalofrió por la columna a mi perrita.

– ¿A qué esperas, a que te de un fustazo? Créeme, ¡empiezas o uso todo lo que hay en la mesa para castigarte!

Helena miró de reojo la mesa con todos los objetos que había usado para castigarla y comenzó a besar la entrepierna de Rebeca. Mi gatita dio un respingo al notar los labios de su hermana y empezó a moverse en el sofá, como intentando no disfrutar de lo que estaba pasando. Menuda escena, una resistiéndose a confesar que le estaba gustando y la otra separándole más las piernas para jugar con su lengua en la rajita de Rebeca. Saque el móvil para grabarlas, ya que esta escena no podía faltar en mi colección, además así podría tener algo más contra Rebeca. Cuando Rebeca me vio con el móvil me suplicó que no la gravase, pero sus súplicas fueron dejando paso a de gemidos. Incitaba a Helena para que le metiese los dedos en su tierno coño, lo que hizo dar un gemido a la gatita y empezó a revolverse en el sofá. Había perdido el control y Helena había encontrado el punto justo para volverla loca. Rebeca agarro de la coleta a su hermana y empezó a suplicarle que no parase, estaba a punto de correrse. No me imaginaba que Helena fuese tan buena para conseguir que su hermana fuese a correrse tan rápido, pero también podía ser que Rebeca estuviese tan cachonda por lo que estaba pasando hoy que no le permitiese aguantar un poco más. Rebeca arqueó la espalda mientras gemía sin control y de pronto cayó desplomada en el sofá con una sonrisa de satisfacción de oreja a oreja.

– ¡Joder…! – entendí entre la respiración acelerada de Rebeca.

– ¿Qué te gustó gatita? – Rebeca aun tenía la sonrisa en la cara mientras me decía que si moviendo la cabeza. – ¿Y tu perrita, vas a volver a hacer algo sin que te lo ordene yo?

– No volveré a hacerlo. – tenía una cara de rabia mientras se limpiaba los labios. – ¿Puedo ir a limpiarme, por favor?

– Si que puedes. Gatita tu también ve a limpiarte. – Rebeca asintió con la cabeza y se levantó del sofá. – Helena mientras os limpias dile cuales son las reglas y volver rápido.

Las dos volvieron del baño sin mirarse casi, la vergüenza por lo que había pasado aun les andaba por la cabeza.

– ¡De rodillas las dos! ¿Te explicó las reglas? – las hermanitas obedecieron y se arrodillaron delante de mí.

– Si, las cumpliré todas. – me contestó muy sumisa mi gatita.

– Bien, eso es lo que quería escuchar pero para asegurarme y darte un aliciente, vas a ver como duele que te azoten con todo esto. – Rebeca se quedo congelada y aterrorizada.

– ¡No, por favor! He hecho todo lo que me has dicho. – me empezó a suplicar con los ojos llorosos.

– ¡Cállate! Las dos vais a jugar a un juego.

– Yo, ¿por qué? – me pregunto Helena al ver que ella también sería castigada. – No he hecho nada.

– A ti te vendrá bien recordar y a ti aprender. – las dos me suplicaban que no las castigase. – Si no queréis jugar, os ato a la mesa y os azoto hasta que me canse.

– ¿De qué se trata el juego? – me preguntó Helena.

– Seréis azotadas con todos estos objetos, pero el número de azotes con cada uno será según vuestra suerte.

– ¿Según nuestra suerte? – me preguntó Rebeca alucinada por todo lo que estaba escuchando.

– Usaremos un dado. Cada objeto tendrá un número y dependiendo del que os toque, seréis azotadas con uno u otro. Luego haréis otra tirada para saber el número de azotes.

– ¿Y cuándo se termina? – dijo mi perrita sin dejar de mirar la mesa llena de objetos para castigarlas.

– Cuando las dos hayáis sido castigas con todos los objetos. Bueno y si una termina antes que la otra… mejor os lo cuento cuando pase.

– ¿Pero nos azotaras suave? – me preguntó Rebeca toda inocente y asustada.

– Eso depende de si chillas o no. – le dije con una risa. – Bueno nos faltan dos objetos para empezar el juego. Helena ve al jardín y trae una de las varas que usa tu madre para apoyar sus flores, pero antes límpiala. Gatita, tu ve a buscar una de las palas de jugar en la playa y un dado.

Las dos hermanas se levantaron y fueron a cumplir las órdenes que les había dado, contoneando sus preciosos culitos mientras caminaban desnudas por la casa.

Helena se me acercó limpiando con un paño una de las varas del jardín y me la entrego en silencio. La hice silbar un par de veces y la cara de mi perrita mostro un poco de miedo.

– ¡Va a doler mucho! – me dijo con voz suave buscando que me apiadase.

– Pude que un poco más que la fusta, pero eso ya me lo dirás cuando terminemos el juego. – le contesté burlonamente.

Rebeca seguía en el cobertizo donde guardamos todas las cosas de la piscina y las cosas de la playa. La pobre parecía que no encontraba las palas de la playa, me miraba como la observaba por la ventana del salón y volvía a meterse a rebuscar. En ese momento me vino a la cabeza que la gatita iba a tener complicado encontrar las palas ya que estaban en mi mochila de ir a la playa con mis amigos la semana pasada. Rebeca salía del cobertizo y no dejaba de dar vueltas, seguramente pensando que se ganaría un castigo si no aparecía con lo que le había mandado. Volvió a entrar y al poco rato salió corriendo con algo en las manos. Mi gatita apareció en el salón y rápidamente dejó sobre la mesa con los demás objetos lo que traía en la mano.

– Perdón, pero no encontré las palas nuevas de la playa, pero encontré esta. – me dijo buscando mi aprobación.

Rebeca había traído una vieja pala de la playa que no sabía ni que existía. Parecía más resistente que las nuevas palas de la playa que venden, con una empuñadura firme que se adaptaba muy bien a mi mano y con una pala de hoja gruesa y de madera dura. Era perfecta, mucho mejor que la que yo tenía en mente.

– Servirá, pero límpiala un poco primero. – le dije quitándole mérito a lo que había hecho mi gatita.

Rebeca usó el paño que había usado su hermana para limpiar la vara y volvió a colocar la pala en la mesa. Les indiqué que se colocasen de rodillas y las dos obedecieron aunque parecía que no les hacía mucha gracia a ninguna de las dos.

– ¿Quién quiere empezar? – se miraron entre ellas, esperando que la otra se ofreciese voluntaria.

– ¡Ella! – dijo Rebeca rápidamente señalando a su hermana.

– Mira que rápida nos salió la gatita. – le dije entre risas. – Helena empiezas tu, así aprenderás a no estar atontada cuando pregunto algo.

Helena cambió su cara a puro odio y rabia hacia su hermana, no se podía creer como se la había jugado su hermana. Se levantó y se dirigió a tirar el dado que estaba sobre la mesa.

– Un seis perrita, te toca disfrutar del cepillo del pelo. Tira otra vez a ver cuando azotes te has ganado en cada nalga. – Helena volvió a lanzar el dado y le salió un tres.

– ¿Cómo me coloco?

– Pon la silla del comedor aquí y ponte sobre mis rodillas.

Helena obedientemente colocó la silla y se acomodó sobre mis rodillas.

– Estira los brazos y tu gatita agárrala por las muñecas. Si se te escapa volveremos a empezar el castigo y tú también lo recibirás. ¿Os ha quedado claro? – las dos asintieron con la cabeza. – la que esté agarrando contará en voz alta los azotes.

Las dos estaban en posición con que comencé con el castigo al redondeado culito de Helena. Los azotes no eran muy fuertes, ya que quería que aguantasen todo el juego, pero lo suficientes como para calentárselo bien. Rebeca numeraba cada azote con una cara de asombro, ya que aun no se podía creer lo que estaba viendo.

– Muy bien niñata, ahora te toca a ti Rebeca. – la gatita se dirigió hacia el dado mientras su hermana se frotaba su enrojecido culo.

– Un tres… el cinturón y dos azotes. – me dijo mientras me entregaba el cinturón.

Le indiqué que se echase sobre la mesa del comedor y Helena se colocó al otro lado para agarrarle los brazos. Todo el cuerpo de Rebeca estaba tenso, que al simple contacto con la fría mesa la hizo dar un saltito. Me coloqué detrás de ella y sin previo aviso dejé caer el primer correazo, que rápidamente Helena numero. Rebeca arqueó el cuerpo entero que si no estuviese agarrada por su hermana se habría levantado de la mesa. El segundo correazo le cayó justo en el medio de su pequeño culito que ahora estaba decorado por dos tiras rojas que le cubrían las dos nalgas.

– ¿Qué tal sientan los correazos?

– Me arde el culo. – me contestó mientras se frotaba como una loca sus nalgas.

– Pues imagínatelos más fuertes si me desobedeces. – le dije mientras le agarraba la cara para que me mirase a los ojos. – Vamos con la segunda ronda.

Mi perrita tiro el dado sacando un cuatro y rápidamente se quedó mirando la vieja pala de la playa. Agarró el dado y lo volvió a lanzar. Su cara se puso seria al ver el cinco que le había salido en la tirada y me entregó la pala, la cual había agarrado para comprobar lo dura que era. Se colocó en la misma postura que se había colocado su hermana antes y creerme que la escena era increíble con ese cuerpazo sobre la mesa.

– Separa las piernas perrita. – le ordene mientras con mis dedos se las separaba acariciando su rajita.

Esta pala sí que ha sido un gran descubrimiento, cada azote cubría casi todo el culo de Helena, la cual se quejaba y resoplaba con cada azote. Después de los cinco azotes la perrita tenía el culo bien rojo y le tenía que arder bastante.

– ¿Qué te parece la pala nueva perrita, esta aun no la habías probado?

– Duele mucho y por todo el culo. Lo tengo como si me hubieses dado un montón de azotes con la mano. – me contesto mientras se apretaba el culo.

Rebeca lanzó el dado y su cara se quedó helada al ver que le volvió a salir un tres. Helena no pudo disimular una sonrisa mientras su hermana volvía a tirar el dado para sacar un cuatro.

– Vaya gatita parece que te gustó el tacto del cinturón. – le dije burlonamente.

– ¿Otra vez? – me pregunto con cara de buena buscando que me apiadase de ella.

– A mi no me mires, cosa del destino. Venga colócate en la mesa.

La gatita se colocó sobre la mesa obedientemente y recibió de nuevo los cuatro correazos, dejando escapar unos suaves quejidos. Helena con cada correazo que recibía su hermana esbozaba una sonrisa, mientras apretaba con fuerza los brazos para que no se pudiese mover su hermana. Después de los correazos Rebeca no podía parar de frotarse el culo, en el que se veían claramente las marcas como fuego. Tenía que tener cuidado ya que no quería dejarles marcas muy feas, porque si alguien las viese se podría terminar la diversión.

Helena tiro el dado y quedó aliviada al ver que no se repetía el número, aunque el dos que le había salido no le hacía mucha gracia, al recordar como dolían los azotes con la fusta. Volvió a tirar el dado temblorosa y le salió un dos, la perrita estaba teniendo mucha suerte con las tiradas. Me entregó la fusta y se colocó sobre la mesa.

– Estoy lista. – me dijo la perrita en un tono que me parecía que estaba disfrutando de su suerte.

Esta perrita si no la ato en corto todo el rato se me viene arriba, pero yo ya sabía muy bien como bajarle los humos. El primer fustazo resonó e hizo dar un chillido a la perrita de lo fuerte que fue. Me miro sorprendida por la fuerza con la que la había dado el azote.

– ¿No estabas lista? – le dije con sarcasmo.

– Si, pero…

Le interrumpí con el segundo fustazo igual de fuerte que el anterior, que hizo a Helena arquear la espalda. En la cara de mi perrita podía ver claramente que había entendido el mensaje y en la de Rebeca que aun podía ser peor si no cumplía las reglas. Rápidamente Rebeca fue a tirar los dados saliéndole tres azotes con la pala de la playa. Mi gatita se colocó separando las piernas como le dije en el anterior castigo. Con cada azote sobre su redondito culo Rebeca se ponía de puntillas y ahogaba sus quejas tapando su boca contra su brazo. Los azotes no eran muy fuertes pero para ser su primera vez Rebeca estaba siendo muy sumisa.

– ¿Cómo va tu culito niñata?

– Me arde mucho. – me contestó mientras se los agarraba

– Pues sigue así sin chillar, ni hacer tonterías y los azotes seguirán así de suaves. Tu lo mismo Helena, pórtate bien y serán suaves.

– Si, me portaré bien. – me contesto mientras volvía a tirar el dado.

La suerte seguía sonriendo a mi perrita que había sacado un solo azote con el cinturón.

– Como es solo un azote y ya eres mayorcita, no hace falta que te agarre tu hermana. – le dije mientras estaba colocándose sobre la mesa. – Ponte aquí con las piernas abiertas y tócate los pies.

Helena se colocó como le ordene y me sorprendió lo flexible que era por entrenar en atletismo. La azoté no muy fuerte, pero la falta de práctica hizo que mi perrita casi se cayese hacia adelante. Me miró un poco asustada, como esperando un castigo por salir de la posición que le había ordenado, pero no lo hice, esa cara que tenía me mostraba una buena sumisión por parte de mi perrita y estaba contento. Le indiqué a Rebeca que le tocaba tirar.

– Me ha salido un cinco.

– ¿Un cinco? Pues vas a tener el placer de estrenar esta vara. – le dije mientras la cogía de la mesa. – Y tres azotes te han salido.

Mi hermanastra pequeña se colocó sobre la mesa sin dejar de mirar de reojo como abanicaba la vara acercándome a ella. El primer azote se me escapó un poco y le cayó en el comienzo de las piernas. Al ser más larga que la fusta tenía que calcular mejor donde quería que cayesen los azotes. Los otros dos azotes sí que acertaron en su objetivo marcando dos líneas rojas en su tierno culito.

– ¿Cómo ha sido gatita?

– ¡Duele más que lo anterior! – me contestó dando saltitos para intentar calmar el escozor que tenía.

– Eso significa que es efectiva para cuando os portéis mal.

Helena tiró el dado y ella también sacó un cinco.

– Que casualidad, ya no hace falta que la suelte. – le dije burlonamente mientras hacía silbar la vara delante de ella.

La perrita sacó un cuatro en su segunda tirada y un poco preocupada por lo que le dolería la vara se fue colocando sobre la mesa. Como con su hermanita, Helena arqueo la espalda y ahogo un chillido con su brazo con cada contacto de la vara en su desnudo culo. En cuanto Rebeca le soltó los brazos, mi perrita empezó a frotarse el culo como una loca.

– Pufff… ¡duele más que la fusta! – me dijo con los ojos un poco enrojecido.

Me reí mientras indicaba a Rebeca que tirase el dado. A mi gatita esta vez le tocaban dos azotes con la fusta y le ordené que se colocase de pie como hizo su hermana primero. Con el primer fustazo Rebeca cayó de rodillas en el suelo mientras se agarraba las nalgas castigadas, pero a un gesto mío, la niñata volvió a su posición rápidamente para recibir el segundo azote que le hizo dar un saltito.

Menuda suerte estaba teniendo Helena sólo le quedaba por sacar un uno y lo saco, lo que le hizo esbozar una sonrisa dándole igual el seis que había sacado en su segunda tirada. La perrita estaba tan contenta de haber terminado que no le importó que le diese un poco más fuerte los azotes con la mano en su dolorido culito.

– Muy bien perrita, ya has terminado el juego. Menuda suerte has tenido que no has repetido ningún castigo. – Helena no podía ocultar su felicidad, sonriendo como una tonta. – Ahora vamos a cambiar un poquito el juego. Poneros de rodillas.

– ¿Cambiar? – me preguntó mi perrita pasando de su alegría a preocupación, mientras se arrodillaba al lado de su hermana.

– Tranquila niñata, que como has ganado, estos cambios te van a gustar.

– ¿Y a mí? – me preguntó Rebeca aun más preocupada.

– No tanto gatita, es lo que tiene perder. – le contesté acariciándole la cara. – Helena a partir de ahora hasta que Rebeca disfrute de todos los juegos que le faltan, tirarás dos veces el dado y serán el número de azotes que recibas con la mano en tu culo.

– ¿El dado dos veces? – asentí con la cabeza. – Vale mejor doce azotes con la mano que otra vez con la vara.

– Así me gusta perrita, pero además, mientras recibes los azotes Rebeca te masturbará.

– ¿Cómo que la masturbaré?

– Usarás tus habilidosos dedos para darle placer a tu hermana y como no vea que disfruta recibirás un castigo.

– Pero, ¿por qué tengo que ser yo quien la masturbe? Que se lo haga ella. – me contestó Rebeca cabreada.

– Niñata vas a hacer lo que yo te diga. – le dije dándole un tirón del pelo. – y por lista vamos a mejorar el juego. ¿Qué castigos te faltan aun?

– Pues… con la mano y con el cepillo del pelo. – me contestó con voz un poco temblorosa.

– Pues cada una tirará dos rondas, tu perrita ya te expliqué como sería y tu Rebeca será una ronda con cada castigo que te falta, tirando dos veces el dado para ver cuántos azotes te dará tu hermana.

– Yo… ¿yo la voy a azotar? – me dijo Helena dibujando una sonrisa en su cara.

– Si. Venga perrita tira el dado.

– Un tres y un cuatro.

– Pon las manos sobre la mesa y separa las piernas. Rebeca ponte a su lado y empieza a masturbarla. – me acerque a su oído. – Si consigues que se corra te perdono los azotes que te quedan.

Rebeca me miró como si le hubiese lanzado un reto que estaba muy segura de ganar. Se puso al lado de su hermana y mirándome con una cara juguetona se metió dos dedos en la boca. No os podéis imaginar lo dura que se me puso la polla viendo a Rebeca hacer eso y a Helena sobre la mesa con una sonrisa sabiendo que este castigo sí que le iba a gustar. Rebeca bajo sus dedos acariciando la espalda de su hermana muy suavemente, lo que Helena no pudo ocultar de que la estaba poniendo muchísimo. Cuando los dedos de mi gatita llegaron a la rajita de su hermana esta soltó un suspiro y arqueó la espalda.

– ¡Serás perra! – dijo Helena mirando a su hermana mientras movía su cadera al ritmo de los dedos de Rebeca.

– Yo seré una perra, pero tú estás toda mojada. – le susurro al oído. – Y no me apetece que me azoten más, con que prepárate.

La gatita aceleró sus caricias en la rajita de su hermana y Helena se agarró fuerte a los bordes de la mesa para intentar resistirse a perder el control y dejarse llevar por el placer. Le di el primer azote y Helena me miró mordiéndose el labio, sin duda estaba a punto de dejar salir a mi perrita cachonda como hizo el día anterior. Continúe con los azotes, pero esta vez no se escucho ni una sola queja, solo suspiros y algún gemido que se le escapaba. Se estaba resistiendo como una campeona al placer que estaba sintiendo, se notaba que no quería que le ganase su hermana. Con el último azote Helena se separó de la mesa como si esta le diese un calambrazo.

– ¡Joder!… con la niñata. – grito con la respiración muy acelerada. – Normal que… Melisa te invite… tanto a su casa.

– No me gusta perder y a ti parece que te estaba gustando demasiado. – le contestó mientras se chupaba los dedos.

– Menudo par de guarrillas estáis hechas. – les dije riéndome a la vez que flipando por lo que estaba pasando ahora mismo. – Bueno gatita con que quieres ser castigada ahora. ¿Con el cepillo o con la mano?

– Pues… con el cepillo… que duele más.

– Pues tira el dado dos veces y tu Helena ve colocándote en la silla.

Mientras Rebeca tiraba el dado me acerqué a Helena para poner en su sitio a mi perrita.

– No te pases con los azotes, sino seré yo el que te enseñe como se dan los azotes bien fuertes. ¿Te ha quedado claro perrita?

Helena me asintió con la cabeza. Rebeca saco nueve azotes con el cepillo en cada nalga de su tierno culito. Le entrego muy obediente el cepillo a su hermana y se acomodó sobre sus piernas. Helena le acarició su enrojecido culito mientras observaba las marcas que tenía de los anteriores castigos.

– Lo tienes ardiendo. – le dijo mientras le apartaba el pelo de la cara para verla bien. – ¿Estás lista?

Rebeca le contestó que sí y al terminar la frase le cayó el primer par de azotes, uno en cada nalga muy seguidos. Helena me miraba esperando mi aprobación y le hice un gesto para que continuase, ya que se los había dado con la fuerza apropiada. Mi perrita continuó dándole los azotes de dos en dos, haciendo que su hermana soltase un quejido que parecía más placer que dolor.

– Pufff… espera un poco. – le dijo Rebeca poniendo su mano sobre su culo para frenar a su hermana.

– ¡De eso nada perra!

Helena agarró el brazo de su hermana y se lo puso a la espalada, inmovilizándola para que no pudiese volver a interrumpirla. Los azotes seguían sin ser muy fuertes pero al castigas las dos nalgas tan seguido hacía que el escozor fuese doble. Con el último azote Helena soltó a su hermana dejándola caer al suelo.

– ¿Qué tal los azotes de tu hermana?

– Una perra vengativa. – me dijo frotándose el culo y con una cara que mezclaba enfado y placer. – Pero ahora se va enterar.

– Vaya Helena, mejor prepárate que esta vez tu hermana esta vez se va a poner las pilar. – le dije burlonamente.

Helena la miro y soltó una carcajada desafiante mientras tiraba el dado.

– Un diez, azotes de sobra para conseguirlo. – dijo Rebeca muy chulita.

– ¿Tan confiada estás gatitas? Pues vamos a mejorar la apuesta. El máximo son doce azotes en cada nalga. – le decía mientras les acariciaba a las dos el culo. – Si consigues que se corra… repartiré seis azotes a cada una. Yo te daré los tuyos mientras Helena te masturba y tú azotarás a Helena sobre tus rodillas.

– ¿Y si no lo consigue? – me pregunto Helena mientras se volvía a colocar en la mesa.

– Pues seré yo quien la azote mientras ella consigue que te corras, como hiciste antes tú con ella en el sofá.

Las dos hermanas se miraron como desafiándose a ver quien ganaba la competición. Helena se colocó sobre la mesa y Rebeca volvió a jugar como antes acariciándole la espalda.

– ¿Te encanta jugar perra? – le dijo Helena intentando mantenerse firma a las caricias de su hermana.

– No te imaginas cuanto y sobre todo que se me resistan. – le contesto la gatita al oído.

Casi no podía frenar mis ganas de fallármelas, tenía la polla que me estallaba en los pantalones. Las dos me miraban con cara de puro vicio, esperando que pasa el juego a otro nivel, pero sabía que si demostraba debilidad ahora serian ellas quien me controlasen y eso no lo podía consentir. Rebeca ya estaba jugando con la rajita de su hermana y esta hacía todos los esfuerzos para mantenerse tranquila.

– ¿Estáis listas? – les pregunté colocándome detrás de Helena.

– Un segundo. – me dijo Rebeca con una sonrisa de diablilla en la cara.

Rebeca introdujo dos dedos con el coño de su hermana y esta se desplomó sobre la mesa a la vez que soltaba un gemido.

– Empieza… por favor. – me dijo con la respiración acelerada Helena. – Eres… eres una perra… Rebecaaa.

Rebeca me sonrió y comencé a castigar el culo de Helena. Con el placer que estaba sintiendo seguramente le daba igual la fuerza con la que le azotase, el mero contacto de mi mano con su piel hacía que mi perrita arquease la espalda, maldiciendo el placer que estaba sintiendo. Helena ya no podía disimular, ni contenerse, ya que su hermana le estaba llevando al límite.

– Llevamos ya cinco azotes en cada nalga y no veo a tu hermana ceder gatita. – le dije burlonamente a Rebeca para meter cizaña entre ellas.

Rebeca me miró aceptando el desafío y acercó su otra mano hacia la entrepierna de su hermana. Sin dejar de meterle los dedos en su mojado coñito, la gatita empezó a acariciar su clítoris con la otra mano. Helena se retorcía de placer con cada movimiento de su hermana.

– No… no pares el… castigo… por favor. – me suplicó Helena entre gemidos.

Continué azotándola mientras de la boca de Helena solo salían jadeos e insultos para su hermana, la cual estaba disfrutando mucho viendo a su hermana sufrir así. Con el décimo par de azotes Helena apartó rápidamente las manos de su hermana y cayo desplomadas en el suelo.

– ¡Joder!… Gane… – conseguí entenderle con dificultad al tener la respiración tan acelerada.

– Muy bien perrita, ahora quieres tu premio.

– Si… por dios… lo… necesito.

– Serás guarrilla. – le dije entre risas. – Ponte en el sofá y tu chulita, ponte a comerle el coño a tu hermana mientras recibes tu último castigo.

Rebeca estaba cabreada por no conseguir que su hermana se corriese, siempre fue muy competitiva y no sabía perder. Helena se tumbó rápidamente en el sofá con las piernas abiertas y con una cara de placer que ya no se molestaba en ocultar.

– Venga gatita, no seas mal criada y obedece. – le dije mientras la acercaba del brazo hasta donde estaba su hermana. – Ponte a cuatro patas en el sofá y tu Helena échate sobre en el apoya brazos.

Las dos hermanas se colocaron como les mande y Rebeca empezó a acercar su lengua hacia la entrepierna de su hermana muy despacio. Helena que ya no podía aguantar del calentón agarró del pelo a Rebeca y le metió la cara entre sus piernas. Comencé a azotar el enrojecido culito de mi gatita mientras su hermana estallaba en gemidos y a revolverse sin control, pero sin soltar la cabeza de su hermana. Ya no me podía aguantar viendo a esas dos pedazo de cachondas gozando como perras desnudas en el sofá. Me acerqué a Helena y me saqué la polla de los pantalones poniéndosela delante de la boca.

– ¡Chupa perrita! – le dije mientras le empujaba la cabeza contra mi polla toda erecta.

Aun con lo cachonda que estaba mi perrita, le seguía dando un poco de asco meterse mi polla en la boca, pero rápidamente se le pasó la tontería. Que gozada sentir su lengua después de tanto rato empalmado viéndolas desnudas y gozando. Entre los gemidos que le provocaba Rebeca y mi polla entrando todo lo que podía en su boca, Helena lo estaba pasando un poco mal para respirar. Empecé a jugar con sus pezones que estaban durísimos y muy sensibles, cada roce de mis dedos era como un calambrazo que recorría el cuerpo desnudo de Helena. Rebeca estaba empeñada en que su hermana se corriese brutalmente, por lo que le metió dos dedos por su coño, haciendo que mi perrita llegase a su límite. Helena se sacó mi polla de la boca y empezó a gemir sin control y arqueando la espalda que parecía q se iba a partir. Cayó desplomada sobre el sofá intentando recuperar el aliento, mientras apartaba a su hermana de entre sus piernas.

– ¿Qué parece que lo consiguió al final perrita?

– Puff… vais… a acabar con… conmigo. – me consiguió decir agotada por el orgasmo que acababa de tener.

– Pobrecita. – le dije burlonamente. – Recupera el aire que esto aun no ha terminado.

Me acerqué a Rebeca y agarrándola del pelo la coloqué de rodillas delante de mí y le puse la punta de mi polla en sus labios.

– Ahora os toca ser agradecidas. – les dije mientras empujaba la cabeza de mi gatita para que empezase a chupármela.

Rebeca empezó a chupármela pero como había pasado esta tarde le faltaba práctica para que lo hiciese tan bien como su hermana. Le empujaba la cabeza para que se la tragase entera, pero la niñata no podía.

– ¡Que boquita más pequeña tiene mi gatita! – más que una mamada parecía que le estaba follando la boca ya que era yo quien ponía el ritmo. – Helena ven aquí, que le vas a enseñar cómo me gusta que me chupen la polla.

Mi perrita se colocó de rodillas al lado de su hermana. Le saqué la polla de la boca a Rebeca, pero antes le di un buen empujo lo que le hizo dar unas arcadas al tocar su campañilla con la punta. Agarre a Helena por la cabeza como a su hermana y empecé a meterle la polla sin tonterías. Nunca pensé que podría estar en esta situación, con mis dos hermanastras desnudas de rodillas a mis pies y yo agarrando a cada una del pelo con una mano, mientras me chupaban la polla. A Helena también le costaba tragarse mi polla y más que fuese yo quien llevase el ritmo de la mamada, ya que le costaba respirar con las arcadas. Fui turnando la boquita de las hermanitas, con cada vez más ganas de metérsela entera en esas boquitas de pijitas que tienen. Ya no tenía ningún control de lo que estaba disfrutando, las dos estaban consiguiendo que llegase a mi límite y no me podía resistir más. Estaba a punto de correrme y decidí hacerlo viendo una escena de infarto. Les junté las caras.

– ¡Besaros zorritas! – les empuje las cabezas una contra la otra hasta que empezaron a besarse desenfrenadamente con lengua. – ¡Así sí que da gusto correrse!

Empecé a pajearme para terminar y correrme sobre las dos niñatas mientras me miraban de reojo. Ya estaba a punto de venirme con que acerqué mi polla a sus boquitas y descargue todo sobre ellas. Fue una corrida increíble para mí, pero para ellas parece que no les hizo mucha gracia cuando sintieron mi corrida en sus caras.

– ¿Qué haces Rebeca? Ni se te ocurra limpiarte. – le ordené cuando la vi con intenciones de quitarse mi corrida que tenía por la boca y la mejilla. – ¡Seguid besándoos!

Las dos hermanas obedecieron y empezaron a besarse otra vez, aunque con un poco de reparo ya que las dos tenían toda la boca lleva de mi corrida. Cogí el móvil y empecé a sacarles fotos.

– ¡No por favor! – me suplicó Rebeca al darse cuenta que las estaba fotografiando.

– Tranquila gatita. Estas fotos son a cambio de las que no me mandaste hoy. – le dije mientras le sacaba otra foto. – ¿Ya te olvidaste de las reglas que tienes que cumplir todos los días?

-No… solo que pensé que empezaba mañana. – me contestó esperando que no la castigase.

– Cuando te darás cuanta que lo que tienes que hacer es obedecer en vez de pensar tanto gatita.

Rebeca miraba para el suelo un poco avergonzada, mientras su hermana se apoyaba sobre el sofá ya que las piernas no le aguantaban más. Me senté sobre el butacón delante de ellas.

– ¿Qué os pareció el juego? ¿Cuál os gustó menos?

– La espera a ver que te salía en el dado era una putada. – me contestó Helena. – y sin duda la vara duele mucho.

– Que te pueda salir un número varias veces, no sabes cuándo se va a terminar el castigo. – dijo rebeca mientras se intentaba limpiar un poco la cara. – ¿Me puedo ir a limpiar, por favor?

– Aun no gatita. – le contesté riéndome un poco de ella. – Ahora que habéis probado todos los castigos, ya sabéis lo que os espera si no os portáis bien y creerme que los azotes no serán tan suaves como hoy.

Las dos hermanas dijeron que se portarían bien. Les indique que se pusiesen de pie y que se inclinasen sobre el sofá que quería ver como tenían el culo. Rebeca lo tenía más magullado que su hermana, pero nada que no le desapareciese en un par de días.

– Bueno niñatas, ahora quiero que recojáis todo esto y que os vayáis a dar una ducha antes de iros a la cama, que mañana tenemos colegio. – les ordene mientras me levantaba para irme del salón. – Que al volver del colegio, os tengo preparadas unas tareas para hacer.

– ¿Qué tareas?

– Tendrás que esperar a mañana perrita para descubrirlo

Cuando me sonó el despertador aun estaba agotado por el fin de semana que había pasado educando a mis hermanastras, pero teníamos que ir al colegio para no levantar sospechas, ya que en nuestros colegios si faltamos llaman a nuestros padres enseguida. Algo me parecía distinto al resto de mañana, pero no conseguía darme cuenta y no era que tuviese una sonrisa de oreja a oreja aun por todo lo que había pasado. Era el silencio que había, ya que cuando me despierto siempre escucho a Rebeca duchándose que es la primera que se levanta siempre. Me levanté y salí al pasillo, donde las puertas de las niñatas aun estaban cerradas. Entré en el cuarto de Helena que aun estaba durmiendo con su pijama corto.

– ¡Venga arriba niñata! – le chille mientras le encendía la luz. – Que vais a perder el bus.

– No quiero… estoy cansada. – me contestó medio dormida.

Tiré de las sabanas para atrás y la agarré de las piernas para sacárselas de la cama, dejándola boca abajo al borde de la cama. Me puse a su lado y agarrándola de un brazo la inmovilicé, mientras que con el otro empecé a darle azotes en su redondito culo. Helena despertó con el primer azote y empezó a pedirme disculpas entre lloriqueos por los azotes. Después de unos diez azotes bien fuertes la solté y me dirigí al cuarto de Rebeca. Mi gatita se había despertado con los chillidos que dio su hermana y me estaba esperando de pie al lado de su cama.

– Perdón me quede dormida. – me dijo con vocecita de no haber roto un plato en su vida.

La agarré del brazo y la lleve hasta la habitación de su hermana azotándole el culo con fuerza, que en vez de caminar parecía un canguro dando saltitos.

– ¡Quitaros el pijama, ya! – les ordene de un grito mientras entraba en el baño enfrente de la habitación de Helena y abría el agua fría de la ducha. – Como pierdan el autobús, se van a pasar todo el día atadas a la mesa recibiendo azotes con la vara. – las dos niñatas se pusieron tensas al escuchar la palabra vara, ya que recordaron lo que les había dolido la noche anterior.

Agarré del brazo a las dos niñatas desnudas y las metí en la ducha. El agua tenía que estar helada ya que las dos al mojar sus desnudos y preciosos cuerpos chillaron como locas. Cogí el grifo de la ducha y las mojé bien, mientras ellas se quejaban e intentaban escaparse de la ducha.

– Tienen media hora para no perder el autobús y como no han madrugado ahora tendrán que compartir el baño.

Salí del baño y me fui a dar una ducha rápida al otro baño, aunque yo no tenía tanta prisa para coger el autobús quería estar listo para cuando se marchase las niñatas. Cuando bajé hacia la cocina Rebeca salía de su cuarto con su uniforme y una coleta. Menudo desperdicio de cuerpo, con lo buena que está y lo poco sexy que se ponía la gatita. Se sentó a desayunar sin mirarme a la cara avergonzada por todo lo que había pasado ayer. Esa situación me encantaba, por la noche desatada por la lujuria y al día siguiente arrepentimiento y vergüenza. Helena bajó al poco rato con su uniforme mucho más sexy, con la falda más corta y un polo ajustado.

– Bueno niñatas, hoy tengo entrenamiento por lo que hasta las siete no llegaré. – les decía muy tranquilo mientras me acercaba a ellas. – Les voy a dejar unos cuantos recados que hacer antes de que yo llegue.

– ¿Qué quieres que hagamos? – me preguntó Helena que también se veía un poco avergonzada.

– Os vais a ir de compras. Quiero que Rebeca se compre lo mismo que tú en Decatlon.

– ¿También la fusta y la cuerda?

– Si, que elija otro color, así cada una tendrá la suya y luego te la vas a llevar de compras, que le hace falta cambiar de vestuario, para lucir más ese cuerpazo que tiene.

– ¡Ya tengo ropa!

– Niñata vas a dejar a tu hermana que te elija ropa, que ella tiene mejor gusto para ir sexy que tu. – le dije agarrándole la cara para que me mirase. – También os vais a comprar lencería, Helena ya sabe cual me gusta.

Las dos hermanas asintieron con la cabeza y se prepararon para marcharse, mientras yo me terminaba los cereales. Cuando estaban a punto de salir por la puerta decidí someterlas un poquito más.

– ¿Qué pasa os vais a marchar sin despediros?

Las dos se quedaron congeladas en la puerta sin saber q hacer. Les indiqué que se acercase y las agarre del pelo dándoles un fuerte tirón.

– Cuando estemos solos os despediréis y me saludaréis como es debido.

Empuje la cabeza de Rebeca y le di un beso metiéndole bien la lengua. Helena comprendió lo que quería y no tuve que forzarla para que me besase.

– Venga que vais a perder el bus. – las despedía dándoles un azote a cada una para que arrancasen.

Que largo se me estaba haciendo el día en el colegio y más un que no me podía librar del entrenamiento para irme a casa a divertirme con mis perritas. Decidí divertirme un rato poniendo nerviosa a Rebeca mandándole unos Whatsapp, que aunque no podían tener el móvil en clase sabia de sobra que siempre lo tenía en el estuche para que no se lo viesen y así usarlo.

Yo – “T recuerdo q m tienes q mandar 2 fotos”

Rebeca – “Estoy n clase”

Yo – “Algo se t ocurrirá”

Yo – “Ayer ya t perdone, hoy no”

Rebeca – “Q vergüenza, no por favor”

Yo – “Tu sabrás”

Al cabo de un rato recibí una foto de mi gatita en el baño levantándose el polo para enseñarme el sujetador blanco que tenía puesto, por cierto era de los más soso que había visto. Rebeca me escribió:

Rebeca – “Ya está”

Rebeca – “Q vergüenza”

Yo – “x ser l primera t l paso”

Yo – “Pero l próxima quiero q sea + erótica”

Yo – “No enseñas nada”

Rebeca – “Otra?”

Yo – “Esperando”

Como estaba disfrutando haciendo sufrir a Rebeca. Aunque la gatita tenía mucho vicio en la cama sigue siendo más inocente que su hermana. También le escribí a Helena que esa niñata nunca se separa del móvil.

Yo – “Q no se t olviden ls fotos”

Helena – “No se m olvidan”

Al cabo de un rato me llegó otra foto de Rebeca, otra vez en el baño pero esta vez estaba desnuda sentada en el wáter, con las piernas abiertas y con una cara de pícara, mientras se chupaba un dedo. La cabrona había conseguido que se me pusiese muy dura con esa carita y el morbo de estar desnuda en el colegio.

Rebeca – “T gustó”

Yo – “Muy bien gatita”

Durante el recreo hablando con mis compañeros de películas de guerra, me vino a la cabeza una del actor de 300, “La cruda realidad” y sobretodo una escena con la chica y unas bragas con vibrador. Era perfecto algo con lo que poder controlar a mis perritas y sobre todo obligarlas a ir a un Sex Shop, seguro que se morirían de vergüenza. Cree un chat nuevo en el Whatsapp con las dos niñatas para contarles su nueva tarea.

Yo – “A partir d ahora os dejaré ls ordenes x aquí”

Yo – “Quiero q también os compréis cada una unas braguitas con vibrador”

Yo – “Con mando a distancia”

Rebeca – “El q?”

Helena – “Es una broma?”

Yo – “Si no sabes Rebe busca n google”

Yo – “No es broma”

Helena – “Para q?”

Yo – “Para lo q yo diga”

Rebeca – “Eso q se compra en un sex shop?”

Helena – “Yo no voy a ir a uno”

Helena – “No quiero q me vean”

Yo – “Vais a ir las 2”

Rebeca – “Q vergüenza”

Helena – “Ni de coña”

Tenía que cortar esta rebeldía de raíz si no me quería pasar media hora discutiendo por el chat. Busqué una de las fotos que les saqué ayer con las caritas llenas de mi corrida y la envié al grupo.

Rebeca – “Q haces!!!!!!”

Helena – “Borra eso!!!”

Yo – “Si cuando llegue a casa no tenéis ls bragas”

Yo – “Esta foto acabará en la web d comentarios anónimos q tanto os gusta cotillear”

Helena – “Si compramos ls bragas borras ls fotos?

Yo – “compra ls bragas y t librarás d unos azotes”

Yo – “y d q todo el mundo sepa lo guarras q sois”

Rebeca – “No por favor”

Dejé de atender al móvil ya que las dos intentaban negociar la situación y yo no estaba por la labor. Me mosqueaba que no obedeciesen a la primera y no poder estar con ellas para darles unos buenos azotes hasta que aprendan a obedecer. Por suerte para mí estaba en el aula de informática con que decidí crear una cuenta falsa para la web de cotilleos anónimos de la ciudad. No sé bien que le veía la gente, pero todo el mundo andaba enganchado en la ciudad leyendo los comentarios anónimos, que la mitad de las veces son mentiras para hacer daño. Decidí crear un mensaje:

“Qué dos hermanas os gustaría ver liándose?”

Los comentarios empezaron a aparecer como la pólvora y sin duda eran de chicos porque menudas burradas ponían. A ver cuánto tiempo tardaba en aparecer el nombre de mis perritas en esa lista de hermanas deseadas. Me empezaron a llegar mensajes dl nuevo chat del Whatsapp de Helena.

Helena – “Has sido tu?”

Helena – “Estas loco?”

Rebeca – “Q pasa?”

Helena – “Mira l web d cotilleos”

Yo – “Si”

Yo – “Ya m canse d vuestras tonterías”

Yo – “Obedecéis o empezaré a subir rumores”

Mientras esperaba una contestación de mis perritas, apareció un comentario en la web nombrándolas, diciendo lo buenas que estaban. Me entró la risa por la cantidad de likes que recibió ese comentario rápidamente.

Yo – “Parece q ya tenéis fans”

Yo – “No fui yo”

Helena – “Vale ls compraremos”

Helena – “Pero no escribas nada por favor”

Rebeca – “Si l haremos”

Por fin las niñatas dieron su brazo a torcer y me mostraron que esta web podía ser una buena arma contra ellas cuando se pongan testarudas. Cuando estaban a punto de terminar las clases le mande unos mensajes a Helena diciéndoles que me mandase fotos de todo lo que se probasen. Me contestó que de acuerdo y que irían al centro comercial que al lado había una tienda donde comprar las bragas. Me estaba gustando más ahora el tono que estaba usando mi perrita, pero luego le tendría que recordar que me tiene que hablar con más respeto con algún castigo.

Cuando terminaron las clases me fui para el gimnasio a entrenar y por el camino me llego una foto de Helena al whatsapp. Era de Rebeca solamente vestida con unos leggins como los que se había comprado su hermana en Decatlon y una fusta en la mano. La gatita estaba toda roja de la vergüenza vistiendo aquellos leggins amarillos que le marcaban toda su rajita. Le contesté que muy bien, que siga mandando fotos de todo lo que se prueben y compren.

No era capaz de concentrarme en el entrenamiento al 100% de las ganas que tenía de ver las fotos que me estaban mandando las niñatas. Pero por suerte para mí hoy saldríamos antes del entrenamiento, lo que significaba poder ir a disfrutar de ellas antes. Al llegar al vestuario vi que tenía varios mensajes de Helena y de Rebeca, que preferí ver después de vestirme, ya que no me apetecía ir empalmado por el vestuario.

Los mensajes de Helena eran fotos de su hermana en un probador con ropa mucho más sexy de la que solía llevar. Que bien le quedaba el escote con esas tetas redonditas que tiene mi gatita y los vestidos ajustados, marcando sus curvas. Los mensajes de Rebeca eran sobre otro tema muy interesante. Mi gatita me pedía si podía ir a dormir a casa de Melisa que hoy no estaban sus padres. Era una oportunidad que no podía desaprovechar para someter a Rebeca y de paso divertirme con Helena que cuando está sola es más juguetona. Decidí ir al centro comercial que estaba cerca en vez de esperarlas en casa. Les escribí al grupo de Whatsapp.

Yo – “Ya salí dl entrenamiento”

Yo – “Voy al centro comercial”

Yo – “Comprasteis ls bragas?”

Helena – “Aun no”

Helena – “Iremos al final”

Yo – “No, ir ahora”

Yo – “Cuando llegue ls quiero ya compradas”

Yo – “Tardo media hora”

Rebeca – “Ahora hay mucha gente x l calle”

Rebeca – “Q vergüenza”

Yo – “No eres muy lista”

Yo – “Me pides ir con Melisa y me haces enfadar ahora”

Yo – “Helena no m has mandado ninguna foto”

Yo – “Seguir enfadándome y será una noche muy larga”

Helena – “Vale vamos ahora”

Se me estaba haciendo eterno el camino hasta el centro comercial de las ganas que tenía de ver a mis perritas. Mientras fui pensando un chantaje para Rebeca, que me mostrase hasta que punto sobornarla con poder estar con Melisa me serviría para follármela cuando quisiese. Le escribí a ver que me contaba.

Yo – “Tantas ganas tienes d ver a Melisa”

Rebeca – “Si”

Yo – “Q le vas a decir d ls marcas d ls azotes?”

Rebeca – “Son golpes, m caí patinando”

Rebeca – “Me dijiste q si era obediente podría estar con Melisa”

Yo – “Si t lo dije”

Yo – “Q gano yo si t dejo ir”

Rebeca – “Q quieres?

Yo – “Un video”

Yo – “Q se vea como t masturba Melisa”

Rebeca – “Un video con melisa? NO”

Yo – “Bueno si no quieres q salga Melisa tendrás q añadir algo + al video”

Rebeca – “El q?”

Yo – “Estáis n l Sex Shop?”

Rebeca – “Si”

Yo – “Cómprate un vibrador como mi polla”

Rebeca – “Q?”

Yo – “Cómpralo y m mandas un video d como t lo metes”

Yo – “O vamos para casa y m paso toda l noche azotándote”

Yo – “Tu eliges”

Decidí meter a Helena en la discusión para que presionase a su hermana a obedecerme, mandándole un mensaje.

Yo – “Q tu hermana se compre un vibrador”

Yo – “O ls dos no os podréis sentar mañana”

Yo – “D tantos varazos q os voy a dar”

Helena – “Si q lo compra”

Yo – “Estoy llegando”

Yo – “Os espero n l entrada”

Yo – “No m hagáis esperar”

Helena – “Ya vamos, está eligiendo”

Ese último mensaje de mi perrita me encantó. Me estaba imaginando a Rebeca toda roja de la vergüenza mirando vibradores en la tienda. Cuando llegue a la entrada del centro comercial aun no habían llegado las niñatas, pero al poco rato aparecieron.

– ¿Qué tal las compras? ¿Enseñarme lo que comprasteis?

– ¿Aquí? – me dijo Rebeca toda acalorada por la vergüenza que había pasado en el sex shop.

– Tu nuevo juguete no hace falta que lo saques de la bolsa. – le dije riéndome. – Abre la bolsa a ver.

Rebeca abrió la bolsa dejándome ver los paquetes de las bragas y un vibrador de color rosa.

– Que bien se lo vas a pasar esta noche. – le dije a Helena. – ¿Y la lencería?

– Aun no fuimos. – me contestó mi perrita.

– Pues ir ahora.

– ¿Entonces puedo dormir en casa de Melisa? – me preguntó Rebeca con una carita de niña buena.

– Si gatita pero primero quiero que te compres un conjunto muy sexy de lencería y tu también Helena.

Fui un poco bueno y les guardé la bolsa del sexshop, que como no tenía logotipo no me importaba, a ver si así le quitaba la cara de tomate que tenía Rebeca. Mientras daba una vuelta por el centro comercial me llegaron las fotos de mis perritas luciendo unos conjuntos de lencería que les quedaban de infarto. Rebeca se veía esplendida y muy sexy con uno rojo y medias negras, al igual que su hermana que eligió uno azul clarito, que con su moreno destacaba mucho. Les contesté que me gustaba y que lo comprasen. Al rato las vi venir hacia donde estaba yo y decidí que era hora de divertirme un rato.

– ¿Puedo irme ya a casa de Melisa? – me preguntó rebeca nada más llegar.

– Si, pero antes una última cosa. – me acerqué a ellas para que no nos escuchase nadie hablar. – Quiero que vayas al baño y te pongas el nuevo conjunto que te acabas de comprar.

– ¿Las medias también?

– Si. Helena quiero que la acompañes y te pongas las bragas vibradoras nuevas. –le susurré casi al oído.

– ¿Aquí? – Helena se quedó alucinada de lo que le dije.

– Si o prefieres ir para casa para que te azote.

– ¿Pero lo vas a activar? – me preguntó preocupada mi perrita.

– Si, pero tranquila no voy a hacer que montes aquí un espectáculo. – le dije tranquilizándola. – Va a ser una prueba de hasta qué nivel consigues disimularlo.

– ¿Y si no puedo disimular pararás?

– Tranquila perrita. – le susurré al oído. – Si te pillan se termina el juego y tú crees que yo quiero que se termine el juego.

Helena se tranquilizó al escucharme y se fue con su hermana al baño, con las bolsas de lo que habían comprado. Que bien me lo iba a pasar con Helena hoy, no iba a parar hasta que la perrita mojase bien sus nuevas braguitas. Las dos hermanitas volvieron del baño con sus bolsas.

– Bueno Rebeca puedes irte ya, pero no te olvides tu nuevo juguete. – le dije acercándole la bolsa. – ¿Y esa bolsa?

– La ropa interior que me acabo de sacar.

– Déjala aquí, solo llévate tu mochila y el juguete. – me acerqué a su oído para susurrarle. – Acuérdate del video o seré yo quien te lo grave mañana y créeme, no será por el coñito x donde te lo meta.

– Si te lo mandaré. – me contestó Rebeca alejándose con miedo de que no le dejase ir.

Tenía a Helena a mi espalda con que decidí probar el mando sin que ella me pudiese ver, a ver qué resultado producía un nivel tres de los cinco que marcaba el mando. Nada más activar el mando pude ver como le fallaron las piernas a Helena por un segundo y me miró con una sonrisa pícara.

– Pufff… más despacio por favor, casi me fallan las piernas.

– Eso era un tres, ¿qué te pareció?

– No me lo esperaba – me contestó con una sonrisa en la cara. – Me va a costar mucho caminar sin que se me note.

– Bueno iremos poco a poco. – le dije riéndome. – ¿Te apetece ir de compras?

– Con esto puesto no mucho, pero seguro que no me voy a poder negar.

– Cuando quieres puedes ser muy lista. – le dije activando el mando al nivel uno.

Helena me miró con una mezcla de rabia y placer, que ya había visto antes y eso era un síntoma de que su lado más caliente estaba despertando. Fuimos a que mi perrita me mirase ropa por el centro comercial. Caminaba con normalidad pero de vez en cuando le fallaba algún paso. Cada vez que se paraba a mirar algo le subía un nivel el vibrador, lo que le hacía esbozar una sonrisa.

– ¿Por qué no te lo pruebas?

– Otro día. – me contestó mi perrita.

– Te lo digo porque voy a subir a cuatro el juguete. – le susurré al oído. – Y seguramente preferirás estar dentro de un probador cuando empiece.

Mi perrita me miró alucinada pero juguetona. Cogió un par de camisetas y se dirigió al probador. Cuando llegó a la zona vio que como de costumbre estaba llena de gente y me vino corriendo.

– Hay mucha gente, vamos a otro lado.

– No perrita, pruébate las camisetas y como seguramente no querrás que me vean entrando contigo en el probador.

– Eso no por favor, nos puede ver alguien conocido.

– Pues vamos a hacer una videollamada con Skype, así podré verte.

– Vale pero no pongas mucha potencia y si te hago un gesto paras el aparato. – me dijo mordiéndose el labio de la excitación.

– Ok. Pero quítate el uniforme para probar las camisetas. – le susurre mientras preparaba el móvil para la videollamada.

Activamos el Skype y mi perrita se fue para un probador. Nunca me gustaron los Iphones, pero hoy estaba encantado que tuviesen una cámara tan buena. Me apoye en un lugar donde la gente no pudiese ver lo que tenía en el móvil, mientras veía como mi perrita empezaba a quitarse el uniforme. Active el vibrador y rápidamente Helena sonrió hacia la cámara del móvil. Cuando ya sólo le quedaba la ropa interior para cubrir ese precioso cuerpo salté directamente al nivel tres, lo que hizo que le fallasen las piernas a mi perrita y que necesitase apoyarse en la pared para no caerse. Miró a la cámara mordiéndose el labio, lo que hizo que se me pusiese durísima, esa carita de vicio me ponía loco. Le bajé un nivel la potencia y mi perrita se incorporó para probarse la primera camiseta. Se giró para que la viese bien por la cámara como le quedaba la camiseta, que ya os podéis imaginar que le quedaba de infarto con esas braguitas negras. Se acercó a la cámara y pude leerle en los labios como me preguntaba si me gustaba, lo que yo asentí con la cabeza a la vez que le volvía a subir la potencia del vibrador. Helena se estaba volviendo loca y con un poco de dificultad se probó la otra camiseta. El nivel tres del vibrador le estaba haciendo que le fallasen las piernas pero mi perrita aun no se quejaba, con que cuando se acercó a volverme a preguntar si me gustaba le subí al nivel cuatro. Mi perrita arqueó la espalda como si le acabase de pasar un calambrazo por todo el cuerpo y apretó las piernas. Se apoyo en la pared intentando tranquilizarse ya que el corazón le tenía que estar latiendo a mil por hora. No dejaba de mirar a la cámara murmurando lo que parecía algún insulto para mí, mientras se agarraba como podía al gancho para colgar la ropa. Le estaba costando mantener el control, por lo que empezó a hacerme gestos para que parase. Decidí ser un poco malo y dejarla un poquito más así, ya que me estaba poniendo burrísimo. Helena casi no se podía mantener de pie y se tapaba la boca seguramente para impedir que la escuchasen en los otros probadores perder el control. Fui bajando la potencia del vibrador muy despacio para que mi perrita pudiese recuperar la compostura y ponerse de nuevo el uniforme. Recogió todo y se arreglo un poco el pelo, mientras apagaba la videollamada. Cuando salió del probador vino hacia mi luciendo una sonrisa muy picara que me encantaba.

– Casi pierdo el control, eres un cabrón. – me dijo sin poder disimular que le encantó. – Eso tiene mucha potencia.

– Pero bien que te gustó. – le conteste entre risas. – Deja esas camisetas por algún lado y vamos que aun nos quedan tiendas por ver.

Helena obedeció rápidamente y continuamos nuestra ruta por el centro comercial. Dejé un rato a mi perrita con el juguete apagado, para ver si ella tenía ganas de seguir. Cada poco rato me miraba intentando adivinar cuando lo iba a encender para que no le pillase otra vez desprevenida y así estar lista. Entramos en Pull & Bear y mi perrita me seguía vigilando de reojo.

– ¿Qué pasa perrita no te fías de mí?

– Ni un pelo. – me contestó con una sonrisa pícara. – Fijo que me lo pones a toda potencia.

– ¿Yo? – le dije burlonamente. – Por qué no te buscas un par de vestidos. Uno de verano como el del sábado y otro para salir de fiesta.

– ¿Qué te parece este? – mostrándome un vestido blanco de tirantes con la espalda al aire.

– Perfecto. – le dije mientras me acercaba para susurrarle. – Pruébatelo sin sujetador y cuando termines no te lo pongas. Volverás a casa sin él.

– Pero se me notarán los pezones con este polo… – la interrumpí activando el vibrador al nivel dos. – Vale pero déjame llegar al probador primero.

Bajé al nivel uno mientras Helena miraba vestidos para elegir uno para ir de fiesta. No podía disimular una sonrisa pícara mientras se paseaba por la tienda. Me trajo uno rojo para enseñarme.

– Este es ajustado, ¿te gusta?

– Ya te diré cuando te vea con el puesto. – le dije mientras activaba el Skype.

Dentro ya del probador mi perrita empezó a desnudarse contoneando su cuerpo por el placer que le estaba dando el vibrador al nivel dos. Se quitó el sujetador y se giro mirando a la cámara para que le viese bien las tetas. La perrita estaba muy caliente y esos pezones tenían pinta de estar muy duros. Se puso el vestido rojo ajustado que le quedaba como un guante a su figura. Subí un nivel su juguete y Helena se apoyo contra la pared haciéndome gestos de piedad. Las piernas de mi perrita ya no aguantaban e intentando cerrar las piernas se acercó hasta la cámara para preguntarme si me gustaba. Le hice una seña para que se diese la vuelta y Helena se colocó de espaldas con las manos apoyadas en la pared. En su cara solo había sitio para el placer que estaba sintiendo mordiéndose el labio y tapándose de vez en cuando la boca para que no se le escuchase su acelerada respiración. Paré el vibrador y Helena rápidamente aprovechó para quitarse el vestido. Menudas ganas me estaban entrando de meterme en ese probador a disfrutar de esas tetas y follarmela bien duro. Cuando iba a coger el vestido blanco activé el vibrador al nivel cuatro. Helena se llevo las manos a la boca, mientras sus piernas le fallaban y se ponía de rodillas en el suelo. Miraba la cámara pero el placer que estaba sintiendo no le dejaba pedir que parase. Intentó ponerse en pie pero no daba, con que miró la cámara y empezó a hacer gestos de pedir piedad. La perrita parecía que estaba a punto de correrse, pero aun la quería hacer sufrir más rato con que fui bajando muy lentamente el nivel de la vibración hasta pararlo. Con el juguete apagado Helena se consiguió poner de pie y para mi sorpresa se empezó a tocar entre sus piernas y por dentro de la braguita. Miró hacia la cámara y me hizo un gesto de tiempo muerto mientras se ponía el vestido blanco. Se arregló un poco el pelo y me hizo gestos señalando la puerta. Mi perrita salió del probador y escuche que me llamaba. Me acerqué hasta el probador a ver que quería.

– ¿Qué tal me queda este vestido? – me preguntó mientras me hacía señas para que entrase en el probador.

– Pues muy bien. – le contesté lo cual era muy cierto. El vestido le quedaba increíble y podía ver como se le marcaban los pezones de lo cachonda que estaba.

– Tengo un problema. – me susurro al oído para que no la pudiesen escuchar. – ¿Se puede mojar esto? – me señalaba disimuladamente su entre pierna. – ¿No se estropea o me dará un calambrazo?

– Perrita ese es su objetivo, terminar totalmente empapado. – no me podía creer la pregunta y me entró la risa. – ¿Qué pasa estas bien mojada? – le susurre al oído.

– ¿Qué esperabas con lo que me estás haciendo sufrir? – me contestó mordiéndose el labio de esa manera tan picara que me la ponía tan dura.

– Serás guarrilla, cámbiate que nos vamos a jugar a otro lado. Te doy cinco minutos para salir e ir a la cola para pagar. – le enseñaba como ponía la cuenta atrás en el móvil desde cinco minutos. – Me pondré al lado de la cola y si cuando llegue a cero no estás en la cola, activaré tu juguete en el nivel cinco.

– ¿El cinco no lo aguataría ni de coña? – me dijo con una mezcla de preocupación y lujuria.

– Pues date prisa, porque me dará igual donde estés, lo activaré y me iré, mientras tu das el espectáculo. – le cogí el móvil. – Esto me lo llevo y el sujetador también. Y ni se te ocurra ponerte a correr por la tienda.

Me marché sin dar tiempo a mi perrita a quejarse y me fui para la cola para pagar como le dije. Desde donde me coloqué podía ver la salida de los probadores perfectamente. La cuenta atrás no se detenía y cuando quedaban dos minutos y poco, vi salir a Helena de la zona de probadores. Se dirigía hacia la cola de la caja tranquila pero sin pausa, mientras me buscaba con la mirada. Se puso en la cola y me sonrió, mientras me hacía un gesto de que necesitaba su mochila.

– Al final te sobró tiempo. – le dije mientras le daba la mochila.

– Una tiene que ser rápida de compras cuando tiene poco tiempo. – me contestó con una sonrisa juguetona.

– Muy bien. – le dije a la vez que activaba el juguete al nivel uno. – Te espero fuera.

– Te encanta hacerme sufrir. – me susurro al oído.

Me fui para fuera de la tienda mientras Helena pagaba los vestidos nuevos. Ya no aguantaba más, tenía la polla que me estallaba en los pantalones y mi perrita tenía unas ganas de un buen final del juego, que ya no podía disimular más. Tenía que pensar rápido un sitio donde disfrutar de mi perrita sin meternos en un lio. Lo primero que se me vino a la cabeza fueron los probadores del Decathlon como el otro día, pero hoy había un montón de gente. Helena se me acercó y se le notaba que ya casi no podía disimular con el mínimo de potencia del vibrador.

– Por favor ya no puedo aguantar más.

– Pues piensa un sitio donde nadie te moleste y tener un final feliz. – le dije burlonamente.

– En casa por favor. – me suplicó intentando taparse un poco los pezones que se le marcaban con el polo del uniforme.

– No nos iremos hasta que te corras perrita. – le susurre al oído. – Tú decides cuanto quieres andar paseándote por aquí así.

– ¿Aquí? Y si nos pillan. – me contestó con una mezcla de temor y lujuria. – En casa haré lo que quieras.

– Todo dependerá de ti perrita y de que puedas contenerte sin chillar. – le volví a susurrar mientras le subía un nivel la potencia del juguete.

– Pero, ¿qué me harás? Solo subir la potencia. – me dijo apoyándose en la barandilla ya que las piernas le fallaban.

– Quiero ver si puedes aguantar el nivel cinco.

La cadera de Helena se contoneaba sin que ella pudiese hacer nada por lo cachonda que estaba. Miraba a su alrededor y me miraba mordiéndose el labio.

– ¿Vamos al parking? – me dijo mi perrita con una sonrisa.

– Muy buena idea.

Helena agarró la mochila y las bolsas y empezó a caminar hacia las escaleras del parking. La perrita iba acelerada, pero de vez en cuando le fallaba un poco el paso por los espasmos que le empezaban a dar. Bajamos hasta la última planta que no estaba muy llena y vimos al fondo una furgoneta que tenía detrás una columna. El sitio parecía seguro, la furgoneta nos ocultaba de la entrada y no se veía ninguna cámara que nos enfocase. Helena dejo las bolsas en el suelo y se apoyó en la columna.

– Joder no puedo aguantar más. – me decía mientras se mordía el labio.

– Yo tampoco.

La agarré de la cintura y la puse de cara a la columna frotándole mi polla en su redondeado culito.

– Dijiste… que… que sólo querías… mirar. – me dijo Helena con la respiración muy acelerada. – Nos… nos pueden… pillar.

– Relájate y no chilles. – le dije mientras empezaba a besarle el cuello.

La Helena viciosa estaba empezando a aparecer con cada caricia que le hacía. Le puse el mando delante de la cara para que lo viese y mi perrita me sonrió mordiéndose el labio. Lo subí al nivel cuatro y Helena se volvió loca frotando su culo contra mi endurecida polla. La giré y le subí el polo para empezar a chupar sus tetas. Tenía los pezones durísimos y cada caricia de mi lengua hacía que Helena sintiese como una descarga eléctrica por la espalda. Escuchamos gente hablando lo que hizo que Helena se quedase congelada, tapándose la boca e intentando apartarme. Con la furgoneta delante no podíamos ver a la pareja que escuchábamos, pero no andaban muy lejos. Helena me susurraba que parase, pero no le hice ni caso. Metí mis manos por debajo de su falda y le comencé a bajar las bragas que estaban totalmente mojadas. Mi perrita se tapaba la boca y se batía entre el miedo de que nos pillasen y el morbo que le estaba dando la situación. Empecé a meterle los dedos por su mojado coño y las piernas de Helena le empezaron a fallar. Me acerqué a su oído y le susurré que me la chupase. Helena decía que no, que los podían pillar, mientras intentaba apartar mis dedos de su entrepierna, aunque sin mucho entusiasmo por conseguirlo. La agarre del pelo y la le empujé la cabeza hasta que se puso de rodillas. Sin soltarle la cabeza me saqué la polla de los pantalones y se la metí en la boca. La Helena viciosa ya había llegado, menuda mamada me estaba haciendo, aunque no dejaba de vigilar en la dirección de las voces. De pronto escuchamos como cerraban las puertas del coche y arrancaban el motor nuestros vecinos al otro lado de la furgoneta. Mientras escuchaba como el coche se marchaba agarré a Helena y la puse contra la columna, metiendo otra vez mis dedos en se coño.

– ¿Tienes un condón?

– No. – Helena me miro un poco asusta ya que seguramente le vino a la cabeza las ordenes que le había dado el día anterior. – Venía… venía del… cole. No pensé…

– Te dije que siempre tuvieses uno por si me apetecía follarte. – le dije dándole un tirón del pelo para que me mirase a la cara. – Me da igual que estuviese en el colegio.

– Per… perdón. – me contesto como pudo al acelerar mis dedos en su coñito mojado.

– Por suerte para ti tengo uno en la cartera. – le dije mientras lo sacaba. – Pero esta noche te espera un buen castigo y seguro que no se te volverán a olvidar los condones.

Me bajé los pantalones para ponerme el condón, mientras le decía a mi perrita que me diese su polo. Helena se quito su polo dejado al aire esas increíbles tetas redondas que me estaba pidiendo a gritos que jugase con ellas. Cogí su polo y se lo até como una mordaza tapándole la boquita a mi perrita, para asegurarme de que no la escuchasen cuando se corriese. Le separé las piernas a la vez que le subía la falda y empecé a jugar con la punta de mi polla en la entrada de su coñito, lo que hacía que Helena moviese su cadera al ritmo de mis caricias. De un golpe de cadera y sin aviso le metí toda mi polla hasta el fondo. Helena soltó un quejido que casi no se escucho de lo fuerte que estaba mordiendo su polo. Empecé a follarla sin compasión ya que estaba encendidísimo de tanto juguetear con mi perrita. La agarré por la cadera y con cada embestida hacía que Helena se estirase de puntillas y arquease la espalda. Helena estaba a punto de correrse y me estaba apretando la polla una gozada, con que empecé a follarla más rápido. De pronto Helena arqueó su espalda que parecía que se iba a romper y las piernas le fallaron. La niñata se había corrido brutalmente apretando su coño y me intentó separar.

– ¡Yo aun no he terminado niñata!

Le agarré los brazos y se los puse a la espalda, mientras continuaba follándole su rico coñito. Estaba tan excitado que no controlaba mis embestidas contra la rajita de mi perrita. Helena volvió a empezar a apretarme la polla dentro de su coño mojado y a tener espasmos que le recorrían todo el cuerpo. Con los apretones que me dio con este nuevo orgasmo consiguió que me corriese brutalmente. Me desplomé sobre Helena, mientras ella se quitaba el polo de la boca para poder respirar mejor. De las mejores folladas que había tenido con Helena.

– Joder, me… me he vuelto… a correr. – me dijo entre respiraciones aceleradas. – Se me… va a salir… el corazón… como… como me late.

– Cada día… lo haces mejor perrita. – le dije mientras Helena me sonreía. – Vístete antes de que venga alguien.

– Esto no me… lo puedo poner. – me mostró su polo todo manchado.

– Coge una camiseta de las que se compró Rebeca y vámonos.

– Pufff… me arde el coño.

– Pues mejor que vayas sin ropa interior para que se te refresque. – le conteste riéndome.

Helena me miro con cara de pocos amigos, pero obedeció sin decir nada y guardo las bragas vibradoras en una bolsa.

– ¿Vamos ya para casa? Necesito una ducha.

– Si, que tú y yo vamos a tener una larga charla sobre no tener condones cuando te quiero follar. – le aseguré mientras recogía mi mochila. – No te vas a olvidar de este castigo.

– Perdón, no volverá a pasar, lo prometo. – me suplico mi perrita.

– Seguro que no volverá a pasar, porque seguro que no querrás que te la vuelva a meter por el culo. – le dije acariciándole la cara.

– ¿Me la vas a meter por el culo? – Helena no se podía creer.

Helena se estaba arreglando un poco el pelo mirándose en el espejo de la furgoneta, mientras yo recogía mi mochila y las bolsas del suelo. La pobre se veía agotada pero aun seguía teniendo una sonrisa pícara en la cara. Miró las camisetas que habían comprado y se puso una clarita de tirantes un poco tranparente, que con esa falda de colegiada le hacía muy sexy.

– Necesito ir al baño, por favor. – me suplicó cruzando las piernas como una niña pequeña.

– Pero date prisa que no quiero perder el bus.

Los dos fuimos hacia los baños del centro comercial para refrescarnos un poco. Las piernas de mi perrita se tambaleaban un poco al caminar de lo excitada que había estado hace un rato. Al salir del baño me encontré con Helena que se había mojado el pelo y recogido en una coleta.

– ¿Ya te limpiaste?

– Si, tenía manchadas las rodillas y no me había dado cuenta. – me dijo avergonzada. – Pero necesito una ducha.

– ¿Y tu coñito también? – le susurré al oído.

– Si, aproveché que no había nadie en el baño. Lo tenía todo pegajoso y húmedo. – me contestó mordiéndose el labio.

– Escríbele a tu hermana y dile que ni se le ocurra faltar mañana al colegio.

– Ok, ahora se lo digo.

– Y recuérdale el video que me debe y que mañana se traiga el juguete.

– Vale se lo escribo ahora. – se me acerco Helena con cara de buena. – ¿Lo de metérmela por el culo iba en serio?

– Si perrita, es la segunda vez que me desobedeces con los condones y tu solo aprendes a base de castigos. – le contesté manteniéndome firme de mi decisión. – Hazte a la idea, porque cuanto más te resistas, más te dolerá.

– Pero… me va a doler mucho. – mi perrita seguía intentando convencerme. – Me duele cuando me la metes por el coño y no me quiero imaginar lo que me dolerá por el culo.

– Por algo es un castigo. – le indiqué que fuésemos para la parada del bus.

– ¿Y me vas a poner algo?

– Algo de qué.

– Lubricante.

– Que pena que no tengamos. – le dije burlándome de ella.

– ¡Podemos comprar en el sex shop! – me suplicó.

– ¿Ahora quieres ir a comprar al sex shop? ¿Qué pasa con la vergüenza de antes a entrar? – le dije un poco enfadado.

– Es que…

– ¡Olvídate! Vamos que no quiero perder el bus.

Helena empezó a caminar cabizbaja detrás de mí pensando en lo que le esperaba al llegar a casa. No podía echarme atrás con mi decisión si quería tener a esta perrita a mis pies. Llegando a la parada del autobús vi una farmacia a pocos metros y me vino a la cabeza algo que había leído en relatos eróticos y nos vendría muy bien.

– ¿Aun sigues queriendo algo para que no te duela tanto? – le susurré al oído, lo que hizo despertar a helena de su atontamiento.

– Si por favor, haré lo que quieras. – me empezó a suplicar un poco desesperada.

– Quiero que te compres un enema.

– ¿Un enema? ¿Eso lubrica? – me miraba extrañada Helena.

– Eso te va a limpiar y mientras te lo pongo te dilataré el agujerito, que seguro me lo agradecerás cuando te la meta.

Helena dudó un poco pero viendo que era lo único que podía conseguir entro en la farmacia a comprar el enema. Mientras la esperaba me llego un mensaje de Whatsapp.

Helena – “tienen 2”

Helena – “un bote d 1 uso”

Helena – “o una bolsa d rellenar”

No sabía muy bien de que me estaba hablando mi perrita pero le dije que comprase la bolsa de rellenar, así lo tendríamos en casa para cuando hiciese falta otro castigo anal. Mientras la esperaba mire desde el móvil como tenía que estar el agua para un enema, ya que no la quería fastidiar por novato. Una vez que mi perrita salió de hacer su compra, cogimos el autobús para ir para casa y nos sentamos al final del autobús para que pudiésemos hablar sin que nos escuchase nadie. Helena empezó a mirar lo que había comprado en la farmacia y su cara no dejaba de mostrar asombro y preocupación.

– ¿Esto es lo que me vas a meter? – me pregunto mi perrita con los ojos como platos al ver un tubo de unos diez centímetros con la punta redondeada y más ancha que el resto.

– Pues sí. ¿Qué pasa, querías otro más grande? – le dije burlonamente.

– Ni de coña, esto ya me va doler fijo.

– Dependerá de lo relajada que estés. – le dije a mi perrita.

– ¡Relajada! Me vas a… – bajó la voz para que no le escuchasen en el autobús. – Meter la polla por el culo. ¿Cómo quieres que me relaje si sé que me vas a hacer daño?

– Pues si lo sabes no te resistas y se me ocurre una manera para que te relajes. – le susurré al oído.

Cogí una de las bolsas y se la coloqué sobre las piernas y sin previo aviso metí mi mano por debajo de su falda. Parecía que le había metido un hielo del saltito que dio y cerró las piernas para impedirme que llegase a su coñito.

– ¡Para por favor! – me suplico agarrando mi mano. – Nos pueden ver.

– A mi no me pueden ver con la bolsa delante, pero a ti te están viendo poner caras raras.

– Qué vergüenza, se lo va a imaginar la gente. – me dijo Helena mirando a su alrededor.

– Pues ponte a disimular y si separa las piernas, te lo haré suave.

– No por favor, en casa que estamos a punto de llegar. – me suplicó.

– ¿Quieres que te la meta por tu culito todo dolorido por unos azotes?

Helena me miró resignada y comenzó a separar muy lentamente las piernas para que yo pudiese llegar hasta su clítoris. Me encantaba que le entrase la vergüenza y el miedo que reflejaba su cara a que la descubriesen. Comencé a masturbarla lentamente, mientras Helena se mantenía firme como si no le pasase nada. A mi perrita se le estaba haciendo el viaje muy largo, pero cada vez lo estaba disfrutando más, porque se acomodaba cada vez más en el asiento para dejarme entrar más fácilmente en su mojado coñito. El autobús estaba casi vacío, pero aun así no quería montar un espectáculo con mi perrita gimiendo como una loca, por lo que no aceleré mis dedos y seguí con caricias suaves en su clítoris. Como la noche que la obligué a masturbarse en el taxi, Helena empezó a morderse el dedo, para contenerse y no soltar ningún gemido. Mi perrita me miraba y resoplaba a la vez que en su cara iba a apareciendo una sonrisa de lujuria.

– Parece que ya estas más relajada perrita. – le susurré al oído sin dejar de masturbarla.

– No se… que es peor… así despacito tanto… tiempo… o… cuando me lo… haces fuerte. – me dijo con la respiración que se le empezaba a acelerar.

– Contrólate perrita, no querrás hacer un espectáculo.

Helena me miró con una mirada como diciéndome que era un cabrón. Me encantaba ponerla en esta situación y ver hasta qué punto era una guarrilla que se excitaba con mis castigos. La seguí masturbando y de pronto Helena me agarró la mano.

– Nuestra… nuestra parada. – me dijo suplicando. – Para por favor.

Estaba divirtiéndome tanto que ni me di cuenta que habíamos a nuestra parada. Saqué mi mano de debajo de la falda de mi perrita y le di al botón para solicitar la parada. Helena tenía la cara colorada y se daba aire con la mano como si fuese un abanico. Nada más bajar del autobús Helena se apoyó en la parada para tomar aire.

– Puff… no puedo caminar.

– Pues si no puedes caminar, seguro que puedes ir a cuatro patas. – le dije serio, mientras Helena me ponía una cara de estar alucinando.

– ¿A cuatro patas? – me preguntó mirando a las casa de a nuestro alrededor. – ¡Puedo caminar!

– Ya me parecía. – le dije entre risas. – Venga date prisa que te espera un castigo.

Las ganas que tenía de humillar a Helena iban creciendo y cada vez se me ocurrían más ideas para divertirme con mi perrita. Cuando entramos en la finca que rodea la casa me fijé que estaba bien resguardada de la vista de los vecinos con los arbustos que teníamos. Cerré el portón y llamé a Helena.

– ¡Ven aquí niñata! – Helena se acercó desconcertada.

– ¿Qué sucede?

– Dame las bolsas. – le dije mientras se las quitaba de las manos. – Ahora me han entrado ganas de verte como la perrita que eres.

– ¿Cómo? – Helena estaba alucinada.

– Ponte a cuatro patas. – la niñata se puso toda roja imaginándose lo que le tocaba hacer.

– ¿Aquí fuera? Me pueden ver. – me dijo mirando para todos lados.

– ¿Quién te va a ver con estos setos?

– Es que…

– Sólo te iba a mandar ir a cuatro patas hasta casa, pero te acabas de ganar una diversión más. – la niñata me miraba preocupada con lo que le pudiese venir. – Vamos a jugar a trae el palito.

Helena no se podía creer lo que estaba diciendo y se negaba a padecer esa humillación. Le dije que como diese un solo paso, la metería en casa a base de fustazos. Con una cara de odio y orgullo aplastado, Helena se puso a cuatro patas y empezó a gatear hasta la entrada de la casa. Dejé las bolsas en la mesa de la terraza y cogí la fusta nueva que había comprado Rebeca. La lancé hacia la zona de la piscina y le ordene a mi perrita que fuese a por ella. La expresión de la cara de Helena era puro odio en este momento, pero empezó a gatear para ir a buscar la fusta. Me senté en una de las sillas para ver como mi perrita me traía la fusta.

– ¿Desde cuándo una perrita trae el palo en la mano? – le pregunté levantándole la barbilla con la punta de la fusta. – Lo vas a repetir hasta que lo hagas bien.

Volví a lanzarle la fusta donde antes y Helena aun más cabreada fue a buscarla. Esta vez volvió con ella en la boca y me la dio en la mano.

– Muy bien perrita. ¿Qué les pasa a las perritas obedientes? – Helena se veía preocupada. – Pues se les premia.

– ¿Un premio?

– Si. Ponte de rodillas con las manos en la espalda. – le coloqué la fusta en la boca para que la mordiese. – Si se te cae, no te dilataré el culito luego.

Helena mordió la fusta y asintió con la cabeza. Me encantaba tenerla de rodillas a mis pies y parecía que a Helena no le disgustaba tanto, ya que los pezones se le empezaron a marcar en la camiseta de su hermana. Me acerqué a ella y muy despacio fui subiendo mi mano por su pierna, hasta llegar a su coño que aun seguía mojado. Helena se estremeció al notar mis dedos jugado en la entrada de su coño y me sonreía sin dejar de morder la fusta como le ordene. Le metí dos dedos y empecé a masturbarla y con mi dedo gordo busqué su clítoris para acariciarlo. Helena suspiraba y movía su cadera al ritmo de mis dedos.

– Ves como te compensa obedecerme perrita. – Helena asentía la cabeza como si estuviese poseída. – Estas muy mojada y esto no es por mis dedos. – le dije mientras aceleraba mis dedos. – ¿Te puso cachonda que te lo hiciese en el bus?

Helena sin soltar la futa dijo un sí que pareció un poco orgásmico. Estaba tan cachonda que no me costaría mucho hacer que se corriese. Con la espalda arqueada y la respiración muy acelerada, mi perrita estaba a punto de correrse. Para terminar a lo grande decidí añadir un ingrediente más a la mezcla de placer. Con la otra mano le subí la camiseta hasta dejar sus redondeadas tetas al aire y fui a lamerle su pezón izquierdo, que sabía que era el más sensible de los dos. En cuanto mi lengua empezó a jugar con su pezón, Helena se corrió con unos espasmos que le recorrieron todo el cuerpo, haciéndole estirar los brazos y los dedos de las manos. Saqué suavemente los dedos de su coño y le saqué la fusta de la boca. Toda la rabia que tenía Helena cuando la mande gatear a cuatro patas, había desaparecido y sólo había una sonrisa de satisfacción en su cara y la respiración acelerada.

– Bien perrita, ahora que estás más relajada vamos a preparar ese culito para el castigo.

– Por favor, haré lo que quieras pero no me destroces el culo, por favor. – me empezó a suplicar Helena.

– Asume que hoy te la voy a meter por el culo. – le dije acarrándole la cara. – De ti depende que use antes esto. – le dije mostrándole la caja del enema. – O te puedo tirar sobre la cama y metértela hasta que no te puedas sentar mañana.

Helena agachó la cabeza resignada por el castigo que le esperaba y que sabía que no le gustaría. Entramos en casa y le indique a mi perrita que fuese a ducharse que falta le hacía. Me fui para mi habitación dejar mi mochila y a pensar como seguiría a partir de ahora con el castigo. Tenía a mi perrita donde quería sumisa por conseguir que la perdonase, lo cual iba a aprovechar todo lo que pudiese. Mientras pensaba escuche a Helena meterse en la ducha y decidí que a mí también me hacía falta una ducha. Qué mejor forma de ducharme que con mi perrita de rodillas chupándome la polla. Me desnudé y fui para el baño, sin olvidarme de coger la caja con todo lo del enema para la niñata.

– ¿Qué te hacía falta una ducha? – Helena se sorprendió al verme en el baño dejando la caja del enema.

– Si.

– Hazme un sitio que a mí también.

Entré en la ducha y nada más ver a mi perrita desnuda y medio enjabonada, mi polla empezó a ponerse dura. Helena como hipnotizada se quedó mirando mi polla como se ponía tiesa. Me coloqué detrás de ella y empecé a acariciarle los pechos.

– Me parece que necesitas ayuda. – le dije al oído mientras le frotaba mi polla por su redondo culito.

– Pufff… vas a acabar conmigo. – me dijo mientras se estremecía al jugar con sus pezones.

– Te voy a demostrar que este cuerpecito tan rico que tienes, puede gozar más veces de las que tú crees al día. – le contesté mientras pasaba mi lengua por su cuello y hombros.

– Si soy buena me perdonas. – me dijo mientras empezaba a acariciar mi polla sin habérselo ordenado.

– Pero mira que eres guarrilla. – le dije entre risas agarrándola fuete del culo para que se pegase a mí. – Al final te va encantar ser mi perrita.

Helena empezó a pajearme mientras yo jugaba con mi dedo en la entrada de su cerrado culito. Cada vez que introducía un poquito el dedo enjabonado mi perrita me miraba y me hacía un gesto de desagrado.

– Lo tienes muy cerrado. – le dije burlonamente a la vez que le metía un poco más profundo el dedo.

– Si. – dijo Helena poniéndose de puntillas intentando escapar de mi dedo. – ¡Despacio por favor!

La cara de Helena mostraba perfectamente que lo de tener mi dedo entrando en su virgen culo no le gustaba y pillándome de sorpresa se arrodillo para chuparme la polla. La mamada era una gozada, mucho mejor que cuando le amenazaba con unos azotes.

– Vaya cuando quieres sabes chuparla muy bien zorrita. – le dije dándole un tirón del pelo para que se sacase mi polla de la boca.

– ¡Te gustará, lo prometo! Haré lo que quieras. – me suplicó intentado volver a chuparme la polla. – Pero no me des por el culo.

– Ya me parecía a mí que fueses tan guarrilla. – le di una bofetada para que me atendiese. – ¡Última vez que te lo digo, no te vas a librar de que te folle el culo!

– Pero… – la interrumpí con otra bofetada no muy fuete pero perfecta para mantener a raya a mi perrita.

Se terminó que mi perrita tuviese el control y quisiese convencerme de que la perdonase. Cogí el cinto de tela de su bata de ducha, lo que hizo que se le pusiesen los ojos como platos a la niñata, temiendo lo que podría venirle a continuación. La giré contra la pared de la ducha donde había un colgador y mientras le mordía el cuello para evitar que se pudiese resistir, le fui subiendo los brazos por encima de su cabeza. Le até las muñecas al colgador y comencé a bajar mis manos acariciando su mojado cuerpo hasta llegar a su entre pierna. Empecé a masturbarla con mis dedos suavemente, lo que hacía que Helena se retorciese como una culebrilla.

– ¿Qué te mereces ahora? – le pregunté mientras con la otra mano le acariciaba el culo.

Helena me miro y mordiéndose el labio como para evitar que las palabras saliesen de su boca.

– Unos azotes. – me contestó mientras se retorcía.

– Así sin educación, te los vas a ganar con la fusta. – le dije mientras aceleraba mis dedos jugando con su clítoris.

– Perdón… Unos azotes… por favor. – me dijo con un poco de vergüenza.

Le di un azote que rápidamente dejó una marca roja en una de sus nalgas. Le acaricié la nalga enrojecida y sin aviso le dejé caer otro azote en la otra nalga. Parecía que mi perrita estaba gozando con lo que le estaba haciendo con la otra mano porque no se quejo de los dos azotes que le había dado, los cuales no habían sido nada suaves.

– Parece que ya estás lista para empezar con tu castigo. – le dije saliendo de la ducha para coger el enema.

Helena me miró y no se atrevió a decir nada, sabiendo que cualquier queja conllevaría un castigo. Mientras se llenaba la bolsa de agua, coloqué a mi perrita en una buena postura con las piernas abiertas para comenzar con su castigo. Coloqué la punta redondeada del tubo en la entrada de su culito y me acerqué a su oído.

– ¿Estás lista niñata? – le di un tirón del pelo para que arquease bien la espalda.

– Si estoy… Haaaaaaa. – chillo Helena al meterle de un empujón el tubo entero por su estrecho y virgen culito.

– ¡Quieta perrita! – de un tirón del pelo hice que Helena se dejase de mover.

– ¡Me has hecho daño! – me dijo con los ojos llorosos.

Sin hacerle caso de sus lloriqueos abrí la válvula para que empezase a entrar el agua en su culo. Helena no dejaba de removerse como intentando que el agua no entrase en su culo.

– ¡Deja de moverte! – le ordené a la vez que la daba un fuerte azote en su culo. – Si no te estás quieta te pasaras todo el rato del enema recibiendo azotes.

– ¡Duele! – me contestó empezando a lloriquear la niñata. – Me estaré quieta.

Mi perrita dejó de moverse, pero de vez en cuando soltaba algún quejido. Giré a Helena para contemplar su delantera y empecé a jugar con sus tetas, chupeteando sus endurecidos pezones. El cuerpo de Helena se batía entre el placer que estaba sintiendo con mis caricias y el dolor que le producía el agua entrando por su virgen culito. Le agarré del pelo para obligarla a aceptar mi beso, que con mucha pasión y lengua me devolvió.

– ¿Aguantas perrita? – me asentía con la cabeza mientras se mordía el labio. – Bien, ahora que voy a sacar el tubo y quiero que aprietes fuerte, para que no se te escape nada.

La volví a colocar mirando a la pared y baje mis dedos acariciándole la espalda. Fui sacándole despacio el tubo, lo cual se notaba que mi perrita estaba apretando, ya que me estaba costando más que cuando se le metí al principio. Cuando le saqué el tubo entero pude notar un gesto de alivio a la niñata. La volví a colocar de espaldas a la pared.

– Bien perrita, según la caja puedes estar aguantando sin que se te escape nada hasta diez minutos sin que te duela. – Helena se quedo alucinada cuando escucho diez minutos.

– ¿Diez minutos? Es mucho, no aguantaré tanto, me duele.

– Voy a ser muy claro. Si se te escapa una sola gota, te ataré a la silla y te azotaré el coño con la fusta y luego te daré por culo sin ninguna piedad. – le dije acariciando su depilado coñito. – Mañana no podrás ni sentarte, ni cerrar las piernas.

– Pero diez minutos es mucho.

– Bueno para que veas que soy bueno te daré a elegir entre diez minutos aquí sola o cinco minutos mientras te meto mano. ¿Qué eliges?

– Pufff… – mi perrita dudaba mientras se revolvía. – Los cinco minutos.

– Muy bien perrita. – le decía mientras podía la cuenta atrás de mi móvil en cinco minutos.

Volví a entrar en la ducha y agarré de la cintura a Helena para pegarla a mí. Empezamos a besarnos mientras yo iba bajando mi mano hacia su entre pierna, que no sabía si la tenía húmeda de la ducha o de lo excitada que estaba. Le metí dos dedos por su entre pierna y con el dedo gordo le acariciaba el clítoris. Helena estaba empezando a perder el control de su cuerpo e intentaba apartarse un poco de mí, lo cual le impedí al agarrarla por la cintura con el otro brazo.

– Joder… – grito Helena con un suspiro.

– ¿Qué pasa, hubieses preferido los diez minutos?

– ¡Sí! – Gritó mientras apretaba todo su cuerpo para intentar mantener su culo apretado. – Para por favor… vas a hacer que… me corra y no podré controlar… mi culo.

Me entró la risa y sin dudarlo un segundo me agaché para comerle el coño. Helena se retorcía y tiraba del cinto de la bata para intentar desatarse, con cada vez que le metía la lengua por su rajita. Como estaba disfrutando mientras torturaba a la niñata, que se batía entre dejarse llevar por el placer o seguir apretando su culito.

– ¿Cuánto… falta? No aguanto… más.

Estaba tan excitado que no hice ni caso a lo que me decía, me levanté separándole las piernas y empecé a frotar la punta de mi erecta polla en la entrada de su raja. Ya no me aguantaba más, mis ganas de follarme a mi perrita impedían que escuchase a Helena pidiéndome que no lo hiciese, que no podría aguantar que se la metiese y apretar el culo a la vez.

Me preparé para metérsela de un solo empujón, cuando me sacó del trance que me encontraba el sonido de la cuenta atrás de mi móvil, haciéndome volver a la realidad y tomar el control de lo que estaba pasando.

– ¡Tiempo, tiempo, tiempo! – Me suplicaba Helena. – Por favor suéltame, no aguanto más.

– Bien perrita, ve rápido al otro baño y vuelve enseguida.

Solté a Helena que salió disparada del baño y yo volví a darme una ducha para relajarme un poco, que falta me hacía. Al cabo de un rato volvió a entrar Helena en la ducha y la volví a agarrar de la cintura para apretarla contra mí.

– ¿Ya estás limpita?

– Si. – me contestó con una cara de vicio que no podía disimular.

La puse contra la pared y le separé las piernas con los pies. Volví a bajar una de mis manos hacia su entrepierna para jugar con su clítoris, mientras con la otra guie la mano de Helena para que empezase a hacerme una paja. La niñata estaba totalmente excitada y yo volvía estar otra vez encendido con la polla que me estaba pidiendo a gritos que se le metiese.

– ¡Chúpamela! – le ordene susurrándole al oído. – Y quiero ver cómo te masturbas.

Helena se arrodillo y empezó a lamer mi polla como un helado. Con lo caliente que estaba no hacía falta que se esforzase mucho para ponerme a cien y más aun viendo como frotaba con sus dedos su clitoris. Le separé de mi polla con un tirón del pelo.

– ¡Ponme un condón!

Helena se quedó congelada y me miraba sabiendo que lo que venía ahora no le iba a gustar. Sin dudarlo le di una bofetada y la levanté del suelo tirándole del pelo.

– ¡Tu no aprendes! Te iba a perdonar por lo bien que lo estabas haciendo y te vuelves a olvidar los condones.

Sin hacer caso a las suplicas de Helena, la saque de la ducha y la lleve a su habitación tirándole del pelo. La tiré a la cama y me puse sobre ella para impedir que escapase mientras le daba unos buenos azotes en el culo.

– ¡Cuánto más te resistas peor! – le grité mientras la colocaba boca abajo al borde de la cama con las piernas colgando.

– ¡No por favor! – me chillaba Helena que había roto a llorar. – ¡Por favor!

Me eche sobre ella para inmovilizarla y empecé a frotar la punta de mi polla contra la entrada de su culito virgen. Helena no paraba de revolverse y poner sus manos tapando su culo, lo que solo hacía que me enfadase más. Agarré un pañuelo largo que tenía en la mesita de noche y le até las manos a la cama. Ahora que Helena ya no se podía defender y sin hacer caso a sus suplicas y llantos, empecé a empujar mi polla contra la entrada de su estrecho culo. Lo tenía más estrecho de lo que pensaba, por lo que utilicé mi peso echándome encima de ella para que la punta de mi polla se fuese abriendo camino. En cuanto mi polla empezó a entrar, Helena dio un chillido mientras arqueaba toda la espalda, que parecía que se iba a partir por la mitad. Que gozada cuando mi capullo consiguió pasar su estrecha entrada, seguía apretado pero ya no costaba tanto como la entrada.

– ¡Para… para por favor! – me suplicaba Helena mientras le caían las lagrimas por la cara. – Aprendí… no me volveré a olvidar.

– Pues claro que no se te olvidará. – le dije mientras sacaba lentamente mi polla de su culo. – Porque no querrás que te vuelva a follar el culo.

Antes de sacársela toda de su culo, se la volví a meter de un golpe de cadera que hizo que le entrase más de la mitad de mi polla. Helena intentó chillar pero el dolor no le dejó salir ningún sonido de su boca. La respiración de Helena empezó a acelerarse lo cual se atragantaba con los llantos y los chillidos de dolor con cada una de las embestidas de mi polla.

– Por… favor…

– Tranquila perrita. Si te portas bien te suelto y así podrás colocarte en otra postura que te duela menos. – le dije limpiándole las lagrimas de la cara. – Porque esto no se va a terminar hasta que yo me corra.

Helena giró la cabeza y me dijo entre sollozos que sí. Le saque la polla muy despacio del culo y fui a desatarla. Nada más desatarla Helena hecho sus manos a su culo y se giró por acto reflejo para defender su dolorido culo.

– ¡Ponte a cuatro patas! – le ordene indicándole el borde de la cama.

La niñata dudó un instante, pero termino accediendo y se colocó a cuatro patas. Empecé a introducir otra vez mi polla en su culo, lo cual me era más sencillo ahora, seguramente por la postura de mi perrita. Helena seguía chillando con cada centímetro que entraba mi polla y los sollozos seguían. Empecé a follarle el culo despacio, agarrándola por la cintura para que no se me escapase. Si cuando le estrené el coño me encantó por lo estrecho que lo tenía, romperle el culo estaba siendo muchísimo mejor.

Con el rato Helena se fue relajando y ya no oponía tanta resistencia, aunque seguía quejándose y mordiendo las sabanas para ahogar los chillidos. Con la follada por detrás que le estaba metiendo no me pude resistir a darle algún azote en su ya enrojecido culo, por los golpes de mi cadera contra sus nalgas. Me estaba costando no correrme de lo que estaba disfrutando pero para el final le tenía reservada una sorpresa ya que me parecía que mi perrita estaba empezando a disfrutar y esto era un castigo. Sin dudarlo de vez en cuando le daba una envestida que le metía la polla entera lo que hacía que Helena gritase y arquease la espalda.

Cuando ya no pude resistirme más se la saqué de golpe y tirándole del pelo, coloque a mi perrita de rodillas delante de mi polla, mientras ella seguía lloriqueando. Le acerqué la puta de mi polla a su boca y Helena se negó a abrirla, mirando mi polla con asco. Como un acto reflejo al ver la negación de la niñata le di una bofetada y cuando abrió la boca para quejarse se la metí de un empujón. Empecé a follarle la boca, metiéndosela cada vez más a dentro hasta notar su garganta tocando la punta de mi polla. Helena me empujaba para intentar librarse de mi polla, que le estaba produciendo arcadas y no le dejaba respirar. Estaba totalmente fuera de control, con qué agarre fuerte del pelo de mi perrita, empujándola contra mi polla y me corrí dentro de su boca haciendo que se atragantase y que le saliese por la nariz. Le solté el pelo y cayó sobre la alfombra de su habitación tosiendo. Helena me miraba con una cara de odio, que si las miradas matasen yo ya estaba fulminado.

– Cambia esa carita perrita. – le dije mientras me sentaba en su cama para descansar. – Bueno, ¿qué has aprendido niñata?

– No me… olvidare los… condones. – me contestó intentando recuperar el aliento.

– Muy bien. Enséñame como te quedó el culito.

Helena un poco dolorida se giro para enseñarme su culo, que estaba más dilatado y enrojecido a su alrededor.

– ¿Te duele?

– Si y me arde por dentro. – me contestó poniéndose de pie. – Ahaaaa… y también al caminar.

– Bueno ve a darte una ducha para refrescar ese culito y limpiarte.

Helena empezó a caminar hacia el baño y se le notaba como cojeaba un poco al caminar.