Historia de una putita sumisa 2, Puta de un anciano que la vende

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Historia de una putita sumisa 2, Puta de un anciano que la vende

Historia de una putita sumisa 2, Puta de un anciano que la vende

Al día siguiente me desperté feliz. Había superado otra prueba, o eso imaginaba, para que mi maduro amante me aceptara como su legítima esclava y ya no tenía ningún escrúpulo ni remordimiento por ser usada como un juguete sexual. Estaba emputecida.

Me intranquilizaba, sin embargo, que me hubieran grabado teniendo sexo con el pervertido vecino de mi amo. Temía que algún conocido o alguien de mi familia encontrara la página web y que me vieran siendo empalada y chupando la polla de aquel sucio anciano. Sería un duro golpe para ellos.

Abrí el ordenador y busqué en internet, pero no pude encontrar nada. Tenía la esperanza de que se tratara de una webcam emitiendo en directo, sin grabaciones.

No pasó mucho tiempo cuando sonó el teléfono. Era mi maduro amante. Me palpitaba el corazón por escucharlo.

– Soy, yo. Ya está preparada la subasta. -Me dijo sin saludar.

– ¿Subasta? -Le pregunté ingenuamente.

– Sí, te voy a vender a otra persona, pero sólo por un fin de semana, luego seguirás siendo mía.

En ese momento me sentí como una mercancía. Me iba a vender sin mi consentimiento y se suponía que yo no podía oponerme porque era incapaz de negarle nada a ese hombre que me usaba a su antojo.

– Pero antes voy a marcarte para que sepan que eres un animal de mi propiedad.

– Amo, por favor, márcame, sería un honor, un orgullo llevar tu marca por el resto de mi vida.

– La subasta será en dos semanas, así que quiero verte esta tarde en mi casa para marcarte y que le dé tiempo a cicatrizar. Te espero a las cinco en punto. No te retrases. -Me ordenó con su voz ronca y dominante.

Colgó el teléfono sin darme tiempo a contestar. Tampoco hubiera sabido qué decirle.

Estuve pensando cómo vestirme para él toda la mañana. El mundo había cambiado para mí. Ahora en mi cabeza sólo había sexo, y, más que el sexo, mi hombre era todo mi mundo.

Me decidí por un pantalón muy corto y ceñido y un top que aplastaba mis pequeñas tetas. Como siempre, sin ropa interior porque no me había dado permiso para ponérmela. Nerviosa salí hacia la casa del viejo inquieta por la marca que iba a hacerme.

Al llegar ante su presencia bajé la mirada y me arrodillé. En esta ocasión ni me besó ni me sobó. Observó mi indumentaria y palmeó mi culo en signo de aprobación. Luego me ordenó ducharme porque tenía que estar limpia para el marcaje.

– Ahora vas a ser de mi propiedad para siempre, mi marca morirá contigo. Todos sabrán que eres mi puta.

– Sí mi amo, aunque me quemes o me tortures, mi amor es más fuerte, haz conmigo lo que desees.

Me llevó al salón. Me ordenó desnudarme y me tumbó de espaldas sobre una mesa. A su lado había unos objetos metálicos.

Tenía miedo.

– Había pensado marcarte encima del coño, pero si te dejas crecer el vello púbico se ocultaría y, además, sería un sitio demasiado escondido, quiero que todos vean tu señal de sumisión cuando estén cerca de ti.

– Mi cuerpo le pertenece, mi amo.

– Eso ya lo sé, cerda, por eso te hago lo que me da la gana.

Se fue un momento y volvió con una cámara de video. Iba a grabar mi tortura para que cualquiera pudiera verlo en internet. Se puso una máscara para no ser reconocido y encendió la cámara. Después puso un hierro sobre un fuego que prendió en una pequeña bombona de camping gas y lo dejó un buen rato hasta que el hierro estaba al rojo vivo.

Ató unas argollas a mis muñecas y a mis tobillos y las sujetó a unas cuerdas de las que tiró hasta que quedé totalmente inmovilizada y abierta de brazos y piernas, expuesta a su sadismo. Me colocó una mordaza en la boca, para que nadie me oyera gritar y acercó el hierro incandescente a mi cuello para marcarme. Respiré profundamente al sentir el calor del hierro cerca de la piel. Lo empujó con fuerza procurando que no se moviera y el dolor y el olor a carne quemada fue insoportable. Perdí el conocimiento.

Pasó un buen rato hasta que desperté. Estaba sola, mareada y confundida. Me dolía mucho la quemadura, pero feliz porque me consideraba más suya que nunca. Suya para siempre. Empecé a llorar de dolor y del orgullo de pertenecerle.

Más tarde apareció mi amo, contempló su marca y sonrió.

– Ha quedado bien, mucho mejor que un tatuaje que te lo podrías quitar.

De repente se bajó el pantalón y empezó a masturbarse, luego me quitó la mordaza y me metió su polla en la boca, follándomela salvajemente hasta que se corrió. Como siempre me tragué toda su corrida y las abundantes babas que salían de lo más profundo de mi garganta.

– ¡Cómo me gusta que seas tan puta y sumisa! Seguro que estás empapada, ¡vete preparando para saber lo que es el dolor de verdad! ¡Cuánto dinero voy a ganar contigo!

Terminó de hablar y empapó mi cuerpo meándose sobre mí. Estaba calentito y me gustó, sobre todo el que cayó sobre mi boca que saboreé con deleite porque sabía a él.

– Te quedarás así hasta que haya cicatrizado por completo. Esta es tu primera marca, pero te haré todas las que quiera e, incluso, te operaré de lo que me apetezca si quiero transformarte. Para mí solo eres un trozo de carne y unos agujeros donde meter la polla y ganar dinero.

– Sí, amo. sólo soy un trozo de carne a tu servicio. -Contesté excitada y dolorida como buena masoquista.

La luz de la videocámara seguía encendida, estaba siendo grabada desnuda, torturada, meada, y no sabía quién estaba detrás de las pantallas observándome… Pero me excitaba la situación.

Cuando llegué a la casa de mi autoritario amante estaba esperando detrás de la puerta. Nada más abrirme me dio uno de sus morreos húmedos y sucios. Me encantaba sentir su saliva entrar en mi boca y resbalar por mis labios… Pasó una mano por detrás de mi cintura, me bajó la falda bruscamente y metió un dedo en mi ano. Sonrió con los labios brillantes de nuestra saliva y empezó a follar mi culo con el dedo. Estaba un poco humillada empalada, pero viendo su cara de excitación yo también me humedecí entregándome sumisamente. Deseaba ser penetrada por su verga.

Cuando se cansó de follarme el culo con el dedo lo sacó y lo metió en mi boca para que lo saboreara. Obedecí mansamente, le miré fijamente y sentí cómo crecía su excitación. Bajé una mano para palpar su abultado miembro y acaricié mi humedecido clítoris con la otra mientras metía mi lengua en su boca, rastreando todos sus calientes recovecos. Luego me puse de rodillas y le desabotoné la bragueta pare chupar su sucio glande. Degusté el fuerte sabor a sudor y restos de orina que emanaba de su polla y que tanto me excitaba.

Mientras tanto notaba su mano palpando bajo mi blusa y pellizcando mis pezones, duros por la excitación, de los que tiraba con fuerza causándome un dolor y un placer indescriptibles. Su verga estaba muy dura dentro de mi boca, mi amo estaba disfrutando. Me corrí empapando la mano con la que estaba sobando mi clítoris.

Quería seguir chupándole y sintiendo sus manos torturando mis pezones, pero él me paró y me dio la vuelta rudamente, escupió sobre mi ano y, sin avisar, me penetró por detrás, profundamente. A pesar del dolor disfruté como nunca de su brutal empalamiento y encadené varios orgasmos seguidos.

No tardó en inundar con su semen mis entrañas y mis piernas temblaron al ritmo de su orgasmo, sentía un cosquilleo en mi vagina y hubiera dado lo que fuera para que me desvirgara en aquel momento, pero sabía que me iba a vender al mejor postor y no iba a follarme.

Me puse la falda sin limpiarme, como a él le gustaba, sintiendo chorrear su crema caliente por los muslos.

– Esta tarde será la subasta. Ponte esta ropa para no parecer tan puta.

Me vestí con la ropa que me entregó. Era una falda gris de tubo ceñida, una blusa blanca y una americana a juego entallada.

Me dio el visto bueno y me aconsejo que me “portara bien” con mi comprador. Yo me sentí halagada por obedecer a mi señor y por ser digna de él como una buena sumisa y nos pusimos de camino hacia un destino desconocido para mí.

Llegamos a un chalet anodino en las afueras de la ciudad. Llamamos a la puerta y al poco rato nos abrió una mujer en la cincuentena, pero muy sensual, vestida toda con ropa de cuero, quien nos indicó que pasáramos a un salón.

Al cabo de un rato aparecieron tres hombres que me hicieron fotos y estudiaron detenidamente mi cuerpo.

– Desnúdate. -Me ordenó uno de los hombres.

Yo miré a mi amo que asintió con un leve movimiento de cabeza, así que me quité la ropa quedando expuesta para ser examinada como un animal en una feria de ganado. Fotografiaron todo mi cuerpo y lo inspeccionaron detenidamente. Después señalaron a una puerta para que entrara.

Abrí la puerta. Pasé a una sala que resultó ser un consultorio médico. Allí había un hombre vestido con una bata blanca que, sin decirme una palabra, señaló a una camilla para que me tumbara.

Me tumbó boca arriba y separó los labios menores de mi vagina para comprobar si el himen estaba intacto. Se trataba de una prueba para certificar mi virginidad.

Una vez realizadas las necesarias comprobaciones llamó a la misma mujer vestida de cuero que me acompañó hasta una jaula en la que me introdujo de un empujón y cerró la puerta con llave.

Pasó casi una hora hasta que volvió a buscarme. Ató una correa a mi collar de perra y tirando me obligó a arrodillarme, la miré y me soltó un escupitajo en la boca mientras se reía. Yo, para que viera que era una buena sumisa, relamí el escupitajo y lo tragué ante su mirada de aprobación.

Fui caminando a cuatro patas detrás de aquella mujer. No podía dejar de admirar su culo embutido en el cuero. Se lo hubiera lamido con mucho gusto si me lo hubiera ordenado. Deseaba chuparlo, meterle la lengua y saborearlo, pero no me dejó hacerlo. Estaba muy excitada por culpa de aquella mujer madura y, sobre todo, por la forma dura y dominante como me trataba.

-Te aseguro que no olvidarás esta tarde fácilmente. -Me dijo en tono agresivo lo que me provocó un escalofrío de placer.

Manteniendo la correa tensa, tiró de mi pelo hacia atrás y me lamió los labios. Yo gemí de placer.

Llegamos a una especie de salón iluminado por unos potentes focos. Ató la cadena de mi cuello a una argolla en el suelo y me dejó sola. No podía ver casi nada porque la luz me deslumbraba, aunque sabía que había mucha gente escrutando mi cuerpo desnudo porque oía algún que otro murmullo entre la multitud. Estaba indefensa y comencé a sudar y a asustarme porque no sabía lo que iba a ocurrir. Por suerte, en un lateral distinguí entre las sombras a mi amo lo que me tranquilizó un poco.

Pude distinguir a una figura masculina que se acercaba a mí, y cuando estuvo junto a mí me preguntó si tenía miedo.

– No, amo -Le contesté mintiendo.

– No soy tu amo, soy tu subastador.

A pesar del miedo el sentimiento de sacrificio hacia mi amo, la necesidad de hacerlo feliz y la excitación de lo desconocido eran más fuertes que el miedo. Me gustaba ser usada por mi amo a su antojo y era muy feliz en mi entrega.

– Sabes a qué has venido, ¿verdad?

– Si, voy a ser subastada.

– ¿Y consientes libre y conscientemente ante los testigos que hay en esta sala en ser subastada tu virginidad y pasar un fin de semana con tu comprador?

– Sí, señor.

– Entonces, una vez que ha quedado claro que accedes y consientes libremente, comenzaremos. Vas a ser subastada al mejor postor. Que tengas suerte.

– Gracias.

– Buenas tardes. -Vociferó el subastador al público-. Muchas gracias a todos por venir a una tarde tan especial en la que vais a poder pujar por pasar un fin de semana con esta sumisa de dieciocho años recién cumplidos. Ya conocéis las reglas, se podrá ofrecer de palabra o levantando la mano. Además, aquel amo o ama que consiga hacerse con esta sumisa podrá desvirgarla. Hay un certificado médico a disposición del comprador que acredita su virginidad. Es una sumisa muy ninfómana y sin límites, acepta todo y de cualquiera sin importar edad, físico, raza e, incluso, zoofilia si así lo desea el comprador. ¡Que empiece la subasta!

Se oyó un murmullo de excitación en la sala.

– ¿Quién da dos mil euros? Tenemos dos mil euros, gracias. ¿Vamos por los dos mil quinientos? A ver, ¿quién da dos mil quinientos…? Mirad sus tetitas. -El subastador me pellizcó los pezones tirando con fuerza de ellos mientras yo, humillada, miraba el suelo-. ¿Quién de vosotros tendrá la oportunidad de pinchar estos bonitos pezones? Parece que ofrecen dos mil quinientos. ¿Alguien da tres mil? ¿Tres mil? ¿Nadie?

Pasaron unos segundos en los que parecía que nadie iba a subir la puja

– ¡Ponte de pie! -Me ordenó- ¡Separa las piernas y muestra tu coñito abierto!

Me abrí un poco las piernas y con mis dedos destapé la vagina. No podía ser más humillante la situación, pero sentirme degradada, verme como un simple objeto sexual, inexplicablemente me excitó.

– Mirad su sexo brillante. Es tan guarra que está mojada. ¿Quién quiere someter a esta perra en celo?

– Han ofrecido tres mil, ¿oigo tres mil quinientos? ¿Tres mil quinientos?

Me dio la vuelta con brusquedad y me dio dos bofetadas, una en cada cachete del culo que inmediatamente se enrojeció. El dolor me hizo excitarme aún más.

– ¡Mirad qué culo! ¡Está pidiendo ser azotado!

Se oyó una voz ofreciendo cuatro mil. Me sentía un poco halagada, no podía evitarlo. Alguien levantó una tabla al fondo.

– ¡Cinco mil! ¡Nunca habíamos alcanzado esta cantidad! -Vociferó el subastador. – Cinco mil a la una…

– ¡Cinco mil quinientos! -Gritó una voz del público.

– Cinco mil quinientos a la una… Esperen, ¡han levantado la mano al fondo! ¡Seis mil euros a la una!, ¡Seis mil euros a las dos!, ¿nadie da más? ¡Seis mil euros a las tres! ¡Adjudicada! La puja está cerrada.

Me sentí aturdida y halagada. Los murmullos en la sala subieron de tono. Ya estaba hecho. Alguien iba a pagar seis mil euros por usarme un fin de semana a su antojo y desvirgarme. ¿Cómo sería mi comprador? ¿Joven o viejo? ¿Guapo o feo? ¿Bajo o alto? ¿O sería una mujer? Lo averiguaría dentro de poco.

Por el camino hacia la casa de mi comprador mi maduro amante me explicó que al principio no esperaba que yo pudiera aguantar todas las situaciones depravadas a las que me había sometido y, mucho menos, que yo aceptara prostituirme con desconocidos. Parecía orgulloso de mí. Eso me recompensaba de todas las humillaciones.

Me dijo que le iba a hacer ganar mucho dinero y que dejaría de vivir con mis padres para estar siempre disponible.

Yo estaba encantada de servirle, aunque fuese sometida a otros hombres, y asentía con la cabeza. La idea de prostituirme me excitaba mucho. Continuó diciendo que no tendría límite con los clientes, que podrían hacer conmigo lo que quisiesen.

Más adelante pensaba someter mi cuerpo a algunos cambios, para parecer más puta, como tatuajes y anillos en los pezones. Incluso pensaba operarme las tetas, pero cuando cumpliese veinticinco o más años porque ahora mis pequeños pechos excitaban a los viejos.

Estaba entusiasmada con sus deseos pensando únicamente en darle placer.

Condujo casi dos horas hasta llegar a un camino de tierra. Después de recorrer varios kilómetros apareció delante de nosotros una imponente mansión.

Me sentí cohibida ante la magnitud y elegancia de la construcción y temía el momento en el que mi amo me abandonara ante el desconocido comprador o compradora que iba a desvirgarme.

Paró, me colocó el collar de perra en el cuello y nos acercamos a la puerta de la mansión. Una cámara nos vigilaba desde lo alto de una cornisa.

Una anciana nos abrió la puerta y despidió a mi maduro amo. Llevándome de la cadena del cuello me condujo por un ancho pasillo hasta llegar a un salón. Después de examinarme como a una perra callejera me dejó sola.

Me senté en un enorme sillón de piel. En aquella mansión todo era de tamaño gigante. Cruce mis piernas y la falda se subió, dejando a la vista mis finos y suaves muslos. Me sentía intrigada y atractiva.

Pasados unos minutos se abrió una puerta lateral del salón y apareció un hombre. Vestía un traje muy caro. Se acercó a mí con una amable sonrisa y me levanté como si un resorte hubiera empujado mi culo. Era un hombre de unos ochenta años.

El anciano me ofreció cortésmente una copa.

– Eres muy jovencita. -Me dijo con su afable sonrisa. Su voz sonaba anticuada-. Supongo que sabes a lo que has venido a mi casa.

– Sí. -Contesté lacónicamente.

– Sabrás que he pagado por ti. y que estás a mi entera disposición este fin de semana. ¿Cómo has venido?

– Me ha traído… mi «amo», don Manuel. -Contesté.

Me corrió un escalofrío pensando que iba a perder mi virginidad con alguien que podría ser más que mi abuelo, ¡que me sacaba más de sesenta años…!

– Parece que eres respetuosa ¿Don Manuel? ¿Te refieres a Manolo, el taxista? -Me preguntó riéndose.- es un verdadero puerco, un gusano despreciable, todavía no puedo creer que haya conseguido subastar a una chica tan guapa como tú, cualquier chica huiría de un ser tan repugnante y sucio.

Me quedé un poco dolida por los insultos que el viejo había expresado sobre mi amante.

– Yo no soy como él, no voy a forzarte a hacer nada que no quieras, puedes marcharte ahora mismo, eres libre de hacerlo. -Me dijo mirándome con su cara bonachona. – Tú decides, pero si te quedas, no habrá vuelta atrás.

– Lo entiendo. -Le aclaré.

– Bien, empezaré por decirte que soy aficionado al BDSM, ¿sabes lo que es?

Yo había oído hablar de esas prácticas sexuales, pero no estaba muy familiarizada.

– No mucho.

– Pareces muy inocente. Eso me gusta. Son juegos de dominación y sumisión, el amo ordena y la sumisa obedece y se somete.

Miré a la cara afable del viejo. Asentí, aunque tenía miedo y algunas dudas, y él me sonrió. Lo cierto es que me atraía la idea de lo desconocido y me excitaba probar nuevas prácticas sexuales con un completo extraño, además, no quería defraudar a mi amo.

Sirvió una copa de champán muy frío para que me relajara. Me propuso bailar a lo que accedí. Puso una música muy lenta y nuestros cuerpos se juntaron. Me fui confiando a aquel hombre mayor que me observaba con una mirada tierna y autoritaria, sentía su cuerpo blando muy pegado al mío. Me subió la boca con la mano empujando la barbilla y me besó profundamente en los labios.

Bajó las manos arrugadas hasta mi culo y empezó a sobarlo por encima de la falda.

Luego me besó me el cuello, lamió y mordisqueó mis orejas… Después me quitó la blusa con sus dedos temblorosos y, como no llevaba sujetador, mis tetas quedaron al aire, lo que aprovechó para chuparlas y pellizcar los pezones.

Volvió a morrearme durante unos minutos hasta que se separó de mi sedienta boca para llenar las copas. Me gustaba el sabor de la saliva de aquel anciano, estaba excitada.

Me preguntó por mis aficiones y estudios. Yo le contesté que los estudios los tenía muy olvidados y que mi mayor afición actual era descubrir mi sexualidad. Pareció muy sorprendido y expectante por mi respuesta. Apuró su copa. Me dio otro beso sueve en los labios y me dejó sola en el salón.

No tardó mucho en aparecer la anciana ama de llaves que me llevó a través de pasillos interminables hasta un gigantesco y lujoso cuarto de baño.

Al fondo había una inmensa bañera llena de agua caliente. El ama de llaves me dijo que me desnudara y me metí en el agua que olía a rosas. La anciana se acercó a mí con una esponja en la mano con intención de lavarme. Restregó suavemente mi espalda, deteniéndose en la raja trasera enjabonándola y aclarándola repetidas veces y me preguntó si tenía el intestino limpio, le respondí que me había puesto varias lavativas antes de ir allí porque suponía que iba a ser sodomizada. Metió un dedo por mi ano para comprobarlo.

Después me ordenó que me diese la vuelta y empezó a lavarme en sentido inverso, empezó por los pies, fue subiendo por el empeine, los muslos y llegó a mi sexo que lo frotó con suavidad, pero intensa y profundamente.

Aquella situación causó una especie de descarga eléctrica dentro de mi vagina.

Cuando llegó con la esponja a mi pecho estaba tan caliente que necesitaba aliviarme sexualmente, y cuando me miró con sus añosos ojos rodeados de arrugas, no pude aguantar más y la besé con desesperación en los labios, necesitaba calmar mi pulsión sexual

Ella se apartó con un gesto de desaprobación, pero no dijo nada. Me sentí un poco avergonzada y asustada de mí misma por excitarme con una vieja.

El ama de llaves señaló a una silla donde estaba la indumentaria que quería mi comprador que llevara esa noche. Era un vestido de cuero negro muy fino y corto, sin ropa interior. Cuando me puse el vestido me llevó a otro salón más pequeño.

En el centro había una mesa redonda cubierta con un tapete. La vieja me vendó los ojos y me dijo que me metiera debajo de la mesa y que esperara a unos caballeros a los que tendría que chupar la verga hasta que se corrieran, sin poder ver nada y sin derramar ni una gota de lefa en la alfombra. Me iba a meter debajo de la mesa, pero me obligó a esperar de pie con las manos enlazadas a la espalda y mi sexo abierto para los afortunados a los que iba a degustar su semen.

Al poco tiempo escuché la voz de mi comprador.

– Os presento a Vani. Esta joven belleza es mi sumisa durante todo el fin de semana. Aunque tiene una cara guapa e inocente, es ninfómana y muy obediente. ¿Qué os parece?

– ¿No es demasiado joven? -Preguntó otro de los participantes. Su voz sonaba áspera y gastada, pertenecía, sin duda, a un hombre bastante mayor.

– No, he comprobado su documentación y es mayor de edad, tiene dieciocho años. Puedo hacerle a esta zorra todo lo que quiera. -Le contestó mi comprador.

– Parece muy inocente. ¿No se asustará y nos dejará tirados en mitad del juego? – Preguntó otra voz senil.

– No lo creo. Su amo ha hecho de todo con ella sin que se echara atrás en ningún momento. Lo único que no ha hecho todavía es follarla por la vagina, eso lo voy a estrenar yo.

– Y se tragará todo, ¿verdad? -Preguntó otra voz añosa perteneciente al último participante.

– Por supuesto. Le encanta. No os dejéis engañar por su aspecto ingenuo. Es muy perra y disfruta siendo humillada… ¿Verdad? -Intuí que me preguntaba a mí, ya que no podía ver nada al tener los ojos tapados con el antifaz.

– Sí. -Respondí tímidamente y algo asustada por tener que satisfacer por primera vez a varios hombres juntos.

De pronto noté varias manos sobando mi cuerpo. Una me tocaba el pecho, otra el culo, otra me subió el vestido de cuero dejando mi sexo al descubierto. El tercer hombre me besó en la boca. Por el sabor de su saliva supe que no era mi comprador. Respondí a su beso ya algo excitada por la situación.

Otra mano empezó a acariciar mi coño que ya estaba humedeciéndose. Otra boca tomó el relevo en mis labios introduciéndome más saliva con su lengua que me exploró profundamente. Así estuvimos un buen rato hasta que empecé a gemir bajito, algo cohibida, cuando sentí una lengua lamiendo mi humedecido clítoris. Los ancianos se rieron y dejaron de sobarme.

– Ya has disfrutado. -Dijo mi comprador refiriéndose a mí. – Ahora métete debajo de la mesa y danos placer a nosotros.

Obediente y complaciente me introduje bajo las faldas de la mesa. Yo estaba muy caliente por lo morboso de la situación. Escuché como los cuatro se sentaban y empezaban un juego de naipes.

Tanteando en la oscuridad choqué con unas rodillas, bajé la bragueta y me comí la primera verga que estaba flácida. No era muy grande. Empecé lamiendo la punta, metiendo mi lengua por la abertura de la uretra que sabía salada, y se inundó de líquido preseminal que absorbí con placer.

Chupé el tronco acariciando al mismo tiempo los descolgados testículos, y cuando el glande empezó a crecer se retrajo el prepucio y la metí en mi boca saboreándola muy despacio. Con mi mano libre aproveché para tocarme, tener a cuatro hombres excitados conmigo me ponía muy cachonda.

Me incrusté profundamente aquel pene quedando mi garganta taponada.

Volví a succionarlo y el anciano se corrió tragándome toda la leche. Cuando terminó de eyacular la saqué y degusté las últimas gotitas de semen que quedaban pegadas en el frenillo. Me encantaba el sabor amargo y la textura viscosa de la lefa.

Palpando en la oscuridad alcancé la segunda verga. Era un diminuto colgajo, más pequeño que un dedo gordo, que estaba apuntando hacia mi boca. Olía un poco a orina a diferencia de la anterior que estaba impecablemente limpia. Succioné haciendo ventosa con mis labios, ya que me cabía entera en la boca, y metí un dedo en el culo del afortunado que no conseguía excitarse, o eso pensaba yo, porque aquel insignificante y fofo aparato empezó a expulsar lefa en mi boca sin haberse endurecido. Yo me tragué toda la leche hasta que terminó de exprimirse y, con la lengua se la dejé limpia.

Busqué la siguiente polla. Empecé a chupar despacio sintiendo cómo la sangre se iba hacia los genitales. Golpeé el pene en mi cara, acaricié el glande con la lengua. Cuando estaba completamente erecto empecé a succionarlo con fuerza. Rodeé el glande con la mano y la moví hacia arriba y hacia abajo al ritmo de mi cabeza, masturbándole como si mi mano fuera una extensión de mi boca, caían abundantes cantidades de saliva, lo que me servía de lubricante para que se deslizara fácilmente.

A veces paraba y escupía sobre el erecto pene que estaba chorreando. No me reconocía a mí misma de lo guarra que me veía. Cuando el viejo estaba al borde del orgasmo, me detuve un momento, lamí sus testículos y le introduje un dedo en el culo, al tiempo que me masturbaba a mí misma con la mano libre y volvía a meterme el pene hasta el fondo de mi garganta.

El anciano eyaculó dentro de mí una gran cantidad de leche que me tragué gustosa mientras, al mismo tiempo, me corría en cuanto sentí el semen calentito bajar por mi garganta. Después limpié con la lengua el glande y saboreé mi dedo que sabía a su culo.

Busqué al siguiente que resultó ser mi comprador, pero me frenó cuando sintió mi lengua húmeda, porque quería reservar fuerzas para mi estreno.

Una vez que habían descargado todos en mi boca se fueron de la habitación. No tardó en venir el ama de llaves a buscarme.

Como yo ya había tragado mucha leche, me dijo la anciana que podía esperar para cenar y que, hasta entonces, serviría de plato humano para los invitados. Me llevó de una mano por los interminables pasillos de la mansión, hasta una nueva estancia amplia, de techos altísimo y también opulentamente decorada. Me quitó el vestido y me ordenó que me tumbara sobre una mesa, me echó un chorro abundante de aceite de oliva embadurnándome toda la piel. Cuando me frotó los pechos mis pezones se endurecieron y capté una pícara sonrisa en la cara de la anciana.

Me sentía expuesta y sensual al estar desnuda y con la piel brillante por el aceite tendida sobre aquella mesa. Entró en el comedor un cocinero con una bandeja de sushi y lo colocó sobre mi cuerpo, me dijo que era una práctica originaria de Japón, que consistía en comer sushi directamente del cuerpo desnudo de una mujer.

Llenó mi piel de sushi, me tapó los ojos y se fue. Al poco rato entraron los cuatro ancianos. Empezaron a comer directamente de mi piel embadurnada. Yo estaba deseando que terminasen de cenar cuanto antes para irme a follar con mi comprador.

Cuando se saciaron me dieron permiso para comer las sobras que quedaban sobre mi cuerpo. Tenía mucha hambre porque no había probado un bocado desde el mediodía a excepción del semen.

Finalmente, el ama de llaves me condujo a una habitación tirando de la cadena de mi cuello hasta una sala donde me obligo a arrodillarme.

Parece que ese día tampoco iban a estrenarme y yo estaba muy caliente, necesitaba aliviarme de alguna forma.

– Hoy vas a dormir aquí, en la perrera. -Me dijo la anciana.

En la sala había un enorme y precioso perro negro amarrado a una argolla, a la que ató también mi cadena. El perro me olfateó y sacó la lengua jadeando. Seguro que percibía el olor a hembra en celo…

Estaba muy cansada y me quedé pronto dormida sobre el duro cemento de la perrera, a pesar de que el enorme perro no paraba de mirarme. Pronto me desperté al sentir su rugosa lengua lamiéndome el culo y la vagina. Aquel animal estaba muy excitado y nos habían atado muy juntos. Tuve pánico de que me clavara sus enormes y afilados colmillos pero siguió lamiendo y devorando mis fluidos como si de un manjar se tratase. Cuando me llegó el orgasmo fue una sorpresa, no pude evitarlo, mi vagina se apretó y mis caderas se convulsionaron de gozo y éxtasis. Sentí como si un chorro saliera de dentro mí y el animal lo saboreó. Me caí hacia atrás y dejó de lamerme como si hubiera sentido mi culminación en su boca.

Jadeaba enloquecido y su pene empezó a cobrar vida propia. Una punta roja asomó fuera del capullo peludo. Yo estaba enajenada por la excitación, como una perra en celo y aquel macho lo percibía. Deseaba tener aquella enorme y palpitante masa de carne dentro de mí, aunque temía los afilados colmillos de mi amante.

Acerqué mi mano a aquella gigantesca verga y la acaricié lentamente. El animal se amansó dejándose pajear muy quieto, disfrutando del masaje. Me pregunté a qué sabría el semen de perro y enloquecida acerqué mi boca a la punta del glande para comprobarlo. El chucho jadeaba mansamente, disfrutando del placer que le daba mi boca húmeda, cuando, de repente, se corrió. Parecía un grifo del que manaba una abundante cantidad de leche que caía sobre mi boca y mi cuerpo. Me tragué lo que pude como me habían enseñado y sabía bastante amarga. Cuando recuperé la cordura no me lo podía creer, ¡se la había chupado a un perro!

Pero el animal no estaba satisfecho todavía y me apresó la cintura con las patas delanteras. Evidentemente quería algo más, quería penetrar a su hembra. Pero yo no podía ser desvirgada por un perro, habían pagado por ello.

Así que intenté zafarme de sus garras. Era imposible, tenía mucha más fuerza que yo y, además, sus colmillos me aterraban. Empujó con fuerza mi cuerpo hasta que consiguió darme la vuelta y tenerme a cuatro patas, como si fuera su perra, mientras trataba de meter la tranca dura y puntiaguda en algún orificio. Me chupé los dedos y humedecí mi ano para recibir por allí su verga. Trate de ayudarlo, pero no hizo falta guiarlo, me la enterró de un solo golpe en el culo. Sentí que me rompía el esfínter. El dolor era inaguantable, como si me estuvieran rompiendo, y noté pequeñas gotas de sangre que salían de mis entrañas. Al poco tiempo el dolor se transformó en placer. ¡Qué locura! ¡Estaba disfrutando empalada por un perro!

El animal bombeaba mi culo sin misericordia, como un salvaje, y percibía su dura verga dilatando extraordinariamente mi esfinter que se adaptaba como podía a esa enorme masa de carne que llenaba mi recto. Intenté relajarme mientras el perro seguía montándome frenéticamente. De pronto aumentaron sus embestidas y empezó a crecer dentro de mi culo la bola que tienen los perros en la verga. Acoplados acabó dentro de mi, y yo, al sentir su leche abundante y caliente en mis entrañas, me volví a correr sintiéndome su perra.

Satisfecho, el animal intentó sacarla de mi culo pero fue imposible, habíamos quedado abotonados y su verga taponaba firmemente mi culo. Se dio la vuelta como pudo y quedamos unidos culo con culo, enganchados como dos perros. Estuvimos así casi media hora. Cuando por fin nos desacoplamos, la verga de mi amante canino estaba sucia de sangre y excrementos, ademas de gotear leche y orina, y mi culo estaba dolorido y dilatado de forma antinatural.

Ya calmados conseguimos dormir unas horas.

Muy temprano vino a buscarme el ama de llaves que no pareció sorprenderse al ver el semen que salía todavía de mi culo y que se derramaba por el suelo. Me desató y me llevó de rodillas tirando de la cadena del cuello hasta un baño donde me ordenó que me limpiara y que me pusiera un enema para vaciar mi culo.

Terminé de ducharme y me puse el conjunto que tenían preparado para la ocasión. Consistía en un picardías negro y transparente que me llegaba a la altura de las caderas, y unas botas de cuero hasta las rodillas con finos tacones.

Me quedé en silencio en el cuarto de baño hasta que regresó el ama de llaves a buscarme. La anciana dio su aprobación con un gesto de la cabeza y me ordenó que caminara de rodillas. Yo estaba muy nerviosa.

Recorrimos otra vez los inmensos pasillos en silencio, rodeadas por arcaicos muebles. Estaba nerviosa y expectante. El ama de llaves tiraba con fuerza de la cadena y a veces me ahogaba.

Se oyeron diez campanadas en un reloj de pared. El ama de llaves se volvió hacía mí y me sonrió deteniéndose frente a una puerta cerrada. Llamó con los nudillos y desde el otro lado escuchamos una voz que me ordenaba entrar. Me temblaban las piernas.

– Entra. -Me ordenó mi amo.

Pasé a cuatro patas. Menos mal que el suelo estaba cálidamente acolchado por una alfombra. Miré al anciano un poco desconcertada a la espera de sus órdenes. Se incorporó de la cama y se sentó en una silla.

– ¿Te he dado permiso para mirarme? -Me grito dándome una fuerte bofetada.- Ahora tendré que castigarte.

Ven aquí, y túmbate sobre mis rodillas.

Me acerqué caminando como una perra en celo en busca de su macho, y al llegar a su altura me subí sobre sus piernas dejando el culo a la altura de su vientre.

– Te tengo que castigar. -Me dijo excitado.

Levantó una mano y me azotó fuertemente y con precisión en los glúteos. Al principio sentía dolor con cada golpe, pero cuando llevaba más de cincuenta azotes, la zona estaba tan insensible que comencé a disfrutar del castigo que me infligía mi amo y deseaba ser golpeada con más dureza. Entonces se escupió la mano y la restregó mojada sobre mi piel irritada, lo que me calmó el dolor y despertó aún más mi excitación.

– Ahora quiero que camines erguida por la habitación para que pueda contemplar el joven cuerpo que voy a preñar. -Me desconcertaron un poco sus palabras.

Obediente me estiré sintiendo una punzada en los glúteos por los azotes recibidos y caminé orgullosa por la habitación. Me mandó que bajara la vista como una buena sumisa o tendría que castigarme otra vez. Debía estar muy excitante con el camisón transparente y las botas de cuero porque no hube dado más de unos pasos cuando el anciano me ordenó que fuera al cuarto de baño y me metiera en la bañera.

Él vino caminando lentamente y me explicó que tenía mal la próstata y que le habían entrado ganas de orinar, así que yo iba a tener la suerte de ser su retrete. A mí me dio un poco de asco, pero, al mismo tiempo, me gustaba ser tratada suciamente. Se puso frente a mí, se bajó la bragueta y empezó a orinarme desde la cabeza a los pies. El líquido salía caliente de su interior. Me mandó abrir la boca y acaté la orden sintiendo como el torrente de líquido entraba en mi boca. Tenía un sabor ligeramente amargo, aunque no me desagradó, me había convertido en una ninfómana sumisa que disfrutaba siendo humillada.

Cuando se vació, yo tenía el picardías empapado y fundido con la piel, el pelo mojado, las botas encharcadas y sabor de orina en la boca. Pareció gustarle la estampa porque me dio dos bofetadas en la cara como premio y me mandó que volviera a gatas a la habitación para comenzar otro depravado juego. Allí me arrancó la combinación y me empujó contra una pared donde había una enorme cruz en forma de equis, con esposas ajustables de cuero para las muñecas y correas para los tobillos. Me amarró fuertemente quedando a su merced con los brazos y las piernas muy abiertas.

Con una larga fusta me golpeó en los pechos. El dolor fue al principio espantoso, sobre todo cuando impactaba en mis pezones, hasta que, de tanto golpearlos se insensibilizaron aunque estaban en carne viva. Entonces, empecé a sentir con cada golpe una especie de hormigueo de placer, Cuando se cansó de azotarme las tetas, me las cogió con fuerza por los pezones y las estiraba como si fueran de chicle, luego las aplastaba y las retorcía sádicamente. Temía que fuera a arrancármelas y me contorsionaba por el dolor.

– ¿Has visto cómo han cedido tus pezones? -Me preguntó excitado.

Bajé la vista y no podía creerlo. Mis pechos colgaban como dos bolsitas inertes y amoratadas, parecía que me los había dilatado. No contento con esta tortura clavó una especie de anzuelo en cada pezón y colgó de ellos una cadenita de oro de la que colgaba una pesa enorme que tiraba con fuerza de los doloridos pezones. Luego cogió una fusta y me dio diez golpes en cada areola. El dolor fue insoportable.

Me dejó un tiempo de descanso desnuda y amarrada a la cruz. Aquel anciano con aspecto bondadoso era un verdadero sádico y yo una sumisa orgullosa de servirle y ser de la propiedad.

Después comenzó a castigarme la vagina con la fusta. Al principio los golpes fueron suaves y casi tiernos, luego el correctivo fue subiendo en intensidad por lo que no pude evitar gritar salvajemente y llorar hasta que mis labios vaginales estaban tan irritados que se adormecieron y el dolor pareció transformarse en placer. Entonces comencé a gemir de gozo como una perra en celo.

– ¡Menuda puta! -Exclamó-. ¡Voy a follarte tu coñito virgen! ¡Estarás deseando!

Fuimos a una cama. Yo estaba desorientada y dolorida por el tremendo castigo que había recibido en las tetas y en la vagina. Me tumbé y ató mis muñecas y tobillos para inmovilizarme.

Se tumbó sobre mi cuerpo desnudo y me morreó salvajemente. Sentía su caliente saliva derramarse dentro de mi boca. Colocó las manos en mis caderas y acercó su cuerpo arrugado al mío. Su polla estaba casi dura y rozaba la entrada de mi vagina. Sabía que había llegado el momento.

Empujó las caderas quedando acoplada su verga dentro de mí de un solo impulso. Me desvirgó pero no sentí ningún dolor. Se quedó quieto. Por un momento pensé que le había dado un ataque al corazón y tuve miedo de que estuviera muerto, así que acaricié su cara pero recibí una bofetada como castigo. El anciano estaba disfrutando y recreándose del tacto suave, húmedo y caliente del interior de mi coñito que acababa de desvirgar, aquel viejo estaba en mi interior, en un lugar en el que nadie había entrado hasta entonces, en mis dieciocho años de vida.

Tuve ganas de llorar por la manera tan degradante en la que había perdido mi virginidad. Pero mi amante empezó a moverse y con el roce empecé a sentir placer. Me folló durante cinco minutos y me dijo que tenía que parar un momento, que aprovechara para limpiarle el glande con la lengua. Me dio mucha rabia porque ya me había calentado y tenía el interior de mi vagina muy lubricado, en su punto para el acoplamiento. Obediente le chupé el pene, saboreando los fluidos de mi vagina y el sabor de la sangre.

Como mi viejo amante estaba cansado me ordenó que me pusiera encima de él. Así lo hice. Me introduje su miembro escasamente erecto y me empecé a mover despacio para ir aumentando progresivamente el ritmo.

Esa postura me permitía controlar la cadencia y la profundidad de la penetración por lo que tuve un orgasmo intenso, no quería dejar de cabalgarle, de sentir en mis entrañas aquel colgajo. Aumenté frenéticamente la velocidad y fruto de la excitación empecé a gritar como una demente, chorreaba su miembro de los flujos que lubricaban mi interior y podía sentir mi vagina expandirse y contraerse para acomodarse a aquel pene casi flácido que frotaba las paredes de mi coño.

Cabalgué más rápido y sentí el glande endurecerse más y chocar con el cuello del útero… El anciano me daba cachetes en el culo y me metía un dedo por el culo lo que aumentaba aún más mi placer. Era una ninfómana, no podía negarlo, necesitaba sexo y cuanto más guarro y asqueroso, mejor…

Se corrió muy dentro de mí. Yo estaba tan excitada que me vine otra vez en cuanto sentí su caliente y espeso semen.

Necesitaba más sexo, pero la sesión había terminado para mi viejo amante. De un impulso se desacopló de mi vagina, y, cogiéndome la nuca me obligó a limpiarle el pene con la lengua.

Cuando estuvo reluciente me ordenó levantarme, después, debido a su avanzada edad, tuve que ayudarle a alzarse de la cama. Me llevó a una habitación donde había una jaula, en la que me ordenó meterme, pero antes me puso unas esposas para que no me masturbara ese día porque decía que mañana iba a tener «mucho trabajo».

Apagó la luz y, aunque era temprano y estaba todavía muy excitada, me encontraba muy cansada y me dormí enseguida por culpa del perro que no me había dejado descansar la noche anterior.

Dormí el resto del día y por la noche me desperté todavía dentro de la jaula. Tenía muy dolorido el pecho, la vagina y el culo y, además las esposas me apretaban las muñecas. En la habitación de al lado se oían los ronquidos del anciano que había disfrutado de mi cuerpo.

Me intrigaban las nuevas experiencias que me aguardaban en aquella enorme mansión que parecía ideada para celebrar orgías.

Por la mañana, apareció el ama de llaves, abrió la jaula y me retiró las esposas que habían dejado un cerco rojo en mis doloridas muñecas. Luego me acompañó al cuarto de baño para que me aseara y me señaló una banqueta donde estaba la ropa con la que debía vestirme ese día.

La calidez del agua de la ducha me reconfortó. Limpié los restos de semen pegados a mis muslos y me coloqué la alcachofa del agua en la entrada de la vagina para limpiar su interior. Su cosquilleo me gustó mucho, pero mi amo me había ordenado que no me masturbara así que me limité únicamente a limpiarla para su próximo uso, que sería más bien pronto. Resbalaba el agua con los restos de mi sangre coagulada y de semen reseco.

Terminé la ducha y entró el ama de llaves para untarme una crema para el dolor en mis pechos y en los genitales. Empezó por mis areolas dándome un masaje suave describiendo movimientos circulares con las yemas de los dedos embadurnadas en pomada. Luego pasó a mi zona genital, acariciando mis labios vaginales con sutileza y ternura y terminó untando la crema en mi ano.

Me ordenó que me vistiera con la ropa que habían preparado para mí. Eran unos leggins muy finos de cuero y una camiseta que marcaba mis pequeños y torturados pezones, todo sin ropa interior, así que el pantalón se ceñía a mi cuerpo marcando el abultamiento de mi sexo y la hendidura de mi raja y realzaba mi culo y las piernas. No me importaba nada, había perdido el pudor y me encantaba la sensación que producía el roce del cuero sobre la piel.

Fuimos a reunirnos con mi comprador al enorme salón donde el día anterior había vejado mi cuerpo.

– Buenos días -me saludó cortésmente-, ayer disfruté mucho, estoy orgulloso de ser el primero en hacerte el amor y me excita la idea de haberte preñado.

Yo no me imaginaba que pudiera estar embarazada, aunque no tomaba ningún anticonceptivo. De todas formas mi cuerpo era suyo para hacer lo que quisiera, y si deseaba preñarme yo no me iba a negar.

Me ordenó que me volviera para contemplarme «desde todos los puntos de vista» y me preguntó si tenía muchos dolores del día anterior. Le contesté, mientras paseaba por la habitación exhibiéndome para su deleite, que estaba perfectamente, que solo tenía un poco más sensible la zona genital, y que me habían gustado mucho sus humillaciones. Me cogió de una muñeca atrayéndome hacia él y me dio un beso en la boca mientras con la otra mano sobaba mi culo embutido en los leggins de cuero. El anciano babeaba de deseo.

Cuando se cansó de magrearme me dijo que íbamos a salir porque me quería exhibir como un trofeo para que todos le envidiaran. A mí me daba mucho miedo que me pudieran reconocer en la calle, pero no podía negarle nada al hombre que me había comprado.

Antes de salir me obligó a introducirme una bola de Kegel con control remoto en la vagina que vibraba controlada por un mando a distancia. Me dijo que nadie notaría que las llevaba y que tenía diez modos de vibración que él controlaría a su antojo. El juego me pareció muy atrevido y excitante. Me la metí profundamente y quedé a merced de la voluntad de mi amo.

Nos esperaba un enorme y lujoso coche negro en la puerta. El conductor era un hombre de mediana edad de gesto serio. Mi amo le dio la dirección y el chófer asintió con un movimiento de cabeza.

– Vamos a probar el mando a distancia -me dijo-, verás cómo te gusta.

Sentí una pequeña vibración dentro de mi vagina producida por la bola de Kegel que me había obligado a introducirme. Era una especie de cosquilleo pero que me hacía sentir vulnerable por estar controlada por la mano de aquel hombre. Me preguntó si me gustaba y le respondí que me sentía un poco cohibida pero a la vez excitada por la vibración del juguete. Subió la intensidad de la vibración y se me empezó a erizar la piel.

Como hacía un buen día fuimos a comer a una terraza del Paseo de la Castellana donde mi amo podía exhibirme y jugar con mi cuerpo. Mientras comíamos, él cambiaba la intensidad de la vibración de la bola de Kegel hasta que fue tan fuerte que, apretando con fuerza las piernas, me corrí. Lo hizo aprovechando la cercanía de un camarero para que me sintiera más puta, aunque yo traté de ser discreta y sólo se me escapó un leve gemido.

Él estaba muy divertido con la situación y me metía mano y me besaba la boca sin importarle las miradas curiosas de los demás. Que nos observaban con curiosidad, como si yo fuera una puta que se dejaba magrear por un anciano que podía ser mi abuelo.

Después de comer nos fuimos a pasear, como dos enamorados, de la mano. Nos detuvimos a la puerta de un sex shop donde mi amo me ordenó que entrara sin soltarme.

Los clientes nos miraban extrañados por la enorme diferencia de edad. Le susurré en el oído que me daba mucha vergüenza. Rápidamente el dependiente nos ofreció su ayuda por si buscábamos algún juguete. Yo le contesté que sólo íbamos a echar un vistazo, pero mi amante sonrió desmintiendo mis palabras.

El empleado se volvió al mostrador dejándonos deambular por la tienda libremente. Estuvimos diez minutos paseando entre lubricantes, consoladores y muchos más juguetes eróticos de una gran variedad de tamaños, formas y colores, algunos intimidantes y otros más pequeños supongo que para poder ocultarlos en el bolso. Mi amo disfrutaba exhibiéndome y presumiendo de mí. Yo estaba sufriendo porque temía encontrarme con algún conocido.

Por fin mi amante fuimos a una cabina donde se estaba representando la actuación de una pareja porno en directo. Pasamos y cerró la puerta con pestillo. Dentro había un enorme cristal opaco y una ranura en la que había que echar monedas para que subiera una especie de persiana que dejaba contemplar el espectáculo, a menos de un metro de distancia.

Ella era una chica morena, alta, esbelta, con un precioso cuerpo del que destacaban unos enormes pechos que desafiaban con altivez la gravedad. Tenía el vientre liso y una largas y torneadas piernas que culminaban en un culo duro y respingón. Nada más vernos aparecer se humedeció sus apetitosos labios dándonos a entender que le excitaba que la viéramos desnuda.

Él era también moreno, algo más bajo que ella, fuerte, tenía el vientre plano y hacía alarde de una poderosa musculatura. Cuando nos vio empezó a acariciar con suavidad a la chica, mojó uno de sus dedos en la boca de ella y se los acercó hacia el coño. Ella se estremeció al sentir sus caricias en el clítoris.

Luego recorrió con su lengua el cuerpo femenino. Comenzó por los pechos y rápidamente fue bajando, lamiendo y mordisqueando la piel, dejándo una marca brillante y húmeda de saliva hasta llegar a la vagina donde empezó a chupar más intensamente los labios abultados. Los besaba y los succionaba con furia, jugando a penetrarla, alguna vez, con la lengua ,mientras sus manos agarraban con firmeza las nalgas. Ella frotaba salvajemente su sexo con la boca de él hasta que se corrió gritando. El chico aprovechó para penetrarla profundamente con su dura y enorme polla.

Mientras tanto yo estaba muy excitada, contemplando la escena, sentada sobre las piernas del anciano que aplastaba con la mano mi pequeño pecho.

Una cabina de un sex-shop es como un cilindro con un escenario circular giratorio, en el que se lleva a cabo la representación, y está rodeado de pequeñas ventanas por las que se asoma el público. Desde nuestra posición se podían ver las otras ventanas que, afortunadamente, estaban vacías.

– Tengo ganas de follarte el culo. – Me dijo de pronto mi amante-. Pero antes quiero que me la chupes un poco.

Obediente bajé mi cabeza hasta alcanzar su verga que estaba ya dura. Me la metí en la boca y la saboreé despacio. La posición era muy incómoda porque casi no podía agacharme.

Estuve inclinada lamiendo su glande casi diez minutos hasta que me agarró la cabeza con fuerza y me la clavó más adentro, hasta la campanilla, lo que casi me hizo vomitar. El viejo complacido subió una pierna sobre mi cabeza y me aprisionó contra su pene. Estaba disfrutando y se relamía humillando a su obediente sumisa. Después, levantó la pierna y me liberó la boca. Tiró de mi cabeza hacia arriba y empezó a escupirme la boca que ya estaba llena de saliva por la profunda penetración.

No me había percatado de que una de las ventanas, frente a la nuestra, se había abierto, y una cara redonda y sudorosa nos miraba atentamente mientras se masturbaba. Seguro que le parecía más morbosa la escena del anciano humillándome que la pareja del escenario.

El anciano sacó una crema que llevaba en el bolsillo y embadurnó suavemente mi culo. Aquella crema debía ser milagrosa porque mi esfínter se relajó inmediatamente. Después metió dos dedos para lubricar y dilatar el agujero. Pronto me tuvo abierta y disponible , así que colocó la punta de su verga en la entrada de mi ano, me asió de las nalgas y me la introdujo con facilidad hasta el fondo.

– Vaya, tienes este agujerito muy dilatado, tu amo lo debe usar mucho -me dijo.

Disfruté siendo sodomizada gracias a que lo tenía bien dilatado y lubricado. La metía y sacaba hasta el fondo de mi culo y empecé a gritar. Ahora la pareja de actores había dejado de actuar y se recreaba contemplándonos a nosotros. Mi amante me beso con lengua y sorbí ansiosa su saliva mientras continuaba martilleando con su verga mi culo.

– ¿Te gusta cómo te follo el culo? -Me preguntó jadeante.

– Sí. Me encanta.

Me deleitaba que me tratara como una puta. De repente comenzó a embestirme más fuerte y sentí los chorros de su esperma inundando mi estrecha cavidad interna.

Me agaché como pude y se la limpié con la boca, luego le besé en los labios y le di las gracias. Me abrazó y besó con cariño. Nos arreglamos la ropa y le ayudé a salir de la cabina.

Yo creía que aquella aventura había terminado, pero mi viejo amante tenía otra sorpresa para mí.

– Quiero que te acerques a aquel hombre y le digas cariñosamente que te acompañe al servicio -me dijo señalando a un hombre.

– ¿El hombre de la camiseta roja? -Pregunté con temor, aunque sabía que debía obedecerle sin pensar, porque era enorme, debía medir cerca de 1,90 y pesar más de 120 kilos.

– Sí, ¿algún problema?

– Ninguno. Estoy a tu servicio, soy tu esclava.

– Sólo quiero que juegues con él, os metéis en el baño, te desnudas, y le pides que te mee el coño, nada más.

– ¿Sólo eso? -No podía creer lo que me estaba proponiendo.

– Sí.

– ¿Y si quiere algo más? – Pregunté temiendo que se enfurecería.

– Ese es tu problema, sólo quiero que te mee y te marchas. Es fácil.

Un sudor frío recorría mi nuca. Aún así, con mucha vergüenza y temor, me acerqué provocativa a aquel enorme africano para invitarle a que me acompañara al baño.

– Hola -empecé la conversación.

-¿Qué tal preciosa? -Me contestó en un mal español.

– Por aquí, dando una vuelta –contesté nerviosa-. ¿Vienes mucho por aquí?

– No, es la primera vez, ¿y tú? -Me preguntó. Era mi oportunidad para abordarlo. Miré su enorme paquete y me dio miedo.

– ¿Me acompañas al baño? -Le pregunté de sopetón, casi sin pensarlo.

– ¿Que vayamos juntos… al servicio? -Me preguntó perplejo.

– Sí, ¿te apetece?.

Sin dejarle responder cogí su enorme y negra mano y le conduje ante la morbosa y divertida mirada de mi anciano amante. Entramos en la cabina y cerré la puerta. Me desnudé. Me contemplaba atónito, no podía creerse lo que estaba viendo.

Me senté en la taza del váter y se bajó el pantalón para meterme su oscura y enorme tranca en la boca pero la rechacé.

– No, ¡solo quiero que me mees el coño!

Incrédulo acercó la verga a mi vagina y empezó a manar un líquido abundante y caliente que apuntaba con habilidad hacia mi clítoris. A mí me daba un poco de asco, pero también me excitaba sentir el calor de su orina sobre mí. Me empapó el coño mientras gemía, se notaba que estaba disfrutando con aquello. Cuando terminó intentó otra vez acercarme el pene para que se lo limpiara. Retiré la boca como pude y me levanté sin secarme.

– ¿Dónde vas? ¡Eres una puta! ¡Te voy a follar, guarra! -gritó intimidatoriamente.

– ¡Déjame en paz! Me voy.

– ¿Para eso me traes al servicio, para que te mee ¿y ya está? -Gritaba tan fuerte que, seguramente todo el local lo escuchaba y sabría lo que había ocurrido allí dentro-. ¡Eres una basura blanca!

– Adiós, lo siento, hoy no puedo -Contesté intentando zafarme de sus enormes brazos.

Me liberé como pude y salí a la tienda. Me temblaban las piernas y me brillaban po la orina. Todos me miraban como si fuera una cerda.

– Muy bien, Vani. Eres obediente y muy guarra, ¡qué suerte tiene tu amo! -Me dijo el anciano.

Me dio un beso en los labios y nos fuimos de la mano ante la mirada atónita de los clientes. No me dejó secarme, así que olí a semen y orina durante todo el camino lo que parecía agradar a mi amo.

Aquella noche volví a dormir atada junto al perro. Sin embargo, aunque estaba deseando volver a sentirlo dentro de mí, nos habían atado separados para que no pudiésemos copular. Tras varios intentos de mi amante de cuatro patas, acabó desistiendo y se tendió aullando en el suelo de cemento.

Me pregunté dónde estaría ahora de no haber conocido a mi amo. ¿Seguiría siendo una puritana y reprimida estudiante de dieciocho años? Me asustaba un poco haber cambiado tanto y tan súbitamente. ¿Era posible que de no haber conocido al pervertido taxista hubiera vivido engañándome toda mi vida? Supongo que tarde o temprano alguien habría despertado mi deseo de humillación y sometimiento. Mi amo había sido la chispa que había provocado la explosión.

Ser sumisa no es sólo una práctica sexual. Significa sentirte de la absoluta propiedad de otra persona, tú solo tienes que abandonarte, ceder el control a otra mente, y disfrutar. Cuando el depravado taxista abusó de mí, no podía imaginar que me entregaría a ese hombre de más de sesenta años, bajo y barrigudo, sin ningún aparente encanto sexual, pero cuando empezó a adiestrarme despertó mis deseos más ocultos y se convirtió en mi dueño, al que me sometí ciegamente y me llevó al paroxismo.

A la mañana siguiente, la doncella vino a buscarme y me ordenó que me preparara para otra sesión de castigo. Como única vestimenta me entregó un collar de perro, unas botas altas de cuero de vertiginoso tacón y un plug con cola de gato que tenía que meterme dentro del culo.

Fui al baño para introducir el plug, que es una especie de tapón metálico que se abotona al esfínter. Aunque tenía el agujero dilatado por haber sido ya utilizado por múltiples amantes, no era capaz de encajarlo. Lo intenté lubricando con saliva, pero, debido a su tremendo abultamiento central, no fui capaz de acoplarlo a mi trasero, y eso que no era más grueso que algunas pollas que ya habían entrado por allí. Probé a sentarme sobre el artilugio pero tampoco lo conseguí, así que decidí pedir ayuda a la anciana ama de llaves.

Sonrió cuando le comenté que era incapaz de encajar la cola de gato en mi estrecho orificio porque el frio metal hacía que contrajera involuntariamente los músculos. La anciana se metió el plug en la boca para calentarlo y me obligó a ponerme a cuatro patas. Acercó sus labios arrugados a mi agujero y lo lamió lentamente, con suavidad, trazando pequeños círculos. Después, inesperadamente, me introdujo la lengua en el culo. Abundantes hilillos de babas caían por mis piernas.

Aunque parezca de locos, la vieja casi me provocó un orgasmo con aquella imprevista y placentera penetración anal y terminé relajándome. Nunca se me había pasado por la cabeza tener relaciones con una mujer, y mucho menos con una de más de setenta años, pero ahora allí estaba yo, caliente como una perra, a punto de correrme con la lengua de la anciana penetrando mi culo.

Cuando tenía bien dilatado el esfínter, acercó el plug y noté el frio metal abrirse paso lentamente en mis entrañas hasta quedar taponando mi culo.

– Vámonos ya, te están esperando y será mejor para ti que no se impacienten.

Me incorporé con la ayuda de su rugosa mano y sonrió. Su cara estaba hendida de profundas arrugas y los pómulos, hundidos por la edad, le conferían un aspecto duro y seco. Aun así, experimenté unos enormes deseos de saborear su boca.

Se despidió de mi en el vestíbulo. Estaba expectante y algo asustada esperando mi próxima aventura. La doncella me ordenó que me diera la vuelta y con un lápiz de labios escribió algo en mi espalda que no alcanzaba a leer. Me di la vuelta y vi en un espejo que había escrito: “soy una puerca, y tu retrete, úsame como quieras”, luego se alejó sigilosamente.

Pasado un rato apareció mi amo. Detecté una frialdad en su mirada que me sobrecogió. Era autoritaria, dura, casi despreciativa, como si contemplara en mí algo insignificante, repulsivo y molesto. Observé que en la sala había varios hombres. Además de los ancianos que ya conocía de la cena de la noche anterior, había otros diez, muy jóvenes.

Al fondo de la sala, se veía un potro de gimnasia. Mi amo me condujo allí y me ordenó que me tumbase boca abajo sobre el aparato, separando las piernas y los brazos, los cuales me ató fuertemente a las patas del potro, dejando mi cabeza y mis pechos colgando de un extremo, como si fueran las pequeñas ubres de una vaca.

– ¡La vista al suelo, esclava! -Ordenó mi dueño-. ¿Os gustan estas tetitas de leche? -Preguntó a los más jóvenes del grupo-. Apenas le han empezado a crecer, están muy tiernas y casi vírgenes como su sonrosado coñito que estrené anoche…Ya sabemos los verdugos cómo endurecerlas…

Aunque miraba al suelo percibía sus jadeos y notaba varios dedos sobándome. Me estrujaban las tetas, tiraban de mis pezones, me golpeaban el culo, y uno de ellos me tiró con fuerza del pelo obligándome a levantar la cabeza para escupir dentro de mi boca. Mandó que lo tragara y yo obedecí contenta de ser humillada.

– ¡No hemos empezado a jugar y ya está caliente la puerca!, ¡antes de nada, vamos a lavarla! -Dijo mi amo mientras se desabrochaba la bragueta y me orinaba por todo el cuerpo.

Abrí la boca y degusté el sabor salado de su orina. Al poco tiempo le imitaron todos los presentes, y potentes chorros empaparon todas las partes de mi cuerpo y mi boca. Si al principio saboreaba el líquido que entraba en mi boca, después no me daba tiempo y lo engullía rápidamente depositándose directamente en mi estómago que se empezó a abultar. Mi boca era el retrete de aquellos viciosos.

Uno de los viejos retiró el plug de mi culo de un tirón, lo que me causó mucho daño, y, acercó su pequeño pene para orinar dentro de mis entrañas. La sensación de percibir el calor del líquido dentro de mí fue increíble, me sentía humillada, sucia y muy excitada.

– ¡Te aviso que no puedes correrte sin mi aprobación o serás castigada muy severamente! -Me advirtió mi viejo amo.

– Cómo usted ordene, señor.

– Tienes los pezones planos, vamos a tener que agrandarlos -dijo el anciano y se acercaron dos jóvenes a mamar de mis pechos. Succionaban y mordían con fuerza, como esperando que brotase la leche y me causaron un tremendo dolor. Aunque no sabía todavía lo que me esperaba…

– ¡Uffff!, ¡no puedo más! ¡me corro! -Gritó uno de los jóvenes.

– Espera, échaselo en la boca a la puerca que hoy no va a tener más alimento que nuestra orina y nuestro semen. -Le pidió el anciano.

El joven acercó el pene a mi boca y, apenas notó el roce de mi lengua eyaculó dentro una enorme y viscosa lechada. Me lo tragué todo sin necesidad de que me lo ordenaran, y me relamí como si fuera un manjar.

Se apartaron los dos chicos y mi amo se acercó con unos alicates con los que me pellizcó los pezones. Cuando los tenía bien aprisionados, tiró con tal fuerza que creía que me los iba a arrancar. Mis ojos se llenaron de lágrimas y no pude evitar un gemido de dolor. Me ordenó que me callase y me dio una fuerte bofetada.

– No te preocupes, a las zorras les gusta que las mutilen.

Aquellas palabras me causaron pavor, pero, afortunadamente, no llegó a arrancarme los pezones. Cuando estaban completamente deformados, aplastados como dos hojas de papel, retiró los alicates y me puso una especie de arandela alrededor de cada areola, luego apretó esos artilugios con tal fuerza que mis pezones se dilataron pareciendo dos garbanzos.

– Así me gustan tus tetitas, con pezones de verdad.

Otro de los ancianos le dio dos pequeñas pinzas, como las de sujetar papeles, con las que aprisionó la punta de mis tetas, y de cada pinza colgó unas cadenas en las que puso unos plomos de pesca, de medio kilo en cada una, que estiraban y deformaba mis pechos de forma antinatural, como si fueran de goma.

– ¿Qué te parece, cerdita? ¿Te gusta las ubres que te estoy moldeando? Seguro que nunca has sufrido tanto dolor ni has disfrutado tanto, no vas a olvidarte de hoy en la vida. Cuando termine contigo tendrás unos pezones enormes. – Dijo estirando y balanceando las pesas.

No pude evitar un grito de dolor. Parecía que mis tetas iban a romperse.

– Te arrancaría los pezones de recuerdo, pero no quiero que me enchironen por torturarte, es una lástima porque te gustaría que me los quedara de recuerdo, ¿verdad, puerca?

– Sí, mi amo, mis tetas le pertenecen.

– A partir de este momento puedes correrte cuando quieras si el dolor te lo permite.

Pareció satisfecho y dio la aprobación para que comenzase mi castigo. Decenas de latigazos golpearon con estrépito mi espalda que rápidamente se volvió de color rojo. Veía las caras de los torturadores resplandecientes de satisfacción mientras yo me contraía de dolor y mis pechos se balanceaban con las pesas colgadas en mis pezones, lo que incrementaba de forma inhumana mi sufrimiento.

Cuando mi espalda estuvo ensangrentada, pasaron a castigarme el culo y los muslos.

No sé cuántos azotes me dieron, pero debieron ser más de cien. Mi blanca piel se había vuelto rojiza y, en algunas zonas, incluso, se había levantado y sangraba como un toro banderilleado pero, a pesar de todo el dolor, o precisamente por eso, tuve innumerables orgasmos.

Después, con una sonrisa sádica en la boca, mi amo apuntó con una fusta a mis doloridos pechos. Me desmoroné e intenté suplicar compasión, pero no podía más que emitir gemidos, de mi boca caían enormes regueros de saliva, producto del terror, y mi coño chorreaba.

Lo único que conseguí fueron las risas de los torturadores. El anciano empezó a castigar con crueldad mis tetas con la fusta. El primer golpe me lo asestó en el pezón izquierdo. El dolor fue tan intenso que perdí por un momento el conocimiento, cuando lo recobré mis pequeñas tetas parecían dos tomates a punto de reventar. Pararon de azotarme cuando llegué al límite humano del sufrimiento.

Mi piel no conservaba ni un centímetro de blancura y sangraba por varias zonas, mis pechos colgaban totalmente deformados y de mis ojos no paraban de salir lágrimas. Levanté un poco la cabeza y pude ver sus caras de depravación solicitando a mi viejo amo permiso para seguir torturándome, pero el anciano decidió que era el momento de un cambio de tercio.

– Ahora vamos a follarte -dijo dirigiéndose a mí-. Pero que nadie se corra dentro del coño sin condón, ahí sólo lo podemos hacer Omar y yo, porque si la preñamos sabremos quién es el padre. -Dijo el viejo riéndose.

Me follaron por todos los agujeros sin piedad, derramando su semen dentro de mi boca y de mi culo.

Como estaba previsto, el único que se corrió dentro de mi coño fue mi anciano amo.

Cuando todos terminaron se acercó Omán, que era un enorme hombre africano, dispuesto a metérmela por el coño y preñarme