Mi primera vez con un amigo de mi papa

Mi primera vez con un amigo de mi papa

Mi primera vez con un amigo de mi papa

Mi primera vez con un amigo de mi papa

Lo que voy a contar ocurrió cuando yo tenía 19,  durante el verano tras mi primer año en la universidad.

Mi padre es neurocirujano y pasa temporadas fuera para operar en otras clínicas. Ese verano era el primero que pasábamos juntos al completo. Llegué a su casa en los primeros días de julio, con la maleta llena de ropa chula, biquinis y ganas de relajarme. Solo mi madre sabía el motivo: 15 días antes había roto con Oriol, cuatro años mayor, mi primer y único novio serio hasta entonces.

—No te apures, nena. Aparecerá alguien, estoy segura —Me decía mi madre.

Aunque me eduqué en un internado religioso muy elitista, mis padres siempre fueron abiertos conmigo en el tema sexual. Pero me daba vergüenza confesar ante mi madre que a mi edad, con mi melena negra hasta la cintura, los ojos azules de mi padre y mi 1,71, seguía virgen. Todas las chicas de mi pandilla estaban más que estrenadas y yo solo había dado unas cuantas mamadas y recibido algún que otro magreo.

Lo que guardaba solo para mí era que el guapo de Oriol, por el que todas suspiraban —rubio, ojos bonitos, capitán del equipo de rugby— no suspiraba por mí, sino por el rabo de su compañero de habitación en la residencia universitaria. Los descubrí una tarde follando como simios. Al parecer, llevaban juntos un par de años, los dos en el armario. Así que rompí a hachazos jodido el armario, que había resultado ser yo, y lo mandé a paseo. Me había hecho ilusiones. No derramé ni una lágrima, pero la herida me dolía. Cuando puse los pies en el chalé de mi padre, solo tenía en mente no confiar en nadie que no fuera él.

—¡Qué alegría verte! —Me abrazó—. Pero lo mejor es saber que voy a poder disfrutar de ti dos meses. —Sonrió.

Mi habitación, con su propio baño y vistas a la piscina, seguía como siempre. La había reamueblado a mi gusto al empezar la universidad y tenía cama enorme, un vestidor y un sillón de mimbre.

Los primeros días pasaron rápido. Mi padre es muy deportista y tenía la agenda completa, sobre todo con golf e hípica, lo que más le gusta. A mí no me apasiona ninguno de los dos, soy más de natación, bici y raqueta, pero acepté acompañarlo a una de las comidas del club de golf del que era socio. Así volví a ver a Armando.

—¿Esta es Verónica? —Sonrió, quitándose las gafas de sol—. Hace mucho que no la veo, sí. Tanto como para recordarla niña y no la impresionante mujer que es…

—No te pases Armando, que estoy yo delante… —Rio mi padre.

Yo llevaba un vestido blanco cortito, siempre he sido ancha de caderas, piel tostada y pecho abundante como el de mi madre. Tengo que reconocer que semejante piropo me halagó. No estaba acostumbrada a ese lenguaje entre los chicos con los que me relacionaba. Pero lo que no pude olvidar ni en ese momento ni después fue la intensa mirada de sus ojos grises, enormes, hacia los míos primero y hacia mi escote después.

Armando había empezado a venir por casa en la época en la que mis padres estaban todavía casados. Me parecía simpático y tenía la costumbre de regalarme unos bombones rellenos de coco que me pirraban. Los tenía asociados a él hasta ese día y poco más. Algo cambió en el club de golf. Armando era alto, delgado, pelo canoso bien cortado y sonrisa ancha. Cirujano pediátrico, amigo de mi padre desde que coincidieron una temporada en la misma clínica y varios años menor. Tenía 44 en aquel verano y, según supe más tarde, seguía soltero. Nunca había querido comprometerse. Un picaflor, diría mi madre. Pero había algo en él que me gustaba. Me atraía y no solo físicamente. Irradiaba algo que se tiene o no se tiene. El caso es que me pasé aquella comida sin decir apenas nada con una extraña pelota de goma en el estómago. Nos despedimos y al darme dos besos, su perfume invadió mi nariz y se quedó incrustado en mi cerebro.

Siguieron pasando las semanas, con nuestras rutinas de playa, paseos, salidas, deportes, algunas compras. Y de repente, sucedió. Una tarde cualquiera, en medio del pasillo de cuidado personal del centro comercial, estaba sola probando barras de labios y un señor de la edad de mi padre hacía lo propio con los perfumes masculinos. Volvió a mi nariz aquel olor amaderado, penetrante, delicioso que formaba parte del cuello de Armando y me mojé como si me estuviera meando. Jamás me había ocurrido nada semejante. Pasé por caja, volví andando a casa y aquella noche fingí sueño para irme pronto a la cama y masturbarme. Lo necesitaba con urgencia.

Me tumbé desnuda en la cama y cerré los ojos. Empecé a acariciarme el escote despacio, pensando en los ojos de Armando y su forma de mirarme. Bajé a las tetas e hice círculos con las yemas de los dedos sobre las areolas. Enseguida noté los pezones duros y la rajita húmeda. Nunca me ha gustado depilarme del todo, pero como soy peluda, lo llevo recortadito para que no se me marque bajo el bikini. Volví a pensar en Armando, sus pantalones blancos, su camisa, sus ojos bonitos, sus labios gruesos. Imaginé que me besaba y yo le besaba a él. Mi dedo ya está más abajo del ombligo y noto un cosquilleo delicioso en el coño. Eres toda una mujer, me dice Armando en mi mente. Y yo dejo caer mi vestido y me muestro desnuda y excitada ante él. Meto un dedo y lo noto empapado de mis flujos. Empiezo a gemir. Acaricio mi clítoris un par de veces con mi propio fluido y necesito abrirme toda de piernas. Pienso en su perfume, que aspiro como si existiera delante de mí. Imagino que Armando me besa, me acaricia entera y cuando ya no podemos más me dice: Quiero follarte. Y yo le permito que me meta la polla donde ahora está mi dedo entrando y saliendo a toda velocidad. Me tenso, me tiemblan las piernas y siento mis flujos resbalar por mis muslos:

—¡Aaaaaaaaaaaaaaah! —No puedo contener mi orgasmo y gimo como si me doliera algo.

Estoy agotada y tardo unos segundos en sacar el dedo de mi delicada perlita. Hasta el más leve roce me molesta. Oigo la voz de mi padre desde el pasillo, sin abrir la puerta:

—¿Estás bien, nena?

—Sí, sí… —digo en alto, haciendo un esfuerzo sobrehumano para que no me note lo rota que tengo la voz.

Así discurrían los días largos del verano. Todos los chicos jóvenes  de la urbanización habían intentado ligar conmigo, abiertamente unos, de manera velada otros. Sin éxito en ninguno de los dos casos. Yo me pajeaba cada vez con más frecuencia y buscaba excusas para acompañar a mi padre al club de golf o a donde fuera, con la esperanza de ver al único que me volvía loca. Mi calentura decidía por mí, pero no podía permitirme dar un paso en falso. ¿Un paso en falso de qué? ¡ Armando Escudero ni siquiera sabía que yo existía! Una cosa era que le gustaran mis tetas, hasta a Oriol le gustaba tocármelas. Y otra muy diferente que pudiera aspirar a tener algo con él, pensaba yo cuando tardaba en llegarme el sueño. Sin embargo, poco tardaría en descubrir lo equivocada que estaba.

Una tarde que me había quedado leyendo en la piscina absorbida en por la trama de mi novela, sentí llegar a mi padre a casa con mala cara. Me puse un vestido y me levanté:

—¿Qué te pasa, papá?

—Nada, hija, la jaqueca. Ya hacía que no me daba una crisis. Necesito descansar. —Me dio un beso en la mejilla—. Va a venir Armando a buscarte a las 21:00. Teníamos planes de ir a tomar algo por ahí, pero no me tengo en pie. Le he dicho que te recoja y le acompañas al cine.

—¿Qué le has dicho qué? —No me podía creer lo que oía.

—Vamos, Veronica, no seas terca como tu madre. Necesitas airearte. Ya sabes lo cinéfilo que es Armando.

—¿Y si… y si… —tartamudeé—… quiere ir solo? ¿O tiene planes? No necesita hacer de niñera.

—Tú ya no eres una niña. —Sonrió trabajosamente y me di cuenta de que, en efecto debía de estallarle la cabeza—. Fue él quien me dio la idea al ver la cara de pato mareado que se me estaba poniendo a mí. Vosotros pasadlo bien y no vuelvas muy tarde. Mañana yo estaré como nuevo.

Se fue mi padre a su habitación con ansia de aislarse del mundo. Y yo salí corriendo al baño como si estuviera ardiendo la casa. ¡Se lo había propuesto él! ¡Pleno! Aquella mirada en el club de golf no me la había imaginado yo. Me duché, me repasé la depilación completa, me puse un tanga marrón, un sujetador sin tirantes y un vestido azul por encima de la rodilla, con escote barco y los hombros al aire. Deportivas blancas, melena suelta bien planchada, rímel en los ojos y rosa fucsia en los labios. Varios toques de perfume, pendientes largos. Estaba descolgando de la percha una blazer ligera cuando oí llamar al timbre. Eché una visual rápida al dormitorio de mi padre, que parecía dormido en la más absoluta oscuridad. Volví a cerrar la puerta y en tres zancadas alcancé la entrada principal. Se me iba a salir el corazón por la nariz. Inspiré hondo y sonreí:

—¡Hola! Disculpa la tardanza, quería ver si mi padre necesitaba algo antes de marcharme —dije nada más abrir la puerta.

—Lo que necesita el doctor Arenas es dormir en un zulo silencioso como mínimo 12 horas. —Sonrió—. Veo que ya te ha informado de nuestro plan. —Me repasó de arriba abajo y silbó muy suavemente.

—Si. —Sonreí yo como una boba—. Hace meses que no piso un cine. Fisiología e Histología no se llevan bien con el ocio.

—No quiero oír ni una palabra de Medicina. Estás preciosa y la noche es joven. Casi tanto como tú. —Rio.

Fue ofrecerme su brazo y temblé como si en vez de mis piernas me sostuvieran dos cerillas. No pude contestar nada. Me fijé en su atuendo: vaqueros gastados muy claros, camisa negra de manga corta, pelo bien cortado como siempre. Lo encontré guapísimo sin parecer demasiado arreglado. Subimos a su Mercedes CLK plateado y en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos en el centro comercial, comprando las entradas.

El cine era multisala y en la nuestra no había demasiada gente. Así supe que, además de cinéfilo, a mi acompañante no le gustaban las pelis de tiros y héroes musculados que evitan el colapso del planeta antes de plantar una bandera yanqui en el tejado de la Casa Blanca. Armando buscó sitio y yo le seguí sin más, cerca de una pared. Como teníamos toda la fila libre, dejé mis cosas en el asiento de al lado.

—No te he preguntado si querías beber algo. —Me susurró—. La peli no es larga. Había pensado que fuésemos de picoteo después.

—¡Claro! —Respondí tratando de no parecer ansiosa.

Se apagaron las luces, se escucharon un par de toses y empezó la película. Yo estaba nerviosísima, pero con el paso de los minutos me calmé. Resulta que el hombre de mis sueños que estaba a mi lado en carne y hueso me había invitado a ver una peli francesa que había ganado mil premios en festivales que no conocía casi nadie. Por lo menos no era en versión original, pensé. A medida que avanzaba, el argumento me gustaba cada vez más. No era el tipo de cine que yo solía ver, pero los diálogos eran buenos. Tan enganchada me tenía la trama, que casi salto de la butaca al sentir la mano de Armando envolviendo la mía. ¡Dios! ¡Yo le gustaba! ¿Me había invitado a salir para ligar conmigo? Me daba igual la respuesta. En ese momento dejé de tener dudas sobre nosotros: si él quería, yo le iba a dar todo. Hasta el precinto de mi coño. Mejor con él que con cualquier patoso en la trasera de un coche. Tomé aire y me relajé. Unos minutos después ya estábamos haciendo manitas. Y una vez superada esa fase, la mano de Armando pasó a estar en mi pierna. Me hice la tonta. Me gustaba su suavidad y a él parecía gustarle el tacto de mi piel. No quería perderme nada de la peli y de paso, le dejaba vía libre. Justo en uno de los momentos de clímax entre los protagonistas, los dedos de Armando ya estaban rozando mi tanga. Me estremecí. Él lo notó, acercó la boca a mi oreja y yo me asusté pensando que le estaba enviando la señal equivocada:

—¿Te está gustando…? La peli, digo…

—Sí, mucho, por mí podría durar una hora más.

Ninguno se refería a la peli y de eso se trataba. Entendió lo que yo quería que entendiera y siguió paseando sus dedos por la tela de mi tanga. Me mojé. No mucho, pero sí lo suficiente. Desplacé el culo hacia adelante, separé más las piernas y apoyé la cabeza en su hombro. Él no se movió. Me estaba metiendo mano con una calma que me encantaba. Así estuvo cuanto quiso. Yo no pude más, giré la cabeza, me dejé emborrachar por su perfume y lo besé despacio. Él recibió mis labios con la misma calma con la que me acariciaban sus dedos. Joder, qué gusto sentir su lengua enredándose en la mía sin invadirme la boca como si me quisiera digerir. Nadie me había besado así. Repetimos unas cuantas veces, hasta que nos cansamos. Retiró la mano exploradora.

—Me gustas… —Le dije al oído.

—Soy demasiado mayor para ti…

—Eso lo decidiré yo. —Lo besé de nuevo y nos comimos la boca con hambre.

Vimos los 10 minutos de peli que faltaban agarraditos de la mano. Salimos, fuimos al centro comercial y cenamos tranquilamente. La única condición que puso fue no ir a una cadena de comida basura. Me gustó su conversación, me sentí con un amigo y no con un padre. Hablamos de la peli, de los bombones rellenos de coco y de todo, menos del soberano magreo que nos habíamos dado en la sala. Se nos pasó el tiempo tan rápido que era la 01:30 cuando nos metimos de nuevo en el coche. Tan pronto nos acomodamos en los asientos, nos besamos como si lleváramos una semana sin comer. Yo le rodeé la nuca, él me acariciaba la espalda. Nos morreamos a gusto hasta que nos quedamos sin aire.

—Eres una mujer preciosa, me gustaste desde que te vi…

—Y tú a… a …a mí… —Tartamudeé.

Repetimos dosis de morreos, totalmente desatados. El aparcamiento se había quedado vacío. Sentí una mano de Armando subir por mi muslo y levanté el vestido hasta dejar el tanga a la vista. Me acarició la rajita por encima de la tela mientras me besaba. De la boca pasó a mi cuello y hombros. Me estaba muriendo de gusto. Notó enseguida que me mojaba y paramos. Me miró fijamente:

—No hay nada más delicioso que una flor joven…

Me agarré a su cuello como para no dejarlo escapar y nos dejamos ir. Las manos de Armando se paseaban por mi torso, incluidas mis tetas. Tenía los pezones tan duros que se marcaban en la tela. Me magreó entera y volvió a mi tanga, que ya estaba empapado. Metió un dedo y al notar el contacto de su yema sobre el pelito de mi sexo por primera vez, algo se activó dentro de mí:

—So… soy… so… soy virgen. —Balbuceé entre morreo y morreo.

—¿Qué? — Armando dejó de besarme sin separarse de mí ni poner mala cara.

—Que nunca lo he hecho. Estoy sin estrenar, pero desde que te vi en el club de golf me he masturbado unas cuantas veces pensando en ti…

—Si Delfín se entera de esto, hace puré con mis cojones después de cortarme la polla en rodajas…

Me dio un ataque de risa tan incontrolable que casi me meo. La espontaneidad de la situación lo contagió a él. Una vez calmados le dije:

—Delfín Arenas no sabe todo lo que hago. —Sonreí—. Y que sea virgen no significa que no me hayan metido mano. Hago unas mamadas fabulosas, según mi ex…

—¡ Veronica! —Se le escapó una risa nerviosa.

Como no teníamos nada que añadir a la conversación, seguimos morreándonos. Me encantaba su perfume. Muy despacio, el dedo explorador volvió a su lugar dentro de mi tanga. Sin despegarme de él, me levanté un poquito para bajármelo hasta las rodillas. Ya notaba abundante humedad entre las piernas. El dedo entró solo en mi coñito y yo aborté un gemido contra su boca.

—¡Nena, estás a punto! ¿Te gusta?

—Sí… ummm… sí… me vuelves loca… Dios, acábame… acábame… no me dejes así…

Sin  acelerarse, me bajó más el vestido y el sostén. Quedaron a la vista mis tetas redondas, grandecitas, con areolas oscuras. Las acarició y rozó con sus labios mis pezones, moviendo muy despacito el dedo juguetón de mi interior. ¡Dios, aquello era mucho mejor que cualquiera de mis pajas! Me recosté hacia atrás, hasta quedar con la espalda contra la portezuela, para poder abrir las piernas todo lo que daba de sí el tanga.

—Ohhhhhhhhhh… ummmmm…. —Gemí al notar su boca sacándome inexistente leche de las tetas. Chupaba tan bien que me electrificaba la rajita.

Allí estaba yo, en una esquina poco iluminada, con el vestido subido, las tetas fuera y el chichi derretido, dejándome magrear por uno de los mejores amigos de mi padre, que además, había sido el primer tío que me trataba como a una mujer. Estaba tan cachonda que no me hubiera importado dejarme romper el coño allí mismo. Mi amante lo percibió, porque empezó a mordisquearme las tetas al tiempo que le daba más brío al dedo sobre mi clítoris.

—Qué gusto… ohhhhhhhhhhh… Diosssssss… —Gemía yo acariciándole la cabeza.

En cuanto me notó preparada, metió otro. Me mataba de placer. Empecé a jadear descontroladamente a gritos. Un calorcito me subió por los pies. A veces abría los ojos para ver la coronilla de él alimentándose de mí. El placer era increíble. Sentí el cuerpo tenso y me corrí con otra persona por primera vez en mi vida:

—Sí, sí, sí… Armando, Armando, ahhhhhhhhhhhhh…

Derramé jugos por toda la tapicería de cuero sufriendo espasmos como si tuviera epilepsia. ¡Qué delicia! Me quedé traspuesta un rato, con los ojos cerrados. Al rato volví a oler su perfume y sus labios se posaron en los míos. Nos dimos media docena de piquitos hasta que pude hablar:

—Es la primera vez que me pajea un hombre… —Le digo después de llenar los pulmones de aire.

—¿Pero no tenías novio? ¿Qué hacías con él? ¿Autopsias?

Me vuelvo a reír tanto que me atraganto. Desaloja mi chocho y me incorporo. Lo vuelvo a besar un par de veces y lo miro a sus ojos preciosos ojos grises:

—Mamársela. Le encantaba. Él a mí no me hacía nada porque resultó que solo le gustaban las pollas. Lo descubrí dándole el culo a otro tío.

—¡Joder! Yo pensaba que los jóvenes de ahora ya no erais… así. —Me acarició el pelo después de limpiarse—. Eres una preciosidad, de coquito y de cuerpo. Un bomboncito como tú, con estas tetas y esos ojos, debería tener cola de candidatos para follar…

—No quiero follar. Quiero hacer el amor contigo. —Contesté con un aplomo que no supe de dónde me había surgido.

Armando sonrió y no dijo nada. Me arreglé la ropa, le pedí perdón por dejarle regado de corrida el asiento y me llevó a casa. Aparcó lo suficientemente lejos del chalé como para despedirnos en condiciones, con otra media docena de morreos. Clavé el azul de mis ojos en los suyos:

—¿Seguro que no te apetece…? —Le miré la bragueta.

—Cualquier otro te cogería tu linda cabeza y te pondría a mamar, pero no estoy tan desesperado. Las cosas hay que hacerlas bien. ¿Estás tú segura de lo que quieres?

—Sí. —Lo besé despacito—. Me gustas, me pones mucho, Armando. Quiero que seas tú.

Nunca le había llamado así, me salió sin pensar. Parecía que era nuestra segunda o tercera cita en lugar de la primera. Temí que le molestara, pero noté que estaba relajado, igual que yo. Miró al frente un rato. Sacó el móvil del bolsillo e intercambiamos nuestros números. Volvimos a besarnos a fuego lento, con cariño.

—Ser el primer hombre de una mujer es un privilegio. —Sonrió.

Nos despedimos, bajé del coche y fui andando hasta casa. Eran casi las 02:30. Abrí la puerta y me giré para ver si todavía estaba. Me dio dos ráfagas cortas de luces. Sonreí. Al cerrar la puerta a mi espalda, lo sentí arrancar, mientras el ruido del motor se alejaba de la urbanización.

Mi padre se recuperó rápido de su jaqueca migrañosa. Desconocía el doctor Arenas cuánto había cambiado mi vida en una noche. A partir de aquella salida al cine, Armando se convirtió en Armando y me acompañaba en casi todas mis escapadas. Íbamos a playas bien escondidas, nos fugábamos fuera de la ciudad, a pueblecitos costeros a una hora en coche, donde no nos conocía nadie. Le comí la polla, delgadita, larga y venosa unas cuantas veces, tragando con gusto su leche. Él correspondía con unas pajas fabulosas. Perdí la cuenta de las veces que me corrí en su boca. Me encantaba su compañía, nuestras charlas, su forma de tratarme. No tenía prisa porque sabía que yo había decidido ser suya. Y eso lo hacía todavía más irresistible a mis ojos.

Cuando solo quedaban dos semanas para el fin de mi estancia veraniega, mi padre soltó después de comer la bomba que le estaba agriando el rictus:

—Hija, tengo un disgusto. He estado retrasando el momento, pero… —Arqueó las cejas.

—¿Qué pasa?

—Pasa que me tengo que ir a Andorra. Me han llamado de un centro en el que ya estuve hace un par de años. Quieren que supervise a dos cirujanos jóvenes en una par de operaciones complejas.

—¿Y…?  ¿Por qué ese disgusto? ¿No quieres ir?

—No quiero dejarte sola. Queda poco para que vuelvas con tu madre. No tenía en mente perderme parte de tus vacaciones.

—A ver, cálmate. —Terminamos la comida, recogí los platos y cogí un par de yogures de la nevera—. ¿Cuánto tiempo sería?

—Siete días.

—Pues vas, haces lo que se te da tan bien hacer, salvas un par de vidas y vuelves. ¡Eres médico! Ese es tu trabajo.

—Pero… —Se rascó una ceja.

—Tú mismo lo dijiste. Ya no soy una niña. ¿Acaso crees que no sabré cuidarme unos días?

—¿Seguro?

—Papá, estudio una carrera, ¿recuerdas? Medicina, por si no te suena. Y no siempre estás guardándome las espaldas durante los meses que no paso aquí. —Sonreí—. Más te vale empezar a creerte las cosas que dices. —Le di un beso fugaz en la mejilla.

—Está bien. Cada vez te pareces más a tu madre en carácter. Siempre has sido muy sensata. Pero le diré a Armando que esté atento por si necesitas algo.

—Como quieras…

Aquella misma tarde ayudé a mi padre a hacerse la maleta y tuve que reprimirme para no dar saltos de alegría. ¡Una semana sola en pleno agosto para hacer lo que me apeteciera sin mentiras piadosas! No me hizo falta contárselo a Armando porque ya lo hizo él con una llamada intempestiva que me pilló en la cama:

—Ya me ha dicho Delfín lo de su viaje. Nos protegen las hadas, o algo así… —Se carcajeó en mi oreja.

—¿Hadas? —Susurré—. Somos científicos, yo no creo en las hadas. En todo caso, en los demonios… —Tragué mi risa, no fuera a despertarse el doctor Arenas.

—Mañana a las 10:00 paso a buscarte y nos vamos a la playa. Prepara la maleta, quiero que pases estos días en mi casa.

Escuchar aquel quiero y no un me gustaría, fue para mí música de orquesta sinfónica. Nunca un imperativo resultó tan sexy. Cualquier orden suya me provocaba ardores en el estómago y humedades en las bragas.

—¿En tu… casa?

—Claro. Hay que hacer las cosas bien, Veronica … —Volvió a reír.

Obedecí sin rechistar, cuidándome de no dejar comida perecedera que pudiera provocar olores o estropicios a mi vuelta. A la hora acordada estaba yo preparadísima, con mi coleta alta, mi biquini amarillo bajo un vestidito de ganchillo, chanclas y maleta.

—Joder… —Silbó al veme bien, mientras metía mis cosas en el maletero.

—¿No sugeriste plan de playa?

—Es que estás para comerte… Cada vez que pienso en el imbécil ese que te tenía a pan y agua…

—A pan y rabo, exactamente… —Me reí y él también. Nos besamos con hambre.

Nunca olvidaré aquel primer día de playa juntos, porque fue el primero de varios como pareja. No éramos novios ni yo aspiraba a nada similar, pero era la primera vez en mi vida que me sentía adulta de verdad. Una de las cosas que más me gustaban de Armando era que no se comportaba como mi padre. Cierto que tenía solo seis años menos, pero nunca adoptó un rol paternalista conmigo. No sabía con cuántas mujeres se habría acostado, pero me importaba una mierda. Con que me hiciera feliz a mí, suyo iba a ser el premio gordo. El que no quiso Oriol. A veces, la vida es más sabia que una misma y te aparta de la boca los sucedáneos para que aprendas a valorar los productos gourmet.

Volvimos al final de la tarde a su casa, un ático en una urbanización con playa privada a las afueras de la ciudad, en medio de un pinar. Estaba tan apartada que no necesitaba seguridad, aunque solo los residentes tenían la tarjeta que abría la verja de acceso. Lo que descubrí al salir del ascensor me dejó sin palabras: suelos blancos cocina enorme abierta a un salón, ventanas de techo, terraza descubierta con vistas al mar y dos puertas separadas de lo que supuse dos dormitorios al fondo. No más de setenta metros en total, pero magníficamente aprovechados.

—¡Guau! Me encanta. ¿Cuánto hace que tienes este piso?

—Cuatro años. No quería chalé ni hacerme una casa, así que cuando construyeron esta urbanización, lo compré sobre plano. Aquí vengo a cargar pilas y a quitarme el estrés…

—Y a ligar… —Le guiñé un ojo.

—He ligado más de lo que ligo, aunque no me creas. —Sonrió de lado—. Ponte cómoda y lleva tus cosas a mi vestidor. Bajo en un vuelo al súper antes de que cierre.

—¿También me vas a hacer la cena?

—Pues claro. Si voy a degustar el manjar más exquisito, tendré que ganármelo antes. —Me rodeó por la cintura y me metió un morreo que me dejó las piernas temblando.

Su habitación era la más grande de la casa, con otro acceso por puerta corredera a la terraza, paredes azul pastel, cama dos por dos y un vestidor enorme. Parecía una habitación de hotel, de no ser por el grueso libro que descansaba sobre una de las mesillas de mimbre: Oncología infantil: pautas quirúrgicas básicas. Lo ojeé con curiosidad. Eché una visual indiscreta al cajón, donde descubro condones ultrafinos y lubricante. Me alegré de ver la caja grande, porque tenía en mente dejarlo sin existencias y sin leche. Mientras me quitaba el salitre en su ducha con efecto lluvia, pensaba en qué podría haberle hecho elegir una especialidad orientada a niños si nunca había tenido hijos. Solo a partir de aquellos días había empezado a conocer realmente a Armando. Me sequé el pelo, me perfumé con mi aceite de rosas y me puse braguitas y un vestido cómodo de tirantes. Salí al escuchar ruido en la puerta.

—Justo a tiempo. —Abro e intento cogerle una de las bolsas, pero no me deja.

Voy guardando todo mientras se ducha él. Pese a ser una casa desconocida para mí, no me cuesta hacerme con la distribución de la cocina porque lo tiene todo ordenadísimo. Se nota que está acostumbrado a vivir solo. Vuelve con bermudas oscuras, camiseta gris y el pelo mojado. No me llega el momento de que me descorche. Prepara una cena fría muy esmerada, con vino incluido, que tomamos en la terraza. Aprovechando el alcohol y la intimidad, me atrevo:

—¿Por qué decidiste ser cirujano pediátrico?

—Los niños también necesitan cuidados. Me encantan, aunque no para criarlos. —Sonrió y bebió un trago—. Y sobre todo, por mi hermano… —Posó la copa.

—No sabía que tuvieras…

—Lo tuve. Cuando yo tenía 12 años, llegó Alejo. Fue una sorpresa para mis padres, así que se convirtió en el juguete de la casa. Nos llevábamos muy bien, pese a la diferencia de edad. Era muy parecido a mí, cariñoso, deportista. Y con unos ojos azules muy intensos, como los tuyos pero más oscuros. A los 13 empezó con dolores articulares y después de peregrinar por mil consultas, le diagnosticaron osteosarcoma. Murió poco después de cumplir los 18. Todos llegamos tarde, incluido yo. —Veo que se frota los ojos.

—¡Oh! —Me levanto y lo abrazo—. Mi padre nunca me lo había dicho. Espero no haberte entristecido.

—Delfín no lo sabe. No es algo que suela contar, salvo en momentos propicios como este. —Me besa una mejilla—. Me prometí a mí mismo que, si estaba en mi mano, ayudaría a más niños y jóvenes.

Nos quedamos charlando hasta la madrugada. Armando nota que tengo la piel de gallina y los pezones erectos bajo la fina tela del vestido y nos retiramos al sofá. En él nos descalzamos y picoteamos una serie en la tele de pago sin hacerle caso. Nos entretiene mucho más morrearnos como si no hubiéramos cenado. Al cabo de un rato, los dedos de Armando ya están buscando mis bragas. Me acaricia la raja como le da la gana y yo solo separo las piernas y le meto la lengua hasta la campanilla.

—Qué buena estás, Veronica. —Me acaricia el pelo, una manta lisa que me cubre la espalda.

—Buenorro, estás tú. —Lo morreo con ansia—. Llévame a la cama…

Por primera vez, me obedeció él y en sentido literal. Me tomó en brazos y me llevó al dormitorio. Vi la cama abierta sobre la que me tumbó despacio, como si mi cuerpo fuera de cristal.

—Espera… —Me sonríe y toma un cojín—. Estaremos más cómodos así… —Lo coloca bajo mis caderas.

—¿Y si.. si… la mancho? —pregunto entre beso y beso. Él se ríe como un niño.

—¿Una futura médica pensando en esas tonterías? Si se hace bien, no vas a sangrar. Y aunque sangres, no va a salir a chorro como en una peli de Tarantino…

Compartimos risas y besos el tiempo que nos apetece. Oler su perfume ya me ha puesto cachonda. El estor de la terraza está medio bajado y la luz naranja de las lamparitas crea una atmósfera agradable.  Le quito la camiseta, quiero sentir el contacto de su piel. Es bastante velludo está delgado. Me muerde el cuello y me estremezco. Me saca el vestido por la cabeza y me quedo en braguitas. Acaricia mis tetas como si fueran diamantes de Cartier:

—Tienes un pecho precioso. No me canso nunca de comértelo.

—Es tuyo… todo lo que ves es tuyo… —Le susurro—. Me encanta tu boca en cualquier parte…

Desliza sus labios muy despacio por mi cuello y mi escote. Ya tengo los pezones duros como piedras. Juega con ellos un ratito antes de mamarlos. Me arranca un gemido. Cierro los ojos y siento cómo me acaricia y chupa con maestría. Me mojo cada vez más. Uno de sus dedos recorre mi rajita por encima de la tela.

—Jamás había conocido a una mujer tan meona como tú… —Me besa—. Eres deliciosa.

—Me pones, Armando … me pones cerda y puta como nunca nadie me había puesto —contesto con los ojos cerrados sorprendida de escucharme a mí misma.

—Eso es bueno… —Se ríe—. Así disfrutaré más de ese coñito estrecho que voy a estrenar… —Nos morreamos un buen rato.

Ya estamos calientes. Noto perfectamente la erección de Armando bajo las bermudas, que enseguida se quita junto con el bóxer. Yo tengo las bragas empapadas y también me deshago de ellas. No necesitamos nada más que nuestra piel. Nos acariciamos de mil formas, amaso sus nalgas prietas de correr y su espalda bronceada por el sol. Las cosquillas de mi coño son tan intensas que necesito abrirme de piernas. Un dedo de Armando acaricia el vello cortito que tapiza mi Monte Venus y se pasea por mis labios mayores antes de meterse en mi cueva. Gimo y arqueo la espalda. Sin dejar de besarme, me folla con el dedo con lentitud y estoy en la gloria. Enseguida estoy lista para otro dedo.

—Me encantan tus pajas… ummmm… —Jadeo medio ida de gusto,

—Ya lo sé. Más te va a gustar mi polla. No vas a querer que la saque… —Se ríe.

Siento el chocho mojado y los dedos de Armando entrar y salir. Una de sus yemas acaricia mi perlita. Mete la cabeza entre mis piernas y me pongo mucho más cachonda incluso antes de que empiece lo que sé que va a hacer. Al sentir el contacto de su lengua con mi sexo, jadeo en alto. Sigue chupando y lamiendo, es un artista. Me retuerzo de placer ya no puedo reprimir los gemidos que se me acumulan en la garganta. Un calorcito me sube por los pies al notar cómo sus labios comen mi clítoris.

—Así, así ahhhhhhhhhhhhhh, Diossssss, Armando …

Siento un placer increíble lleno de espasmos y me meo toda mientras tenso las piernas. Tengo los ojos cerrados, pero la cabeza de Armando sigue en su lugar, bebiendo de mí. Suspiro. Al cabo de unos segundos, siento sus labios oliendo a chocho. Lo morreo con hambre.

—Hazlo… métemela ya… la quiero… quiero tu polla dentro…

—¿Te tocabas pensando en mi polla? —Se ríe.

—Sí… ummmmmm Dios… y me corría como una cerda en menos de un minuto…

—Pues tranquila que vas a tener polla toda la semana, cerdita… —Me besa. Abro los ojos y veo que mientras me daba palique ya se ha puesto el condón.

Seguimos besándonos con pasión. La acaricio entero, le muerdo los lóbulos de las orejas. Él me morrea con ansia y me susurra:

—Relájate. No pienses en nada, igual que cuando te como el chocho. Lo voy a hacer con cariño y no te va a doler. La vagina es un músculo como otro cualquiera, no te tenses. Tú ábrete bien y déjate ir…

—Sí, sí… sí… soy toda tuya… hazme lo que tú quieras…. ummmm…

—Así me gusta, buena chica…

Tengo el corazón a mil, las piernas abiertas como si me fuera a expulsar la cabeza de un niño y estoy cachondísima. Si no me la mete él, la cojo con mis manos y me empalo yo hasta el tubo digestivo. Siento su capullo presionar mi entrada, que está muy mojada. Es agradable. Entra un poco más y noto resistencia. Empujo con mi pelvis ligeramente hacia delante. Armando me morrea y noto un ardor súbito por todo el vientre. Le clavo las uñas en la espalda.

—Ummmmmmmmm… ummmmmmm… —farfullo sin desprenderme del beso que me ocupa toda.

Es un dolor punzante, como una estaca, pero breve. Jadeo el alto tan pronto me libera la boca:

—Aaaaaaaaaaaay, Armando, Diossssssssssss…

—Ya está, preciosa, ya está… —Me vuelve a morrear—. Me tienes todo dentro.

Lo abrazo contra mí. El ardor va desapareciendo, sustituido por un calorcito agradable. Miro hacia abajo y veo sus huevos contra mi coño. Me siento llena y abierta, me encanta. No quiero que la saque.

—Joder, qué gusto… —Le digo al oído—. No sabes las ganas que tenía de tenerte así…

Nos miramos a los ojos un segundo antes de volver a morrearnos con hambre. Noto que empieza a bombearme despacio y no siento dolor. Solo un placer delicioso. Instintivamente voy acoplando mi cadera al ritmo que marca él. En un ratito ya estamos a pleno rendimiento, como si en vez de dos personas fuéramos una. Gimo y él también. Siento su respiración acelerada sobre mí.

—Ummmmmmmmm, nena… —Jadea él con los ojos cerrados.

Al cabo de unos segundos, me viene otra corrida:

—Oh, oh… Armando … ohhhhhhhhhhhhhhhhhhh…

—¿Qué? —farfulla como puede—. ¿Te duele?

—No, no… ohhhhhhhhhhhhh… me corroooooooooooooooooooo…

Estoy en una nube, como si esa polla que me llega hasta las entrañas me hubiera drogado de placer. Me siento mojadísma y abierta. Lo morreo, le acaricio el pelo, la espalda, el culo. Solo quiero estar así, abierta de piernas para él toda la noche. Sigue bombeando, cada vez más deprisa y me encanta. Me desato.

—Me encanta, dame más… —Jadeo—. Dame todo, rómpeme toda y déjame el chocho como una boca de metro… —Le muerdo el cuello.

Siento una risa atragantada de él y sube una marcha. Ya no puede hablar, solo jadea como un perro. Está disfrutando y a mí me pone saber que le gusta. El placer me inunda desde el pelo hasta las uñas de los pies. Vamos acopladísimos, sin pausa, llenando el dormitorio con nuestros quejidos. No tardo en sentir la corrida definitiva:

—Así, así, cariño… más, más… dame polla, sí, sí, síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii… —Lo abrazo de nuevo más fuerte que la primera vez, siento temblar las piernas y un chillido de él descargándose me arranca otro a mí.

Los músculos se me aflojan, me quedo en un estado de idiotez maravilloso. Siento el cuerpo de Armando sobre el mío, respirando con dificultad. Le acaricio la cabeza sin abrir los ojos. Noto su polla salir fláccida y su voz me susurra:

—Ha sido increíble.

—¿Qué se siente al estrenar un coño? —Le pregunto, picada por una curiosidad irreprimible.

—Se siente uno en el paraíso… —Se ríe—. Como es tan estrecho, te estrangula la polla y es maravilloso. Cuanto más mojado y apretado, más gusto da meterla. ¿Ha sido como esperabas?

—No. Ha sido muchísimo mejor. He disfrutado… —Le doy un piquito.

—¿Ves como no duele? Un poco de molestia sí, pero la primera vez tiene que ser para descubrir, no para sufrir. Si no, la gente no follaría… —Nos reímos los dos.

Se tumba a mi lado y veo por primera vez la punta del condón manchada de mis flujos y algo de sangre, hasta darle un tono rosa. Armando se lo quita, se levanta a tirarlo y vuelve a la cama. Nos besamos un ratito. Siento un ligero ardor dentro del coño.

—Voy al baño. No te duermas. Quiero mimarte —Le toco la punta de la nariz.

Los azulejos de gresite azulado dan al baño un aspecto de acuario. Es muy relajante. Me miro al espejo. Me aseo y al limpiarme veo un hilito rosado manchando el papel higiénico. ¿Esto era todo? Ni sufrimiento ni apocalipsis sangriento. He hecho bien en no apresurarme, pienso. Ni con Oriol ni con ninguno de la universidad habría sido así, seguro. Me pongo braguitas limpias y un protector para no mancharlas. Al volver a la cama, Armando tiene los ojos cerrados y una cara de felicidad que se vería a oscuras. Hace fresco, pero no frío. Apago la luz de su lado, voy hacia el mío y me meto en la cama. Al apagar mi lamparita, me hago un ovillo contra su cuerpo.

—¿Estás bien? —Me pregunta y siento un piquito en los labios.

—Sí… estoy maravillosamente bien. Y quiero más… —Nos damos un beso lento y nos quedamos dormidos enseguida.

Me despierto con la luz inundando el dormitorio. Miro el móvil: 10:15. Armando sigue dormido e igual de guapo. Joder, qué suerte la mía, pienso. Sin ponerme nada encima, voy a echar una meada y veo una florecita roja de sangre en el protector. Me lo cambio y luego voy a la cocina. Preparo café y encuentro dos croissants pequeños que no están demasiado revenidos, deben de ser del día anterior. Los abro, meto una loncha de queso a cada uno y al microondas un par de minutos. Sirvo dos vasitos de zumo y el café. Lo llevo todo en una bandeja. Armando se despierta justo para verme llegar con ella, el pelo suelto, las tetas al aire y una cara de boba a la que solo le falta un cartel en la frente que diga: Soy Veronica y me acaban de romper el coño. Me mira y sonríe:

—Que te sirva el desayuno una  camarera así es mejor que cualquier sueño erótico…

Me río y me siento a su lado en la cama. Desayunamos en silencio, oyendo los pájaros y el ruido de la brisa meciendo los árboles. Leo un mensaje de mi padre y contesto. Solo le miento a medias, ya sabe que estoy pasando unos días con Armando y le parece estupendo. A mí también, pero por motivos diferentes.

—¿Qué quieres hacer hoy? —pregunta mi desvirgador.

—Follar… —Le doy un pico y nos reímos los dos.

Como no hay tiempo que perder, volvemos a la cama, pero con las posiciones invertidas. Me siento sobre él y mis tetas cuelgan a la altura de su nariz. Me come la boca y luego mama mis pezones gorditos como a él le gusta. Estoy en la gloria y enseguida noto cosquillitas en el coño.

—Dios, qué tetas… —farfulla Armando —. Qué ricas… ummmm…

—Desayuna bien, no te quedes con hambre… —Me atraganto intentando reír.

Alternamos morreos y tetas y buen rato. No tenemos prisa ni queremos llegar a ningún sitio, solo disfrutarnos mutuamente. Cuando nos calentamos, lo morreo yo y le susurro:

—Ahora voy a terminar de desayunar yo… —Le sonrío de medio lado.

Sigo bajando por su cuello. A pesar de los sudores de anoche, quedan restos del aroma de su perfume y siento que me mojo. Voy dejando besos y mordisquitos por donde quiero, oyéndolo suspirar. Tiene el pecho velludo y ancho, sin barriga. Lo acaricio y besuqueo sin prisa, hasta llegar al bajo vientre. Para mi sorpresa, una amiguita me saluda casi firme. Sonrío y vuelvo a su boca.

—¿Siempre te despiertas empalmado? —Lo morreo.

—De joven, todos los días… Ahora que me hago viejo,  solo si veo una chica guapa en bragas y tetas. —Suelta una carcajada.

—No eres ningún viejo… —Lo vuelvo a morrear—. Eres un madurito sexy que me pone cerdísima. Te voy a comer la polla antes de que el Doctor Arenas te la corte por meterla donde debes…

Siento su risa inundar la habitación y estoy en una nube de satisfacción. Pienso aprovechar a tope esa semana. Su glande ya está medio descapullado cuando rodeo su polla con mi mano. Es delgada, larga y proporcionada. La más larga que he visto. La de Oriol parecía un champiñón Portobello comparada con esta. Me retiro el pelo de la cara. La manoseo arriba y abajo, saco la lengua y lamo. Lo miro.

—Ummmm… —Me mira él.

Tengo unas ganas locas de mamar, pero finjo parsimonia un rato para calentarlo. Sigo con la paja lenta sin dejar de mirarlo. Se descapulla del todo y yo tengo las bragas mojadas. Vuelvo a lamer el tronco despacio y a mirarlo fijamente.

—Eres una calientapollas… chupa, por Dios, que me matas… —Gime con los ojos cerrados.

Ni en mis sueños más obscenos podía imaginar una escena así. La agarro con firmeza y me entrego a mamar como si fuera mi último día sobre la Tierra. Qué gusto, me encanta sentirla tan dura dentro de la boca, escuchando jadeos de él cada vez más intensos. Acompaso mano y boca, sin cortarme un pelo.

—Ummmm… ummm… —digo sin sacármela, para que sepa que me gusta.

—Ohhhhhhhhhhhhhhh… Veronica … ummmmmmmmmmmmmm…

Tomo aire dedicándome a sus huevos otro ratito. Tienen vello recortado y me chifla metérmelos en la boca. Armando ya no gime, solo jadea como si se fuera a desmayar. Vuelvo a comer polla con hambre. Me duele un poco la mandíbula y el cuello, así que acelero para darle gusto y dejarlo bien ordeñadito.

—A… Veronica … ohhhhhhhh… me voy, me corro nena… ummmm… estoy a punto…uffffffff…

Sigo mamando como si no lo hubiera escuchado hasta que un grito gravísimo retumba en la habitación y dos trallazos de leche me llenan la boca. Uno al paladar que me trago enseguida y otro a la lengua. Armando inspira fuerte y suelta otro gemido. Me la saco, tomo aire y lo miro. Noto restos de su corrida en los labios. Sonrío. Su capullo tiene restos de semen que rebaño con esmero, hasta dejarle la tranca impoluta.

—Hacía mucho tiempo que ninguna mujer me despertaba así.  —Con un dedo, limpia la comisura de mi boca y lo chupa antes de morrearme. Todos sus besos eran sublimes, pero un beso con sabor a polla alimenta más.

Inventamos enseguida una deliciosa rutina. Bajábamos a la playa a diario. Alguna vez hice toples, nos bañábamos, comíamos de picnic, salíamos a pasear y a algún cine de verano. Y follábamos. Mañana, noche o ambas en sesión doble, en función de lo cansados que estuviéramos. Al segundo polvo me molestó un poco la penetración, pero nada comparado al hachazo brutal y corto del estreno. A partir del tercero, adiós dolor. Solo gozar como nunca había gozado. Mi amante me hacía mojarme tanto que entraba sola, como si lleváramos años dándole uso a mi raja complaciente. A partir del quinto, hasta probamos posturas nuevas y acabé a cuatro patas en el sofá, con la cabeza enterrada entre cojines para amortiguar mis gritos cada vez que me corría. Me encantaba, no me cansaba nunca de su polla.

En uno de nuestros viajes al centro comercial para hacer la compra, vi una peluquería nueva y me corté la melena a la altura de los hombros. Llevaba tiempo queriendo cambiar el corte, pero no me atrevía. Todavía hoy la llevo así. Me vi mucho más favorecida, menos niña y a Armando le encantaba. Decía que me afinaba la carita y me destacaba los ojos. Le envié foto del cambio a un par de amigas y a mi madre, que me dio el ok y en un mensaje preguntó: Preciosa estás, hija. ¿No será por algún chico? Disfruta y cuídate. Ay, las madres. Siempre lo saben todo, incluso lo no dicho. Yo estaba feliz, solo me faltaba gritarlo a los cuatro vientos.

Pasaron tan rápido los días que cuando quisimos darnos cuenta, quedaban dos días para la vuelta de mi padre, habíamos ventilado la caja de condones y a mí me bajó la regla al volver de la playa. No manchaba mucho. Dejamos la bolsa con nuestras cosas y deslicé una confesión al oído de Armando. Nos reímos como críos. Me miró fijamente:

—¿Seguro?

—Sí. Una despedida como te mereces… —Le besé una mejilla.

Me desnudé, me quité el tampón y me fui primero a la ducha y a los dos minutos apareció él, oliendo a sol, a sudor y a salitre. Verlo desnudo, aun sin intenciones de nada ya me puso cachonda. Nos morreamos a gusto, mis manos en su espalda y las suyas en mi culo. Me late el coñito más que de costumbre, se me pone muy sensible cuando menstrúo. Después de dejar un reguero de besos por mi escote, sus labios se enganchan a mis tetas.

—No muerdas, porfa, las tengo sensibles y si te pasas, me duelen….

—Tranquila… —Me susurra con la cabeza enterrada entre mis globos.

Trata mi delantera con tanto cariño que enseguida me mojo y suspiro como una loca. ¡Qué gusto! En cuanto me morrea, le doy mi boca con hambre. Manoseo su polla con una mano y ya la tiene casi dura del todo. Lo miro sonriendo y me pongo en cuclillas para mamársela un poquito. Me encanta sentirla dentro de mi boca, babar el capullo, comer sus huevos como el más exquisito de los manjares. Oigo a Armando Suspirar acariciando mi cabeza. Me entrego a mamársela con hambre, nada que ver con las mamadas a Oriol, que me dejaban caliente y luego me aliviaba sola como podía. Noto un cambio en su respiración y me levanto. Nos morreamos otro rato, hasta que siento calambres en la raja que me hacen temblar las piernas. El azote que me casca en el culo resuena en todo el baño:

—Date la vuelta, guapa, que te voy a follar a pelo viendo ese culazo que tienes…

Fue escucharlo y se me hizo agua el coño. Obedecí como un rayo, bien pegada a los azulejos, culito en pompa y piernas separadas.

—Quiero tu polla dentro… sin gomita… y sentirte todo… ummmm… —digo con la respiración entrecortada.

El aliento de Armando en mi oído me pone más cachonda todavía. Noto cómo entra en mí, me dilata el chocho y me susurra al oído:

—¿Y dónde quieres la leche, Anita?

—Dentro… dentro… ahhhhhhhh… Dios… bien dentro… lléname de yogur la regla… —Me río y él también.

¡Joder! Sin el condón se siente más. Es como pasar del cine mudo al sonoro con dolby-surround, usando lenguaje que le gustaría a Armando. En aquellos días me hice una experta en cine del bueno y en follar. Me bombea de menos a más y enseguida me corro:

—Sí, sí, ohhhhhhhhhh, Armando … uummmmmmmmmm… me corrro… ahhhhhhhhhhhh…

—Qué gusto, nena… me vas a exprimir la polla… ahhhhhhhhhh…

Así estamos otro rato, morreándonos de vez en cuando. Siento las manos de Armando magreándome las tetas, su polla entrando y saliendo como a tope. Entre la lubricación y la regla, estoy empapadísima, podría meterme un misil balístico y no me enteraría. Me encanta la sensación. Me acoplo a su pelvis cuando me empotra contar la pared y empiezo a sentir orgasmos continuos, mucho más intensos que los habituales. No puedo contenerme y chillo medio ida, como si me estuviera torturando. Dios, qué gusto. No me extraña que la gente folle a pelo y tenga hijos. Uno cada semana del año tendría yo con este tío, pienso en un flash que me atraviesa el cerebro. Al escucharme gemir tan desatada, él se excita más y empieza a morderme el cuello y a embestirme con fuerza:

—¡Qué caliente te pone el mes, Anita! Te voy a dar polla hasta que no te puedas sentar…

—Sí, sí, sí… ummm… dame… más,  más, más… lléname de lecheeeeeeeeee, pedazo de cabrón, ooooohhhhhhh…

Cinco días antes estaba deseosa de perder la virginidad y tenía la impresión de que no sabía nada de nada. Jamás en mi vida, hasta aquel polvo menstrual en la ducha, había insultado a nadie. Ni siquiera a Oriol cuando lo pillé con un pepino de carne dentro del culo, babeando como un cerdo. Pero estaba tan salida que solo pensaba en tener a Armando así, dentro de mí y sentirlo correrse para saber lo que era tener leche fresca a presión por primera vez en mi vida. Pedía caña y él me la daba. No tardó en cumplir el deseo que le había confesado al oído al volver de la playa:

—Ahí va, nena… me corro, me corro, me corro de gusto… uffffffffffffff…

Con un jadeo expulsó dos trallazos de leche tibia a mi interior que me hicieron chillar su nombre y temblar las piernas casi a la vez. Me quedé petrificada contar el gresite de la ducha, con los ojos cerrados, la polla todavía dentro y la respiración asmática de Armando sobre mi hombro. Abro los ojos muy despacio, aún sin fuerza en las piernas y lo escucho susurrar:

—Tu coño ahora mismo debe de estar llenito de salsa rosa…

Me sobreviene un ataque de risa tan inesperado que casi me quedo sin aire. Noto la raja desalojada y voy ganando fuerzas para girarme. Armando me sujeta por la cintura. Siento el coño abierto y palpitante, un poco de leche se derrama por mis muslos. Nos besamos varias veces. Desvío la mirada hacia su tranca morcillona, llena de mis flujos ligeramente sanguinolentos. Se la lavo bajo la ducha, con cariño y él me lava el pelo a mí.

—Nunca se lo había hecho a nadie con la regla y me ha gustado. —Sonríe—. Es más cuestión de higiene que de escrúpulos. Hoy seguro que duermes sin dolores.

—A mí también me ha gustado. Normalmente me suelo poner cachonda el primer día y si estoy muy caliente, me pajeo para dormir bien. Pero esto es otro nivel. —Lo morreo—. Tu salsa rosa dentro es mucho más eficaz contra los dolores. —Nos reímos los dos.

Dormí como un bebé esa noche en cucharita con Armando, la última que pasé en su casa. Dedicamos el último día a pasear y vamos a comer a un pueblecito perdido, casi a tres horas en coche. Picoteamos tapas en un chiringuito a pie de playa, charlando y relajándonos. Con el estómago lleno, llegan las filosofías, los planes de futuro y las preguntas trascendentes. Sigo con la misma idea de especializarme en Dermatología, pero tantas horas con él empiezan a decantarme hacia patologías infantiles. Se lo dejo caer de pasada y él sonríe en silencio. Por fin, me atrevo a hacerle una pregunta personal. Era ese momento o callar para siempre.

—¿Por qué no te has casado? No me interpretes mal, es solo porque con ese sueldo y lo guapo que eres, sería lo más lógico.

—¡Gracias por lo de guapo! —Se le escapa una risa que parece espontánea—. Conservar bien el pelo ayuda, no te lo voy a negar. Pero ya no estoy en edad. —Hace una pausa, mira al mar y se quita las gafas de sol antes de mirarme—. Estuve a punto de casarme hace años. Rubia, elegante, muy guapa, hija de madre francesa. Nos conocimos haciendo el penúltimo año de residencia. Pasas muchas horas en el hospital, ya lo comprobarás cuando te llegue. Al final, casi todos los del grupo teníamos algo unos con otros. Se formaron cuatro o cinco parejas. Todo iba bien, yo para cirugía; ella para ginecología. Teníamos fecha reservada y destino de luna de miel. Y un mes antes, vació la cuenta y desapareció. Luego supe que llevaba seis meses tirándose al Jefe de Servicio, que le había prometido trabajo fijo en su clínica de fertilidad.

—¡Oh! —Le tomé la mano por inercia.

—Se había quedado embarazada, todos lo sabían menos yo y nadie se atrevía a decirme nada. Sigue con él, tienen uno de los mejores bancos de inseminación artificial. Visto en perspectiva, no me dolieron los cuernos, sino la traición. Me birló bastante pasta, con la que pudo hacerse socia de la clínica. Si aceptas un consejo, emparéjate con quien te dé confianza, pero nunca metas todos los huevos en la misma cesta. Conserva tu cuenta y tus propios ahorros. —Sonrió tímidamente—. Nunca sabes cuándo vas a necesitar empezar de cero.

Armando no había necesitado ser paternalista conmigo y tampoco sentí que lo fuera en ese momento. ¿Qué se podía contestar ante eso? Lo miré, le apreté la mano y me quedé callada, escuchando el sonido de las olas. Invité yo y pasamos el resto de la tarde paseando descalzos por la arena, hasta que llegó el momento de volver a casa. Él a la suya; yo con mi padre.

—Gracias por todo. —Le dije la última vez que nos vimos a solas—. El primer hombre nunca se olvida.

—La primera decepción, tampoco. Espero que la tuya llegue dentro de mucho tiempo. O mejor, nunca. —Me dio un piquito y pasó su dedo por la marca que su pasión en la ducha me había dejado a mí en el cuello.

Nos abrazamos largamente en la puerta del chalé de mi padre, que había anunciado su llegada un par de horas después. Sentí una mezcla de felicidad por lo vivido y desolación por el final. Pero también sentí que ya no era la misma Veronica que había salido de casa de mamá y no solo por la membranita desgarrada de mis adentros sin violencia. Yo era otra yo.

Acompañé a mi padre una última vez al club de golf. Armando con pantalones chinos y polo; yo con una falda larga, camiseta ceñida y un fular en el cuello para disimular el mordisco. Todo correcto y ameno. Les dejé el protagonismo a los doctores, que eran, a fin de cuentas, los protagonistas de la comida.

El 15 de septiembre siguiente, día de mi vigésimo cumpleaños tras aquel verano en el que perdí la virginidad en la cama de Armando, recibí un paquete suyo en casa de mi madre. Primero, la cajita con los famosos bombones rellenos de coco. Debajo, una foto mía bien enmarcada, que me había sacado con su móvil un par de horas después de cortarme el pelo. Vaqueros blancos, sandalias, blusa colorida y una sonrisa anchísima que no me cabía en la cara. Totalmente espontánea, sin posar, sin regular el flash. Una foto de esas que salen porque exudan autenticidad, no porque se preparen. Abrí el marco, intuyendo algo que, en efecto, hallé. El reverso contenía la fecha y su letra de médico, agitada y pequeña: En recuerdo de días felices, sin prisas ni decepciones. R.

La foto, con su secreto invisible, está siempre cerca de mí. Sigo en contacto con Armando a día de hoy. Hablamos a menudo y le encanta que le consulte dudas. Anda por el África Negra, operando niños en un hospital de campaña con una ONG en la que se enroló hará cosa de un año. No veo el momento de que vuelva. Porque yo también deseo vivir esa experiencia en cuanto pueda, aunque solo sea un mes. Armando me transformó. ¿Quién sabe? Tal vez seamos capaces de reeditar días felices más allá del golf, de la hípica y de las estúpidas cosas materiales…