Una chica fresa es abusada por vagabundos calientes

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Una chica fresa es abusada por vagabundos calientes

Era una niña muy hermosa. Él llevaba viéndola salir de su casa casi todos los días de los últimos años. Primero con su uniforme, siempre impoluto, planchado de tintorería, como le gustaba a su madre que se lo podía permitir; y después y ya en el instituto, con su ropita de marca, siempre una talla menos de la debida, marcando unos pechos enormes para su edad, que eran la envidia de compañeras y el deseo malsano de compañeros, profesores, padres de alumnos… Además, siempre iba impecablemente peinada, con su trenza perfecta o sus coletas completamente simétricas, de un rubio casi platino muy llamativo en esa zona del país. La señora que tenían interna en su enorme caserón, casi un palacio en el centro de la ciudad, era una artista. Según decían, tenía una mano increíble en la cocina, y un tacto especial con la niña. Y eso era digno de halago. Porque la niña era una pija asquerosamente repelente. Hija única, de una familia muy adinerada de la ciudad, tenía todo lo que pudiera desear. Y para colmo, tenía un cuerpo escandaloso, con su melena larga del color del sol, alrededor del metro setenta y cinco, sobre los 60 kilos, y con unas curvas de infarto. Eso hacía que fuera el centro de atención de toda la ciudad. Y ella lo sabía.

Él la veía pasar siempre acompañada de otras compañeras. Alguna vez éstas se detenían y le dejaban alguna moneda, que repicaba alegre sobre el resto de calderilla que brillaba en el suelo, junto al letrero de cartón que rezaba “Una Limosna para comer, por compasión…”. Sin embargo, ella jamás había dejado ni una sola moneda, pese a ser con diferencia la más pudiente de todas. Incluso, siempre le echaba una mirada arrogante y despectiva. Ella se creía superior, se sabía poderosa ante él, y no dudaba en demostrárselo con miradas, incluso con alguna palabra de reprobación a sus amigas.

–          No le deis limosna a esos pordioseros. Son escoria. – Silbaba entre dientes. – Ese lleva ahí desde que yo voy al instituto. Mira si ha tenido tiempo de buscar trabajo… el perro…  – Se giraba y lo miraba con asco. – Dios, ¿no os da asco? No deberían dejarlos vivir, ensucian la calle y huelen mal. – Decía con soberbia. A veces incluso utilizaba un tono de voz lo suficientemente alto para que ellos la oyeran. Incluso alguna vez él creyó que lo hacía para ofenderle personalmente. – Mirad, – decía – pero si no sabrá ni escribir. – Se giraba y le sonreía con suficiencia. – Son repugnantes. – Escupía en el suelo, y se marchaba. El resto de chicas no se atrevían a contradecirla por miedo a las consecuencias.

Lo que nadie podía imaginar es que ese vagabundo sexagenario era un hombre brillante, un ingeniero electrónico con un coeficiente muy superior a la media, al que la vida trató muy mal. Se casó joven, con una buena mujer, pero desgraciadamente enviudó antes de los cincuenta, y su mujer no pudo darle unos hijos que él deseaba. Su suegra estuvo durante años aprovechándose de él, y cuando casi había terminado con su fortuna, y tras unos años de luto, una arpía más joven que él, y muy hermosa, lo cazó, y lo dejó casi en la ruina. Él, que ya andaba tocado en su fortaleza y su vitalidad, quedó completamente hundido, y su propia inteligencia superlativa se volvió contra él. Durante años su personalidad se fue tornando huraña. Comenzó a desconfiar de todos, con y sin razón, hasta que perdió su trabajo, sus amistades, y de un día para otro se vio en un callejón oscuro y maloliente, acompañado por otros dos vagabundos que rondarían las setenta primaveras. Eran rudos, y quisquillosos. Posiblemente en su otra vida fueron impetuosos, incluso casi violentos. Pero no eran muy inteligentes, así que los manipulaba fácilmente, y eso le ayudaba a no temerlos. De noche se refugiaban en el callejón, tras los contenedores. La gente nunca pasaba de ellos hacia el final. El hedor era insoportable. Pero era “su hogar”. Habían construido cada uno un pequeño refugio, como si fuera un cobertizo, con unos palets y unos plásticos cubriendo un pequeño porchado. El callejón les protegía del aire, las fincas de la lluvia, y el porchado, del frío. Ni molestaban ni eran molestados, ya que los pocos vecinos que tenían ventanas al callejón las habían tapiado o en el mejor de los casos puesto cristales dobles, para evitar los hedientos vapores. Además, al final de la calle había una antigua toma de agua para los barrenderos que ya no se utilizaba, lo que les proporcionaba agua potable; y al lado, dos aparatos enormes de aire acondicionado del restaurante de la avenida, que les daban aire caliente durante todo el año. Eso sí, era caliente todo el año. De día, sacaban sus mantas, su perro y sus carteles a la calle, y sin hacer demasiado ruido para que la policía no los tirara a patadas, pedían por caridad.

Y así, sin pena ni gloria, pasaban los días, los meses, los años para él y sus dos extraños compañeros. Veía como aquella niña insolente que vestía falda plisada de color verde, a cuadros, y por encima de las rodillas, junto con una camisa blanca recta, cambiaba su atuendo habitual por unos mini shorts que dejaban poco a la imaginación, y unas camisetas dos tallas menos de lo debido, que hacían que las camisetas se despegaran de su vientre debido al enorme volumen de sus tetas, y dejando a la vista un precioso piercing que adornaba su delicado ombligo. Eso cuando no utilizaba los típicos leggins para sordomudos. Era una provocación andante. Y ella lo sabía.

Posiblemente nada hubiera cambiado si aquel fatídico día de Junio, en que la dichosa niña se levantó más repulsiva que nunca, ella y su chacha no hubieran pasado por su lado. Pero lo hicieron. Ese día nuestro vagabundo se había duchado en el centro social en el que solían hacerlo una vez por mes, y se había afeitado. La chacha lo miró, y se dio cuenta de que se había aseado, y al pasar se detuvo, y se puso a rebuscar en su monedero.

–          ¿Qué vas a hacer, chacha? – Le dijo la joven. – Es un pordiosero, no merece tu dinero.

–          Hoy se ha lavado, y se ha afeitado. Creo que merece que lo premie. – Dijo obviando el tono utilizado por la muchacha. Siguió escrutando en su pequeño monedero, pero no encontró moneda alguna. – Vaya. – Dijo en voz baja. – Bueno, un día es un día. – Añadió con una sonrisa, mientras depositaba un arrugado billete de cinco euros en el pañuelo junto al letrero de cartón. – El vagabundo la miró sonriente, e incluso se permitió mirar a la niña. Ésta no se lo tomó muy bien.

–          ¿Cómo? ¿Le vas a dar cinco euros a este asqueroso? – La boca se le llenó mientras lo decía. Miró el billete, y miró a sus dos compañeros, que también tenían un cartel similar, aunque con alguna falta de ortografía. Sonrió con maldad, y se agachó a recoger el billete. – Chacha, esto hay que repartirlo, que son tres. – Y ante la mirada impertérrita de los tres vagabundos, partió el billete en tres, y depositó un trozo en cada pañuelo. – Así está mejor, repartido como buenos hermanos. – Se giró y estiró de la pobre mujer, que apenas pudo lanzar una mirada pidiendo perdón al hombre. Ella no sabía que lo que recogían y conseguían, al final del día lo repartían, y que posiblemente repararían el billete. Pero aquello era una demostración de maldad, de crueldad de corazón.

Y la forma en la que el vagabundo miraba a la niña pija fue cambiando, aunque sólo en su interior. De cara al exterior ni él ni los otros podían demostrar absolutamente ningún sentimiento ya que cualquier problema con alguno de los vecinos o de los transeúntes los expulsaría de la zona. Y no querían eso. Allí tenían su rincón, su forma de vida, su banco de alimentos, su centro social donde asearse. Tenían una forma de vida adosada a ese lugar, y no iban a perderlo. Pero él no pudo parar el rencor que fue creciendo en su interior. Su corazón se fue ennegreciendo. Su agudeza no hacía sino maquinar, pensar en formas de hacerle pagar a aquella niña pija su crueldad. Pero lo poco que quedaba de su juicio y el apego a aquel extraño lugar, acababan frenando cualquier acción. Eso sí, el resentimiento y el odio no hacían más que inundar su corazón, y eso no había razón que lo parara.

Y sin buscarlo, una noche la ocasión se presentó sola. Eran las 5 de la mañana pasadas, cuando unas voces lo despertaron. El vagabundo se levantó un momento de sus cartones, sobrepasó los contenedores y se asomó a la calle. Allí estaba ella con un grupo de su edad, tres chicas y dos chicos. Ella no se tenía en pie, visiblemente alcoholizada. Ellos se reían de ella, mientras la dirigían a su portal. Una vez allí, se pusieron a discutir sobre cómo actuar.

–          Yo no pienso quedarme cuando salga su padre. – Decía el más alto de ellos. – Eso es un marrón que flipas. – Argumentaba.

–          Claro. – Decía la más mona de las otras tres. – Nos vais a dejar tiradas, como siempre. – Añadía.

–          Iros todos a tomar por culo, joder. – Balbuceó nuestra niña, con evidentes signos de embriaguez. – A tomar por culo, maricones, que soy unos maricones. – Los señalaba con el dedo. Y cambió de dirección, señaló a su casa, y llamó al timbre, justo antes de caer sentada en el portal. La escasa fuerza con la que llamó, hizo que no sonara en el interior de la casa, pero los amigos de la niña salieron corriendo al unísono. Ésta se giró y los miró con despecho, con los ojos medio cerrados. – Y vosotras unas putas. – Silbó. Y se derrumbó en el portal.

El vagabundo la miraba desde la esquina del callejón, con los ojos encendidos. Era su oportunidad, y lo sabía. Se acercó sigiloso, ocultándose bajo los balcones, saliendo de su madriguera como pocas veces había hecho en los últimos años. Estaba nervioso. Lejos de su pequeño cobijo se sentía completamente vulnerable. Había aprendido a sobrevivir con poco, con casi nada, y se sentía seguro en su rincón. Oscuro, sucio, pestilente, incluso asqueroso rincón. Pero seguro. Y en medio de la calle no se sentía así. Cualquiera que lo viera podría pensar algo malo, y su pequeña y triste existencia se iría a la mierda, y él tampoco quería eso. Además de que en aquel caso era verdad.

Pero tal y como se acercaba a su presa, notaba sensación de seguridad, un brío nuevo y desconocido corría por sus venas, y le llenaba de energía, de vitalidad. Era la lujuria. Lujuria además alimentada por el odio, lo que la convertía en una mezcla realmente explosiva. Cada vez estaba más cerca, apenas unas docenas de pasos. Casi podía oler el perfume caro, el aliento cargado de alcohol… y podía verla, bajo la luz de la farola. Estaba hecha un despojo, con las piernas semi-abiertas, enseñándole las braguitas blancas bajo el vestido negro de fiesta. Aquella visión lo estimuló aún más, y le dio el empujón final. Miró una última vez a su alrededor, pero no vio a nadie. Aún así, se escondió en un portal durante un par de minutos, por si aún bajaba alguien de su casa, pero no había señales de vida. Así que caminó los 50 metros que le faltaban, y se agachó junto a la joven.

–          Hola. ¿Estás bien? – La zarandeó un poco, pero sin resultado. Cogió su pequeño bolso de fiesta, y rebuscó en él. Llevaba el carnet de identidad, un Smartphone de los caros, casi cien euros en billetes, entre ellos uno que se veía manoseado, con aspecto de haber estado enrollado, y aún con restos de un polvito blanco bastante sospechoso, y dos cigarrillos preparados que apestaban a yerba. Miró la edad de la chica… joder, era casi una niña. Dudó unos instantes, mientras buscaba motivos para desechar esos remordimientos. Recordó los continuos desmanes, las palabras vejatorias, el hecho del billete… y le miró el escote. Lo abrió un poco y vio un par de melones de un tamaño descomunal. “Una niña no tiene esas tetas”, pensó. Se sonrió de su propia broma, y siguió con su tarea. Cogió el dinero y lo guardó en el bolsillo de la solapa de su viejo y deshilachado abrigo, no sin antes recoger con la lengua la coca que quedaba, y guardo los dos cigarrillos y el móvil en uno de los bolsillos de cadera. Eso sí, antes le quitó el volumen, no sea que sonara en un momento no deseado. Hacía más de tres años que no tenía uno en las manos, pero los Galaxy continuaban con el mismo patrón, sólo que era muy rápido, y con la pantalla más grande. El hormigueo en la lengua le reconfortó, y lo envalentonó. Se pensó un poco su siguiente paso, y le habló a un cierto volumen, incluso arriesgando a ser descubierto. – Niña, ¿tú no querrás que tus padres te vean así, verdad? – Le dijo la frase muy cerca del oído. Sorprendentemente, ésta abrió los ojos durante un instante, aunque los volvió a entrecerrar. Pero el efecto de las palabras fue el deseado.

–          No, por favor. Que no me vean así, por Dios. – Balbuceaba casi ininteligiblemente. El vagabundo la ayudó a levantarse, y se encaminó hacia el callejón. La niña pija apenas podía caminar sobre los tacones de aguja de al menos 10 cm, que en caso de haberse podido mantener en pie la hubieran hecho tal alta como él. Pero en ese momento, casi los arrastraba. – ¿Dónde me llevas? – Escupía entre dientes.

–          A un lugar seguro. – Le dijo. “Seguro para mí”, pensó para sus adentros.

Apenas cincuenta metros más y estarían fuera del alcance de miradas curiosas. Caminaba sujetándola, con un brazo pasado sobre su hombro, y casi tirando de ella, pero tampoco la podía cargar como un saco. Los últimos pasos fueron eternos. Esperaba que en cualquier momento alguien le llamara, le diera el alto, le preguntara qué coño hacía con esa niña. Pero eso no pasó. Él siguió andando hasta cruzar la esquina del callejón. Entonces todo se tornó más oscuro, y el hedor del lugar comenzó a llegar al olfato de la niña. El olor era tan agudo, que al mezclarse con el lamentable estado de la niña, ésta se puso a temblar, y comenzó a tener arcadas. El vagabundo tuvo el tiempo justo de pasar los contenedores y esconderse tras ellos. Le soltó el brazo y la cogió por detrás. La primera bocanada le manchó el vestido de fiesta, justo antes de que él le empujara la cabeza hacia adelante y le recogiera el pelo. Siguió echando bocanadas, mientras él, casi sin quererlo, comenzaba a notar como su polla se ponía morcillona. Ya no disimuló mucho más, y mientras ella apoyaba su mano en la pared para no caerse, el restregaba casi sin disimulo su miembro por el prieto y juvenil culo de la niña. La mano con la que sujetaba el cuerpo de la joven, se había movido como por casualidad hasta situarse bajo una de las enormes mamas que se gastaba la niña. Comenzó a sobarla como por descuido, en espera de la reacción de ella, y también para comprobar su estado de embriaguez. No dijo ni pio. La saliva resbalaba de su boca, y colgaba de forma caricaturesca de su boca. La erección ya era más que notable, y nuestro hombre frotaba ya con descaro el trasero de la joven. La mano que sobaba la ubre ya no lo hacía como por casualidad, y el deseo corría como la pólvora por las venas del vagabundo. Soltó la mano que sujetaba por el pelo a la chica, y la cabeza le cayó como por inercia. Él acercó dos dedos de su mano libre, no demasiado limpios, recogió la saliva y la llevó hasta la boca de ella. Ésta pareció resistirse, posiblemente por el repugnante sabor que debían tener. Él ni se inmutó, y continuó con su trabajo bucal, haciendo que la abriera de forma grotesca, y provocándole nuevas arcadas, y una tos bastante pronunciada. Pensó rápidamente que quizá la estaba espabilando demasiado, y que podían oírlos, así que dejó por un momento sus trabajos manuales, y la volvió a cargar para adentrarla un poco más en el callejón, a aquel agujero horrendo que él consideraba su hogar.

–          Mira cómo te has puesto. – Le decía, mientras caminaba hacia su porchado. – ¿No querrás que tus papás te vean así, verdad? – Ella movía la cabeza de lado a lado, con la cara desencajada. – Muy bien, pequeña. Sigue caminando, cielo. Y ahora lo solucionamos. – Pasó junto a los otros dos, que aparentaban dormir, aunque él ya los había visto espiándole. La ayudó a entrar bajó los palets, y la sentó sobre una manta harapienta. Entró detrás, y se sentó a su lado. Apenas se mantenía sentada, y amenazaba con caerse. – Ven, quítate el vestido, y lo lavaremos ahí afuera. – No le preguntó, lo dio por hecho, así que se acercó, le levantó el vestido por el culo, y se lo sacó por la cabeza. La niña opuso poca resistencia. – Muy bien, pequeña. Tápate con esto. Cogió un abrigo viejo, y se lo puso sobre los hombros, aunque no le tapaba prácticamente nada. Salió fuera, comprobó que sus compañeros no se movían, y se acercó al fondo del callejón. Le dio un agua rápida al vestido, y lo colgó frente a los aires acondicionados. Volvió a su cuchitril, y ella seguía allí. Dormitaba apoyada sobre uno de los palets. El abrigo se había abierto, y la imagen era brutal. Aquella criatura de aspecto angelical estaba en ropa interior en aquel rincón oscuro y sucio. Él sacó el móvil de la niña, la enfocó, y le hizo un par de fotos. El flash hizo que ella reaccionara.

–          ¿Qué haces? – Dijo sin mucha convicción. Él sacó uno de los cigarrillos, lo encendió, y le dio un par de caladas mientras le tiraba el humo a la cara. Ella olió la hierba y se sonrió. – Dame de eso. – Alargó la mano y cogió el porro. Él volvió a enfocar con el  móvil, y le hizo un par de fotos más, mientras ella fumaba medio desnuda.

–          Estoy inmortalizando este momento, para que mañana te puedas reír de esto. – Le dijo con una sonrisa. Ella le dio una calada más, y comenzó a reír. Primero poco a poco, pero después a carcajada limpia. – Los canutos te están sentando mejor que la coca, ¿a que sí? – Le decía mientras grababa un video de corta duración. Ella asentía y seguía posando. – Eso es. Te voy a hacer más fotos. Ponte sexy para mí. – Cogió el porro, lo puso en un lateral de la boca, y empezó a hacer posturitas, mientras el vagabundo no cesaba de hacerle fotos. – Eso es, niña. No dejes de moverte. – Acercó una mano, y le sacó una de las enormes mamas de su copa blanca de encaje, y siguió fotografiando. La niña dudó un momento, pero él siguió sin preguntar. Se acercó al pezón rosado, que coronaba una aureola más bien pequeña y de un tono bastante claro, y lo mordisqueó. Se hizo una foto así, asegurándose de que ella salía con el porro en la boca. Sacó la otra, e hizo lo mismo. Posiblemente ese fue el momento en el que ella se dio cuenta de que algo no iba bien. Su semblante se tornó serio, pero el colocón no la dejaba pensar con claridad. Él aprovechó el momento para posar una mano en la cara interior de su muslo, y subir hacia arriba, hasta que encontró la tela del tanguita blanco. Ella hizo un pequeño esfuerzo por apartar la mano, pero no fue suficiente para la decisión con la que él le sobaba el coño sobre el fino tejido. Alzó la mano hasta el vientre casi plano por los ejercicios diarios de aeróbic, y metió la mano por encima de la tanga, en busca del tesoro de la joven. Ésta notaba las rudas y asquerosas manos del vagabundo dirigirse hacia su vulva y aunque intentaba revolverse apenas podía pensar con claridad. – Deja que vea que tienes aquí, putita. – Le dijo al oído mientras sus dedos llegaban al clítoris, y seguían bajando hacia la entrada de la cueva. Su pubis estaba completamente depilado, suave como un azulejo, posiblemente recién rasurado para salir de fiesta. – Mmmm… – Continuó el vagabundo. – Sin un pelo, cómo a mí me gusta. Voy a quitarte las braguitas, quiero verte así. – No esperó respuesta, y estiró de ellas hacia abajo. Ella intentó sin fuerzas retenerlas en su cintura, pero todo estaba demasiado confuso. – Eso es. Vamos, dale una caladita al porro, que quiero un poco. – Le separó un poco las piernas, y se separó de ella. Cogió el móvil una vez más y le hizo cuatro o cinco fotos. Ella ya no sonreía. Estaba muy aturdida, y seguramente su subconsciente intentaba avisarla de que aquello era peligroso. Pero no tenía suficiente consciencia para hacer nada. Él siguió fotografiando su coño desnudo. Posaba una mano en los muslos de ella, subía hacia la entre pierna hasta llegar a su vulva. Click, click, click… Las fotos se contaban por decenas, de todos los ángulos posibles. Aunque ella intentaba cerrar las piernas, o taparse mínimamente, él se lo impedía con movimientos vigorosos, y ella cedía casi de inmediato. La sesión fotográfica terminó con él metiéndole dos dedos en el coño y grabando un vídeo con ella enajenada, vendida por su inconsciencia. Aún así, sacó fuerzas de dónde pudo, y estiró hacia fuera de la mano que hurgaba con hosquedad en su interior.

–          No tengo ganas de esto. Estoy muy pedo. – Le dijo. Como si tuviera opción. – Ni siquiera he lubricado, y me hará daño.

–          Tranquila, tendré cuidado… – “Voy a follarte como si no hubiera mañana, zorra”. Pensó él para sus adentros. Si ella hubiera visto la sonrisa que puso el vagabundo, habría gritado con todas sus fuerzas. Era la cara del triunfo, lujuria pura. Se bajó los pantalones, y de entre ellos asomó una polla casi negra y de un buen tamaño, aunque no descomunal. Vio como ella fumaba una última calada, le quitó el porro, le dio él una última chamada y lo tiró fuera del cobertizo. Le tiró el humo a la cara y se puso encima de ella. Se escupió en la mano, y se embadurnó la polla. Después le metió la lengua hasta la garganta, impidiendo al tiempo que ella pudiera gritar. Asió los brazos de la joven, y encaró la polla en el coño. No se lo pensó demasiado, y empujó con fuerza. Era cierto, estaba bastante reseca, pero eso sólo hacía que aún la notara más estrecha, y sus ganas de follársela se multiplicaran por mil. Ella se puso a gimotear, a lloriquear, pero eso solo azuzó sus envites. En un momento dado, ella, en un acto reflejo, le mordió el labio con rabia.

–          Me estás violando, cerdo. – Le dijo con voz entrecortada. Él, sin dejar de empujar, saboreó su sangre, se apoyó un momento en una mano y le cruzó la cara de un bofetón. A continuación cogió sus braguitas blancas y se las metió en la boca. La agarró del cuello con fuerza, hasta hacerle daño.

–          Vas a estarte quietecita si quieres salir de aquí. ¿Te queda claro? – La miraba furioso. Ella asintió, con todo el rímel corrido por las lágrimas, y la cara enrojecida por la bofetada. Aquella zorra que lo había humillado tantas veces tenía que pagar, y él estaba disfrutando con ello. Siguió bombeando, mientras alternaba el cuello de la joven con sus pechos. Retorcía los pezones hasta que la veía a punto de gritar. Después alargaba su mano hasta el clítoris, y lo estimulaba de malos modos. Sin embargo, y poco a poco, y contra su voluntad, el coño de la muchacha fue empapándose de fluidos. Su cuerpo reaccionaba a la estimulación y el “chof, chof” característico se oía al entrar y salir la polla de su caverna.

–          Mira la putita. – Le decía él con sorna. – Si te está gustando. Estás toda mojadita. – Ella lloraba, recuperando a cada embestida un poco de cordura. Siempre le había gustado el sexo duro, aunque ninguno de sus jóvenes novios había sabido dárselo, y ahora su cuerpo reaccionaba positivamente a aquella agresión. Se sentía asquerosa comenzando a disfrutar con aquel depravado, y su cuerpo y su mente tenían un conflicto supremo, acuciado por la confusión creada por el alcohol y las drogas. – Seguro que te gusta así, y ningún maricón de esos que te llevan al portal y a los que dejas siempre a medias te ha dado así, ¿verdad? – Ella no podía hablar, y las lágrimas corrían por sus mejillas. – Voy a rellenarte como un pavo. – Ella comenzó a negar con la cabeza pero él no le hizo el menor caso. – Oh, sí, zorra. Te voy a dar mi leche. No sabes las semanas que llevo sin descargar. Se te va a salir por la boca, puta. Te voy a llenar de lechita calentita. Oh, sí, joder, joder, me corro…

Ella comenzó a notar un calor muy intenso en su joven coñito, y notó como el mete saca se hacía mucho más fluido, gracias a la nueva lubricación. No pudo evitarlo, y se corrió en silencio, notando como el semen del vagabundo la llenaba y la hacía sentirse más sucia de lo que se había sentido nunca. Su mente se volvió a nublar, posiblemente por el efecto del orgasmo. El seguía empujando, mientras ella notaba su cuello lleno de saliva de su violador, y un chapoteo constante en su coño. En ese momento aún se sintió peor, más indecente, más obscena, más impúdica. Le vinieron nuevas arcadas, así que se sacó las braguitas de la boca y se ladeó un poco para tirar un poco de babas y bilis, ya que no le quedaba nada más en el estómago.

–          ¿Qué coño haces, puta? – Le dijo. – Estás ensuciando el suelo donde he de dormir. – Ella miró hacia él y no pudo reprimirse.

–          Pero si esto es un puto estercolero. – Le silbó entre dientes. Su fuerte carácter salió de dentro, pese a que su posición no era la mejor. Él la miró unos instantes, sacó el segundo porro del bolsillo y lo encendió. Le dio unas caladas, y le volvió a tirar el humo a la cara. Se sonrió al verla toser.

–          Un estercolero. – Repitió. Y se echó a reír. Primero flojo, pero poco a poco a carcajadas. Ella lo miraba, plena de rabia. Le quitó el porro de las manos y le dio unas caladas. Pasaron unos minutos en silencio mientras ella fumaba calada tras calada, notando como la embriaguez volvía a envolverla y la abstraía de lo que acaba de suceder. Estaba destrozada, con el coño chorreando semen, sin fuerzas para replicar ni defenderse, completamente ultrajada. Pasados esos tensos instantes, y con el valor del nuevo subidón, se encaró con él.

–          ¿Has terminado ya, cerdo? – Dijo de forma apenas audible. Él la miró, se subió el pantalón, se guardó la polla, y le sonrió de forma bastante perversa.

–          Yo sí. – Giró un poco la cabeza para mirar detrás de él, y se volvió a mirar a la joven. – ¡Eh, vosotros dos! Sé que lleváis un buen rato espiándonos. – Lo dijo mientras la miraba. La haraposa cortina que utilizaba como puerta se abrió y los dos compañeros de callejón aparecieron tras ella. La miró con desdén, con un odio muy medido, y muy intenso. Esa niña iba a pagar todos los platos que la vida había roto en su cara. – Es toda vuestra.

Ella se estremeció, aunque ni siquiera hizo intención de gritar. Simplemente le dio una calada más al porro, con la mirada perdida, mientras una lágrima caía por su mejilla hasta llegar a su muslo y estallar en mil pedazos.

Y su soberbia también.

La joven dejó que el humo subiera por inercia desde sus labios hacia la nariz, y aspiró por ella para lograr ese efecto tan visual como desagradable. En ese momento, su obnubilada mente la llevó a varios meses atrás.

Estaba tumbada en su cama, en su enorme y lujosa casa, mientras un niñato empujaba supuestamente con brío follándosela haciendo el misionero. Ella fingía con pequeños grititos, que casi le parecían ridículos. El joven no tenía una mala herramienta, pero la gastaba de pena. Dentro, fuera, dentro, fuera. Sin paradas, sin cambios de ritmo. Sin una mala palmada en las tetas. Sin escupirle ni nada. Al cabo de unos pocos minutos el muchacho se corría, llenando el condón de leche caliente, y dejándola una vez más sin un mal orgasmo que llevarse a la boca. Encima, tenía que aguantar las fanfarronadas que el crío se gastaba entre sus amigos cuando hablaban de sus experiencias en la cama.

Pero ese día decidió que no le iba a pasar. Cuando el chico se salió de dentro, hizo un nudo al condón y lo dejó sobre la mesita, se recostó sobre la almohada, jadeante. Ella, en lugar de abrazarle o de mimarle como solía hacer, bajó la mano a su coño y comenzó a masturbarse. Al principio él disimulaba, como si no la viera. Cuando ella se estiró del pezón tanto que él creyó que lo arrancaría y se le escapó un gemido como no había escuchado en meses de relación, se incorporó y la miró con atención. La mano que estiraba del pezón fue a la boca, donde dos dedos intentaban llegar a la campanilla, mientras ella se los chupaba. De allí los sacó y los bajó, hasta darse pequeños golpes en el clítoris. El chico no salía de su asombro. Ella se puso la mano libre frente a la cara, y se escupió. Se llevó la saliva a la boca, y comenzó a jugar con ella, mientras los golpes en su clítoris cada vez eran más fuertes. El chico cambió un poco de postura, y aunque se estaba excitando de verla así, también ponía cara de preocupación. Los golpes aumentaban, y ella se chupaba los dedos ya sin miramiento, dejando largas estelas de saliva, masajeando su clítoris junto a los golpes. En un momento dado, se giró hacia donde estaba su acompañante, mantuvo las piernas abiertas para seguir masajeándose y golpeándose en el clítoris, y lo miró a los ojos.

–          Pégame, cabrón. – Le dijo fuera de sí.

–          ¿Cómo? – Respondió el muchacho con cara de asustado. Su incipiente erección se bajó al instante.

–          Que me pegues. Que me abofetees, joder. Que me escupas. – Dijo silbando entre dientes, y aumentando la violencia de las palmadas y del masaje.

–          Y… ¿Por qué? – Dijo el chico, visiblemente confuso, sin saber qué hacer en esa situación.

–          Por puta, joder. – Los ojos le brillaban, encendidos, por la lujuria por una parte, y casi llenos de lágrimas por la rabia por otra. – Mira lo que hago, maricón de mierda. Mírame. – Tenía todo el vello de punta, mientras se estiraba con ímpetu del clítoris, causándose muecas de dolor que rápidamente se convertían en espasmos de placer. Con la mano ensalivada, recién lamida, comenzó a abofetearse. El chico la miraba asustado, ya que no entendía nada – Quiero que me lo hagas duro, imbécil. Quiero me fuerces, que me violes. – El pobre chaval estaba rojo de la vergüenza, no sabía dónde esconderse. – Me corro, hijo de la gran puta. Me corro como tú no eres capaz de conseguir que lo haga, maricón de mierda…  – Musitó entre dientes, conteniéndose para que no la escucharan en toda la casa. Una cantidad ingente de flujo bañó la mano que golpeaba y masajeaba alternativamente su clítoris, mientras volvía a meter la otra en la boca provocándose pequeñas arcadas de la fuerza con la que lo hacía. El chico, aún sin saber qué hacer, se levantó de la cama, y en silencio se vistió y se marchó, dejándola deshecha. Ella miraba cómo salía, cómo cerraba la puerta tras de sí. No pudo menos que sonreírse, y de ahí pasó a unas carcajadas tremendas, que retumbaron por toda la estancia.

Aquello con lo que había fantaseado tantas veces, y que le había dado los mejores orgasmos onanistas, se estaba convirtiendo en realidad. Pero con una sutil diferencia: esta vez no era deseado. Ni consentido.

En ese pensamiento estaba cuando el vagabundo que ya había abusado de ella le quitó el canuto de la boca, y se lo llevó con él. Se apartó un poco, y se dispuso a salir del cobertizo. Al pasar junto a los otros dos les susurró:

–          Me ha dicho que está deseosa de que le rompan el culo. Eso sí, que no arme mucho escándalo.

No esperó respuesta. Salió al callejón, y dio una nueva calada. Era buena la mierda que fumaba la pija. Se sentó junto a la puerta, y se acomodó. Sacó el móvil de la joven, y preparó una piedra en uno de los tableros del pallet. Enfocó, le dio a grabar, y se dispuso a disfrutar.

Sabía de sobra que estos no serían tan “finos” como él. Sólo esperaba que al menos ella viviera, sería un marrón deshacerse del cuerpo. Estaba pensando en eso, y en cómo iba a llevarla a su casa en las condiciones en las que la dejarían, cuando el más pequeño de los dos se ponía de pie, que cabía justito en el cobertizo, y sacaba una polla delgada pero bastante larga, y cogía a la rubia por la melena, que esa noche lucía suelta y lisa para la ocasión, pero que ya aparecía manchada de la sesión anterior, y se la metía en la boca, a pesar de los intentos de ella por zafarse. No llegaba hasta el final, porque ella puso una mano en la polla, ya que el primer envite la hizo toser al llegarle la polla hasta la campanilla. Pudo contener la arcada, pero dejó el estilete lleno de babas, así que no quiso repetir. Dejó quietas ambas cosas, mano y boca, y dejó que aquel asqueroso viejo hiciera el resto. Al tiempo notaba unas manos enormes, callosas, y ásperas, sobar burdamente su coño desnudo. Aquel cerdo hurgaba en su coño, sacaba parte del semen y flujo que rezumaba, y lo untaba en su culo. Se removía inquieta, aunque sabía que tenía poco que hacer. Cuando el más pequeño se cansó de follarle la boca, se bajó hasta abajo apartando la mano del grandullón, y se la metió de un envite en el coño, lubricado como lo tenía. Aunque quiso, no pudo evitar un gemido. Ni reparó en el móvil apoyado en los tableros de la entrada. Mientras, el grandullón se arrodilló, se acercó a su cara y la empujó un poco, hasta casi recostarla. Notaba al pequeño removerse y darle fuertes embestidas, aunque la lubricación hacía que no doliera, si no todo lo contrario. Su cuerpo volvía a traicionarla, y su coño no hacía sino segregar más flujo, lo que ayudaba inconscientemente a su violador. Pero lo que acabó de matarla fue lo que apareció ante sus ojos. Cuando el grandullón deshizo el nudo de la cuerda que sujetaba sus andrajosos pantalones, un hedor descomunal la echó hacia atrás. Aquel hombre tenía un evidente problema de incontinencia, aunque en aquel rincón, en aquel callejón, en aquel submundo en el que vivían recluidos, aquello pasaría desapercibido. Pero cuando bajó los pantalones y sacó “aquello”, no pudo sino asombrarse. Si no fuera porque el pequeño seguía dándole empujones mientras le follaba el coño con todo el ímpetu que le permitía su edad, se habría desmayado. No era una polla especialmente larga, aunque estaría cerca de los 20 cm. El problema es que su grosor era superior al de una lata de refresco. Tenía el glande en forma triangular, acabando casi en punta, lo que daba a aquel descomunal falo un aspecto de obsceno lápiz de carpintero. Parecía creado especialmente para perforar. Cuando se dio cuenta de que no había podido disimular su cara de estupefacción, el enorme anciano la miraba con cara de deseo, mientras le caía la baba que iba a parar a los pechos de la joven. La incorporó un poco, le metió los dos pulgares en la boca y le encaró su monstruo. La joven intentó zafarse, pero era completamente imposible. El viejo empujó un poco, y apartó los pulgares, porque si no aquel miembro descomunal no entraba. Ella respiró justo antes, ya que el rabo inundó su boca, haciendo que sus dientes arañaran las enormes venas del hombretón, lo que además hizo que él suspirara satisfecho.

–          Mira la putita, si le cabe un poco más que el glande. – Dijo entre suspiros. La niña respiraba por la nariz, y con dificultad, mientras aquel animal intentaba forzar la boca de la joven a base de empujones. – Venga, abre, que seguro que entra otro poco. – Siseaba sin controlar la baba que caía ahora por las mejillas de la joven. Ésta miró hacia arriba desencajada, con los ojos llenos de lágrimas, y con cara suplicante, pero el efecto fue justo el contrario. Aquello no hizo sino excitar aún más al viejete que cogió la nuca de la muchacha, y la forzaba a abrir la boca al máximo. – Mmmmm… Vaya una putita valiente, macho. – Dijo sin soltarla.

En ese instante, el escueto anciano que bombeaba sin cesar el juvenil coño de la muchacha se corrió entre gruñidos y estertores, pero sin dejar de bombear en ningún momento. Aquel calor volvió a inundar a la pequeña, que no pudo evitar notar que los flujos volvieran a generarse en su interior. Su cuerpo volvía a desobedecerla, excitándose sobremanera con aquella agresión brutal a la que la estaban sometiendo. Aún así, esta vez pudo contenerse y no llegar al orgasmo, lo que le dio tal vez un poco de entereza. La fuerza de la violación había terminado por despertarla ligeramente, y era medianamente consciente de lo que estaba pasando. Aún así, no tenía ninguna opción, salvo dejar que aquellos salvajes terminaran de una puta vez. El vejestorio gigantón hacía rato que soltaba gotas de líquido preseminal, pero ella hacía mucho rato que no sentía nada en su boca. Lo único que notaba es que en cualquier momento la comisura de sus labios iba a explotar. Si no fuera porque no llevaba nada en el estómago, hacía rato que hubiera vomitado por el asqueroso sabor de aquel pollón cruel, que además no dejaba de gotear. Sin previo aviso soltó la nuca de la joven, y se separó de ella.

–          Vamos a ver cómo estás de tierna, angelito. – Le dijo sin dejar de salivar. Encaró su fusil, y aprovechando el semen del anterior inquilino se la metió sin descanso, aunque poco a poco. Ella se sintió morir, y no pudo sino abrir la boca y emitir un gemido ahogado. Se sentía más llena de lo que se había sentido nunca. Cuando la polla entró por completo, aquél bestia la sacó y la metió de golpe, al tiempo que pellizcaba con sus enormes dedazos el delicado clítoris de la pequeña. Sin poder hacer nada por evitarlo, estalló en el orgasmo más grande de su vida. Cerró los ojos, y se desmayó. El hombretón le soltó un par de bofetones, pero la joven no reaccionaba. – Oye, que igual me la he cargado. – Dijo girándose hacia la puerta.

–          No. Seguro. – El pecho de la joven se movía, lo que significaba que respiraba. – Sigue, que esa zorra lo está deseando.

El viejo sonrió lascivo y se puso a empujar de lo lindo. El cuerpo muerto de la muchacha se balanceaba con los envites del bárbaro, cada vez más cómodo y más encajado con su juguete. Las enormes tetas de la chica bamboleaban de forma grotesca. Al cabo de un par de minutos, el gigantón se detuvo.

–          Oye, que esto está lleno de la leche del guarro este. – Dijo señalando al otro enjuto vagabundo. – Se la voy a meter por el culo. – Dijo sonriente, con cara de bobalicón, como si se tratara de un fachoso trol.

–          Pues claro. – Apoyó el ingeniero desde la puerta, mientras se relamía por dentro. – Ella lo está deseando.  Verás como despierta. – Le animó.

El gigante se salió del coño de la pequeña, y tras su verga salió un líquido blanquecino, mezcla de semen y flujo. Cogió sin ningún pudor esa mezcla, y la untó en el ano de la joven. Introdujo un dedo, lo que provocó que la joven se moviera ligeramente, y al instante metió un segundo dedo. Éste consiguió que ella abriera de nuevo los ojos, y que una sensación de terror se apoderara de ella. Cuando notó la punta del taladro de su agresor, supo que no había escapatoria. El descomunal aparato de aquella bestia comenzó a abrirse camino por el esfínter de la joven, que sintió que se partía en dos. No pudo ahogar un grito, que rápidamente fue respondido con un brutal bofetón del gigantón.

–          Cállate. O te arrepentirás. Aún más. – Mientras hablaba dejó que el esfínter se acostumbrara a la punta del iceberg que intentaba introducir en el culo de la niña. Cogió las braguitas que aún andaban por el suelo de la cabaña, se limpió la saliva, y la metió de nuevo en la boca de la tierna hembra. – Si te portas bien te prometo que acabaré pronto. Si no… me recrearé.

Ella lloraba, ya sin control. Ya no era el daño físico al que la habían sometido, era la desintegración emocional que sufría. Ella, tan manipuladora, tan segura, tan dominante, había dejado que abusaran de su cuerpo, e incluso se había corrido durante la violación, sin hacer demasiado por defenderse. Era verdad que el alcohol y las drogas habían casi eliminado sus defensas, pero no lo era menos que había hecho mucho menos de lo que debería.

Y en ese instante un trolebús de dos pisos intentaba entrar en su delicado culito, mientras su boca se inundaba de fluidos proveniente de sus propias braguitas. Por un momento notó que el enorme vagabundo retrocedía. “Eso no cabe en mi culo”, pensó, y se relajó. Y ese fue su error. De un empujón brutal el animal introdujo casi todo su aparato en el recto de la pequeña, hasta que se dejó caer sobre ella, y su pubis chocó con las rosáceas nalgas de la muchacha. El grito quedó ahogado por las braguitas, pero aún así sonó demoledor. El ano desgarrado de la joven expulsaba un hilito de sangre, que el vagabundo aprovechaba junto a su saliva como lubricante improvisado. Ella perdió de nuevo el conocimiento, pero aquella bestia no dejó de empujar.

–          Sangra. – Dijo de nuevo girándose hacia la puerta.

–          No te preocupes, pero termina de una vez, que se está haciendo de día. – Lo miraba como la taladraba, con dificultad, pero con determinación. Su inmenso miembro entraba hasta el fondo y salía por completo, una y otra vez. La joven dejó de sangrar, y el gigantón empezó a temblar.

–          Joder, me corro, joder, que bien. Menuda puta nos hemos follado. – Seguía enculando con perseverancia, y en cada envite el cuerpo de la joven ondeaba un poco más, llevado por la fuerza del viejo. – Joder, cuantos años, ostia puta. Toma zorra, toma leche. Siiiiiiiii… – El pollón del vagabundo se hinchó, con todas las venas palpitantes, aún más marcadas si cabe. Siguió empujando, aunque el ritmo iba disminuyendo, al tiempo que sus jadeos también lo hacían. El ingeniero, que seguía grabándolo todo, cogió el móvil y se acercó por el lado.

–          Saca la polla despacio, que quiero grabarlo.

El enorme vagabundo sacó su misil del culo de la muchacha, dejando una imagen atroz: el pequeño orificio de la chica se veía claramente forzado, con restos de sangre en su exterior, y un hilo de semen saliendo de sus entrañas. Grabó hasta que el hilo se convirtió en goteo. Apagó la cámara, quitó la tapa de detrás del móvil, y sacó la tarjeta micro SD. La guardó con cuidado en un bolsillo, volvió a montar la tapa, miró en la agenda hasta que dio con el número de teléfono de la niña. Lo memorizó, limpió el móvil con un trapo lo mejor que pudo, y lo dejó en su bolso, que limpió también lo mejor que pudo.

–          Quedaros aquí los dos. – Les dijo a sus compañeros. – Esto no ha sucedido nunca. ¿Está claro? – Los dos asistieron. – Si alguna vez preguntan, dejad que yo hable. Haceos los atontados, que os sale de cine. – Se sonrió mientras ellos volvían a asentir, se cargó a la chica al hombro, y desapareció por el callejón.

A la mañana siguiente la joven se levantó completamente molida. Le dolía todo el cuerpo, y se sentía increíblemente sucia. Se metió en la ducha, intentando que su mente comenzara a recordar. Al tiempo que el agua caía por su rubio cabello notaba que se convertía en un líquido casi marrón. Su ano le escocía como jamás en la vida, y al tocarlo descubrió los restos de sangre. En ese instante un montón de flashes llegaron a su mente. Se puso a sollozar, mientras se frotaba con fuerza intentando arrancarse esa suciedad hasta de su corazón. Pero eso no era posible. Mientras se secaba decidió que los denunciaría a la policía y que se ocuparía de que en la cárcel tuvieran su merecido. Se envolvió una toalla en la cabeza, y se miró en el espejo. Las marcas eran evidentes en las tetas, en el cuello, y sobre todo en su ano. No tendrían escapatoria. Se dirigió a su mesita a por su móvil. Lo cogió y vio que la luz del WhatsApp parpadeaba. Lo abrió, y tenía cerca de cien mensajes de tres grupos, uno de una de sus amigas, y ocho de un número desconocido. Al abrirlo vio siete fotos suyas sonriendo a la cámara con el porro en la boca y posando o dejándose tocar por el vagabundo. A estas siete se le sumaba un video en el que ella admitía que había tomado coca. Justo debajo del video había un comentario:

–          “¿A que a partir de ahora nos vamos a llevar bien?”

La joven no era capaz de cerrar la boca. Se la tapó con una mano para no gritar, mientras notaba como las lágrimas se agolpaban en sus ojos, deseosas de salir y esparcirse por sus magulladas mejillas. Estaba perdida. No solo eso. Quizá ese hijo de puta no lo hubiera descubierto aún, pero en los elementos ocultos había algún que otro regalito, como un pequeño episodio lésbico con una amiga, unas fotos metiéndose un bote de desodorante, etc. Su vida se resquebrajaba, y ella no era capaz de parar la sangría.

Pero ni de lejos era lo peor. Cogió el móvil y se fue al baño. Se quitó la toalla, y se quedó frente al espejo, completamente desnuda. Se veían claramente las marcas en su cuello, que serían las más difícil de esconder, y las de los pechos y las nalgas, que no le preocupaban especialmente. Sentía un ligero dolor en el ano, aunque no era nada en comparación con lo que ella esperaba. Y eso era tan bueno como inquietante. Cogió un bote de crema hidratante, y se dio en todas las magulladuras. Depositó una buena cantidad en su mano izquierda, y con la derecha se untó en el cuello. Se acariciaba, extendiendo el ungüento sobre su piel. Repitió la misma operación por todo su cuerpo, por todas sus marcas. Y en todas ellas le sobrevino la misma sensación. A su mente venían flashes de lo ocurrido la noche anterior. En el cuello, cuando la ahogaban. En los pechos, cuando la manoseaban y pellizcaban. En el culo cuando la azotaban y golpeaban. Por suerte los bofetones no habían dejado marca a apenas, nada que una capa de maquillaje no pudiera cubrir. Seguía recordando esas imágenes, esos tres asquerosos hombres usando su cuerpo a su antojo. Quería sentir náuseas, lo deseaba, lo necesitaba… pero la realidad es que no las sentía. Aquello la hizo avergonzarse, y notar como los colores subían a sus mejillas. Dejó la crema y cogió aceite de Aloe Vera. Se dispuso a untarlo por sus labios vaginales, doloridos por los pellizcos, e hinchados por la sobredosis de sexo. Los untaba a conciencia, recorriendo cada uno entre sus dedos, arriba y abajo. Se puso más en la mano, y lo dirigió a su esfínter. Extendió el líquido por toda la entrada, y con un dedo, con mucho cuidado, metió uno en su interior para curar también la pequeña herida por dentro. Sintió un escalofrío al hacerlo, al recordar como aquella bestia y el monstruo que habitaba entre sus piernas la habían destrozado. Pero lo que vino a la memoria fue el increíble orgasmo que le había provocado cuando le perforó el coño con su martillo pilón. No pudo evitar recordar que se había desmayado de placer, que había perdido el conocimiento del subidón de adrenalina y del goce que semejante salvaje había provocado en ella. Cuando se dio cuenta, sus manos aceitosas masajeaban su coño brillante. Un par de dedos entraban y salían, rozando sus hinchados labios y provocando nuevos espasmos de placer. A su memoria volvieron las fotos que le había mandado, y volvió a sentirse sucia, inmunda, se sintió una perra. De su coño emanaba flujo sin parar, más del que recordaba haber generado nunca. Se miraba en el espejo, y no se reconocía. Cogió una silla, se abrió de piernas frente al espejo, y comenzó a darse golpes con una mano donde tenía las marcas, mientras con la otra se masajeaba el clítoris. Se ensañó con sus tetas, se las golpeaba, se la llevaba a la boca para morder el pezón hasta sentir el dolor, se daba unos golpes tremendos. Se abofeteaba frente al espejo, mientras susurraba “puta” entre sus labios. “Puta”, volvía a decir. “Zorra”, se martirizaba. Cogió un bote de desodorante, lo untó con aceite, y lo metió en el culo. No era ni de lejos como el miembro de aquel Goliath, pero el dolorido agujero se quejó, provocándole una mueca. No le importó. Siguió masturbándose, deseaba seguir con aquella sensación, jamás había estado tan lubricada, nunca su cuerpo había respondido de manera tan brutal ante el sexo. Y eso era tan turbador como excitante, tan sucio como placentero, tan inmoral como inexplicable, tan real como el orgasmo que estaba a punto de estallar en su interior. Metía y sacaba tres dedos en su coñito, mientras el pulgar masajeaba su botón, al tiempo que alternaba bofetones con pellizcos a sus lastimados pezones. Una bomba de placer crecía y crecía en su interior, se formaba, acumulaba metralla, sentía cómo se hacía grande, hasta que se miró al espejo y se dio cuenta de lo que estaba haciendo, y junto a la humillación de la situación, vino la detonación. Fue una auténtica explosión, similar a la que sintió cuando el bárbaro perforaba su tierno coñito con el brutal aparato. Sintió que se mareaba, que el cuerpo no se sujetaba, así que resbalando se dejó caer en el suelo, mientras el flujo seguía manando como jamás lo había hecho. Notó el frío azulejo en su coño húmedo y caliente, y comenzó a frotar el suelo. Necesitaba calmar sus ganas, apaciguar su calor. Lejos de conseguirlo, un fino chorrito de pipí salió de dentro casi por efecto de la gravedad, aumentando su lujuria. Tenía ganas de llorar, no sabía por qué estaba tan sumamente caliente, pero no podía dejar de moverse. Frotaba su raja, ahora aún más ardiente por el orín con el suelo helado del baño. Los últimos coletazos del orgasmo hicieron que bajara la intensidad del roce, y el pipí se fue enfriando, hasta que dejó de sentir la necesidad de frotarse. Se llevó las manos a la cara y se puso a sollozar, destrozada emocionalmente, pero físicamente saciada y satisfecha como no era capaz de recordar.

Sentada sobre el charco de pis cogió su móvil, y revisó las fotos, y el mensaje. Por una parte estaba aterrorizada. Calmado su fuego interior, volvía a sentirse sensata, y recordaba como esos animales la habían violado y ultrajado. Buscaba en su interior un odio profundo y visceral, que sería lo lógico tras los acontecimientos de la noche anterior, pero éste no acababa de llegar. Algo había cambiado en ella. Algún tipo de resorte, la tecla que quizá ella siempre había buscado, el interruptor que activaba su libido, sus agresores no solo lo habían encontrado, sino que lo habían hecho saltar por los aires. Y ahora era turno de recoger los cachitos.

Estaba viendo una vez más las fotos, cuando un nuevo mensaje del teléfono desconocido le llegó. Era un vídeo de algo más de 20 segundos, en la que ella explotaba en un orgasmo brutal que la dejaba inconsciente, y, tras un corte, un pollón descomunal salía de su esfínter dejando un rastro de semen tras él. Miró la pantalla con ojos vidriosos. “Escribiendo…” ponía en la pantalla. El mensaje terminó llegando. “He estado revisando tu móvil. Tienes buen material aquí, además del que yo grabé”. Sintió la punzada, como si un cuchillo atravesara su fina y blanca piel, y hurgara en su corazón. “Escribiendo…” No podía apartar los ojos del teléfono. Cada segundo era una eternidad, una agonía lenta y dolorosa. “Tienes una casa grande. Seguro que tu padre necesita mano de obra. Búscanos trabajo dentro.” No acababa de creérselo. Releía una y otra vez el mensaje, sin ser capaz de aceptar lo que leía. “Me has oído, putita?” Continuó escribiendo el vagabundo. La niña no sabía que decir, ni que hacer. Lo primero que se le ocurrió fue una huida hacia adelante. “Me violasteis, abusasteis de mí, tengo marcas por todo el cuerpo. Voy a ir a la policía y conseguiré que os pudráis en la cárcel, hijos de puta.” Iba a apagar el teléfono, para no arrepentirse y no leer más, perola curiosidad la mató. “Escribiendo…” Una vez más, y esta se hizo interminable. Casi un minuto después llegó el mensaje. “Oh, sí, por favor. Llama a la poli. Así podremos vivir en un sitio cubierto, con comida, con cama. Será como salir de la calle para ir a un hotel. Eso sí, te juro que antes tooooooodos tus vídeos, tus fotos, correrán como la pólvora por tus contactos…” Palideció. Cambio de color, mientras una expresión de terror se formaba en su rostro. Ellos no tenían nada que perder. Ella todo. Estaba perdida, obnubilada, mareada, sobrepasada por los acontecimientos. “En línea.” Rezaba el móvil de aquel asqueroso. No tenía opción. Era pasar por la vergüenza más grande de su vida, o ceder al chantaje de aquellos animales. Y decidió ceder. “Está bien, pero necesito tiempo. Y no sé si podré ocuparos a los tres, ni cuándo. Ni cómo, joder. Eso sí, que quede claro que emplearos y daros un sueldo es lo único que conseguiréis. A cambio me darás las fotos y los vídeos.” Le dio a enviar mientras temblaba sin remedio. Enseguida vio el “Escribiendo…” que tan nerviosa la ponía. Los segundos eran losas de piedra, pesados y duros, que sepultaban su ánimo. Más o menos un minuto después, le llegó un mensaje de cuatro líneas de carcajadas, y en mayúsculas. “JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA…”, y tras dos minutos larguísimos, otro aún peor. “Pero tú te crees que mandas? Crees que tienes poder de decisión, zorra? De verdad piensas que tienes opción de poner condiciones? No te enteras de lo que pasa, o no te quieres enterar. Eres MÍA. Ahora mismo ME PERTENECES. Voy a hacer lo que me venga en gana contigo o te arruinaré la vida. No soy imbécil, he visto los vídeos, sé que disfrutaste de nuestro encuentro. Pues volverás a hacerlo, solo que cuando me dé a mí la gana. Tienes 48 horas para meternos en tu casa.” Un escalofrío recorrió su espina dorsal, y casi la incorpora de golpe. Entro por los pies, aún bañados en orín, y la atravesó hasta salir por su boca, abierta por la estupefacción. Lo peor de todo es que no pudo evitar que su coño volviera a mojarse. El descalabro emocional era brutal, comenzó a hiperventilar, se levantó, soltó el móvil en el banco y se metió en la ducha. Puso el agua fría  y soltó un pequeño grito cuando la sintió erizando su piel, pellizcándola suavemente. El agua fluía y resbalaba a través de su cuerpo, rodeando sus majestuosos pechos, creando pequeñas cascadas desde sus ahora enhiestos pezones. El resto los bordeaba, por fuera o por dentro, y bajaba hacia el suelo de la bañera desfilando entre sus muslos. Sabía que se había mojado, que se había vuelto a excitar al leer los insultos, las amenazas. Tuvo la tentación de volver a masturbarse frenéticamente, pero esta vez se contuvo. Necesitaba pensar con claridad, y ver qué debía hacer. Necesitaba tiempo, pero no lo tenía. Decidió ver qué posibilidades tenía de cumplir lo que aquellos salvajes querían, mientras se le ocurría algo mejor.

En el otro lado de la calle, a apenas unos cientos de metros, un vagabundo poco corriente mantenía en la mano un Smartphone chino recién comprado, mientras una sonrisa le llenaba la cara. Su plan estaba saliendo redondo. La pija había resultado una puta de cojones, y el material que le había incautado era cojonudo. Tenía todas las cartas. Todas. Llevarse a esos dos consigo era una carga, pero a Sabonis, como él le llamaba, lo necesitaba. Necesitaba su arma de destrucción masiva, que había sometido a la zorra. Había visto los ojos de deseo de ella. Había visto su cara de gusto al correrse mientras Sabonis la partía en dos. Esa era una carta importante, y él no la quería perder. A Canijo le daba un poco igual dejarlo atrás. Si ella ponía pegas, lo haría sin dudarlo.

El día transcurrió largo y lento para él, pero volando para ella. Por la tarde habló con su padre y se encaprichó en reformar el porche del jardín. Lo hizo con sus modales habituales de pija consentida, con lo que aunque su padre le dijo que lo pensaría, ella sabía que era un sí. Para conseguir que fueran los vagabundos los que lo hicieran, pensó en el episodio de su chacha y el billete de cinco euros, así que fue a hablar con ella.

–          Tata, hace semanas que no me quito una cosa de la cabeza. Obré muy mal. – Dijo con falso arrepentimiento. Miró con ojos de cordero degollado. Lo hizo tan bién, que la chacha tragó.

–          ¿Qué ha pasado, cielo? – Dijo la mujer, preocupada.

–          Que no me quito de la cabeza el día que rompí el billete de los pobres de la esquina. – Puso cara de gato se Shrek, y la chacha de nuevo se lo creyó. – Y como quiero reformar el jardín, a lo mejor si se duchan y se arreglan, los podíamos emplear. ¿Tú les preguntarías, Tata? – La farsa le estaba quedando bordada. Los nervios contribuían a crear la duda en su voz, a que temblaran sus palabras, lo que agudizaba la sensación de arrepentimiento.

–          Claro, pequeña. – Dijo con una amplia sonrisa. – Pero antes he de hablar con tu padre.

–          Claro, sí, sí. – Dijo tal vez con premura. – Pero seguro que lo convences. – Le sonrió y le plantó un sonoro beso en la mejilla. Tenía que reconocer que había tenido mucha suerte con su chacha.

La espera hasta que su Tata volvió fue larga. La vio salir de casa a los quince minutos de su conversación. Se acercó, y estuvo hablando con el vagabundo que la había recogido del portal. Vio como sonreían, ella le daba algo que parecían unos billetes, y cómo él los recogía y se daban la mano. Ella se volvió hacia la casa, y el sonrió mirando hacia ella, hacia su habitación, hacia su cabeza, hacia su coño. Era imposible que la hubiera visto a esa distancia, tras la cortina. Pero su mirada la había penetrado. Vio como hacía un pequeño bulto con sus cosas, rodeándolo con una manta, y como se dirigía al grandullón, que hacía lo mismo que él. Sin embargo, el más enjuto se quedaba, sin apenas inmutarse. Se levantaron y se marcharon calle arriba. A los pocos minutos su chacha entró en la habitación con noticias.

–          Van a asearse al centro social, y mañana empiezan los dos en el jardín. Resulta que uno de ellos es ingeniero, y te ayudará a diseñar el nuevo porche, y el gigantón es un albañil retirado. Parecen buena gente. Seguro que te perdonan… – Estuvo a punto de echarse a llorar, pero a ojos de su chacha sólo era emoción. – Además como tú acabas esta semana las clases, ya te puedes poner con ellos todo el día. De momento, vendrán por la tarde, que es cuando tú estás. – Dios. La pobre mujer no sabía a dónde se metía su pequeña, su demonio rubio. Y así debía ser.

–          Gracias, Tata. – Dijo casi con lágrimas. – Salió del dormitorio de su chacha, se fue a su habitación, cogió un biquini y se bajó a la piscina. Necesitaba sudar, cansarse, y hacer algo que la relajara y soltara sus músculos, agarrotados del día anterior. Por la tarde no bajaba nunca nadie, así que no había mucho peligro de que vieran sus marcas. Aún así, dejó una toalla cerca, por si era necesario.

Las clases de la mañana siguiente pasaron lentas y farragosas. Estaba muy espesa, había dormido muy mal, no sabía qué tendría que hacer, ni cuándo, ni cómo. Joder, ni dónde. ¡Esos hijos de puta querrían hacerlo en su casa! Solo el pensamiento de que así fuera… volvió a hacer que se humedeciera su coñito. Había pasado horas y horas intentando entenderlo, pero le era imposible. No había una explicación “lógica”, y había llegado a la conclusión de que había sido física. En contra de su voluntad, sí, pero inevitablemente y dementemente placentera. Sacó de sus pensamientos la parte sexual, y se centró en pensar en cómo salir de esa situación. No era fácil, lo único que venía a su mente era suplicar, pedirles por favor que la dejaran, aunque para ello tuviera que dejarse hacer una vez más. Pero en su más fuero interno sabía que si suplicaba… sería peor. Ellos aprovecharían aún más su poder, y la tendrían aún más sujeta. Tenía que ganar tiempo, y ver si tenía manera de recuperar ese material. Ya había visto que lo que le faltaba era la SD. La tendría en el móvil. Tenía que hacerse con él.

A las 17h en punto llamaron a la puerta. Ella estaba arriba, nerviosa, atacada de hecho. No sabía ni que ponerse. Al final habían sido unos shorts cortos de deporte, camiseta y deportivas. Toda la ropa que tenía era llamativa, así que valía de poco esforzarse en buscar algo que no lo fuera. Cuando llegó a la recepción los dos hombres la esperaban. Al grandullón se le caía la baba literalmente, y llegaba hasta su camiseta. La ropa era nueva, saltaba a la legua, posiblemente comprada por exigencia de su Tata. El otro hombre mantenía una sonrisa enigmática, pero sus ojos brillaban al mirar a la niña. La chacha era quién les había abierto, y mantenían una ligera conversación. Cuando se acercó a ellos, ella se giró a recibirla.

–          Oh, pequeña, estás aquí. – Dijo estirando una mano para alcanzarla. – Estos son los hombres que van a reformar el porche. Este hombre es Álvaro, y a aquel grandullón le llaman Sabonis. – Escondió una risa al decirlo, y se giró hacia ellos. – Y este ángel, que a veces es un demonio, se llama Mila. – Sonrió orgullosa, mientras la presentaba. Si supiera lo que estaba haciendo no lo hubiera hecho. Mila acercó la mano, y saludó temblorosa a los dos hombres. Afeitados, limpios, y oliendo a perfume no le parecieron tan mayores, ni tan asquerosos. ¿Pero qué coño estaba pensando? ¡La habían violado, joder!!! Aún así no pudo evitar que su percepción cambiara algo. Mila les saludó desde la distancia con una leve sonrisa, y la chacha continuó. – No os preocupéis, aunque parezca vergonzosa, luego es muy abierta. – “No tienes ni idea de cuánto”, pensó Álvaro para sí. Miró a Mila y ésta esquivó su mirada. – Pero vamos, vayamos al jardín, y veamos que hace falta. – Prosiguió la amable mujer. Cruzaron la casa hasta el final, hasta llegar al jardín. Sabonis hacía rato que babeaba mirando el culo de Mila, tanto que Álvaro tuvo que darle un codazo. Al llegar al jardín, éste tomó la palabra. La mujer era muy cordial, pero se la quería quitar de en medio cuanto antes.

–          Gracias por su amabilidad, señora, pero si hemos de trabajar con la niña, creo que sería mejor que fuera ella la que nos enseñara todo. – Mila no pudo evitar el escalofrío al oír aquellas palabras, con un evidente doble sentido. Joder, que idiota había sido. Los había metido en casa, les había dado las llaves de su cuerpo, les había firmado un cheque en blanco. Y de nuevo… sus braguitas se mojaban sin poder hacer nada por evitarlo…

–          Está bien. ¿Te ocupas tú, Mila? – Le preguntó directamente. Mila asintió. – Bueno, pues os dejo, que tengo mucho trabajo en la cocina. Bajaré luego a ver cómo vais.

–          No se preocupe, señora. – Contestó Álvaro. – Estaremos encima de ella, para lo que necesite. – Un nuevo escalofrío sacudió a la pequeña, y ya iban unos cuantos… La chacha desapareció por la puerta y se encaminó a la cocina. Álvaro se giró hacia Mila y le sonrió. – Enséñanos el almacén de herramientas, a ver que hace falta, y de paso nosotros te enseñaremos las nuestras.

–          Cerdo hijo de puta. – Susurró Mila, aunque toda su piel estaba erizada. Estaba excitada, inexplicable e inevitablemente, pero muy furiosa y también muy asustada. Hoy no había sedantes, ni drogas, ni atenuantes. Hoy podía resistirse. Podía gritar. Ahora había que ver si lo hacía. – Por aquí. – Se adelantó con paso firme, sin mirar atrás. Atravesó el jardín, pasaron junto a la piscina, y llegaron al porche, donde había un pequeño almacén para herramientas, que estaba junto a una barbacoa enorme, y que también disponía de una pequeña cocina cubierta para casos de necesidad. Abrió la puerta del almacén, encendió la luz y los hombres pasaron tras ella. Antes de darse cuenta Sabonis había tapado su boca con su enorme mano, y Álvaro la miraba de frente con una sonrisa diabólica.

–          Mira, Mila. Esto puede ser de dos maneras para ti. O intentas disfrutar, o no. Nosotros lo vamos a hacer de la misma manera, solo que puede acabar contigo en todas las redes sociales abierta de patas dejándote sobar y dejándote follar, o puedes intentar disfrutar y portarte bien. Tú decides. – Los ojos de Mila estaban encendidos, a fuego vivo. Cuanto más furiosa estaba, más disfrutaba él. Acercó su mano a la camiseta y sobó sus melones sobre la misma. La levantó, desabrochó el sujetador y disfrutó del bamboleo de aquel majestuoso par de tetas. – Dios, es que eres puro vicio. Es que no dejaría nunca de pegarte. – Le soltó un bofetón en una de las mamas, que se movió bruscamente llevándose a la frágil niña detrás. Luego a contrario, aún con más fuerza. La inercia se llevaba el cuerpecito de la joven tras las embestidas del vagabundo. Sus pechos comenzaron a enrojecerse. Pellizcó los pezones, y se puso a estirar. Los retorcía, y estiraba, notando como ella se removía. Los mordía, los lamía, la miraba, y volvía a morder. La cara de la muchacha era un poema. Igual denotaba ira, que placer, que súplica. Era una mezcla de sensaciones que la estaban matando. El grandullón hacía rato que le sobaba la nalga bajo los shorts, ya q estaba a la vista, y hacía un poco que había metido su manaza y sobaba el coño de la niña. Metía y sacaba dos dedos, y el sonido de la excitación era plausible.

–          Álvaro, esta zorra está mojadísima. – Le había dicho a su compañero.

–          Lo imagino. – Dijo sonriendo. – Es una zorra de cuidado. – Vamos a hacer una cosa. – Se  acercó a una caja de herramientas, y cogió un trozo de precinto. – Si te portas bien, no tendré que usar esto. Si he de hacerlo, no serán los diez o doce bofetones que te vamos a dar igualmente. Serán el doble. Y le diré a él que no se controle. Tú decides. – La miró firmemente, comenzando a esbozar una sonrisa. Llevó su mano a la del gigantón, y se la apartó de la boca. La chica se le quedó mirando, pero no reaccionó. Él acercó su mano a su cara, la acarició, la pasó al pelo, y la cogió con dureza. Ella se quejó, y él le soltó un primer guantazo. – He dicho que nada de quejas. – Apretó aún más del pelo y la hizo doblarse hacia adelante. Puso su cara a la altura de sus pantalones y ella supo lo que debía hacer. Por su parte, Sabonis se separó un poco, bajó los shorts de la chica, y comenzó a sobarla con toda la mano. Se puso en cuclillas, y se dedicó a observar el coño de la muchacha. Era precioso, tan puro, sin un solo pelo. Se intuían las marcas de la violación, pero ya no eran tan evidentes. Pasó su lengua por el coñito suave de aquella ninfa, y notó como temblaba. Tenía un sabor tan puro, tan salado, tan delicioso. Sabía a coño joven. Sabía a puta joven. No se recreó. Mientras Mila sacaba la polla de Álvaro el grandullón le hizo una comida brutal, preparando el lugar donde iba a atracar su trasatlántico. Mila no podía ocultar el placer que le estaba dando aquel cerdo en su coñito. Bajó los pantalones del otro y sacó su polla, bastante más normal que la otra. No estaba dura aún, así que la metió en la boca y comenzó a chupársela. La descapullaba, pasaba su boquita tras la mano, para acabar retrocediendo, haciendo que él suspirara. – Muy bien, zorra. Lo haces bien. Pero hoy quiero probar cositas nuevas.

–          ¿Nuevas? – Dijo ella sorprendida. – ¿No te bastó todo lo del otro día, hijo de puta?

–          Chts, chts, chts, chts… – La miró y negó moviendo de un lado al otro el dedo. – Eres mía, ¿lo recuerdas? Claro que voy a hacer más cosas. Quítate la camiseta y el sujetador. – Ella lo hizo, y lo apartó a un lado. Él se acercó, y le sacó por los pies los shorts y el tanguita, aunque el gigante no dejó de comerle el coño en ningún momento. – Abre la boca. – Ella lo miró, sin saber muy bien a qué se refería. Él se plantó delante, comenzó a meter y sacar su polla despacio, lento, y cuando ella menos se lo esperaba, un chorro de pis fue directo a su garganta. Se puso a toser, y casi la hace vomitar. Él la enganchó del pelo, y siguió orinando su cara, su pelo, sus tetas. Ella se sentía sucia a más no poder. La lengua que la hacía disfrutar también se había detenido. En su lugar notó un inmenso misil que intentaba entrar en su húmeda cueva. El enorme hombre empujó un poco, y ella no pudo si no volver a abrir la boca, intentando no gritar, y evitando a duras penas correrse de forma instantánea. Estaba absolutamente sometida por aquel trozo obsceno de carne. Álvaro lo aprovechó, y le metió la polla, terminando de orinar allí. Ella lo dejaba caer, sin poder hacer mucho más, notando como el pollón que la taladraba le volvía a dar un orgasmo salvaje, brutal, antológico. La polla de Álvaro comenzó a endurecerse. Humillar a aquella zorra malcriada excitaba sobremanera al vagabundo, así que comenzó a follarle duro la boca. De vez en cuando la sacaba y le cruzaba la cara, con sonoros guantazos. Ella estaba desencajada, y Álvaro pensó que seguramente se habría corrido ya. Tendría que restringirle un poco el placer, si no la zorrita iba a dejar de sentir esa degradación que tanto le ponía a él. Aún así, verla jadear mientras su enorme amigo la partía literalmente en dos hacía que empujara con violencia la polla hasta el fondo de la garganta, provocando en ella fuertes arcadas. En una de ellas no se pudo resistir la tentación, la clavó hasta el fondo, y dejó que la arcada fuera  más, y que vomitara un poco. Verla así, con el rímel corrido, con las lágrimas corriendo por su cara, hizo que se excitara a más no poder, así que volvió a clavarle la polla, ahora sucia de sus propias náuseas, y en unos pocos empujones se corrió en su boca, inundándola de leche caliente. Mantenía firme la cara de la niña, para comprobar que no desperdiciaba nada, mientras ahora fue el mastodonte el que enganchó del pelo a la joven.

–          Muévete, puta. – Le dijo con voz grave. Le estiraba tan fuerte que  la garganta se le marcaba de forma escabrosa. La muchacha poco podía hacer, ya que al separarse del gigante, la cabeza aún tiraba más, provocándole un dolor muy desagradable, como si se fuera a desgarrar en cualquier momento. El enorme trabuco seguía perforándola como una máquina de sacar petróleo, lo que aumentaba tanto la desazón de sentirse usada y ultrajada, como el calor que quemaba su coño sin remedio. – Muy bien, zorra. – Dijo el animal viendo como ella se movía, buscando también su placer, y encontrando el de ambos. – Voy a llenarte el coño de lefa, voy a rellenarte como un bollicao de crema, va a salirte por la nariz, pedazo de guarra, sí, toma, joder….

Mila no pudo evitar un nuevo orgasmo, tan cruel e irracional como el anterior.  Su cuerpo se derrumbó al notar el espeso semen del gigante inundar su cuerpo, y rebosar por su coño y entre sus piernas. Notaba como una vez más se desmayaba, su cuerpo fallaba ante los envites que le volvían a dar, y sentía que perdía el conocimiento, y de nuevo por esa mezcla de placer y humillación que no era capaz de asimilar. Sin embargo, justo cuando sus ojos se cerraban y se abandonaban, algo la sacó de esa ensoñación macabra, e hizo que abriera los ojos como platos.

–          ¡Mila! – Se oyó una voz juvenil desde el jardín. – Hola, Mila. – Volvió a resonar los gritos desde fuera. Álvaro se guardo la polla bajo los pantalones, y se asomó a la ventana.

–          Cerda, ponte las braguitas, y no te limpies. Quiero que lleves el semen en tu coño, y que puedan olerte el que acabas de degustar. – Se sonrió por su ocurrencia, y se asomó al ventanuco del almacén. Una preciosa joven, de una edad similar a Mila, paseaba con unas mallas claritas que le marcaban un culazo de escándalo. Era delgada, vestía una blusa negra bastante escotada, dejando casi a la vista un par de tetas juveniles. Tenía una melena larga y rizada, y unos labios carnosos, muy sensuales. Por sus rasgos, no parecía de por aquí. – ¿Quién es esa preciosidad? – Le dijo a Mila. Ésta terminó de ajustarse las braguitas y los shorts, notando parte del semen correr por entre sus muslos, y apretando sus músculos vaginales para que no saliera más. Se asomó y confirmó sus sospechas.

–          Es Ely. He de salir. – Dijo encarándose a la puerta. Álvaro la detuvo.

–          Un momento, zorra. ¿Quién es Ely? – Preguntó.

–          Es la ahijada de mi Tata, una chica sudamericana que vive con ella desde hace años. Creo que está enamorada de mí desde siempre. – Dijo mirándola por la ventana… y de inmediato se arrepintió. Cerró los ojos, y contuvo las lágrimas. Miró a Álvaro, y este se sonreía, mientras que a Sabonis, que también se había asomado a mirar detrás de ella, le caía la baba. – No, Álvaro. Dejadla en paz. Me tenéis a mí, no le hagáis nada a ella.

–          Jajajaja! – Rió Álvaro. – Sigues sin entender nada, puta. ¡Que eres mía! ¡Que no puedes hacer nada de nada! ¡Que toda tu puta vida me pertenece! – Volvió a mirar por la ventana, y sin dejar de hacerlo le habló. – Y ahora tú me conseguirás a Ely…

Mila! – Seguía sonando risueña la voz de Ely, absolutamente inconsciente de lo que acababa de suceder en el pequeño y sucio almacén de herramientas. – Me ha dicho la Tata que estabas por aquí, con unos hombres que van a reformar la piscina y el porche. – Ely seguía avanzando hacia el almacén, mientras Mila enjugaba sus últimas lágrimas, intentaba esconder la cara de culpa, y limpiaba los últimos restos de semen que quedaban a la vista.

–          ¡Estoy en el almacén! – Grito Mila. – Ya voy. – Continuó.

Se encaminó hacia la puerta pero Álvaro la detuvo. Se puso frente a ella, metió una mano entre sus piernas y recogió con dos dedos un grumo de semen que resbalaba entre sus shorts. Lo llevó a la boca de la muchacha, y ésta no tuvo más remedio que abrir, y chupar. A Mila los dedos le parecieron ásperos, y sucios, como todas y cada una de las veces que ese cerdo hijo de puta los metía. Y una vez más no pudo evitarse sentirse muy puta… y excitada. No obstante no quiso darle más el gustazo de que él lo viera, y de una zancada se acercó a la puerta, intentando poner su mejor sonrisa. Era curioso cómo había cambiado la historia. Se había aprovechado de la inocente Ely toda la vida. Era una chica de su edad, inocente hasta extremos insospechados, fácil de engañar, sencilla de engatusar. Criada en un colegio de monjas, casi recluida, ya que su chacha no se podía ocupar de ella (entre otras cosas porque Mila no la había dejado nunca), apenas tenía picardía. Le había sacado favores, muchas veces valiéndose de que sabía que la pobre muchacha escondía sus sentimientos hacia ella a duras penas, pero en ningún caso lo suficiente como para que Mila no se diera cuenta. Y lejos de compadecerse, se había aprovechado de ello siempre que había querido. Sin embargo, después de lo que le habían hecho esos animales, algo había cambiado en ella. Y ahora… no podía evitar sentir lástima por lo que pudiera pasarle a esa chica. Una chica inocente, posiblemente virgen, tan frágil… en manos de esos bárbaros… Pero ahora no podía pensar en eso. Primero estaba ella, su seguridad, su vida, su futuro, y estaba en esas manos. Así que sonrió, casi de forma forzada, y abrió para recibir a su amiga.

–          ¡Ely! – Le dijo sonriente, y se abalanzó sobre ella para abrazarla. Ely le correspondió de inmediato, abrazándola fuerte… y notando como tantas y tantas veces las enormes tetazas de Mila sobre sus medianos aunque firmes pechos. Aunque estaba muy orgullosa de su cuerpo, delgado y formado, y con el culazo típico de las sudamericanas, envidiaba esas enormes mamas de su amiga. El abrazo se prolongó unos segundos… lo que una vez más, y en contra de los principios de Ely hizo que notara ese cosquilleo en el estómago, y una humedad incipiente en su vagina. Casi de inmediato se apartó, sonriente, pero en el último momento, mientras lo hacía, notó un olor extraño, nada habitual en Mila. Era un olor… masculino, acre, bastante intenso, como a cloro, aunque ella no supo decir exactamente que era. Eso sí, le recordaba a algo.

–          Hola, Mila. – Le dijo mientras se separaba, sin poder controlar del todo el rubor que se apoderaba de sus mejillas. – Tú siempre tan guapa, y tan provocativa. – De nuevo notaba el sonrojo en sus mejillas, aunque hizo un esfuerzo en contenerlo. No pudo evitar mirar sus pezones enhiestos, marcados pese al traje de baño y la camiseta.

–          Cuanto tiempo, Ely. Ven, vamos a por unas cervezas. – Cogió a la joven del brazo, y se la llevó hacia la casa. Giró la cabeza justo para ver salir a Álvaro y a su gigante acompañante del porche, con unos capazos y diversa herramienta en las manos. Ely también se giró, justo para ver como Álvaro miraba su culo sin ningún tipo de pudor.

–          Jo, Mila, ese hombre me acaba de mirar el culo sin cortarse nada. – Le dijo a su amiga, justo al girarse y aferrándose fuerte a su brazo.

–          Sí, Ely. – Dijo ahogando un suspiro. – Son unos cerdos. – Susurró, casi ininteligiblemente.

Al oír sus palabras, Ely no pudo evitar volver a girarse, y ver como al grandullón le caía la baba, literalmente, mientras la miraba de arriba a abajo. Le sonaba de algo ese hombre, tan característico, pero no recordaba tampoco de qué. La primera reacción fue girarse asqueada, y cogerse más fuerte del brazo a Mila. Sin embargo, y casi sin darse cuenta, no pudo evitar marcar aún más sus pasos, sabiendo que su precioso y erguido culo se movería de lado a lado con mayor firmeza, marcando la cadencia en el bamboleo de sus nalgas. Cuando iban a desaparecer por la puerta que daba a la casa se giró a mirar a los hombres, y los dos viejos estaban parados en mitad del porche, mirando con deseo a las chicas. Ely no pudo si no sonreírse. Sabía que no estaba bien, que iba en contra de su educación, pero le gustaba exhibirse. Y si era delante de hombres mayores, aún más. Desde que tenía uso de razón notaba crecer la humedad en su coñito cuando lo hacía. La hacía sentirse deseada de forma primitiva, y eso alimentaba sus fantasías. Se sentía muy puta al hacerlo, muy hembra que despierta sentimientos primarios en los hombres, e imaginaba a esos hombretones cogiéndola del pelo y arrastrándola hasta un arbusto para follarla sin preguntar, como se hacía en épocas remotas. Eso la excitaba de forma brutal, y alguna vez había acabado incluso tocándose con esos pensamientos. Sabía que la masturbación era pecado y por eso apenas lo había hecho, sólo en contadas ocasiones, y siempre confesándose en cuanto le era posible, y más si ese placer venía después de ese tipo de pensamientos.

Por suerte, pensaba Ely, hacía unos meses que había llegado al pueblo Don Antonio, para ocuparse de la parroquia local, de la que ella era una habitual, así como del comedor social que ubicaba en sus aledaños. Desde que lo hizo, ella lo había convertido en su confesor, y él era el encargado de escuchar y absolver todos sus pecados. El antiguo párroco, Don Damián, mucho más joven y estricto, apenas la escuchaba. Tal y como ella crecía, y se convertía en una joven hermosa, él iba haciéndose más lejano, más distante. Cuando ella iba a confesarse, Don Damián la atendía con prisas, con visible nerviosismo. Sin embargo, Don Antonio era distinto. Era un hombre que pasaría los sesenta, orondo, de ojos pequeños y brillantes, y labios finos. Don Antonio la recibía siempre después de misa, primero en el confesionario que había en un lateral de las butacas, y las últimas veces ya en el despacho privado del sacerdote. Don Antonio le había dicho que sus pecados eran graves, y que no podía pagar solo con unos rezos. La primera vez que le hizo pasar a su despacho, le explicó la gravedad de los hechos, y que todo lo que se dijera o se produjera dentro de aquellas paredes era absoluto secreto, y quedaría en la intimidad de ella, él y Dios. Ely había asentido de inmediato. Su párroco era su segundo padre, casi el primero por su condición de huérfana, y su educación la hacían confiar en el emisario del Señor con toda su fe. Él la había sentado en sus rodillas, para oír su confesión. Insistía en que tenía que estar cerca para notar cuáles eran las reacciones de su cuerpo, y actuar sobre ellas de inmediato. Ely le contaba como su piel se erizaba cuando un hombre la miraba con deseo, y Don Antonio pasaba su mano sobre sus brazos, notando como su vello se erguía. Continuaba con su relato contando como sus pezones se endurecían cuando pasaba junto a algún grupo de trabajadores en la calle, y estos le soltaban algún piropo desvergonzado, y Don Antonio pasaba su mano bajo la camiseta de la niña, e introducía una mano bajo el sujetador, hasta comprobar que el relato de la joven era cierto. Él le había confesado muchas veces cuál era el calvario que sufría cada vez que la tocaba, puesto que eso estaba en el linde de las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, e incluso que tenía que retirarse a meditar para limpiar su alma y su cuerpo infectado de deseos inmorales, pero que él era un sacerdote que se debía a su parroquia, y estaba dispuesto a hacer esos sacrificios y los que hiciera falta por sus feligreses. Ella sabía que no le mentía, porque lo veía sudar, y faltarle la respiración. Era un hombre entregado en cuerpo y alma a su fe. Los peores momentos eran cuando ella le confesaba que su coño se humedecía con esas obscenidades, y con sus sueños lujuriosos, y al pobre capellán no le quedaba más remedio que comprobar que era verdad, para poder absolverla. Por cierto, ahora que lo pensaba… el olor que emanaba Mila lo desprendía también el sacerdote la última vez que lo visitó, justo antes de marcharse, tras el trago que pasó el pobre hombre al comprobar fehacientemente durante unos minutos dicha humedad. La verdad, porque era un clérigo y su condición no se lo permitía, si no habría jurado que disfrutaba metiendo dos dedos en su coño intentado limpiar su gruta. Lo que no le había confesado al Padre es que había estado a punto de tener un orgasmo mientras la hurgaba. Al salir, le había prometido que si volvía a tener deseos pecaminosos, y en especial con alguna amiga, se lo diría de inmediato por si tenía que comprobar todos los pecados de ambas, antes de absolverlas.

En eso pensaba cuando se dio cuenta de que Mila la había acercado a la cocina, y había sacado dos alhambras 1925. Era su cerveza preferida, le parecía deliciosa. Al detener sus pensamientos con el primer trago, y al observar a Mila, le pareció que algo no iba bien. Mila tenía la mirada perdida, el maquillaje corrido como si hubiera llorado, y marcas, aunque apenas visibles, en el cuello, en los brazos y también en las piernas. Ely no se lo pensó dos veces, y le preguntó.

–          Mila… ¿Te pasa algo? ¿Hay algo que quieras contarme? – Le dijo mientras se acercaba a ella. Mila meditó la respuesta. No tenía que entregársela ya. No habían puesto esa condición. Decidió ganar tiempo y simplemente informarse de cómo era la vida de su amiga.

–          No, Ely. Tranquila. Todo está bien. – Mintió, e intentó cambiar inmediatamente de tema. – ¿Y tú qué tal? ¿Sigues colaborando en la parroquia? – Continuó con la conversación.

–          Sí, ya sabes que necesito limpiar mis pecados, y esa es una buena fórmula. Ayudo a la gente, mientras me ayudo a mí. – Sonrió. Sin poder evitarlo se santiguó, y volvió a mirar a su amiga. Mila necesitaba saber más, para poder tener todas las cartas.

–          ¿Y sigues sin novio? – Le sonrió pícaramente. – Ya será hora de que le des a ese cuerpazo alguna alegría, moza. – Le dijo forzando una sonrisa.

–          Calla, calla. – Se azoró Ely. – Voy a entregarme virgen en el matrimonio, como manda la ley de Dios. – Dijo sonriente. – El hombre que me quiera tendrá que respetarme, y asegurarme su amor. Cuando así sea, le daré todo mi cuerpo para servirle y amarle como una buena cristiana.

Las palabras resonaban en la cabeza de Mila. Además de que no quería, a ver cómo coño se la iba a entregar a esos animales. Con esas creencias, era imposible que Mila se entregara a ningún hombre sin antes pasar por la vicaría. Eso le produjo tanto una sensación de alivio como de amargura. Por una parte, no sería fácil ni siquiera para ella conseguírsela, por lo tanto salvo que la forzaran a riesgo de ir a la cárcel no veía sencillo que la poseyeran. Sin embargo, con total seguridad ellos le exigirían que pensara en algo para seducirla y entregársela. Aún así, no lo iba a hacer hoy. Estaba deshecha, y necesitaba darse una ducha. Le dio un trago largo a su Alhambra, y se la terminó, eructando al final, y provocando una pequeña carcajada en Ely.

–          Perdón, jajaja! – Dijo entre risas. – Ely, cielo, he de irme. Pero hace tiempo que no charlamos. ¿Nos vemos mañana y tomamos algo?

–          ¡Claro! – Dijo entusiasmada la muchacha. – Estoy en el comedor social hasta 16h más o menos. Si quieres, pasa a por mí, tomamos algo y nos venimos a darnos un baño. – A Mila la última parte no le encantó, pero ya la cambiaría mañana si se daba el caso.

–          Hecho. – Sonrió la preciosa rubia. Aún volvió a descubrir a Ely mirando sus tetas, y volvió a comprobar la mirada de deseo que se apoderaba de su amiga. Ésta cerró los ojos y miró hacia otro lado posiblemente para esquivar la mirada de Mila. Acabó su cerveza y se sonrió.

–          Joder, que buena está. – Ambas rieron, entre otras cosas porque posiblemente tenía un doble sentido, y se encaminaron hacia la puerta. Ely se giró y le dio dos besos a Mila. – Hasta mañana, Mila.

–          Ciao, cariño. – Se despidió la joven. La vio alejarse y no pudo evitar mirar su culo. La verdad es que tenía un culazo de escándalo… y algo le decía que pronto iba a disfrutarlo…

Con ese pensamiento subió a su habitación y se dio una ducha. Intentaba recopilar de nuevo todo lo que le había pasado en los últimos días, y que había cambiado su vida para siempre. Volvió a recordar el sabor amargo de los dedos de Álvaro, su polla orinando en su boca, y el misil de Sabonis partiéndola en dos, y de nuevo se descubrió frotando su coño con la esponja más fuerte de lo debido. Además, al cerrar los ojos se vio comiéndole el coño a Ely mientras a ésta Álvaro le follaba la boca, y Sabonis volvía a tomar su culo hasta abrirla en canal. Ely lloraba en su imagen, mientras se corría en su boca, presa de un duro conflicto interior que ella ya había pasado. Siguió con los ojos cerrados, se olvidó de toda lógica y se frotó lo más duro que pudo hasta que se corrió como una perra, mientras el agua caía sobre sus hombros, llevándose de paso sus lágrimas de desconcierto. Había perdido una parte del control de su cuerpo, de sus emociones, de su placer. Esos hijos de puta habían implantado el caos en su vida, y el desorden reinaba en su mente.

Se vistió con algo ligero, y bajó a la piscina. Sabía que tenía que enfrentarse a ellos, hablar de nuevo, y ver qué querían hacer. Salió al jardín, y Álvaro estaba trasplantando algunas plantas, mientras Sabonis construía algo que parecía un muro con piedras irregulares. Se acercó, miró hacia ambos lados para asegurarse de que no podían oírles, y se sentó junto a ellos. Permaneció callada, como esperando a que se les olvidara el tema de Ely, y dejando que ver por dónde le salían. Fue Álvaro, como siempre, el que tomó la iniciativa.

–          Y bien, ¿Cuándo nos la vamos a poder follar? – Dijo con voz pausada, como si fuera lo más normal del mundo, y dando por hecho que eso iba a pasar.

–          A ver, Álvaro, no es tan sencillo. – Dijo Mila, con una mezcla de excusa y de verdad, por no saber cómo hacerlo. – No se le dice a alguien “Oye mira, esos dos cerdos me tienen grabada, y si no follas con ellos lo difundirán”. – Se los quedó mirando un rato en silencio. – ¿Qué creéis que haría? Pues lo normal es que se fuera para no volver, o que lo contara a alguien que no debe. Es una chica profundamente religiosa, y no traicionará su fe porque yo se lo pida. – Dejó que sus palabras hicieran efecto, y el silencio se prolongó unos segundos, hasta que Álvaro volvió a tomar la palabra.

–          Muy bien, pequeña zorra, pero sigues sin entender algo. – La miró con esos ojos de lobo que le provocaban asco y excitación a partes iguales. – Que me da igual cómo lo hagas. Que la consigas. Ya. En los próximos días. Que busques su punto débil… – Álvaro se quedó un rato pensativo. – Espera, que se me está ocurriendo algo. – Se llevó un dedo a la boca, y el silenció reino unos segundos más. – Su fe. Eso es. Ese es su punto débil. He visto sus ojos. Te desea. – Mila cerró los suyos instintivamente. – Y además creo que a ti tampoco te importaría follártela, puta. – Mila los abrió para mirar enfurecida a su agresor, al cerdo que la estaba martirizando… y al hombre que estaba haciendo explotar todos sus límites del placer. – Eso es lo que vas a hacer. – Continuó. – Sedúcela. Quiero que te la folles. Y preocúpate de grabarla con esto. – Álvaro sacó del bolsillo de su camisa un boli, que al girarlo un poco tenía una lucecita verde que permanecía oculta. – Esto es una grabadora HD, video y audio. Tienes unas dos horas de grabación. Tu padre es generoso y hemos cobrado por adelantado. – Su sonrisa de suficiencia, sus palabras de superioridad… sonaban asquerosas. – Esta noche descargaré nuestro encuentro en el porche y mañana te lo daré vacío, para que puedas utilizarlo. Solo hay que darle doble click aquí. Nada más. Te vas aprovechar de ella, y además quiero que la hagas disfrutar, que se vea bien. Una relación lésbica, además en su caso con amor, destrozará sus principios, y dejará su fe en tus manos. – Se sonrió, malévolamente. – ¡Huy, perdón! Quería decir… en las mías…

Mila estaba encolerizada, mientras notaba sus ojos llenarse de lágrimas. Seguían grabándola, cada vez tenían más material, y lo peor de todo, cada vez estaba más sometida al placer que todo eso le daba. Todo su mundo, sus creencias, sus principios, se tambaleaban hasta caer y hacerse añicos. Y además ahora le proponían que despedazara también la vida de su amiga. Si le hubieran propuesto hacía una semana hacerlo a cambio de salvar su culo, lo habría hecho sin despeinarse, sin el menor de los remordimientos, sin importarle lo más mínimo nadie que no fuera ella. Pero ahora… eso había cambiado. No pudo más que dejar que una lágrima resbalara por su mejilla, hasta que se topó con los dedos ásperos de Álvaro, que la miraba sonriente, sin ningún atisbo de pena ni de arrepentimiento. Era una sonrisa victoriosa.

–          Y una cosa más. Eso no te exime de tener tareas diarias. – Su rostro era la pura imagen de la maldad, y también de la lujuria. – Mientras estemos aquí, vendrás todas las mañanas a preguntar, por si nos apetece que nos saques un biberón, o si queremos soltarte un par de ostias si hemos dormido mal. ¿Está claro? – Mila secó sus lágrimas, apartando la mano de Álvaro, y le miró con odio.

–          Está claro, hijo de la gran puta.

Se giró y no miró atrás. Se fue a su cuarto, se duchó mientras lloraba un rato más, e intentaba no pensar en la excitación interna que sentía cada vez que aquel cabrón sin escrúpulos la tocaba y la humillaba. Mientras se secaba estuvo pensando un rato más, intentando que se le ocurriera una salida airosa del tema, pero seguía en sus manos, incluso cada vez más. Como las últimas veces que lo había hecho, llegó a la conclusión que de momento no tenía nada que hacer. Así que pasó a pensar en cómo y dónde seducir a su amiga. La verdad, no le hubiera importado hacerlo sin estar forzada, hacía tiempo que quería probar con otra chica… y Ely era una chica tremendamente atractiva. Después de meditar un rato, se decidió a simplemente a acercarse a ella, averiguar sus deseos, sus fantasías, y ver qué posibilidades tenía de seducirla. Además, una vez más no podía negar lo caliente que la ponía el tener que hacerlo porque aquellos dos asquerosos individuos la forzaran a ello. Esa lucha interior, entre lo que su cuerpo le mostraba y su cabeza le contradecía, la estaba matando. Durante la tarde estuvo whatsapeando con Ely, que se mostraba muy receptiva, muy cariñosa. Mila, tras un buen rato de conversación y viendo que Ely se abría, le dijo que no sabía a quién acudir, que tenía deseos ocultos, fantasías muy sucias, y que necesitaba desahogarse. Ely se mostró emocionada, y le dijo que ella también, y que le encantaría que se vieran. Mila se sentía segura en su habitación, y ellos no tenían porqué saber que las dos chicas estaban en el cuarto, así que le propuso a Ely que viniera a casa al día siguiente al salir del comedor social, y la joven aceptó.

No fue una noche del todo plácida para Mila. Se despertaba entre sudores, mientras soñaba con lo que Álvaro y su amigo  podrían hacerle a ambas, y ello provocaba que su coño palpitara sin control. Aún así, consiguió amanecer sin masturbarse, se dio una ducha, se vistió con una faldita corta y una blusa y se dispuso a marcharse de casa a hacer unos recados. Cuando estaba a punto de salir, recordó las palabras de Álvaro, y dudó durante unos instantes. Seguramente no se enterarían… o quizá sí, y luego fuera peor. Al final se decidió a pasar al jardín. Los dos hombres estaban atareados, y ya comenzaban a sudar sus camisetas. Al verla, Álvaro se levantó y se dirigió al almacén. Sabonis lo siguió por inercia, y Mila se encaminó hacia allí. Al entrar cerraron la puerta tras ella. Álvaro se acercó. Le levantó la falda para ver el tanga por detrás, y admirar el hermoso culo de la niña. Pasó delante, metió dos dedos bajo la goma del mismo, y desplazó sus dedos ásperos hacia el coñito rasurado de la joven. Ésta no pudo evitar cerrar los ojos, mientras notaba dos grandes manos sobando sus tetas bajo la camiseta, sin ningún tipo de miramiento. Notó otra mano de Álvaro estirando de la goma de su tanga por detrás, y dejándolo a media rodilla, mientras dos dedos entrabas y salían ya de su interior, y su humedad comenzaba a ser evidente. En cuanto Álvaro la notó, sacó sus dedos del coñito de la chica, ahora lubricado, se los metió en la boca, y la obligó a limpiarlos. Cada vez que Mila notaba esos dedazos ásperos y sucios en su boca, le provocaban tanto asco… como excitación. Intentó resistirse, pero Álvaro le cruzó la cara de un sopapo, para de inmediato volver a metérselos. Su resistencia, su fuerza interior cada vez estaba más doblegada, y por si faltara poco, las manazas del grandullón manoseando sus pezones la estaban poniendo a mil. Además, seguía con la falda levantada y notaba sobre los vaqueros el inmenso pollón del animal intentando rozar con su culo. Sabía que se estaba humedeciendo a marchas forzadas, y que si a Álvaro le daba por volver a meterle los dedos lo descubriría, y su humillación sería mucho mayor. Así que solo se le ocurrió chupar los dedos con más ansias, con más dedicación, mirándolo a los ojos como una auténtica guarra. Eso provocó que esta vez tuviera suerte. A Álvaro no le gustaba verla disfrutar. Sacó los dedos de un tirón, la cogió de la muñeca y la empujó hacia la puerta.

–          Vete, zorra. Eres capaz de correrte si te quedas… – Dijo con media sonrisa. Ella se giró entre furiosa por no haberse corrido, y airosa por haberse salido con la suya, aunque se lo ocultó. No le iba a dar ninguna facilidad. Se subió el tanga notando los ojos de los dos hombres en su trasero, y cuando llevó la mano al pomo de la puerta, notó como Álvaro tiraba de ella. – Toma. – Le dio el bolígrafo del día anterior. – Recuerda que lo quiero todo grabado. Tienes iniciativa, lo sé. Pero no te pases de lista, o lo sabré. Ya sabes que tengo recursos… – La soltó y ella salió de inmediato. Esas palabras rebotaron un rato en su cabecita, aunque al salir de casa, las olvidó y se dedicó a sus quehaceres.

La mañana transcurrió tranquila para ambas chicas. Sobre las 16h, y después de recoger todos los peroles y los platos del comedor social, Ely se arregló en el pequeño aseo y se dirigió a casa de Mila. Estaba inusualmente nerviosa. Se sentía atraída por esa chica desde que tenía uso de razón, pero algo había cambiado en ella. La había tratado de forma muy amistosa, cercana… quizá incluso demasiado. No había sido como otras veces, en las que se había mostrado como una arpía. Sin poder remediarlo, Ely comenzó a albergar en su interior un pequeño deseo de ser correspondida por Mila. Sabía que no iría más allá de algún encuentro, porque en cuanto se lo confesará a Don Antonio éste la volvería a llevar hacia el buen camino, limpiándola con sus manos, como hacía siempre, pero su deseo era puro, intenso, fraguado a fuego lento durante años, y hoy tal vez había una posibilidad de que surgiera algo.

Por su parte, Mila también estaba nerviosa. Esta mañana, una vez más, había sentido como su cuerpo la desobedecía y se llevaba un calentón brutal sintiéndose usada por esos dos bárbaros. Encima, no podía negar que una parte de ella se había marchado cabreada porque no hubieran terminado la faena. Y ahora, ella estaba allí, en su habitación, coaccionada por ellos, para seducir a su amiga. Y aunque jamás lo admitiría, y luchaba contra su subconsciente a sabiendas de que llevaba las de perder, le daba un morbo brutal hacerlo en esas circunstancias. En eso pensaba cuando alguien llamó a la puerta de abajo, y oyó a su chacha acercarse a abrir. Oyó a ambas saludarse, y cómo le decía a Ely que ella estaba arriba. También escuchó como subía las escaleras, marcando sus pasos, y cómo los zuecos de tacón resonaban en la estancia. Salió a recibirla a la puerta, e intentó que no se viera que estaba nerviosa.

–          Hola, pequeña. – Le dijo, abrió los brazos para abrazarla, y Ely se fundió en él. Como tantas y tantas veces, Mila notó que se prolongaba, aunque esta vez… no le importó. Notó como sus pezones se endurecían, y se movió disimuladamente para que Ely también los notara. Ely no tardó en darse cuenta. Los enormes globos de su amiga siempre le habían causado fascinación, y acaba de notar como los pezones se le endurecían al abrazarla. Además, con aquella faldita minúscula y la blusa ligera Mila dejaba poco a la imaginación. Mila se separó para comprobar cómo Ely se ruborizaba, y también como sus ojos miraban furtivamente sus enhiestos pitones. Eso le dio seguridad, y cogiéndola de la mano la hizo pasar. – Ven, pasa a mi habitación, voy a por dos cervezas, y ahora subo. – Dejó a la joven allí, y bajó las escaleras en una carrera. En menos de un minuto estaba de vuelta. – Toma, está súper fría. Las he puesto un poco en el congelador. – Sonrió y chocó su botella contra la de su amiga. Ésta le sonrió. – Es que con el calor que hace… – Dijo Mila, al tiempo que cogía su camiseta por abajo y se abanicaba, dejando a la vista su precioso sujetador blanco de encaje. Ely no dejaba de mirar, mientras daba pequeños tragos a la cerveza, sin poder evitar que sus mejillas la delataran. – Pero bueno, sentémonos. – La cogió del brazo y la llevó a la cama. Ambas se sentaron, y Mila con naturalidad, se descalzó, y se sentó cruzando sus piernas sobre la cama, dejando claramente a la vista su tanguita blanco, apenas un trozo de tela que trasparentaba más de lo debido. Ely se sentó de medio lado, con sus piernas dobladas, pero juntas. Aún así, el pantaloncito corto deportivo que utilizaba dejaba una buena parte de nalga al aire, dándole un aire muy sensual a la postura. Mila le había dado bastantes vueltas a cómo hacerlo, pero en realidad, ahora veía que le resultaría bastante fácil. O mucho se equivocaba, o Ely venía predispuesta a que pasara. Se acercó a ella un poco más, hasta que sus pies se rozaron, la cogió de la mano, y le habló despacio, bajando el volumen, creando el clima adecuado. – Ely, tengo que confesarte algo.

–          Yo también. – Se adelantó la joven, lo que hizo que aún se ruborizase más. Miró hacia arriba y encima de la cama había un precioso crucifijo de porcelana blanca, de formas redondeadas y sin respaldo, con lo que únicamente lo formaba el cuerpo de Cristo en cruz, colgado por una alcayata. A Ely le pareció que deslumbraba, y que era una señal de que no hacía nada malo. Allá dónde fuera, Él siempre estaba con ella. Se tranquilizó, y se excusó.  – Perdona, Mila, tú primero.

–          No te preocupes, cielo. Yo también estoy nerviosa. – Alargó una mano para acariciar su mejilla. La miró con dulzura, y con un punto de deseo, y continuó. – En los últimos días he descubierto varias cosas sobre el sexo. He tenido sueños, fantasías, algunas experiencias… que lo han cambiado todo. – Hizo una pausa, y continuó. – Ely, me gusta muy duro. – La miró con ojos encendidos, enseñándole toda su excitación, mostrándole a su amiga lo caliente que estaba. – Y además, he descubierto… que me gustaría probar con otra chica. – Se mordió el labio para que Ely lo viera, y justo después se cubrió un poco la cara con falsa vergüenza.

–          Joder, Mila. – Ely tuvo que hacer un esfuerzo para no santiguarse. – Es exactamente lo que te iba a contar. Si no fuera porque mi fe me ha mantenido firme, ya hubiera probado con alguna otra mujer. – Levantó un poco la mirada, vio el deseo en los ojos de Mila, y la volvió a bajar. – Pero es que en los últimos tiempos no hago más que soñar con chicos que me rodean en el autobús y me meten mano por todos sitios, fantaseo con señores que me arrinconan en el parque y me piden que les saque sus arrugadas y largas pollas, que les vea orinar y que juegue con su pipí; pero es que deseo que los viejos a los que no les gusta lo que les pongo en el comedor me lleven al almacén y me violen… y  me excito tanto… que me cuesta la vida no masturbarme… Es pecado, Mila, lo dice la biblia. – Hablaba como una autómata, aunque hacía rato que sus piernas se movían inquietas, buscando el roce, sintiendo como sus braguitas se mojaban bajo los pantaloncitos de deporte que utilizaba. Había cerrado un momento los ojos, y cuando los abrió vio a Mila muy cerca, casi a su lado, notó su mano en su tobillo, y como subía rozando con las yemas por el lateral de su pierna.

–          Ely… – Los dedos no dejaban de subir, hasta que llegaron al pantalón. Le había dado mil vueltas a ese momento. Sabía que esa declaración la dejaba a los pies de los caballos. Cuando Álvaro viera la grabación sabría que podía follársela cuando quisiera. Ella sabía que hay una diferencia muy grande entre una fantasía, y una realidad. Ella la había sufrido, mucho… pero ahora no podía negar lo evidente, y es que disfrutaba. Si a Ely le pasaba igual… podía acabar como ella, gozando como una zorra. Mila se auto engañaba para poder aprovecharse de Ely como querían sus abusadores, lo que cerraba un círculo vicioso tan repugnante como morboso.  – Quieres besarme desde hace tiempo… y yo a ti. – Mintió. Su mano hizo un pequeño esfuerzo y empujó una de las piernas de su amiga. Ésta se dejó hacer mientras cerraba de nuevo los ojos. Mila se arrimó lentamente, hasta alcanzar con la otra mano a rozar los pezones de su presa sobre la camiseta, comprobando que comenzaban a marcarse cada vez más, al tiempo que la respiración de la muchacha se aceleraba. Rodeó el contorno de los juveniles pechos, y se acercó más todavía, hasta que sus labios casi se rozaron. – Tú no puedes masturbarte porque es pecado. Pues yo lo haré por ti. – Unió sus labios a los de su amiga, e introdujo la lengua en su boca. Ely reaccionó moviendo tímidamente la suya, aunque su respiración la delataba. Mila apartó con sus dedos sin demasiado esfuerzo el pantaloncito, llegando hasta el coñito virgen de su amiga, escondido entre abundante vello. Buscó sus labios mayores, y los masajeó, mientras las lenguas cada vez se encontraban con mayor viveza. Buscó su clítoris, descubrió su capuchón y lo acarició un poco, mientras los jadeos de su amiga eran evidentes. Mila notaba las manos de su amiga moverse inquietas bajo su camiseta, así que desabrochó su sujetador con una mano, y le dejó acceso a sus mamas. Ely subió hasta encontrarlas y con evidente torpeza pero con mucha ansia se puso a sobarlas sin consideración, con un ardor descomunal. Mila la siguió masturbando, mientras las dos se tocaban, curiosas, intentando descubrirse mutuamente los puntos de placer, hasta que Ely, entre jadeos, comenzó a correrse.

–          Joder Mila, me corro. – Suspiró. – Oh, Dios, perdóname, te lo suplico. Perdona  a esta zorra. – Cerraba los ojos con fuerza, mientras suplicaba. – Dios bendito y misericordioso, perdóname, pero me corro, me corro, me corro… – Se puso a temblar, y a jadear, fruto del orgasmo brutal que la arrasaba, incluso hasta acabar mordiendo el labio de Mila, mientras la besaba con rudeza. No podía dejar de mover sus manos alrededor de las hipnotizantes mamas de su amiga. La atracción que sufría por ellas era obsesiva. Cuando estaban juntas, no podía dejar de mirarlas. Sabía que Mila la había descubierto varias veces, pero ella era incapaz de controlar el instinto de tocarlas, el deseo de besarlas. Soltó el labio, sonrió, y miró a su amiga. – Lo siento si te he hecho daño. No he podido contenerme. – No dejaba de magrear las tetas de su amiga mientras hablaba. – Y lo de tus tetas… pufff… es que me ponen un montón. – Reconoció.

–          Lo sé, Ely. Desde siempre. – Le sonrió, mientras no dejaba de acariciar el coñito de su amiga. Poco a poco sus dedos fueron acercándose a su cueva, e hizo la intención de meter uno. Ely se retiró un poco.

–          ¿Qué haces, Mila? – Preguntó un poco asustada.

–          Nada, cielo. – Dijo con voz calmada. – Voy a romper tu himen. Quiero que me entregues tu virginidad. – Le dijo sonriendo. Ely cogió con suavidad la mano de Mila para detenerla, aunque no la apartó.

–           Sabes que me gustaría llegar virgen al matrimonio. – Le respondió.

–          Mira, Ely, la virginidad está completamente sobrevalorada. Sólo has de sentirte a gusto con quien lo hagas. Es una barrera que todos hemos de cruzar, de romper. Es un paso hacia la libertad. – Argumentó. – Además, ¿quién te dice que cualquier día no te coge un tío de esos a los que provocas, queriendo o sin querer, y se la lleva por la fuerza? Si me la entregas a mí, lo harás con alguien a quién deseas… a quien quieres…

–          Mmmmm… – Murmuró Ely. – Eso de por la fuerza suena muy bien. – Bromeó. Sin embargo aquello hizo reaccionar a Mila. Fue como un resorte, como un despertador. Se apartó de ella y se levantó de la cama. Ely la miraba extrañada. – ¿Qué pasa, Mila? ¿He dicho algo que te ha molestado?

–          No digas eso ni en broma, Ely. Nunca. – Caminaba de un lado a otro de la habitación, nerviosa. Sabía que ellos lo escucharían todo, lo estaba grabando. – No pasa nada, lo editaré y borraré esa parte. – Dijo en voz alta. Cuando se dio cuenta, Ely la miraba desconcertada.

–          ¿El qué has de borrar, Mila? – Ely no entendía nada. Su amiga estaba muy nerviosa, y ella no acababa de entender muy bien porqué.

–          Mira, cielo, los hombres que hay en el jardín me tienen pillada por las pelotas. – Confesó. Hablaba atropelladamente, intentando aclarar sus ideas. – Me grabaron fumada, drogada, y abusaron de mí. Pero tienen un montón de material mío, en el que parece que disfrute… y ahora… te querían a ti… – Seguía nerviosa, mientras Ely comenzaba a asustarse. – Pero no lo haré. Me ha gustado hacerlo contigo, no dejaré que te hagan nada…

De repente, la puerta de la habitación se abrió, y Álvaro y Sabonis entraron en ella sin articular palabra. El gigante llevaba un trozo de precinto en la mano, que puso en la boca de Ely sin demasiada complicación. Ésta pataleaba, pero las fuerzas no estaban igualadas. Álvaro se acercó en dos zancadas a Mila, y del guantazo le giró la cara, y la hizo caer de la cama. La cogió de la coleta y la obligó a levantarse, mientras no dejaba de abofetearla. Por su parte, Sabonis había reducido sin demasiada complicación a Ely con precinto, encintando sus manos y sus tobillos a la espalda y atándolos entre sí. La dejó sobre la cama para que pudiera ver bien todo lo que ocurría en la habitación. Álvaro se calmó cuando Sabonis sostuvo por detrás a Mila. Tampoco quería que quedaran marcas en su cara, así que comenzó a dar sonoros tortazos a las tetas de la muchacha, libres de su sujetador. Rompió la blusa, dejando al aire sus enormes tetazas, y comenzó a golpearlas con ambas manos. El bamboleo era hipnótico, al igual que el sonido. Buscó dos clips en la mesa, y los puso en los pezones. Mila lloriqueaba, con lo que el grandullón le llenó la boca metiendo un par de dedos en ella. Con la otra mano no perdía el tiempo, y ya había arrancado el precioso tanga de encaje blanco y metía otros dos dedos en el coño de la niña. Ely miraba la escena horrorizada, mientras las lágrimas resbalaban por su mejilla.

–          Menos mal que se me ocurrió poner un micro, si no esta zorra barata podía haberlo echado todo a perder. – A Ely le pareció una voz horrorosa, salida de ultratumba. En un momento dado, Álvaro se giró hacia Ella, y le habló. – Voy a quitarte el precinto. Si gritas, el video que acabáis de grabar en esta habitación las dos correrá como la espuma entre tus amistades, por tu familia, por tu parroquia. No querrás eso, ¿verdad? – Ely no sabía qué hacer, ni siquiera sabía muy bien de qué hablaba, pero tenía pocas opciones, así que asintió. – Muy bien, pequeña, pero antes quiero enseñarte algo. – Sacó su móvil, y le enseño los grandes éxitos de Mila, el material con la que la tenían sometida. Ely tenía la mirada perdida, e interiormente estaba horrorizada. Álvaro le quitó el precinto, espero unos segundos a que Ely acompasara la respiración, y siguió hablándole muy calmadamente. – Eso está mejor. Mira, seré claro. Tienes las de perder. Vamos a hacer lo que nos venga en gana igual, pero puede doler más… o doler menos. – La pobre chica estaba completamente aaturdida. Miró a Mila, pero esta tenía la cabeza gacha, mientras el grandullón había levantado su faldita y se la follaba por detrás. Ely no había visto como la penetraba, así que no había descubierto el paquete sorpresa del grandullón. Quería ver en ella alguna señal de sufrimiento, pero… más bien al contrario, juraría que ella se estaba corriendo. La voz de Álvaro la sacó de sus pensamientos. – Si no haces lo que te pedimos, Mila irá al infierno, y no solo al de tu Dios. Publicaremos copias de este material, junto con el vuestro que acaba de grabar por todas las redes sociales. Vuestra vida será un caos, será vuestra perdición. – Hizo una pausa, y miró inquisitivamente a Ely. Álvaro sabía cómo dominar los tiempos, además de que contaba con mucha información. Ely cada vez parecía más un conejo asustado, en medio de una carretera, sin saber muy bien qué dirección tomar al ver acercarse las luces. – Pero… si haces lo que te pedimos, si te unes a Mila, a cambio seré muy bueno contigo, y dejaré que tu virginidad se la “entregues” a alguien a quien amas de verdad.

Ely estaba completamente desconcertada, desarbolada, con el corazón a punto de salirse del pecho, y el miedo recorriendo todo su ser. Sin embargo, ver como su amiga no podía evitar gozar bajo el cuerpo de aquel animal, que al tiempo que la follaba de forma salvaje la cogía de las tetas sin ningún tipo de miramiento… hacía que una duda inquieta revoloteara en su cabecita. Ello, sumado a que tampoco podía hacer más, y a que las arrugas de aquel hombre, el brillo de sus ojos, las canas de su pelo… la tenían sugestionada de manera brutal, hizo que asintiera con la cabeza a la proposición casi por inercia, mientras notaba su mirada llena de odio, de deseo, y también de victoria, todo mezclado, todo al mismo tiempo. Se acercó a Mila, miró a su compañero que asintió con la cabeza, y le cogió la cara por la barbilla. La niña acababa de correrse y estaba desmadeja, únicamente sujetada por el trabuco del gigante. Álvaro le dio un par de bofetones, y Mila volvió en sí. La miró, y le habló con voz calmada.

–          Enhorabuena. Vas a follarte a tu amiga. – La cogió del pelo, firme pero sin violencia, y la llevó entre las piernas de la linda muchacha. Ely no pudo más que abrir las piernas y dejarse hacer. Álvaro rompió el precinto de los tobillos, le sacó los pantaloncitos junto con un culote muy fino, dejando a la vista un coño velludo y visiblemente mojado de la anterior corrida. Álvaro se acercó, se bajó los pantalones y puso su polla cerca de la cara de Ely. – Pequeña, hoy vas a hacer tu primera mamada. Seguro que te esfuerzas en que se te de bien. – Metió la mano entre el pelo rizado de la chica, la cogió bien cerca de la nuca, y acercó su miembro a la boca. Ely abrió la boca casi por instinto, mientras notaba el trozo de carne entrando en su interior. Al principio le pareció desagradable, recordó que la estaban forzando, y quiso sentir asco. Pero al instante notó las manos y la lengua de Mila acariciando su coñito, aunque lo hacía por oleadas, provocadas por los empujones que aquel Shrek de carne y hueso le daba a su amiga. Miraba cómo la empotraba con fuerza, lo que le produjo un escalofrío, y abrió el grifo de la excitación. La polla del viejo poco a poco le parecía menos asquerosa, y casi sin darse cuenta el morbo de la situación la fue dominando. La lengua de su amiga, aunque a golpes, comenzaba a hacer su función, lo que la animaba a chupar el mástil de su boca con más ansia que habilidad. – Muy bien, zorrón. Lo estás haciendo estupendamente. – La animaba Álvaro. – Ha llegado la hora de romper tu barrera. – Álvaro miró a Sabonis, que salió del interior de Mila y se apartó un poco de ella. Cuando Ely vio el inmenso pollón del grandullón no pudo evitar abrir muchísimo la boca. Álvaro aprovechó y se la metió hasta el fondo, lo que produjo la primera arcada en ella. – Tranquila, pequeña. Esto es normal. – Ely tosía, mientras la baba le caía por entre los labios y los ojos se le llenaban de lágrimas. Se sacó de la boca la polla de Álvaro un instante y habló con voz entrecortada.

–          Por favor, señor. – Suplicó. – Dime que ese monstruo no se va a llevar mi virginidad. – Dijo señalando el mazo que Sabonis pajeaba frente a ella.

–          No, cielo. He dicho alguien a quién amas. – La miró con maldad. Era perversión pura. Levantó la mirada, encontró la de Sabonis, y le señaló la pared con un gesto. Sabonis miró, y le devolvió la mirada con una sonrisa de oreja a oreja. Álvaro le sonrió y asintió. Sabonis alargó la mano y descolgó el crucifijo. Se lo dio a Mila, y Álvaro le habló con dulzura. – Hazlo con esto. – Susurró, mientras se sonreía satisfecho de su propia depravación. Mila levantó la mirada, con expresión de queja, pero recibió un sonoro bofetón, y las manos de Sabonis, untando de saliva de nuevo su coño y perforándolo de nuevo con su martillo pilón. Álvaro alargó la mano y sacó su móvil, y en unos segundos estaba grabando. – Vamos Mila, es tuya. Lo estás deseando. Hazlo de una puta vez.

Mila era un mar de confusión. No podía negarse pero aquello era la degradación suprema, la obscenidad en estado puro. Se sentía tan asquerosa, tan humillada… y tan excitada… Y lo peor es que Ely de momento tampoco había sufrido demasiado, se estaban comportando con ella. Además, en lo más profundo de su interior… quería hacerlo. Quería tener una cómplice, una amiga, alguien que llevara con ella ese inmenso vaivén de sensaciones, esa violenta mezcla de sentimientos. Así que no se lo pensó mucho, y dirigió los pies del crucifijo hacia el coño de su amiga. Antes, en un arrebato de morbo, de locura, se lo metió en la boca y lo chupó, para que entrara con mayor facilidad. Introdujo un poco en la cueva, mientras Ely se movía inquieta. Le costaba ser dulce y suave, con aquel viejo enorme que parecía haber bajado de de las montañas masacrando su coño a pollazos. Llegó un momento en que encontró resistencia, e imaginó que se trataba del himen. Álvaro también lo vio, y le hizo un gesto a Sabonis. Éste sacó la polla del coño de su presa, y lo dirigió a su culo.

–          Mila. – Le dijo Álvaro. – Desde este instante van a estar destrozando tu culo hasta que consigas que ella se corra, así que déjate de miramientos.

Mila ya notaba el empuje de aquel cerdo intentando violar de nuevo su entrada posterior, y el dolor agudo que ello conllevaba, sobre todo al principio. Parecía que no podía, así que notó como se retiraba, y sintió sus manazas recogiendo flujo de su coño y llevándolo a su esfínter. Sabía que tarde o temprano lo conseguiría, así que intentó relajarse y se centró en Ely. Dio un pequeño empujón sobre el crucifijo y rompió el himen. Notó que la resistencia cedía, y que la sangre brotaba por el coñito de su amiga, bañando la cruz. La escena era tan jodidamente obscena como morbosa… Para Ely aquel pequeño crujido interior fue el fin y el principio. Se sentía cerca de Él, y su amiga estaba siendo todo lo suave que le permitía la situación, así que se sintió libre, dejó que su cuerpo disfrutara, y se relajó. Soltó un quejido, casi por inercia, pero apenas fue notorio. Eso animó a Mila a seguir empujando, hasta que los brazos del Cristo llegaron al monte de Venus. Entonces comenzó un mete saca rítmico, al tiempo que el obús perforaba su culo lentamente, pero sin detenerse. Sentía un inmenso morbazo por la situación, como ya le había pasado otras veces con ellos, pero esta vez aumentado por la pasividad de su amiga, porque acababa de entregarle su virginidad, y porque la estaba perforando con un crucifijo. Un puto crucifijo, joder, a una ferviente católica, religiosa como pocas, creyente, practicante y devota, empujado por su amiga, que a su vez era follada como una furcia por dos animales, vejada y humillada, y a la que el morbo nublaba el pensamiento. Y esta vez no podía echarle la culpa a las drogas, todo era culpa del tótem con el que soñaba, que de nuevo estaba perforando su culo y a punto de conseguirle un nuevo orgasmo descomunal. Intensificó el movimiento con la cruz, al tiempo que Ely apuraba la mamada. La muchacha por su parte no era capaz de gestionar esa mezcla. El asco se unía con el placer, el pecado con el morbo, la desesperación con la excitación, el mal con el bien. El inmenso dolor prometido por la pérdida de la virginidad apenas lo fue, y un placer sordo y continuo lo fue llenando todo. Y ahora notaba como su primer orgasmo vaginal venía, y ya no se iba a detener. Mila lo notó en la tensión de las piernas, así que apretó también sus músculos para ayudar al gigante a que se corriera en una orgía escabrosa y descontrolada. Los orgasmos se fueron sucediendo, uno tras otro. Primero Ely, que apenas pudo emitir un sonido gutural, ya que Álvaro seguía llenándole la boca de polla. Si no la hubiera tenido sujeta por el pelo, se habría derrumbado hacía rato. Sabonis fue el siguiente, blasfemando y llenando el culo de la chica con abundante leche caliente. Al notarlo, Mila sintió que también se iba. Además, veía el flujo de su amiga mezclado con la sangre saliendo a borbotones de su coño, lo que la encendió aún más. Acercó su cara, sacó la lengua y lamió parte de ese flujo, mientras con una mano comenzó a masturbarse con violencia hasta que notó que se corría, apretando más la polla de su culo, y casi perdiendo el conocimiento sobre el coño de su amiga. Como las últimas veces, el descontrol de su placer era tan explosivo como desconcertante. Hizo un esfuerzo, apoyó la cabeza sobre el muslo de su amiga, y se quedó mirándola. El último en correrse fue Álvaro, que llenó la boca de semen de Ely, mientras esta tosía y dejaba caer gran parte.  Todos se dejaron caer sobre la cama. Deshechos. Pero Ely  se sentía particularmente desconcertada. Sentía tanto asco como excitación por lo que acababa de suceder. Pero lo peor era que su fe estaba comenzando a resquebrajarse. No por el hecho en sí, que aunque era muy grave, sabía que siempre había una absolución acorde a cada pecado. El problema es que… acababa de darse cuenta de a qué olía Mila el otro día. Y también a qué olía Don Antonio tras su última confesión. Aquel hijo de puta se había corrido. Sus creencias se estaban deshaciendo como azucarillos. Mila pareció percatarse, y se acercó para abrazarla, y darle un casto beso en los labios, mientras secaba sus lágrimas. Álvaro las miró, y dejó de grabar.

–          Muy bien, chicas. Habéis estado fantásticas. – Miró a Ely, que lo observaba con temor y recelo. – No está mal para la primera vez. – Se sonrió, y se acercó para susurrarle algo al oído, lo suficientemente fuerte para que Mila la oyera. – Y ahora pequeña, vamos a cumplir toooooodos tus sueños, tus fantasías, tus deseos…

No sé qué quiere decir con eso. – Dijo Ely. Se dio cuenta de que no sabía ni el nombre del hombre al que había hecho su primera mamada, y no se atrevía ni a tutearlo. – Con lo que ha pasado aquí es más que suficiente para que los encierren de por vida. – Aunque hacía acopio de fuerzas. Lo cierto es que la voz sonó quebradiza.

–          ¡Jajajaja! – Álvaro soltó una carcajada, a la que se unió otra de Sabonis, mucho más grave y tétrica. – Otra que no se entera. – Apostilló. – No nos da ningún apuro ir a la cárcel, pero si vamos, acuérdate de lo que haremos con todo lo grabado. Correrá como la pólvora, inundará la ciudad, posiblemente la traspase… – Álvaro era un maestro con las palabras, y con los tiempos. Sabía cómo hacer que sus palabras impactaran mucho más. – No podréis ir a ningún sitio. Os reconocerán en cualquier parte…

–          Vale ya. – Intervino Mila. – No diremos nada. Pero esto se tiene que acabar, Álvaro. – Mila intentó ponerse  firme. Razonar con ellos. No fue un acto premeditado. Simplemente… Le surgió de dentro. – Más pronto que tarde te van a pillar. El jardín se va a acabar, y os marcharéis. No tendrás excusa para pedirme que vaya. Y en un par de semanas me marcharé a la casa de vacaciones. Me iré, y Ely se marchará a su país. – Estaba improvisando, pero Álvaro no lo sabía. Ely, posiblemente más porque estaba sumida en sus pensamientos que por cualquier otra cosa, no le dio ninguna importancia, lo que contribuyó a que la mentira colara. – Álvaro, hay que ponerle fin. – Mila lo vio dubitativo, y se sonrió para sus adentros… pero calculó mal las consecuencias.

–          Zorra de tres al cuarto. – La cogió del pelo y la levantó casi a pulso. El dolor fue tan agudo que Mila no pudo contener las lágrimas, que comenzaron a brotar sin control. – Furcia embaucadora. Puta barata. – Le cruzó la cara de dos bofetones, que resonaron en la habitación. – ¡Que me da igual todo, joder! Que puta manía, coño. – Blasfemaba sin parar. – Que no es mi problema. ¡Que ME PERTENECES! – Chillaba, casi como un loco. Se giró hacia Ely, y la señaló con el dedo. – Y ahora ella también. – Se arregló un poco la ropa, y le hizo un gesto al grandullón para que le siguiera. – Vámonos, que la chacha ha dicho que volvía en tres cuartos de hora, y ya ha pasado más de media. Mañana os volveré a tener. A las dos. – Las miraba con furia, con ira, con odio. Se posicionó y se dirigió a Mila. – Luego te enviaré más instrucciones, puta, pero ves pensando en cómo solucionar lo de tus putas vacaciones. No te vas a ir a ningún jodido sitio. – Le escupió con desdén, y desapareció por la puerta escaleras abajo, con su fantoche amigo detrás. Nada más salir, Ely saltó a abrazar a su amiga, y se echó a llorar con ella.

–          Joder, Mila, lo siento. No tenía que haber dicho esas cosas. Quizá ellos se hubieran comportado de otra manera… – Ely gimoteaba, más por el dolor de su amiga que por el suyo propio. Mila se enjugó las lágrimas, se llevo un dedo al oído, y dibujó en sus labios un “Nos oyen” que no sonó más que para ellas dos. Se asomó a la ventana, y vio como los dos hombres recogían sus herramientas que estaban en el jardín, las guardaban en el almacén, y se marchaban de la casa. Mila comenzó a vestirse, y Ely la imitó en silencio. Cuando ambas estaban decentes, Mila entró al baño, cogió unas cremas, agarró de la mano a su amiga, y se la llevó escaleras abajo. Se oía ruido en la cocina, por lo que supuso que su Tata ya estaba en casa. Pasaron en silencio y se encaminaron al garaje. Allí tenían una sala de televisión, y también una biblioteca, con cómodos sillones alrededor de una mesa baja, y con una mesa de billar iluminada por una lámpara redonda en un lateral. Dejó el bolso de Ely en la mesa y la abrazó. Ely rompió a llorar, y Mila no pudo sino acompañarla. Sollozaron un rato en silencio, abrazadas. Lo cierto es que fue un momento mágico. No recordaba haberla sentido nunca tan cerca como en aquel momento. Y en ese instante supo que siempre serían amigas, o tal vez algo más.

–          Siéntate, cielo. Aquí abajo también tenemos una neverita. – Sonrió, y Ely le devolvió la sonrisa. – ¿Una Alhambra? – Ely asintió, mientras se limpiaba sus últimas lágrimas.

–          ¿Qué nos van a hacer? – Preguntó Ely. – Me ha dicho que iba a cumplir mis deseos, mis fantasías… – Temblaba asustada como la niña que era. – Una cosa son los sueños, las fantasías, y otra muy distinta llevarlas a término. – Su cara era un poema. – Estoy muy asustada, Mila. Y para colmo – prosiguió – he descubierto que el Padre de mi Parroquia se aprovecha de mí. Confiaba ciegamente en él, Mila. Creía que las cosas que me hacía eran parte de sus obligaciones con Dios, de su misión como portavoz de la Iglesia. – Negaba con la cabeza, con los ojos vidriosos, y el corazón roto. – Se corrió el último día, hoy lo sé. Cómo he sido tan tonta… – Se llevó las manos a la cara y dejó que sus lágrimas brotaran sin control. Mila se acercó y la abrazó, con las dos cervezas en la mano. Ely, instintivamente, la rodeo con sus brazos, y apoyó la cabeza en el pecho de su amiga. Casi de inmediato, comenzó a sentirse mejor. Su llanto se calmó, las lágrimas se secaron, y cuando levantó la mirada y vio a su amiga, hasta se les escapó una risa.

–          Mis tetas son agua bendita. – Dijo Mila, y Ely soltó una carcajada, para a continuación pasar sus manos por ella, volviendo a comprobar su redondez, su enorme tamaño, lo bien puestas que estaban. Fueron solo unos segundos, hasta que cogió la cerveza de su amiga y le sonrió.

–          Ciertamente. Son increíbles. Maravillosas. – Casi sin darse cuenta las estaba volviendo a mirar embobada, y Mila se dio cuenta. Levantó la cara de su amiga, cogió la mano que le quedaba libre, y la pasó bajo su camiseta, hasta posarla en su vientre. La dejó allí, pero levantó el sujetador por la copa, mientras la miraba, invitándola a tocar por debajo. Ely lo hizo, mientras daba un trago largo a su cerveza, mientras saboreaba ese momento. – Estaría toda la vida tocándolas. – Se escuchó a si misma decirlo, lo hizo sin pensar. Pero es que era cierto. Sentía una atracción brutal por ellas. Mila la miró, le sonrió, y le apartó un poco la mano, con una sonrisa.

–          Luego te dejaré que las toques más, sobona. – Le dijo casi entre burlas. – Pero ahora te necesito… – Su semblante se tornó serio. Cogió un botecito de crema, y se lo dio a su amiga. – Ese hijo de puta me ha desgarrado el ano… otra vez. Aún no había cerrado la herida, y ese monstruo la ha vuelto a abrir…

Mila se esforzaba en que su lado indignado, la parte que sabía que aquello era una salvajada, que la habían forzado como animales, que era un ultraje vejatorio al máximo, se impusiera a esa otra que provocaba pequeñas humedades en su entrepierna solo de nombrarlos, solo de recordarlos, únicamente con la visión de aquel mástil abriendo sus carnes… Desechó esos pensamientos, se desnudó de cintura para abajó, y se apoyó contra un sofá, dejando el culo completamente ofrecido a su amiga. Casi sin darse cuenta, se percató de lo morboso de la posición, más teniendo en cuenta todo lo que había pasado esa tarde. Intentó reprimirse, apartar esos pensamientos… pero no podía. Y cuando notó una de las delicadas manos de Ely posándose en su trasero, y dos dedos de la otra poniendo crema alrededor de su esfínter, no pudo apenas disimular. Se sonrió, el roce le producía cosquillas, lo que solo contribuía a difuminar más el mal momento pasado, y a potenciar lo que había pasado entre ellas, los momentos tan increíbles de placer que habían compartido. Ely  se percató enseguida, porque a los leves escalofríos que producía el roce de sus dedos, los siguió un olor característico a excitación, y unos pequeños rastros brillantes que asomaban por el coñito de su amiga, y que se hacían visibles al moverse ésta.

–          Mila… – Dijo Ely. Dejó la parte posterior de su amiga, y se sentó en el sofá donde esta se apoyaba. La miró fijamente, pasó una mano sobre sus pechos, pero esta vez no se detuvo. Siguió bajando sin dejar de mirarla, hasta llegar a su coñito. Mila cerró los ojos, mientras notaba los dedos maniobrando para entrar en ella. – Quiero comértelo. Tú me lo has hecho a mí, me has hecho disfrutar muchísimo, dos veces, con la mano y con la boca. Quiero devolverte un poco. – Sin esperar respuesta siguió sobando los labios de su amiga, apartándolos, curioseando con los dedos, como había hecho ella con los suyos. Intentaba repetir los movimientos que a ella la habían hecho explotar de placer. Llevó la mano una vez más a las tetas de Mila, y las sobó sobre la ropa. Por su parte, Mila seguía con su cruel debate interior. No podía negar que deseaba que lo hiciera, pero es que acababan de violarlas, ¡joder! Es que deberían estar hechas polvo, llorando, avisando a sus padres, intentando huir de esos animales y de sus humillaciones… Pero lo cierto es que tenía el coño encharcado, y que solo pensaba en seguir explorando placeres, uno tras otro, sin importar el precio, sin pensar en los daños. Otra batalla perdida, una más. Se abandonó, abrió los ojos, y le sonrió.

–          Espera, impaciente. – Se levantó y cerró la puerta con llave. Se quitó la camiseta y el sujetador, y se quedó desnuda frente a su amiga, se sentó en el sillón, abrió bien las piernas, subió los pies a los reposabrazos y le sonrió de nuevo. – Me muero por que lo hagas. – Musitó.

Ely no perdió el tiempo. Se arrodilló, puso una mano en cada muslo, y acercó su cara al coñito de su ahora amante. Olía maravillosamente, como a mar, como a libertad. Olía a deseo, a meta, a destino. Metió la lengua en el interior de su amiga, e inmediatamente las papilas gustativas se le llenaron de sensaciones. El flujo era denso, muy sabroso. Le encantó el sabor. Metió y sacó la lengua, notando como el flujo aumentaba, y como su amiga comenzaba a temblar sobre su cabeza. Estuvo así durante unos segundos, aunque no le hubiera importado que fueran días, con sus manos desplazadas a los monumentales atributos de su amiga, y su boca llena de un coño jugoso. Apenas recordaba cómo había llegado hasta esa entrepierna, ni quería hacerlo tampoco. Solo sabía que era feliz allí, en ese justo instante, independientemente de lo que había pasado y de lo que pasaría después. Notó como Mila se movía inquieta, y como sus pies se tensaban, al tiempo que notaba sus piernas cruzarse tras su espalda. Supo que se corría, aunque los muslos le impedían oír casi nada. Mila apretaba con fuerza, casi ahogándola, pero a Ely le pareció el lugar más cálido del mundo, un paraíso, un idílico lugar en el que quedarse para siempre, oprimida con fuerza por su amiga mientras notaba el flujo embadurnarle la cara. La presión cejó poco a poco, y Mila la ayudó a incorporarse, hasta que la besó. Primero fue tierno, pero poco a poco pasaron a comerse la boca. Mila limpiaba su flujo de la cara de su compañera, mientras oía cómo se le aceleraba la respiración. Siguió haciéndolo, viendo como Ely jadeaba sin control, así que la desvistió despacio, abrazó su cuerpo desnudo, y dejó que el hechizo que tenían en Ely sus mamas hiciera efecto. No había pasado ni un minuto cuando Ely ya besaba y acariciaba las tetas de su amiga, intentando borrar la rosada aureola, jugando a mordisquear el pezón. Mila se acercó, la colocó entre sus piernas, y la sentó en el sofá. Poco a poco sus coños fueron encontrándose, hasta que gracias al roce los dos se abrieron como almejas, y comenzaron a frotarse. Fue una sensación maravillosa, un nuevo descubrimiento. Sus labios encajaban como en el mejor de los besos, provocando tantas sensaciones nuevas que ambas eran incapaces de controlarlas. Pese a que apenas hacía unos minutos que se habían corrido, el calor se apoderaba de sus cuerpos de nuevo, su coñitos comenzaba a rezumar flujo, y el sonido del roce era más que evidente, llenando la habitación de ruido de sexo, de silencios de pasión. Esos silencios se rompieron cuando Ely comenzó a correrse, frotando con fuerza inusitada el coño de su amiga, y arañando sus tetas, que al notar el empuje no pudo evitar el subidón, y se vino con ella, cerrando un maravilloso círculo vicioso. Cayeron rendidas, una sobre la otra, sonriendo como tontas, jadeando como posesas, felices como amantes.

Perdieron la noción del tiempo, y también del espacio. Estuvieron desnudas en el sofá más de una hora, recordando todo lo que había pasado. Mila le contó con todo lujo de detalles lo que había pasado en esos días anteriores, en cómo la habían utilizado, en cómo no podía evitar disfrutar de ello. Le contó cómo engañó a su padre, a su chacha, en cómo se masturbaba solo de imaginarse dominada y humillada por esos hombres mucho mayores que ella, y con un comportamiento asqueroso. Le narró cómo estaba absolutamente subyugaba al enorme falo del gigante, a su sabor, a su dolor, a su voluntad. Le contó como eso le estaba destrozando la vida por el deseo y el asco que le provocaba, todo a la vez.

La tarde tocaba a su fin, y Mila y Ely había estrechado su amistad con lazos imborrables, sellados con placer y dolor. Cuando casi habían olvidado las vejaciones a las que las sometían los vagabundos, un mensaje sonó en el móvil de Mila. Al otro lado del teléfono, Álvaro dibujaba una sonrisa malévola en su cara. Tenía decidido que ésta sería la última vez que se aprovechaba de Mila, y posiblemente también de Ely, y quería hacerlo a lo grande. La emoción de martirizarla, de humillarla, de someterla, casi se había esfumado. Mila en ese sentido había salido un poco rana, ya que cada vez disfrutaba más de las cosas que le hacían. Y tampoco podía ir mucho más allá, por el riesgo que ello suponía. Lo que le dijo el primer día de la cárcel era cierto, entonces no le importaba. Pero ahora… ahora se habían acostumbrado a la libertad, a tener dinero, a concederse algunos caprichos, y no sería tan fácil apartarlos u olvidarlos. Había decidido usarlas una vez más, y desaparecer, con cuanto mayor botín mejor, y empezar en cualquier otra ciudad. Mila leyó y releyó un par de veces el mensaje. Era sencillo, misterioso, obsceno, y muy claro. “Mañana a las 10:30 coged el bus que os lleva al Parque Oeste. Debéis coger ese, y no otro. Llevad ropa ligera, muy corta, muy provocativa. Os arrepentiréis si no me gusta cuando os vea. Pase lo que pase, no hagáis nada, no montéis ningún escándalo, y os bajáis en el parque. Allí tendréis más instrucciones.” No se dio cuenta de que la mano le temblaba hasta que sintió la de su amiga sobre la suya. Joder, que mal. Ely la abrazó.

–          Tranquila, pequeña. – Le dijo cariñosa. – Juntas saldremos de ésta. – Mila la abrazó, y dejó que las lágrimas cayeran libres por sus mejillas. Sin mediar palabra, cogió a Ely de la mano, y la encaminó a la puerta de salida. Allí, sin mirar si alguien podía verlas, le dio un casto pero grueso beso en los labios, y la dejó ir.

La tarde transcurrió sin sorpresas, y después de cenar, Mila se retiró a dormir sobre las 11 de la noche. Revisó el Twitter, repartió algunos fav, pero no estaba para muchas bromas. A saber lo que le esperaba al día siguiente. No obstante, estaba cansada de todo el día, las emociones, las sesiones de sexo… y se echó a dormir. Aún no había silenciado el móvil, cuando sonó el WhatsApp. Cogió el móvil y se sobrecogió. Era Álvaro. “En el mueble de la entrada tienes el boli, con la pequeña cámara espía. Cógelo, y quiero que grabes todo lo que pase desde que salgas de casa con Ely hasta que yo te vea, momento en el que me lo entregarás.” Un pequeño temblor le recorrió todo el cuerpo, que la despejó casi de golpe. No pudo reprimirse, y le contestó plena de rabia. “¿Qué coño vas a hacerle? ¿Ella qué te ha hecho? Déjala en paz, hijo de puta.” Le dio a enviar, aunque se arrepintió casi de inmediato. La pantalla se llenó de carcajadas. Álvaro era un cabrón, y no se dejaba engatusar fácilmente. Tras las carcajadas, llegó un segundo mensaje, “Haz lo que te digo. Punto. Los dos sabemos que eres tan sumamente cerda como para disfrutar de esto, así que no lo eches a perder, o ella sufrirá y mucho, puta de mierda. Ah! Y ahora además no te correrás hasta que a mí me salga de la polla. Por zorra.” Y se desconectó. Mila pensó en seguir escribiéndole, provocándole, pensó en ofrecerse y que la dejara en paz… Ella estaba allí por su culpa. Era capaz de asumirla, incluso estaba demostrado que podía hasta obtener placer de ese castigo. Pero no quería que ella sufriera… Con ese pensamiento casi puro, desde luego mucho más humano y más bondadoso de lo que Mila había sido jamás, ésta se dejó ir y el sueño la venció. No fue una noche apacible, pero al menos consiguió descansar.

En otra parte de la ciudad, Ely sufría para conciliar el sueño. Llevaba horas visitando webs porno, intentado recuperar el tiempo perdido, pensando que así podría entender lo que hacían esos hombres, y también su propia reacción. Cuando se cansó de masturbarse con todo tipo de vídeos, especialmente aquellos en los que las chicas eran forzadas, y cuanto más violentamente, más se excitaba, había cerrado los ojos e intentaba descansar. Pero habían sido demasiadas emociones. Y demasiado intensas. Toda una vida marcada por unos principios, por el amor a una religión, se había hecho añicos, y no solo eso, sino que se había dejado llevar por sus deseos más oscuros hasta disfrutar como una perra cuando se habían hecho realidad. Era innegable que, al igual que le había sucedido a su amiga, había disfrutado en parte de la agresión, y lo había hecho mucho en todo lo que tenía que ver con su niña. Su adicción a las tetas de su amiga era casi preocupante. El solo recuerdo de tenerlas en sus manos hacía que su coñito se humedeciera, pese a todo lo sucedido. En ese instante supo que estaría con ella pasara lo que pasara, y que no la iba a abandonar. Con ese pensamiento cerró los ojos, y se durmió.

La mañana amaneció calurosa, con el sol asomando por las rendijas de la persiana. Mila se movió inquieta, y un rayo de luz le hizo poner una mueca. Se levantó somnolienta, se miró en el baño, se lavó un poco y se volvió a la cama. Su móvil permanecía mudo, con la lucecita verde de la batería cargada y preparada. Aquella luz le hizo sonreír. Le recordó al verde esperanza, y extrañamente se relajó, y tras unos minutos de pereza bajó a desayunar con una sonrisa, olvidando momentáneamente lo que le esperaba.

Esa relajación duró hasta que abrió la puerta de casa, para dirigirse a la parada del bus, con la minúscula cámara por fuera en su bolsito, grabando todo lo que sucedía desde ese momento. Llevaba unos micro-shorts de deporte, que además de enseñar una buena porción de nalga de por sí, al andar dejaban bien poco a la imaginación. Arriba se había puesto una camiseta ancha, recortada a tijera en pico en el escote, que apenas cubría sus preciosas tetas, y que le daba un aspecto muy joven y desinhibido. La verdad es que Mila iba realmente atractiva. Tal y como se acercaba a la parada, sus nervios aumentaban. No sabían a qué se enfrentaban, qué les esperaba en ese bus, o en esa parada. Era la primera vez que Álvaro se atrevía a planear algo fuera de casa desde que la violaron en el callejón. La escena volvió a su mente, y parecía lejana, como de otro tiempo, pese a que apenas hacía unos días que había sucedido. Siguió caminando mientras pensaba en cuánto había cambiado su vida en esos pocos días. Al girar la esquina vio a Ely, esperándola en la parada. Estaba espectacular. Se había puesto una falda corta, cortísima mejor, con algunos pliegues que hacían que se quedara ligeramente levantada, en un tono mostaza muy llamativo. Llevaba una blusa blanca casi transparente, que dejaba a la vista un bonito top blanco. El conjunto se redondeaba con un pequeño bolso y unos zapatos de plataforma a juego con la hermosa faldita. Ely le daba la espalda, y cuando se giró lo hizo de golpe, haciendo que la faldita se elevara unos centímetros con el vuelo, y dejando su precioso culito al aire, apenas tapado con un tanguita blanco. Mila casi se estremeció. Se la iban a follar hasta destrozarla.

–          Hola, preciosa. – Le dijo, acercándose a darle dos besos. – Estás increíble. De verdad. – Mila no sabía si reñirla, si compadecerse, si recordarle lo que podía pasar… como si Ely no lo supiera. Así que dejó que la conversación fluyera.

–          Tú también estás monísima. – Le dijo sonriente. Se la notaba nerviosa, pero sin duda también excitada. Se acercó a Mila y la abrazó. Como siempre, Ely notó ese escalofrío que producía en su piel el contacto con los pechos de su amiga, pero eso la relajó, le dio cercanía, tranquilidad. – Dime que no nos va a pasar nada. – Le dijo en un susurro. – Miénteme, Mila. Por favor. – Mila notó que sus ojos se llenaban de lágrimas, e hizo un sobreesfuerzo para controlarlos.

–          No lo sé, cielo. No quiero mentirte. – Hizo acopio de fuerzas, y se preparó a soltar el discurso que había preparado por la noche. – Ely, siento con toda mi alma haberte metido en esto. No era mi intención. Pero ahora no tenemos escapatoria. No sé que nos han preparado esos hijos de puta, pero seguramente hoy acabemos violadas, folladas y ultrajadas como no has sido capaz siquiera de imaginar jamás. Prepárate para lo peor. Eso con lo que has fantaseado y temido a partes iguales, pues algunas de esas cosas quizá hoy se cumplan. – Hizo una pausa, se separó de Ely, la miró a los ojos, y continuó. – Incluso puede que sea peor. Pero ahora mismo no tengo otra opción. – Volvió a parar, y perdió la mirada unos segundos. Cuando volvió a mirar a su amiga, sus ojos estaban llenos de ira. – Eso sí, te juro que acabaré con esto. Juntas lo haremos. – Ely también notó como se le llenaban los ojos de lágrimas y abrazó fuerte a su amiga. Esta vez el latigazo fue menor, apagado un poco por la ternura de la situación. Se separaron y se sonrieron justo en el momento en que el autobús aparecía por el fondo de la calle. – Vamos allá. – La cogió de la mano, y se dispuso a afrontar lo que fuera que hubiera en ese autobús.

Las puertas se abrieron. Las chicas subieron, pagaron su billete y caminaron hacia atrás. El autobús estaba prácticamente vacío, así que enseguida descubrieron en el centro del autobús la enorme figura de Sabonis. Se acercaron a él, y éste cogió a Ely de la mano y la dirigió hacia el final del bus, dejando a Mila en el centro. La soltó, y ésta por inercia se encaminó hasta el final, donde había un pequeño espacio para que la gente se preparara para bajar. Allí, cinco o seis chicos parecían esperar de pie su parada. Sabonis se puso junto a Mila, justo a la altura del espejo por el que el conductor veía la parte trasera del bus, e impidiendo dicha visión gracias a su envergadura. Miró a Mila y dibujó en su boca un “Graba” en los labios que hizo estremecer a la muchacha. En cuanto el autobús reanudó su marcha, dos de los chicos se acercaron a Ely, que con una mano se sujetaba de la barra, y con la otra cogía su bolso. Esos chicos eran muy jóvenes, tal vez menores incluso. El primero de ellos no se lo pensó, y pasó la mano bajo la falda, buscando el precioso trasero de la chica. Ésta no pudo evitar que su vello se erizase, al notar la mano fría del muchacho sobre su nalga. El otro muchacho se acercó por delante, y comenzó a sobarle las tetas sobre la fina tela de la blusa. No hubo oposición, tal y como se le había ordenado. Eso dio pie a que otros dos de los chicos se acercaran, y mientras uno ayudaba en el repaso de la delantera de la muchacha, el otro comenzó a lamerle el cuello, la cara y parte del lóbulo de la oreja. Ely cerró los ojos, intentando evadirse de la situación, y evitando asumir que se estaba poniendo muy perra en esa situación. Mila por su parte la observaba con detenimiento, luchando por enésima vez contra sus emociones, debatiéndose entre obedecer a la vocecilla de su cabeza o disfrutar de la humedad de su coño. Sabonis parecía querer tomar parte, y casi con disimulo pasó una mano bajo la camiseta hasta llegar al sujetador que oprimía las maravillas de la naturaleza de la niña. Mila notaba la mano rugosa de su tirano buscar bajo la copa del sostén, hasta poder llegar a sus enhiestos pezones. Los dedos  ásperos de su captor la ponían muy burra, y ya no era por la novedad, lo que aun lo hacía más preocupante. Mila deseaba esas manos, anhelaba que la tocaran, estaba obnubilada con el mástil de aquel robusto anciano… Y el cabrón, pese a su aspecto de cabeza hueca, hacía días que se había dado cuenta.

Las paradas se sucedían, aunque nadie se subía en ellas. Ely estaba completamente rodeada por los chicos, y notaba manos por todos sitios. El que lamía su cara hacía rato que había metido dos dedos en su boca, que ella chupaba sin descanso. El último en incorporarse había sido el más directo, y apartando el tanga de su coñito, había metido dos dedos dentro. Notaba el sonido de la humedad, el olor del deseo, y no era capaz de contenerlo. Cuatro o cinco pares de manos entraban por sus agujeros, sobaban sus atributos, y ella solo podía evitar jadear en voz alta, dejando toda su excitación en los fluidos que emanaban de su ardiente coño.

De repente Sabonis solicitó la parada, sacando bruscamente la mano que sobaba la teta de Mila, y los chicos que rodeaban y palpaban a Ely la soltaron como si no hubieran cambiado una sola mirada con ella en todo el viaje. Ely, a punto de correrse, se arregló el tanga y la blusa como pudo, tan desconcertada como aliviada, tan frustrada como liberada, y se dispuso a bajar en la parada. Sabonis cogió a Mila de la mano, miró a Ely y le hizo un gesto para que bajara del autobús. Los chicos lo hicieron delante de ella, y desaparecieron. Sabonis soltó a la muchacha, y se encaminó calle abajo, mirando de vez en cuando para comprobar que las chicas le seguían.

Era una calle sin salida, que terminaba en un parque, a los lindes de la ciudad. A la derecha había unos jardines para pasear, con unos setos bien recortados. En frente había cuatro o cinco pistas de petanca, con una decena de ancianos jugando a las bolas. A la izquierda, un campo de naranjos ocupaba hasta que se perdía la vista. Sabonis se giró hacia Mila y le sonrió casi con maldad, sin dejar de caminar.  Atravesó las pistas sin mirar a ningún lado, y se adentró hasta la segunda fila de naranjos. Por suerte para las chicas, el terreno estaba duro, así que las plataformas sobre las que caminaban no fueron impedimento para entrar. Cuando apenas se podían ver las pistas entre los árboles, se detuvo. Se giró hacia Mila, la enganchó del pelo y la obligó a arrodillarse. Mila supo lo que debía hacer, y sin que le dijera nada más se puso a rebuscar en la bragueta del gigante. No sin esfuerzo consiguió sacar el enorme espolón del hombretón, y enseguida notó el fuerte olor que siempre desprendía. Se había acostumbrado a él, sabía que sólo era una prueba más de lo zorra que podía ser, de lo sometida que la tenía aquel mástil con el que soñaba. El fuerte hedor solo la hacía ponerse aún más perra, con más ganas de polla. Antes de que se le hiciera la boca agua, se metió la punta e intentó sobrepasar el glande, que era casi todo lo que podía hacer con la boca. Como aún no estaba completamente enhiesta, consiguió metérsela casi hasta la mitad, aguantando a duras penas las arcadas. Lamía, chupaba, se esforzaba en ponerla dura, y notaba que poco a poco lo conseguía, lo que interiormente la hacía sonreír.

Por su parte, Ely miraba la escena desde corta distancia. Veía a su amiga esforzándose en complacer a aquel cabrón que las forzaba, y se daba cuenta de que disfrutaba, de que no podía esconder sus ganas. Dudaba entre ponerse a su lado, o incluso tocarla a ella, cuando un par de viejos aparecieron entre las ramas. Miraron a Sabonis y este les indicó con la cabeza a Ely. Ésta no supo cómo reaccionar, y los miró con temor, pero más bien parecían dos abuelos adorables, con lo que casi sin quererlo se relajó. Se acercaron a ella, y le pusieron la mano en la cintura, casi inocentemente. Ely miraba a Sabonis, que acompañaba con la mano en la nuca a Mila para que continuara. Se giró, la miró, le sonrió, y asintió a los dos abueletes, como dándoles permiso. Las manos bajaron y pasaron bajo la faldita, mientras que con la otra le cogían la mano a Ely y la llevaban a su entrepierna. Ely supo qué debía hacer, así que con una mano en cada bragueta, se las apañó con habilidad para sacar dos pollas flácidas, con demasiados años a cuestas, y que comenzó a sobar y a acariciar. Notaba los dedos ansiosos de los hombres intentando apartar la tela de su tanga, buscando entrar en ella. Dejó que siguieran intentándolo, le daba mucho morbo dejarse sobar en medio del campo. Su trabajo manual poco a poco daba su fruto, y las arrugadas pollas tenían algo más de consistencia. Sin previo aviso, una de ellas comenzó a orinar. Ely se sorprendió de primeras, pero no pudo evitar excitarse. La sujetó, mientras pajeaba lentamente la otra, mirando hipnóticamente como el líquido dorado salía de su extremo. De pronto la otra polla que ahora pajeaba comenzó también a orinar, manchándole la mano, lo que hizo que la muchacha notara el líquido caliente correr entre sus dedos. Un escalofrío la recorrió, y la humedad de su coño, que se había detenido un poco desde el autobús, volvió a hacer aparición. Estaba absorta viendo esas pollas orinando, con lo que no pudo ver a los otros tres mayores que se acercaban por detrás de ella. Uno la cogió directamente de las tetas, mientras notaba como acercaba la entrepierna a su culo. Los otros dos esperaban su turno, y cuando se giró a verlos vio que ya traían sus herramientas fuera, y que se masturbaban lentamente. Cuando terminaron de orinar, los dos hombres a los que había tenido en sus manos se marcharon sin mirar atrás, y los dos que esperaban ocuparon su sitio. Estos parecían tener algo más de herramienta, o quizá es que ya llevaban algo más de rato tocándose. Apenas las tuvo entre las manos comenzaron a miccionar, con un chorro grueso y potente. Ely las miraba confundida, descubriendo sensaciones que no conocía, notando la excitación crecer en su interior. A ello ayudaba el viejo que tenía detrás, que había levantado la falda, bajado el tanga hasta las rodillas, y la masturbaba con cierta habilidad mientras la rozaba con su paquete. Ely, con la excitación, pajeó un poco las dos pollas que tenía en las manos, y sus manos se volvieron a llenar de orín, aumentando una vez más su desorbitado calor interior. Iba a correrse en esa degradante escena en cualquier momento, siendo utilizada por un grupo de viejos, mientras el que parecía el increíble Hulk estaba a punto de desencajar la mandíbula de su amiga a pollazos, y viendo como a su amiga las lágrimas le resbalaban por el esfuerzo por sus mejillas. Se dio cuenta en ese preciso instante de que se hubiera cambiado por ella, si así amortiguaba su sufrimiento. Sentía algo muy profundo por aquella chica. Y estaba muy caliente, viendo a su amiga tocarse casi sin disimulo mientras le follaban la boca, sin poder esconder su placer. El hombre que la tocaba metió dos dedos en su coño y ella empezó a temblar, a punto de correrse. Sabonis se percató, y le hizo un gesto al hombre para que parara, dejando una vez más a Ely al borde del abismo. Salió de detrás, se puso a su lado y le cogió la mano para que la sujetara, justo cuando comenzaba a orinar. Ely estaba un poco frustrada, pero aún así obedeció, y masturbó levemente al anciano, lo suficiente para que el calor del líquido recorriera su mano una vez más. Cuando terminó, se guardó la polla y desapareció entre los árboles. Sabonis empujaba con saña en la boca de Mila. Le hizo un gesto a Ely para que se acercara, y al llegar a su altura la obligó también a arrodillarse. Sacó el tronco de la boca de Mila y lo hundió de una estacada en la de Ely. Ésta sintió que sus labios explotaban, que le faltaba el aire, que su boca estaba más llena de lo que había estado jamás. La sensación de ahogo era brutal, pero no pudo evitar que la tensión sexual aumentara aún más, provocándole escalofríos en el coñito. Mila le miraba casi con cara de pena, y Sabonis al descubrirla, se dedicó a abofetearla. El pollón entraba y salía de su boca, al tiempo que los guantazos se sucedían en la cara de su amiga. Supo que no se detendría hasta correrse, así que se esforzó ayudándose de la mano. Mila, intentando escapar de los golpes, acercó su boca al tronco y se puso a lamer bajo las pelotas, donde el olor aún era más rancio. Se esforzaron al máximo, y al cabo de un par de minutos el hombretón comenzó a temblar, a soltar palabrotas, a insultarlas, hasta que la boca de Ely comenzó a llenarse de leche espesa y caliente. Siguió masturbando con la boca abierta, mientras Mila recogía lo que le caía por la comisura de los labios. Le quitó la polla casi con avaricia y siguió pajeándola frente a su boca, extrayendo hasta la última gota de semen, dejando seco al propietario de su tótem. Se giró hacia Ely y la besó, saboreando los últimos grumos de esperma en la boca caliente de su amiga. Si le hubieran pellizcado los pezones se habría corrido como una perra, derritiéndose allí mismo, pero Álvaro se lo había prohibido, y si Sabonis no había dejado tampoco a Ely hacerlo era por algo. Así que ni lo intentó.

–          Como os gusta, zorras de mierda. – Les habló por primera vez, con su voz ronca y gruesa. – Sois todas unas putas baratas. A todas os gusta lo mismo. – Las palabras resonaron en la cabeza de Mila, a la que la excitación le bajó de golpe. Las violaba, las humillaba, y ahora las vejaba y las menospreciaba. La ira fue llevándose todo el morbo, y ocupando todo el consentimiento a lo que estaban haciendo. Sin previo aviso, se levantó y le soltó un bofetón a Sabonis. Este no pudo menos que sonreírse. Cuando fue a lanzarle otro, éste le cazó la mano al vuelo, y se la retorció, causándole un agudo pinchazo de dolor. – Quieta, gatita. Era mucho mejor para ti cuando disfrutabas. No lo estropees.

No esperó respuesta. Estiró de la mano de la muchacha, y Ely apenas pudo arreglarse de nuevo la falda y el tanga, y seguirlos entre las ramas. Atravesaron las pistas mientras miraban en sus cuerpos las miradas de los viejos. Un silencio estruendoso, con el ambiente viciado por la peste a sexo, a lujuria, a deseos insanos y primitivos, lo llenaba todo, creando un microclima alrededor de las chicas. Si no hubiera sido por el respeto que imponía el gigante, posiblemente se habrían abalanzado sobre ellas. Avanzaron hasta desaparecer por la calle y encaminarse de nuevo al autobús.

No cambiaron ni una sola palabra. Subieron, pagaron, y se bajaron cuando él hizo intención. Conocían aquella parada, sobre todo Ely. Era la parada donde estaba el comedor social en el que colaboraba. Un escalofrío la recorrió, mientras seguía a su amiga y al gigante. A aquellas horas el comedor estaría cerrado, o al menos vacío, ya que entre los desayunos y las comidas no había nadie. Al girar la esquina vieron que efectivamente estaba cerrado. Sabonis se acercó, y llamó a la puerta. Ésta se abrió, y los tres pasaron dentro. El comedor estaba oscuro, y solo estaba iluminada la cocina que había al fondo. Se encaminaron hacia allí, sintiendo tras ellas los pasos de la persona que les había abierto. Mila no pudo contenerse y se giró. La sonrisa malévola de Álvaro la esperaba.

–          Hola, putita. – Le susurró. – ¿Sabes a costa de quién nos los vamos a pasar genial? – Le empujó para que siguiera caminando. Cuando se acercaron a la cocina oyeron murmullos del interior, provenientes de la puerta que daba al almacén. Cuando entraron un grupo de hombres mayores las esperaba. Pero esos no eran vagabundos. Vestían bien, olían bien, y tenían buen aspecto pese a que todos rondarían los 60, si no los habían pasado. – Bien. – Álvaro alzó la voz. – Todos sabéis a qué habéis venido. Sabéis las normas. Son sencillas. Disfrutad.

Y dicho esto, Sabonis se retiró, y salió del almacén. Oyeron como cerraba con llave la puerta de entrada, y notaron la mirada de los hombres en su piel. Álvaro hizo de anfitrión, y cogiendo a ambas muchachas del pelo las obligó a arrodillarse. Los hombres fueron acercándose, frotando sus pollas sobre el pantalón. Las chicas no ofrecieron resistencia. Álvaro comenzó a quitarles las blusas, para después desabrocharles los sujetadores. Se oían susurros, y palabras de admiración sobre la belleza de las chicas, palabras soeces sobre el tamaño de las tetas de Mila. De la ira que la había inundado en el campo poco quedaba. Una vez más, la sensación de sentirse usada, el deseo que los hombres mayores le provocaban, la lujuria que desbordaban las miradas de esos extraños la hipnotizaban, la dejaban indefensa, la hacían sentirse muy puta e inundaban su coño sin remedio. Y Álvaro lo sabía. El único pero es que a Álvaro le ponía humillarla. Se excitaba viéndola padecer, sufrir, lloriquear, pedir clemencia, y sin embargo Mila cada vez tenía menos esos sentimientos, y a cada nueva prueba parecía disfrutar más. Solo a ratos, con la inclusión de su amiga en los juegos, había hecho que Álvaro viera por momentos la mirada de asco e ira que le ponía tan burro. Someter esa mirada, borrársela de la cara a guantazos es lo que hacía que se le pusiera como un misil tierra-aire.

El caso es que ahora mismo la tenía bien dura, porque además les había dicho a todos que una de las chicas era prácticamente virgen, y que tras él, todos podrían follársela. Sobaba las tetas de Ely por detrás, le pellizcaba los pezones, mientras ella se afanaba en chupar una polla que tenía en la boca, y masturbaba dos que se habían acercado. Le estiraba duro de los pezones, y sentía como ella temblaba. No tenía ganas de esperar, así, que la tiró un poco hacia delante, lo que la obligo a soltarlas pollas de las manos para apoyarse, se bajó los pantalones un poco, sacó su enardecido sable, lo encaró hacia el coñito de Ely, y empujó. Estaba muy cerrado, como correspondía. El escalofrío de placer fue casi inmediato. Ely abría la boca para respirar, pero al que se la penetraba le importaba poco. Le follaba la boca sin compasión, llegando hasta la garganta de la chica. Cuando Ely tosía, él la abofeteaba, para después recoger sus babas con los dedos, y dárselos de nuevo para que ella los chupara. De los dos de la mano, uno había vuelto, le estiraba del pelo, lo que hacía que no tuviera que apoyarse con la mano, a costa de un dolor sordo y constante, y le guiaba la mano libre para que lo masturbara. El otro se había situado cerca de su boca, para intentar metérsela en cuanto pudiera. Pero a Álvaro le importaban bien poco los demás. Él buscaba su placer, y se follaba a la muchacha a su ritmo, acompasando las envestidas con azotes que comenzaban a enrojecer su trasero. Escupió sobre el ano y le introdujo un dedo. Ely se tensó de forma violenta. Ese agujero hasta el día de hoy sólo había sido de salida. Álvaro se sonrió con la reacción y la azotó casi con violencia. Aquello pintaba mal para la joven.

Por su parte Mila ya era brutalmente follada por un tío que no se había quitado ni los pantalones. Sin preguntar, la había levantado del pelo, la había llevado contra una mesa, le había soltado dos guantazos obligándola a sentarse y después a tumbarse, y la había penetrado sin cruzar palabra.  La cabeza le colgaba por el otro lado de la tabla, y allí había otro hombre llenándole la boca de carne. Había visto esa escena mil veces en gifs en twitter, y en escenas hardcore en vídeo, pero en directo no era tan atractivo. Aquel anciano tenía una polla larga y dura, que le causaba unas arcadas enormes, traducidas en montones de saliva que escupía cuando tosía. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, corriendo el rímel y dando ese aspecto de puta forzada que tanto ponía a muchos hombres… y algunas mujeres. Como a ella, por ejemplo. El que se la follaba le daba unos tortazos tremendos en las tetas. Las estaba dejando amoratadas. No podía sujetárselas, pues tenía una polla en cada mano, que pajeaba sin descanso. Estas no eran gran cosa, pero con sus caricias y con lo morboso de la escena se estaban poniendo tersas y apetecibles. En su interior, el cada vez más vencido resentimiento era aplastado por el deseo, por el morbo, por esa lujuria insana que se había apoderado de ella y de su subconsciente en los últimos días. Por una parte deseaba que aquello pasara cuanto antes, que aquella humillación se terminara, que solo fuera una pesadilla, un mal sueño. Pero por otra parte, cada golpe en su coño, cada azote en su culo, cada gota de semen en su boca era adrenalina pura, una inyección de vida, una droga de diseño que la mantenía obnubilada e hipnotizada. Y en esos instantes solo pensaba en disfrutar una y otra vez.

El hombre que la follaba sacó de un bolsillo un collar de color rosa, con un bonito corazón en el centro, se lo puso sin dejar de follarla,  y de otro bolsillo sacó una correa del mismo color. La enganchó a la anilla, se salió de ella y sin preguntar a los demás estiró con fuerza, causándole un dolor intenso en el cuello, y dejándole una bonita marca para unos cuantos días. Cayó al suelo y caminó tras él de rodillas, mientras los demás observaban en silencio la escena. Se dirigió a un sofá, se sentó, la obligó con la correa a levantarse y la sentó sobre él. La miró a los ojos y le susurró “cabálgame”. Soltó la correa, y Mila comenzó a moverse, buscando también su placer. Álvaro rompió el silencio.

–          A esa zorra podéis follarle el culo. Lo tiene a prueba de cañones. – Sabonis se sonrió desde donde estaba. Esa puerta la había forzado él, y ella nunca lo olvidaría.

Los tres hombres que se ocupaban de ella se acercaron. El que le follaba la boca parecía que tenía suficiente ya que se puso de pie en el sofá, la enganchó del pelo, rodeó su cintura con la correa, y le forzó el cuello hasta que la niña cubrió con su boca el largo miembro del anciano. Sin ningún miramiento, la cogía por la nuca hasta que los huevos rebotaban en la barbilla de la muchacha, ignorando también sus arcadas. La cara del hombre era de puro vicio, y su polla estaba dura como una roca. Estaba violando la garganta de una jovencita, y ese era su sueño más morboso desde hacía años, así que no tenía intención de parar hasta que la última gota de su simiente no estuviera en el estómago de esa chiquilla. Uno de los hombres que antes pajeaba se acercó por detrás, escupió en el culo de Mila, e introdujo primero un dedo, y después dos, en ambos casos sin demasiada dificultad. Se sonrió, se descapulló un par de veces para endurecerla a tope, se la ensalivó y la encaró hacia aquel agujero oscuro, tan deseado, tan prohibido. Mila notó la presión, y sintió como el hombre que la follaba se quedaba quieto en su interior. El de detrás empujó un poco, y la pequeña se sintió llena, se sintió deseada, se sintió extrañamente completa. Por suerte, ni entre los dos le producían el dolor que sintió cuando Sabonis devastó con su mandoble su esfínter, destrozándola física y emocionalmente. Su cuerpo se había recuperado, se había acostumbrado a las agresiones, a los excesos, a las perversiones de los dos vagabundos. Por desgracia la parte emocional había sucumbido, había tirado la toalla hacía días, fiándolo todo al aguante físico y a la cordura que pudiera conservar la muchacha. Y a estas alturas, el aguante se había transformado en un placer dañino y peligroso, amén de sumamente adictivo, y la cordura estaba de vacaciones. Mala combinación. Los primeros envites en su culo la hicieron abrir los ojos, por pequeñas punzadas de dolor. Sin embargo, en cuanto el que estaba abajo se movió un poco, el roce le hizo cerrarlos de nuevo, y se abandonó en un enorme océano de placer. Relajó hasta la garganta, cosa que notó el anciano que le follaba la boca, y que asumió el logro como propio, así que se esmero en follársela ahora que no tenía impedimento. No tardó demasiado en descargar su semen en el interior de la garganta de la muchacha, lo cual sí le produjo alguna arcada, aunque el viejo se ocupó agarrándola fuerte por la nuca de que no desperdiciara ni una gota. Mila se revolvió un poco y consiguió que la polla saliera un poco, con lo que cogió aire, pero no dejó de chupársela. Aquello pareció satisfacer al anciano, que soltó la nuca, y dejó que fuera ella la que lo hiciera a su ritmo. Recogió hasta la última gota de saliva que había en el trozo de carne largo y flácido, dejándola reluciente y brillante al sacarla. El hombre le metió el pulgar en la boca le levantó la cara y le sonrió, para después apartarse a observar la escena. Al otro hombre no hubo que decirle nada, ya que inmediatamente le ocupó la boca que quedaba libre.

Ely continuaba con su ajetreo, con Álvaro a su espalda y un animal follándole la boca. A éste no le quedaba nada, lo sentía temblar y sabía que de un momento a otro le llenaría la boca de semen. En el último momento se salió, y comenzó a pajearse en su cara. El primer chorro fue a su pelo, y parte de su frente. El segundo fue a parar a su mejilla, y un poco a su boca. Después de eso la obligó a tragársela y terminó de correrse allí. Ely no sintió asco, entre otras cosas porque no podía evitar el placer que el cabrón de Álvaro le estaba dando. Alternaba los azotes con los pellizcos en los pezones. Se agachaba y se los torturaba, haciéndola gritar hasta que otro hombre ocupó el sitio del primero y metió su herramienta en la boca. Era orondo y pelirrojo, con una polla bastante pequeña que Ely se tragaba con facilidad. Aquello pareció relajarla, pero no contaba con lo que pasó a continuación. Álvaro se salió de ella y cogiéndola del pelo la llevó contra una mesa cuadrada. Le pegó el cuerpo a la mesa y le abrió las piernas. El hombre que esperaba su turno se acercó y le amarró con precinto las piernas, una a cada pata. Al tiempo, Álvaro le cogió las muñecas por detrás de la espalda y pronto las tenía también sujetas con precinto. Sin preguntar Álvaro volvió a lo suyo, follándosela sin compasión, y lo mismo con el otro viejo, que se acercó por el otro lado de la mesa, donde colgaba la cabeza de la muchacha, y volvió a ofrecerle su polla. Ella abrió la boca para recibirlo, y enseguida notó como crecía en su interior. Estaba a punto de llegar al orgasmo cuando un líquido abrasador quemó su espalda, y no  pudo reprimir el grito.

–          ¡AHHHHGGG! Joder, eso quema, hijos de puta. – Dijo sacándose de la boca la polla que chupaba hasta ese momento. Dedujo que sería cera, ya que en pocos segundos se solidificó y el dolor se apaciguó. Álvaro no dejó ni por un instante de masacrarle el coño. – Joder, no lo volváis a hacer, eso duele. – Aún no había terminado la frase cuando sintió su espalda abrasarse de nuevo, aunque esta vez no pudo gritar porque al abrir la boca el anciano gordo se la llenó.

–          Calla, puta. – Dijo Álvaro, disminuyendo la cadencia de las envestidas. – Has de padecer un poco, se que te gusta. Así que Julio seguirá un poco más. – Aunque Ely no lo vio, Álvaro asintió al hombre que le derramaba la cera, y lo volvió a hacer, aunque dejó la vela en una mesa lateral, cosa que sí vio la pequeña. Pero cuando vio que cogía unos palillos chinos le gustó menos. Hizo un esfuerzo por zafarse de la polla de la boca y atinó a preguntar.

–          ¿Qué vais a hacer con eso? – Tampoco pudo terminar la frase, puesto que el gordo volvió a hundirle la polla en la boca. Y esta vez le arremolinó el pelo, simulando una coleta, la cogió fuerte y la levantó un poco, para poder follarle la boca mejor. El otro hombre se acercó, cogió los dos palillos, los enfrentó en paralelo y los pasó bajo el cuerpo de la joven, ahora accesible gracias a los tirones de pelo del grueso colaborador. Pinzó los pezones de la niña, y colocó una gomita en un extremo, hasta quedar bien sujeto. Hizo lo propio en el otro, causándole un dolor muy puntiagudo a la pequeña. Pero el hombre parecía no querer parar.

–          Gracias, Julio. – Dijo Álvaro. – Esta zorra tiene que aprender a  no quejarse.

La cadencia de las envestidas volvió a ser de locura. El ardor de los pezones era brutal, el dolor en el esfínter era intenso, pero la sensación de placer y dolor era tan atractiva… tan adictiva… tan estimulante… El cuerpo de Ely temblaba de placer, espoleado por las punzadas de dolor. Un orgasmo brutal se maquinaba en su interior, amenazando con explotar. No pudo, ni quiso, retenerlo. Dejó que creciera llenándolo de imágenes, de sensaciones. Giró la cabeza y observó a su amiga penetrada por sus tres agujeros, y vio justo el momento en el que Mila se corría. Pese a que estaba a varios metros, lo supo enseguida. Primero su cuerpo se arqueó, las puntas de los pies se tensaron, el vello se erizó… y luego notó como se desmadejaba, se dejaba caer sobre los hombres que la poseían, dejando su cuerpo durante unos instantes para abrazar el Nirvana que aquella amalgama de sensaciones le provocaban. No pudo evitar sonreír al ver a su amiga satisfecha, pese a la forma en que se producía. Estaba absorta cuando oyó blasfemar a Álvaro y notó el calor del semen en su coño.

–          Toma, puta de mierda. Voy a preñarte. Voy a dejarte un precioso recuerdo. – No dejaba de empujar, y Ely notaba los chorros de leche llenando su interior. – Joder, que cerrada estás, perra. Que gusto. ¡Sabonis! – Gritó. – Tienes que probar esta zorra. – Aunque Álvaro no lo vio, el gigante se sonrió. – Ven Julio, ocupa mi sitio. – Llamó al hombre que había pinzado los pezones de la chica, y que se acercaba de vez en cuando para observar cómo estaban las ataduras. Le sobaba las tetitas, y volvía a apartarse, tocándose la polla sobre el pantalón. Pero hasta ese momento no había participado “activamente” más.

–          No, gracias. – Dijo el hombre. – Quizá más tarde.

–          Cómo quieras, Julio. – Álvaro pareció no estar muy conforme, o al menos algo contrariado por la respuesta. Pero se sonrió algo más cuando Julio se acercó al trasero de Ely con una pala de Madera, y con una fusta. – Vaya, vaya. No me había dado cuenta de que aún no habías terminado.

Julio se giró y le puso media sonrisa. El primer palazo no se lo esperaba, e hizo que Ely casi mordiera la polla que llenaba su boca. El segundo sí, pero fue mucho más fuerte que el primero, y un calor abrasador inundó sus nalgas, haciendo que dejara de notar nada más. Sabía que su culo se enrojecía por momentos, y se tensaba sin remedio, haciendo aún más apetecibles los azotes. Los siguientes fueron seguidos, duros, secos y firmes. A cada uno de ellos, un pequeño grumo de esperma resbalaba de su interior hacia el suelo, creando una escena absolutamente obscena y denigrante. Ely nos los contó, pero serían al menos una docena entre las dos nalgas. El culo le ardía, no podía pensar en nada más, cuando los golpes cesaron y notó como el hombre manoseaba en su coño. Metió dos dedos en su cueva, aún lubricada con el semen de Álvaro, y los llevó a su culo, donde entraron con algo de dificultad. Los dejó allí, acomodando la cavidad a los elementos externos. Salieron de ella y en su lugar notó una bola fría, posiblemente metálica, entrando en su ano. Sabía que debía relajarse, así que lo intentó y notó que el plug entraba en ella. Esta vez no le dolió, no era muy grande. Al soltarlo, los dedos del hombre fueron a su clítoris, y comenzaron a masajearlo. Aquel extraño sabía lo que se hacía. En pocos segundos Ely no recordaba el ardor de su culo, ni el elemento extraño en su esfínter. El placer del su clítoris lo suplía todo. Estaba disfrutando de él cuando le sobrevino el primer azote con la fusta. Fue un dolor puntiagudo, dibujado en una fina línea que cruzaba ambas nalgas. Ely soltó un gritito y aspiró, aunque el dolor quedó apaciguado casi de inmediato por un nuevo masajeo en su botoncito. El hombre de la boca no pudo más y le regó las encías con leche caliente, aunque Ely casi ni se inmutó. Tragó una parte casi sin querer, y dejó que el resto cayera de su boca en una imagen de lo más pornográfica. Solo podía concentrarse en el placer y el dolor que aquel hombre le proporcionaba en ambos extremos. Los azotes que hacían nueve y diez con la fusta hicieron que le saltaran las lágrimas, y supo inmediatamente que le quedarían marcas durante días. Las lágrimas corrían por sus mejillas y resbalaban hacia la mesa, donde se acumulaban gotas de sudor y grumos de semen. Dos pellizcos seguidos en su clítoris la hicieron tensarse, y como un resorte, el orgasmo que había ido creándose en su interior terminó por explotar. Aunque no podía verlo, Julio sacó su polla y se puso a orinar sobre las heridas, lo que primero producían irritación pero pronto sensación de alivio. Era lo que faltaba para que el nuevo orgasmo fuera absolutamente demoledor. Pronto Julio terminó y se puso frente a ella, disfrutando de los espasmos que el cuerpo de Ely no era capaz de controlar. Esta se dejó caer sobre la mesa, apoyando la mejilla sobre sus fluidos y los de algunos hombres. Cerró los ojos, así que no pudo ver la sonrisa de Julio en los labios.

Pocos segundos después, los agujeros de Mila se llenaban de leche. Primero fue el que le follaba el coño, que además había sido el primero en penetrarla. No había dejado de torturar los pezones de la niña, así como de estirarle de la cadena, escupirle en la cara y en la boca, y todas las cosas sucias que se le habían ido ocurriendo. Mila, completamente ida hacía rato, ni siquiera intentaba resistirse. Solo esperaba que aquello acabara de una vez y poder volver a su casa, y abrazar a su amiga. Y también besarla. Y quizá también lamerla, y disfrutar del sabor de sus orificios recién usados. Mila era absolutamente incapaz de controlar sus instintos. Habían destrozado su capacidad de regular sus deseos, de controlar sus fantasías. Notó el calor en su culo y se sonrió, notando hasta cinco chorros en su esfínter. Aún con la sonrisa en la cara el tercero se masturbó frente a ella y comenzó a correrse en su cara, llenándosela de lefa caliente. Iba a quitarse un grumo que tenía en un ojo cuando una voz la detuvo.

–          ¡No! No te lo quites. Y vosotros no os salgáis de ella todavía. – Dijo Julio. Y lo siguiente que vio son un montón de flashes, algunos hacia ella, y otros hacia Ely. – No te muevas. – Mila vio la cara del hombre, con un semblante muy serio, así que se limitó a asentir. Justo en sus narices desplegó una navaja plegable, lo que la hizo temblar de miedo. Se giró y se acercó a Ely. Antes de que Mila pudiera abrir la boca, las ataduras que tenían sujeta a su amiga estaban cortadas, y Ely era libre. Julio se situó frente a ella, la cogió de la melena y le señaló la figura de su amiga, aún empotrada por dos hombres. – Límpiala. – Le dijo.

Ely sabía lo que hacer. Se acercó a su amiga y la besó. Era lo que más le apetecía, así que comenzó por ahí. Pasó la lengua por su cara y recogió todos los restos de semen que tenía. Los grumos del pelo los recogió con dos dedos, los sacó hasta el final, y los chupó, para volver a besarla. Le sonrió, y se arrodilló a sus pies. Primero sacó la polla del culo, que chupó ahora flácida hasta dejarla limpia. Al terminar, el hombre se separó y se alejó. Y después se ocupó de la que había masacrado el coñito de la rubia. Cuando la chupó, parte del semen del ano se deslizó y cayó en su mejilla. No le importó lo más mínimo. De hecho, nada más limpiar la polla larga y delgada, dio media vuelta a su amiga para sentarla en el sofá, y que pudiera descansar de una vez. Recogió todos los grumos de semen, uno por uno, lamiendo, chupando, y provocando otra vez los conocidos espasmos de placer en Mila. Cuando hubo terminado se volvió a acercar a su amiga y la besó de nuevo, compartiendo por última vez el sabor del deseo. Poco quedaba de la mojigata religiosa que había conocido Mila. Sospechaba que siempre había tenido esos deseos, pero no que los abrazaría con tanta facilidad.

–          Bueno, Julio. ¿Qué te parecen mis putas? – Dijo Álvaro orgulloso. – Ya te dije que te gustarían.

Julio las miró, aún con las bocas unidas, mirándose una a la otra, hasta que Ely se percató de que las observaban. Miró al hombre, y le fue imposible no sonreírle. Julio se giró muy serio hacia Álvaro, y le contestó.

–          Te las compro.